La fresca brisa de la noche daba en mi rostro, me encontraba inclinado en el balcón de la que solía ser mi habitación después de que murieron mis padres. Aún me costaba hacerme a la idea de encontrarme nuevamente encerrado en éste lugar. Aborrecí cada uno de los días que había pasado aquí... pues la dichosa familia que habitaba dentro de estas paredes, era unida, el amor salía hasta por los poros de cada uno de ellos, incluso hasta en Lucero, el ama de llaves que nunca había dejado de ser tierna y simpática conmigo.
Vivir aquí, me recordaba de una u otra manera lo que una vez en el pasado yo había tenido: el amor de una familia completa, ver a mis padres amarse cada día, pelear con Thiara después de haberle ganado en el Play Station, ayudarle a escapar por la ventana cada vez que se iba de fiesta con su grupo de amigos... todo, todo se había ido a la mierda en pocos minutos. Y eso era todo lo que ellos tenían aquí y yo odiaba: Amor, amor, amor.
Llevé el cigarrillo que tenía entre mis dedos hasta mis labios y di una larga calada. Hice una mueca, mientras tragaba saliva con fuerza.
Maldita Tara... Maldito monstruo que me había quitado todo.
Nunca iba a perdonarle a mi hermana el haber hecho tales atrocidades, y muy en mi interior, añoraba el día en que me dijesen que estaba muerta.
Miré sobre mi hombro cuando alguien llamó a mi puerta.
—¿Sí?
—Tyler, cariño —habló Lucero con su dulce voz—. No fuiste a cenar.
—No tengo hambre, Lucero.
—¿Me dejas pasar?
—Está bien —dije, antes de apagar el cigarrillo y lanzarlo por la ventana.
Observé hacia la puerta mientras era abierta, ella caminó muy sonriente en mi dirección, sosteniendo una bandeja con un platillo en ella. La colocó sobre la mesilla de noche y después retrocedió.
—Es por si el hambre regresa en algún momento.
Asentí hacia ella, agradeciéndole en completo silencio. No me gustaba que fuese amable conmigo... no me gustaba que me atendiese como si fuera algo suyo; no me gustaba, me recordaba a mamá.
—Cariño, aunque no lo creas, me da mucho gusto que estés aquí otra vez —sonrió, llevando ambas manos al frente—. Y la señora Fanny también está contenta de tenerte otra vez.
Hice una mueca, mientras desviaba la mirada de la suya.
—Llévate la bandeja.
—No.
—Dije que te la lleves, no quiero nada —dije secamente—. No quiero que me atiendas como si te importara.
—Tyler... ¿Por qué crees que no me importas?
—Porque no lo hago, ¿Okay? Preocúpate por atender a los de afuera, te pagan para eso, no para que me des atenciones a mí.
—Cielo...
—Deja de llamarme así, Lucero —espeté con molestia, antes de darle la espalda otra vez—. Ahora vete.
—Pasa una buena noche, Tyler —murmuró antes de que terminara por irse.
Justo cuando escuché la puerta ser cerrada, miré sobre mi hombro otra vez. La bandeja continuaba en el mismo sitio donde la había colocado minutos atrás, dejé salir una risa llena de sarcasmo, mientras sacaba un nuevo cigarrillo y negaba con la cabeza. La mujer era algo terca cuando se lo proponía.
Encendí el cigarrillo y lo llevé a mis labios, dejándome llenar por el humo, antes de soltarlo otra vez hacia la ventana. Tres meses para cumplir 18 años... ¿En serio iban a soportar mi presencia por todo ese tiempo? Negué con la cabeza, la verdad, no estaba muy seguro de ello.
—Mi padre dijo que no podías fumar en la casa.
Exhalé con pesadez bajando los hombros, antes de girarme y enfrentar al pequeño castaño que se había inmiscuido en mi habitación.
—¿Quién te autorizó para que entraras a mi habitación, Landon?
—Es mi casa —contestó, levantando los hombros—. No puedes fumar en mi casa, mis pulmones son débiles.
Lo miré directamente a sus ojos azules, el niño en realidad se veía muy delgado y demacrado para tener 12 años, pero aun así, no parecía temer el entrar a mi habitación sin pedir permiso.
—Si no sales ahora mismo de aquí, te ganarás muchos problemas.
—Es mi casa —repitió.
—El que sea tu casa, no te salvará de que triture los dedos de tus pies mientras duermes.
