—¡Ariel Green! —dejé mi mano en el aire, centímetros antes de tomar el pomo de la puerta de mi habitación.
La voz de mi madre resonaba a través del pasillo, mientras caminaba a paso rápido en mi dirección. Me giré con lentitud, buscando en mi interior la mejor sonrisa de niña inocente que pudiese encontrar; pero al ver el entrecejo fruncido en el rostro de mi madre, y el semblante de animal rabioso, me hizo temer realmente de cuál sería su próximo movimiento.
¿Qué había hecho para hacerla enojar? No es como si yo fuese del tipo de persona que solía meterse en problemas.
—¿Sucede algo, madre? —indagué con curiosidad, en cuanto se detuvo frente a mí cruzando los brazos a la altura de su pecho.
—¿Aún te atreves a preguntar? ¡Landon no ha dejado de destornudar en toda la tarde! —abrí y cerré mi boca, dándome cuenta de lo que hablaba.
Mierda... el perro.
—Yo... ¿No sé de qué hablas? —dudé en contestar, mientras me dedicaba a rascar mi cabeza.
—Con un demonio, Ariel. Descubrí a Nathan escondiendo a un cachorro en su habitación. ¿Quieres explicarme de donde salió ese animal? Porque no creo que haya aparecido como por arte de magia —refunfuñó mientras continuaba lanzándome dardos con la mirada—. Bien sabes que tienes prohibido traer animales a la casa, las alergias de tu hermano se activarían inmediatamente.
—Lo lamento, mamá —susurré—. Lo encontramos esta mañana en la calle y simplemente no podía dejarlo ahí. Así que le pedí a Nathan que lo trajese para llevarlo a la guardería esta misma tarde.
—¿Y qué estás esperando? ¿Qué tengamos que hospitalizar a Landon otra vez?
—De acuerdo, de acuerdo. Voy por Black —asentí en su dirección, antes de pasarla para correr escaleras abajo.
En cuanto puse un pie en el lustrado piso de mármol de la primera planta, me encontré con la mirada molesta que me dirigía Lucero desde la puerta de la cocina.
¡Oh vamos! ¿Es que hoy era el día mundial para enfadarse con Ariel?
—¿Por qué tanta carrera, señorita Ariel? —cuestionó la mujer.
Lucero era una mujer mayor, tenía unos 50 y tantos años y era el ama de llaves de mi casa desde hacía 20 años atrás, de hecho yo llegaba a pensar que ella ya no debería de estar trabajando, las muecas de dolor que hacía cada vez que se agachaba, me insinuaban que ya no estaba tan bien como antes, pero amaba tanto laborar para mis padres, que mi madre no había logrado convencerla de que era tiempo de aceptar jubilarse.
—Lucero, Lucerito. No te enfades, solo tengo prisa —le dediqué una sonrisa a boca cerrada, mientras caminaba con lentitud a través del pasillo que me llevaba a las habitaciones del personal de servicio.
En más de una ocasión llegué a preguntarme el motivo que llevó a mis padres a invertir en una casa tan grande, cuando solo somos ellos, Landon y yo; ¿No les resultaba más factible tener una casa pequeña a tener una mansión llena de personal de servicio? Nunca terminé por comprender la ciencia de mi padre ante tal idiotez, aunque también llegaba a pensar que lo que lo motivada a hacerlo, era su exitosa carrera de ingeniero.
—¿Busca al joven Nathan, señorita Ariel? —me detuve en medio pasillo, y miré a Lucero sobre mi hombro.
Ella movió sus cejas condescendientemente, mientras se apoyaba con su cadera en el marco de la puerta. Sonreí, sintiendo como la sangre llenaba mis mejillas y negué con la cabeza en un par de ocasiones. Lucero me conocía desde que tenía unas pocas horas de haber nacido, incluso había pasado más tiempo con ella que con mi propia madre, ¿Acaso podía engañarla?
—Debemos de llevar al cachorro a la guardería —anuncié.
—Claro —asintió, alejándose de la puerta—. Dese prisa, porque escuché que quería ir a hacer atletismo.
