Tres meses transcurrieron y el verano calentó sus frías conversaciones, volviéndolas monótonas, sobreactuadas y saturadas de falsas miradas. Nada volvió a ser igual entre ellos, a pesar del constante esfuerzo de Kodi hacia Sídney cada día que iba a la cafetería, ordenando el menú del día y mostrando su mejor sonrisa.
Todos los usuarios presentes en el lugar notaban la aspereza con la que Sídney lo trataba, diferenciándolo del resto de las personas que ordenaban algo, los cuales eran atendidos con su inherente carisma.
No era que fuera grosera con Kodi, porque no lo era, sino que no entablaban ninguna conversación o añadía algo más a su pedido, escribiendo como una máquina pulida sobre la libreta, no haciendo contacto visual o emitiendo palabras ajenas a las necesarias. Sus vidas se volvieron un frívolo intercambio de órdenes y platos sucios; nada más que eso.
Una tarde de agosto Kodi reventó, preguntándole:
―¿Por qué me odias?
Sídney continuaba recogiendo los platos de las mesas aledañas, cuando escuchó la voz de Kodi, pero cumpliendo su palabra de ignorarlo, hizo caso omiso a la superflua voz y prosiguió limpiando residuos de café sobre la mesa de madera pulida.
Kodi se acercó y sujetó su codo con delicadeza.
Ese simple toque envió corrientes eléctricas por todas las venas de su cuerpo y la piel que cubría su palpitante corazón.
A él no le importó que el resto de las personas posaran los ojos sobre su rostro, grabándolo para reconocerlo en la calle algún otro día. A Kodi solo le importaba que un par de ojos se posaran sobre los suyos, aunque eso jamás sucedió, no hasta que volvió a presionar su hombro con los delgados dedos.
―No lo hago ―respondió Sídney con fiereza―. Eres un cliente más.
―Eso no es cierto. No me tratas como a los otros.
―Será porque no eres igual. Nadie me hizo lo que tú ―confesó entre dientes.
―Lo sé, fue un error. ¿Hasta cuándo quieres que me disculpe?
Sídney lanzó los platos a la mesa, rompiéndolos por las orillas, encarándolo.
―Hasta que sea sincero, no para cumplir con Dios o relajarte porque cumpliste y no quedaste como el idiota que la mesera piensa. Quiero que lo digas porque lo sientes, no porque la rueda del karma se devuelve y quizás te arranque los ojos.
―Realmente lo siento ―aseguró con ojos de cachorrito.
Sídney frunció el ceño, metiendo las manos en los bolsillos.
―¿Por qué será que no te creo?
―Porque eres rencorosa.
―No lo soy.
―Lo eres ―afirmó.
―¡No lo soy! ―gritó con una potencia que no creyó tener―. ¿Pero sabes que soy? Una tonta ilusa que creyó tener un momento bonito al lado de un joven que deseaba cenar con ella, aunque ni siquiera conociera su nombre o dónde vivía, menos si era un psicópata o un asesino serial. Lo único que le importó fue que se hubiera fijado en ella, no lo que fuera o pensara ser. Pero tranquilo. Solo fui una ilusa que al darse la vuelta le habían dejado un billete debajo de una taza de café a medio tomar.
Kodi sintió como toda la verdad le fue arrojada, dolorosa, brutal y mortal. Fue como piedras sobre una taza de porcelana, reventando todo hasta volverlo cenizas. Él sabía que había cometido un grave error, pero no podía ponerlo en una balanza de decisiones, donde debía elegir entre ellas: una chica que acababa de conocer y la novia que decidió perdonarlo después de hundirse como una llanta en un cenagal.
Kodi bajó el rostro, hundiendo los hombros y sus manos en el pantalón.
―No me has dejado explicar lo sucedió ―susurró para sus adentros.
Sídney recogió los trozos de platos quebrados y los llevó a la cocina, escondiéndose detrás de la puerta para exhalar todo el aire que comprimía su pecho. Se recostó del pilar de la ventana, cerrando los ojos y oprimiendo su violento estómago, pensando que allí estada él, como todos los días por tres largos meses. Frotó su rostro con ambas manos, examinándose en el pequeño y oscurecido espejo del baño trasero, donde los empleados se cambiaban y lavaban las manos.
Sídney creyó, en cierto momento, estúpido lo que estaba haciendo, portándose como una adolescente herida y no como una empleada más.
Él estaba ahí, afuera, esperando por ella y por una decisión que cambiaría el curso de sus días y la forma como lo trataría de allí en adelante. No era algo del otro mundo, menos la teoría de la relatividad; era perdonar o no, solo eso.
Respiró hondo y limpió algunas motas de pan de su manchado delantal, antes de salir y encarar la causa de sus lágrimas y de la efímera felicidad que experimentó algunos minutos.
Kodi la esperaba en la barra, con las manos cruzadas y el largo cabello n***o revuelto sobre su cabeza. Estaba angustiado por la decisión que ella tomaría, pero al mismo tiempo sentía cierto alivio, como si una epifanía revoloteara sobre su cabeza.
Sídney caminó hasta él, sentándose en el abultado taburete a su lado.
―Tú ganas. Explícame qué te ocurrió ese día.
Kodi no esperaba que ella pidiera explicaciones, y aunque técnicamente no lo eran, se sintió desalmado ante la ferocidad de sus palabras y la crueldad de su mirada.