Sus ojos se agrandaron al igual que su boca, antes de que girara y abriera la puerta con rapidez para después gritar:
—¡Mamá!
No supe que había sido eso tan divertido que había pasado... ¿Tal vez su expresión de terror antes de que tirara la puerta con desesperación?
Pero lo cierto era que ahora me encontraba riendo a como hacía tantos años no lo hacía, era una bulliciosa carcajada que no podía contener, incluso debí de sentarme en el borde de la ventana, sosteniendo mi estómago con ambas manos ante el ardor que sentía por reírme tanto.
¿Qué mierdas estaba ocurriendo conmigo?
No se suponía que disfrutara de esto.
Me obligué a levantarme, dando un par de grandes exhalaciones. Caminé hacia el armario y tomé una toalla para después ir hacia el baño. Debía de salir de aquí aunque sea por un par de horas, pues si me quedaba unos minutos más, estaba seguro que terminaría repartiendo amor a todo el mundo a como lo hacía Lucero.
(...)
Oward dijo que iríamos a un club, tomaríamos un par de cervezas y después conseguiríamos a alguien con quien terminar la noche, esas habían sido sus sabias palabras con las cuales había estado completamente de acuerdo.
Tomé el suéter que descansaba en el respaldo del sofá al lado de la ventana y después me dirigí hacia la puerta. Eran cerca de las 8: 30 pm, y según una de las estúpidas reglas que me había dado Gael, tenía hasta la media noche para regresar los sábados y los domingos.
¿O era a las 11: 30?
No lo recordaba con exactitud, pero me daba igual, no pensaba obedecerlo. Ya incluso había dejado la ventana abierta para mi ingreso.
Cerré la puerta con suavidad, al percatarme de alguien más saliendo de su habitación. Levanté una ceja, mientras caminaba a paso rápido antes de que terminara por irse. Me detuve frente a ella, logrando que se sobresaltara hasta el punto de llevar una mano a sus labios para ahogar un chillido.
—¿Qué te pasa, idiota? —cuestionó en un susurro lleno de molestia.
Arquee una ceja mientras metía mis manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta.
¿Cómo me había llamado? ¿Acaso se había atrevido a llamarme idiota en mi propia cara?
La observé jugar con sus dedos mientras desviaba la mirada, tal parecía que se había percatado de lo que había dicho muy tarde.
—Yo... no quise llamarte así, Tyler.
—¿Para dónde vas vestida de esa manera? —indagué, observando su pequeña pijama que dejaba al descubierto sus bien proporcionadas piernas.
—No tengo por qué darte explicaciones.
Levanté ambas cejas, al mismo tiempo que cruzaba los brazos a la altura de mi pecho. Un mal sabor de boca me había llenado, sin saber el motivo que provocaba la incomodidad que comenzaba a surgir en mi interior.
—¿Acaso pretendes ir a ver al guato vestida de esa manera?
—¿Guato?
—El imbécil por el que andas babeando —dije, poniendo los ojos en blanco.
La observé negar con la cabeza en repetidas ocasiones, mientras se abrazaba a sí misma con fuerza.
—No, sólo voy a la cocina por un vaso con agua.
—Tienes agua en tu habitación, si bien recuerdo Lucero siempre mantiene un jarrón con agua en tu mesa.
—Pues se me terminó, ¿Okay?
—Será mejor que des media vuelta y metas tu culo en tu linda habitación de princesa ahora mismo —mandé, frunciendo el ceño en su dirección.
—¿Disculpa? —inquirió, llevando ambas manos hasta su cadera.
—¿Me harás repetirlo otra vez, Sirenita? Tienes cinco segundos para volver a tu habitación y no salir de ahí, de lo contrario, buscaré a tu padre y se lo diré ahora mismo.
Sus labios se separaron mientras se dedicaba a negar con la cabeza una y otra vez. Frunció los labios y giró los ojos, una expresión que increíblemente me habían provocado ganas de reír otra vez, pues sabía que se estaba conteniendo de mandarme a la mierda, lo que la hacía ver increíblemente adorable. Fruncí el ceño y endurecí mi expresión, no quería verme como el tipo de persona que solía ser con ella cuando tan solo teníamos 13 años. Ya ese tiempo se había terminado.
—Dije que regreses a tu puto cuarto —espeté, tomándola por el codo para después arrastrarla hacia su habitación nuevamente.