—Te lo agradezco —le sonreí, comenzando a avanzar otra vez, pero debí detenerme en cuanto escuché su voz a mi espalda nuevamente.
—¿Ariel? Ten cuidado, cariño. Tu corazón está lleno de bondad, y no sería justo que alguien se aproveche de ello.
Fruncí el entrecejo mientras la veía fijamente. A pesar de que Nathan llevaba gustándome desde hacía mucho tiempo atrás, nunca le había confesado a ciencia cierta sobre ello. ¿Acaso ella sabía algo más de lo que yo pretendía hacer que creyera?
—Gracias, Lucero —argüí, antes de terminar por irme hacia las habitaciones.
Me detuve frente a la puerta color marrón que me separaba de la habitación de mi guardaespaldas. Muy pocas veces había venido a buscarlo hasta aquí, por lo que me detuve a tomar un par de bocanadas de aire mientras me debatía si era mejor llamar, o entrar como lo haría Pedro por su casa. Al final terminé por golpear la puerta un par de veces con mis nudillos.
Retrocedí unos pasos y esperé, hasta que escuché sus pesados pasos acercarse para después abrir la puerta de par en par.
—¡Ariel! —exclamó mientras estiraba su mano para agarrar mi muñeca y jalarme hacia el interior de su habitación.
En todo momento traté de mantener mi mirada elevada, ignorando el hecho de que se encontraba luciendo ropa deportiva que dejaba a la vista su bien proporcionado cuerpo. No se parecía en nada al chico que lucía esmoquin cada día que me acompañaba donde sea que se lo pidiese.
—Lo siento, señorita. La señora Fanny me observó entrar con el perro —susurró, mientras cerraba la puerta tras él—. No pude esconderlo a tiempo.
La puerta estaba cerrada... yo estaba dentro de su habitación.
De pronto sentí como mi en mi estómago comenzaron a despertar esa multitud de mariposas que respondían de esa manera cada vez que lo tenía cerca. El sitio se sentía muy pequeño para ambos... sabía que debía escapar de ahí, pero a la vez, mis piernas no me respondían, se encontraban estáticas frente a él.
—Sí, ya me lo ha dicho —hablé con la voz demasiado ronca.
Desvié la mirada, rogando en mi interior que no notara mi incomodidad. ¿Por qué carajos tenía que ser tan perfecto?
—Espero no haberte causado problemas con ella, Black.
Sus labios se curvearon en una sonrisa torcida mientras se dedicaba a negar con la cabeza.
—Realmente citó las siguientes palabras -se aclaró la garganta y avanzó un par de pasos hacia el frente—. "¡Con un demonio! ¿Acaso Ariel nunca aprenderá que no puede traer ni un solo puto animal a esta casa? ¡Esta vez sí tendrá que escucharme!"
Me eché a reír al escucharlo cambiar su tono de voz al tratar de imitar a mi madre. Él también rio, mientras avanzaba hacia su cama y se inclinaba a sacar una caja de cartón bajo ésta.
—Lo sé, soy un pésimo imitador —bromeó, al mostrarme el interior de la caja donde el cachorro descansaba plácidamente—. ¿Qué haremos con él?
—Le dije que lo llevaríamos a la guardería —mordí mi labio inferior y levanté ambas cejas sintiéndome apenada—. Sé que tienes la tarde libre y...
—No hay problema —sonrió, sacando al animal para colocarlo en mis brazos—. Sabe que siempre voy a estar para usted. Sólo permítame cambiarme y después saldremos.
—No &dije, negando con la cabeza—. Ibas a hacer ejercicio después de todo. Podemos ir caminando. No quiero cambiar tus planes.
—No creo que pueda llevar un arma con estos pantalones —rio, abriendo sus brazos.
—No va a sucedernos nada, Nathan. Serán solo un par de cuadras hasta la guardería.
—Bueno, usted es la jefa
—asintió antes de caminar hacia la puerta y mantenerla abierta para mí.
