Doy un sorbo a mi cerveza sentada en uno de los restaurantes más concurridos de NOLA. Caleb y yo compartimos unos cangrejos de río acompañado de mazorcas, patatas pequeñas. Tomo una patata y le doy un bocado sintiendo como los jugos de las especias y el mismo cangrejo explotan en mi boca. —Bien. Yo no creo poder comer todo esto —señalo la bandeja frente a nosotros—Quizás tu estómago sin fondo si lo pueda asimilar. Pero, yo no. —No sabía que eras una quejica —se burla tomando uno de los cangrejos. —¡Oye! Soy de buen diente, sin embargo, es que tú me llevas mucha ventaja— lo señalo— Parece que comes por deporte y lo peor, es que no te veo preocupado. —Me ejercito todas las mañanas— Lo miro incrédula. —¿Dónde? Porque siempre te veo listo para la oficina. —Allí mismo. Uno de los pisos