—Espera, Tyler. Yo solo tengo que...
—Buenas noches, Sirenita —la interrumpí antes de abrir la puerta y empujarla, para después cerrarla de golpe.
Retrocedí, sin dejar de ver su puerta cerrada. Pasé una mano por mi cabello y sacudí mi cabeza en negación un par de veces, dándome cuenta de que mi pequeña bromita al tratar de fastidiar a la Sirenita frente al guato, quizás haya resultado ser cierta... y ahora estaba tratando de verlo... volví a pasar mis manos por mi cabello, no debería de importarme lo que hiciera con su vida, no me agradaba en lo absoluto, aunque admitía que muy en el fondo, no se me apetecía verla con un sujeto que podría llegar a aprovecharse de ella.
Apoyé mi espalda contra la puerta de mi habitación sin dejar de ver su puerta... no me importaba con quien fuese a enrollarse, ese era su problema, pero por ello no me convertiría en un cretino al dejarla que se enredase con un tipo lleno de experiencia que sólo fuese a utilizarla.
Escuché su puerta ser abierta con suavidad otra vez, levanté una ceja y crucé los brazos a la altura de mi pecho, esperando a ver su melena roja nuevamente. Ella caminó de espaldas, jalando de la puerta con suavidad para cerrarla, su largo cabello caía de manera agradable sobre sus hombros, ocultando su rostro. Admitía que debía darle puntos por persistente.
Justo cuando se giró para emprender su escape, se congeló otra vez. Su mirada se cruzó con la mía, mientras retrocedía hasta hacer pegar su espalda contra la puerta.
—¿Por qué sigues aquí?
—Soy libre de estar donde se me pegue la gana —espeté, haciéndole un gesto con la barbilla hacia su habitación—. Tienes una única oportunidad más, si vuelves a salir de ahí, no será a mí a quien veas aquí; será a tu padre, el cual muy posiblemente habrá corrido a tu querido guardaespaldas para entonces.
—Te odio —murmuró, antes de dar media vuelta otra vez.
—Ay, me ha dolido tanto tu odio, que me voy a colgar con un espagueti del techo de mi habitación —mencioné, justo antes de que cerrara su puerta con fuerza no sin antes haberme mostrado su dulce señal de odio con su dedo corazón.
Bajé la cabeza y negué en repetidas ocasiones, incapaz de ocultar la sonrisa que asechaba en mis labios.
(...)
Caminé con rapidez hacia el auto de Oward, quien no dejaba de señalarme su muñeca con exasperación en señal de ir tarde. Hacía tal vez unos veinte minutos atrás me había enviado un mensaje, informándome que ya estaba frente a la casa, pero lo había ignorado quedándome de pie en el pasillo, vigilando el hecho de que la terca Sirenita no se le ocurriera salir de su habitación otra vez.
—¿Qué? ¿Acaso estabas pintando tus uñas de rosa, Cold? —gruñó cuando cerré la puerta del auto.
—Vete a la mierda, Nieto.
—Me has hecho esperar mucho, joder. ¿Qué carajos estabas haciendo? Casi pareces una vieja.
—Mira quien parece la vieja ahora con tanto reclamo —escupí, levantando una ceja en su dirección.
El sujeto levantó una mano únicamente para mostrarme su dedo corazón. Puse los ojos en blanco, ¿Es que todo el mundo iba a mostrarme ese dedo esta noche?
—Conduce, idiota —señalé, dándole un manotazo para nada amistoso en la cabeza.
—¿Hasta qué hora te permitió el hada madrina estar fuera? ¿11: 30 pm? —se burló, levantando una ceja.
Y ahora había sido yo quien le había mostrado el dedo corazón, mientras el cretino se partía de la risa.
El sitio al cual solíamos asistir, era reconocido por sólo recibir a gente adinerada en el condado. No me consideraba alguien que tuviese mucho poderío, pues a pesar de haber heredado parte de la pequeña fortuna que poseía mi padre, aún me negaba a utilizarla a mi favor... sólo tomaba de ella cuando necesitaba que Tara fuese castigada, pero más bien lo hacía por ellos, y no por mí. De igual manera, las peleas solían dejarme el dinero suficiente para no tener que depender de lo que mi hermana pudiese darme.