El sol caía agradablemente tras las enormes colinas nevadas que se visualizaban a lo lejos, bañando el cielo de una cantidad de tonos naranjas que me habían dejado maravillada. Prácticamente nunca tenía la oportunidad de dar una caminata, mi vida desde hacía unos tres años atrás hasta el momento, se había vuelto muy rutinaria después de casi haber sido secuestrada. Siempre se basaba en ir a la escuela, volver a casa, visitar la guardería canina y algunas veces, ir de compras con Elizabeth; siempre y cuando estuviese acompañada por Nathan.
Algunas ocasiones odiaba con toda el alma el hecho de que mis padres tuviesen tanto dinero. Mi madre era dueña de uno de los mejores hoteles de todo el condado de Denver, además de que tenía uno similar en Tennessee, el sitio donde había conocido a papá; mientras que mi padre tenía una exitosa empresa de arquitectura, por lo que nos dejaban a mí y a mi hermano menor como el platillo fuerte de los maleantes que querían sacar provecho de esa fortuna.
Después de saludar al guarda de la entrada de la guardería, caminamos hacia el consultorio de la veterinaria. Nathan cargaba el cachorro en sus brazos, mientras que a la vez se dedicaba a darle instrucciones sobre cómo comportarse en el lugar.
En cuanto atravesamos la puerta, Lina se levantó de su silla y vino a nuestro encuentro dedicándonos su tan acostumbrada dulce sonrisa. Abrió sus brazos y me envolvió en un abrazo rompe huesos, antes de retroceder y reparar en la presencia del perro.
Si había alguien que amase más a los animales de a como lo hacía yo, era ella. Amaba su trabajo, y a mí me gustaba la pasión con la que ejercía su profesión. Siempre que le llevaba un nuevo integrante a la familia, podía irme tranquila porque sabía que iban a quedar en buenas manos.
—¡Oh! Pero si tenemos un nuevo visitante —habló, extendiendo sus manos para que Nathan le entregase el cachorro—. ¿Ya lo ha nombrado, señorita Ariel? —indagó, mientras lo acercaba a su rostro.
—No, lo encontramos en la mañana y no he tenido tiempo de encontrar un nombre apropiado para él.
—Pero si eres un hermoso labrador —Lina le arrugó la nariz, al moverlo de un lado a otro en un gesto de cariño. El cachorro le gruñó con molestia, ocasionando con ello que se detuviese y se echara a reír—. Y veo que también tienes carácter.
—Pregúnteselo a ella, doctora —puse los ojos en blanco mientras Nathan me veía con una ceja arqueada.
La doctora me observó con una media sonrisa—. ¿Te ha mordido éste también, Ariel?
—Sólo es su forma de protección —aclaré, mostrándole la palma de mi mano—. Pero ya somos amigos.
—Si tuviera una moneda por cada vez que te ha mordido un perro... creo que ya fuese millonaria —rio, antes de regresar su atención al animal.
Puse los ojos en blanco mientras Nathan cubría una pequeña carcajada con la palma de su mano.
—¿Cómo vamos a llamarlo? —pregunté, para terminar con el tema de que los perros me odiaban.
—¿Sabes algo, amigo? —Continuó hablándole al perro—. Creo que tú tienes cara de ser Cold.
Fruncí el ceño, mientras cruzaba los brazos a la altura de mi pecho.
—¿Cold? ¿Por qué ese nombre?
—Es dulce, pero a la vez tiene un manto de frialdad sobre él, que lo utiliza para auto defenderse, ocasionando con ello que nadie quiera acercarse a él.
(...)
—Si no estuvo de acuerdo con el nombre, sólo debió de decirlo —observé a Nathan mientras caminábamos de regreso y le sonreí.
No me había percatado de que continuaba molesta ante la decisión de Lina al llamarlo de esa manera. ¿Cold? ¿En serio cada vez que escuchara el nombre del animal iba a recordar en lo que Tyler se había convertido?
—No. Supongo que ella pasa más tiempo con ellos, por lo que tiene el derecho de nombrarlos a su gusto —dije, tratando de restarle importancia.
¿La verdad? No me sentía a gusto; de hecho, era probable que no fuese capaz de ir a ver al perro sin imaginar el rostro de Tyler en él. Definitivamente no había sido buena idea el dejar que ella lo nombrara.