Pero, el que Oward tuviera influencias en muchos sitios gracias a su factible negocio de peleas clandestinas, nos ayudaba a que pudiésemos entrar sin ningún problema. El tatuado saludó al guarda del sitio con un apretón de manos, mientras que ignoraba los murmullos de molestia de los que hacían la fila. Metí mis manos dentro de los bolsillos de la chaqueta y asentí ante el grandulón, antes de que termináramos por pasar a su lado y camináramos en dirección a la barra.
Las luces de neón nos dieron la bienvenida, además del fuerte bullicio que resonaba a través de la música que reproducía el Dj. El sitio constaba con dos pisos; el primero, era donde se solía bailar, tomar y por supuesto, no se podía olvidar el conseguir a alguien con quien poder ir al segundo piso, donde literalmente, se podía hacer lo que se nos viniera en gana.
Me senté en uno de los taburetes frente a la barra y levanté una mano para pedir una cerveza, después me giré para así poder observar a la cantidad de gente que saltaban al ritmo de la música. Oward siguió mi mirada, estiró su mano para apretar mi cuello y después rio.
—¿Te decides por alguien tan pronto, colega?
Negué con la cabeza.
—No quiero ganar una enfermedad s****l al enrollarme con cualquiera.
Me giré y tomé la cerveza que acababan de colocar frente a mí. La llevé a mis labios y di un largo sorbo, mientras continuaba viendo hacia la multitud de personas que no dejaban de moverse, hasta que la vi. Elena se abría paso luciendo un mini vestido de color n***o, mientras contoneaba sus voluptuosas caderas de un lado a otro. La había llamado hacía unas horas atrás para que viniese a verme; no acostumbraba ser el típico chico que se acostaba con cualquier mujer sólo por placer, a pesar de que muchas llegaban a insinuarse, solía elegir meticulosamente a aquellas con las que deseaba pasar el rato.
—Cold —saludó la morena, cuando estuvo frente a mí.
Su cabello n***o caía agradablemente sobre sus hombros, haciéndola lucir más joven para la edad que tenía.
—Elena —hablé en respuesta—. ¿Una cerveza?
Negó con la cabeza, mientras llevaba sus manos al frente.
—Tengo que trabajar en unas horas.
Asentí, mientras terminaba por tomarme la cerveza. Coloqué la botella vacía sobre la barra y después le hice un gesto con la cabeza a Oward en señal de despedida, antes de saltar y tomar la mano de Elena, para después caminar en dirección de las escaleras que nos llevaban al segundo piso. Subimos las escaleras y caminamos en busca de algún cubículo desocupado.
Eran pequeños sitios cubiertos por gruesos vidrios oscuros que daban la intimidad necesaria a aquellos que fuesen a utilizarlos, aunque aun así, los sonidos que se reproducían a través de ellos, estaban lejos de ser agradables.
Un hombre de piel oscura nos condujo hasta uno de ellos, no sin antes recibir el p**o necesario. Ya ahí, me senté en uno de los grandes sofás aterciopelados del cubículo y jalé del cuerpo de Elena para que se sentara a horcajadas sobre mí. Deslicé mi mano de arriba abajo por su espalda descubierta, sintiendo como su piel se erizaba ante mi toque.
—¿Y bien? ¿Cómo está mi hermana? —le pregunté, mientras me dedicaba a dejar pequeños besos a través de su cuello y clavículas.
La escuché gemir mientras se aferraba a mis hombros hundiendo sus uñas con fuerza en mi piel, lo que hizo que mi amigo despertara de inmediato.
—Desdichada, deseando morir... si te hace sentir bien —balbuceó, con su voz entrecortada, mientras movía su cabeza hacia un lado para darme un mejor acceso.
—Eso es lo que esperaba escuchar —murmuré, deslizando mi mano por su muslo descubierto para introducirla dentro de su vestido—. He tenido una mala noche, Elena... ¿Qué estás dispuesta a hacer por mí?
Ella giró su impecable rostro hacia el mío, sus ojos marrones se cruzaron con los míos mientras que sus manos acariciaban mis mejillas, una pequeña sonrisa surcó sus labios, antes de que se inclinara a presionarlos contra los míos. La dejé tomar el control por breves instantes; dejé que sus manos se introdujeran dentro de mi cabello, permití que su lengua jugueteara con la mía y que sus dientes jalaran de mi labio inferior.
—Sabes que por ti siempre estoy dispuesta a todo —respondió antes de que la tumbara sobre el sofá y comenzara a hacerla mía.
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¡Nos leemos mañana, lectores!