Me detuve frente a una heladería, mis ojos se aguaron y mi garganta se puso seca al ver la copa frente a las personas que charlaban placenteramente dentro del local. Estiré mi brazo para tomar el de Nathan, antes de dirigirle una mirada suplicante para convencerlo de ir por uno.
—¿En serio? —Indagó con diversión—. Está comenzando a helar.
Sonreí mientras asentía. Ni siquiera había tenido que decir una sola palabra para que él supiese lo que deseaba.
—Hace mucho no como uno de esos.
—¿La semana pasada no fue la última vez?
—Shhhh —espeté, llevando mi dedo índice hasta mis labios—. Calla, Black. Mejor compláceme.
—De acuerdo, de acuerdo —sonrió aún más, mientras avanzábamos hacia el establecimiento—. Iremos por un helado.
—¿Ya te había dicho que eres el mejor guardaespaldas de todo el mundo?
—Mejor diga eso frente a sus padres —bromeó.
Sonreí y negué con la cabeza, incapaz de poder contener un suspiro. Mi mente no dejaba de danzar ante la cercanía que Nathan estaba teniendo conmigo, mi mano, aún continuaba sobre su mano; su hombro rozaba mi hombro e increíblemente, a él no parecía molestarle.
—Ve por ellos, te esperaré aquí —hablé, antes de tomar asiento frente a una de las mesas que estaban bajo la lona al lado de la puerta.
Me observó con el ceño fruncido, antes de dirigir su mirada hacia la calle. Noté como sus labios se separaron para renegar, pero lo detuve.
—Sólo te tomará dos minutos en ir a elegir el sabor, no va a sucederme nada, Nathan. Y si sucediese, te prometo que gritaré fuerte.
—¿Por qué simplemente no nos sentamos dentro del lugar?
Extendí mi mano hacia la puerta y la moví perezosamente antes de dejar salir un largo suspiro.
—Es que está muuuuy lejos —una sonrisa asomó en sus labios, antes de que moviera su cabeza en señal de rendición para después alejarse a paso rápido hacia el interior de la heladería.
Una enorme sonrisa se expandió por todo mi rostro, deseando en mi interior poder llegar a tener más tardes como estas; poder salir con Nathan, disfrutar de un simple helado como si fuésemos una pareja, sin preocuparnos del peligro que podía asechar en las calles. Apoyé mi barbilla en una de mis manos, sin tratar de alejar la felicidad que invadía cada partícula de mi ser. Nunca me había llegado a sentir de ésta manera por alguien más, y realmente comenzaba a aterrarme.
Muchas interrogantes invadieron mi mente mientras dejaba de sonreír como una loca enamorada; ¿Y si él nunca iba a llegar a sentirse de ésta manera por mí? ¿Si me rechazaba? ¿Si llegaba a romperme el corazón?
Mi mente trabajaba con rapidez, a tal punto que la cabeza comenzó a dolerme. Froté mis sentidos con la punta de mis dedos, intentando dejar de pensar, hasta que lo vi.
Tyler trotaba a unos metros delante de donde me encontraba, iba vistiendo ropa deportiva, mientras que en sus oídos llevaba unos audífonos. Me enderecé en la mesa, sin poder dejar de observarlo; sabía que debía de alejar la mirada, a él no le gustaba que lo observasen, y si me descubría haciéndolo iba a tener muchos problemas. Pero no podía dejar de verlo, el simple hecho de ver al chico tatuado que se había acercado a él para detener su carrera, había llamado mi atención.
Llevaba una camiseta negra sin mangas, dejando apreciar la cantidad de tatuajes que recorrían sus brazos, incluso su cuello. Su cabello n***o lo llevaba enmarañado, haciéndome recordar que lo había visto en algún otro lugar.
Noté como se estrecharon las manos como si fuesen un par de viejos amigos, para después comenzar a hablar placenteramente.
Un bombillito se iluminó en mi cabeza justo cuando logré ver el rostro del otro sujeto, dándome cuenta de que en realidad sí lo había visto en otra ocasión. Nathan me lo había mostrado muchas veces en fotografías, advirtiéndome en repetidas ocasiones que tenía que tener cuidado de él; Oward Nieto, narcotraficante y rey de las peleas clandestinas. Lo que me dejaba con la duda sobre el motivo que lo llevaba a conocer a Tyler; ¿Acaso Tyler estaba enredado con las drogas? ¿O simplemente era uno de sus luchadores?
No alejé la mirada de ellos hasta que se despidieron y Tyler continuó avanzando. Traté de alejar la mirada cuando se acercó, dándome cuenta inútilmente que no lo había hecho a tiempo.
¡Mierda elevada al cubo! ¡Me había visto observarlo!
Me apresuré a sacar el móvil para fingir revisarlo mientras pasaba a mi lado, pero una sombra se atravesó en mi campo de visión, antes de que dejara caer su peso en el asiento frente al mío, terminando con ello con todas mis esperanzas .
—Pero si la princesita está lejos del castillo —ironizó.
Mordí mi labio inferior, mientras continuaba revisando el teléfono con la esperanza de que se fuera. Mi corazón se encontraba acelerado, a la vez que mis manos no dejaban de temblar.
¿Qué iba a hacerme?
Había golpeado a Frederick solo porque se sentó en su mesa. ¿Y ahora yo que lo había estado observando por tanto tiempo?
¡Dios del cielo! ¡Prometo no volver a tener fantasías sexuales con Nathan! Pero por favor... ¡Apiádate de mí!
-—Hey -chasqueó los dedos frente a mí—. Te estoy hablando, Sirenita. Es de mala educación no contestarme cuando estoy gastando mi tiempo en hacerte la plática.
—Ariel —corregí, levantando mi rostro.
De pronto, el temor que sentía había sido reemplazado por la furia. Odiaba el término "Sirenita" todo el mundo lo sabía, por lo que siempre me molestaba que alguien me llamase de esa manera. ¿Acaso todas las Ariel eran inspiradas en ese personaje de Disney?
—Mi nombre es Ariel.
—Sirenita —insistió, arrugando la nariz—. De hecho te hago un favor al ocultar tu lastimoso nombre.
—¿Qué quieres, Tyler?
—¿Por qué me estabas observando?
—Como si fueras la única persona que camina por la calle, para gastar mi tiempo al observarte —bufé.
—Respuesta equivocada —enfatizó, mientras levantaba ambas cejas—. Veamos... ¿De qué manera quieres ser castigada?
Abrí mi boca con asombro.
—¿Por qué?
—Me estabas observando.
—Ya he dicho que no.
—Sí, y la Luna es de queso.
—¡Basta! —Exclamé, dejando caer mis manos a mis costados—. ¿Por qué tienes que ocultarte bajo esa frialdad que no te va?
—¿Disculpa?
—Tú —lo señalé, sintiéndome nuevamente aterrada—. Posees un manto de frialdad como autodefensa, ocultando de esa manera al verdadero Tyler —casi repetí lo que la veterinaria me había dicho con respecto al perro, en un pobre intento de ayudarme a mí misma ante su presencia—. Tú no eres así —continué hablando, armándome de valor—. Simplemente debes de encontrar la manera de traer de vuelta a tu antiguo ser.
Él apoyó su espalda contra el respaldo de la silla; cruzó los brazos a la altura de su pecho y levantó una ceja. Sus ojos verdes escrutaban en los míos; podía ver en ellos el grado de molestia que los embargaba.
—¿Ariel? —levanté la mirada, Nathan se encontraba tras Tyler, sosteniendo las dos copas de helado. Su ceño estaba fruncido, y no me veía específicamente a mí, sino al castaño que no dejaba de observarme con odio—. ¿Hay algún problema con el joven?
Tyler ni siquiera se inmutó ante la presencia de mi guardaespaldas, continuó en la misma posición por largos segundos, antes de inclinarse sobre la mesa para acercar sus labios hasta mi oído izquierdo y así susurrar:
—Eres tan patética, Sirenita —después simplemente se levantó y se fue, dejándome con un gran alivio en mi interior que me hizo agradecer la presencia de Nathan.
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¡Holaaaaaa!
Otra vez yo =)
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¡Nos leemos mañana!
-Fran.