Él carraspeó su garganta y comenzó a contarle el problema con su novia al caer en la trampa de la mejor amiga, lo que provocó que su novia lo dejara y estuvieran separados algunas semanas.
Al final, terminó contándole lo sucedido después que su retiro de la mesa, cuando recibió una llamada de ella, diciendo que quería salvar la relación.
Sídney lo escuchó todo, suavizando la mirada a medida que avanzaba la conversación unilateral. Ella jamás abrió sus labios para decir o interrumpir su monólogo, esperando esa palabra que marcaría el final.
Ella sentía que su corazón se contraía un poco más profundo cuando en cada estocada de sus palabras le recordaban que tenía novia y la quería demasiado.
―No imaginaba que tuvieras novia.
―¿Por qué? ¿Parezco uno de esos chicos que no aparentan tener la mínima capacidad de tener una novia en algún momento de su vida? ―preguntó jocoso.
―No ―dijo ella riendo―. Es que siempre te veo solo, jamás con alguien más.
―Ella vive alejada de la ciudad, estudia casi todo el día y nos vemos pocas veces a la semana. Extraño tenerla cerca. Vivía a algunas cuadras de mi casa, pero sus padres se mudaron tres años atrás. Así que cuando salimos, lo hacemos cerca de su casa, así evitamos malos entendidos o chismes de vecindario.
―Entiendo. No debiste decirme todo eso, no era necesario.
―Por supuesto que lo era. Por tu mente pasó que era un psicópata demente que quería aprovecharse de ti, y como no tuvo la oportunidad se escapó para nunca más volver, pero como lo viste regresar, seguramente pensaste que traía escopolamina en algún pañuelo para anestesiarte y asesinarte, luego sacaría tus órganos y los vendería en el mercado n***o de traficantes de partes humanas. ¿Me equivoco?
Sídney rio con toda la fuerza de sus pulmones, carcajeándose sobre la barra.
Kodi siguió el destello de sonrisas que manaba de sus labios, sintiéndose feliz por hacer reír a alguien diferente a su tía.
Denisse jamás se reía con energía o naturalidad. Siempre decía que las arrugas provenían de las arduas horas que estaba alguien riendo, malgastando sus preciados años de lozanía por unos efímeros momentos de alegría.
―Leíste mi mente ―finiquitó Sídney, respirando con dificultad.
Algunas lágrimas brotaron de sus ojos, conduciendo sus manos hasta las mejillas de ella, limpiando las cristalinas estelas que sus palabras dejaron en sus rojizos pómulos. Sídney sintió como le temblaban las piernas y las manos al simple toque de su rostro, que aunque duró unos segundos, fue tan candente como la flama de una vela. Por lo cual, colocó las manos sobre su regazo, presionándolas contra sus piernas, evitando que él notara la forma como ella reaccionaba ante su presencia.
Ese momento fue lindo y perfecto, pero algo opaco y oscuro inundó su mente: había olvidado tomar la medicina en la mañana, la que evitaba que temblores se produjeran en su cuerpo y su mente se mantuviera alerta durante el día.
El mes anterior, el doctor que la atendía desde que fue diagnosticada, señaló que la enfermedad estaba demasiado avanzada, con cero posibilidades de algún tratamiento doloroso que contrarrestara la metástasis que se propagaba por su cuerpo.
Las molestias se harían más frecuentes y con mayor intensidad. No podría dormir en las noches por el frío nocturno en sus huesos, estaría demasiado cansada para salir a caminar y al final... moriría.
Las palabras del médico fueron textuales:
―Disfruta la poca vida que te queda, Sídney, porque no sabes el día que no puedas hacerlo. No te preocupes por el futuro o lo que pasará. Vive, sueña y ama profundamente.
Desde entonces intentaba seguir la receta mágica que la haría vivir cada día como si fuera el último, pero no quería abandonar lo que amaba hacer o lo que era: amable, cariñosa, educada, apasionada. Sabía que la enfermedad se llevaría todo eso, dejando una persona devastada y por completo diferente, sin sueños o ambiciones.
Sídney no quería abandonar la universidad o su trabajo. No quería vivir tiempo contado en un reloj de arena, pero más que nada, no quería despedirse de sus seres amados. Ella no quería morir en manos de un funesto destino.
―¿Me estás escuchando? ―preguntó Kodi.
―No. En realidad no.
Kodi quiso tocar sus manos y traerla de regreso, pero se contuvo, preguntando:
―¿En qué piensas?
―En todo y en nada ―admitió ella, con una perdida mirada en sus ojos.
Kodi divisó una lata de refresco dentro del refrigerador, al otro lado de la barra. Sin pensarlo se levantó, extrayéndola del frío a la cálida temperatura de sus manos. Seguidamente, la dejó justo al frente de Sídney, mirándola con profundidad antes de desviar la mirada a ella, curioso y con una leve sonrisa en sus labios.
―¿Qué te parece si empezamos de nuevo? ―dijo Kodi al entregarle el refresco.
―Creo que... me parece perfecto.
―En ese caso. Hola, soy Kodi Walker.
Ella no evitó sonreír, moviendo su mano a la del chico, estrechándola.
―Hola, soy Sídney McKlean. Si no te has dado cuenta, lo dice mi gafete.
―Un placer conocerte, Sídney. Y me di cuenta desde el instante que te vi.
―Un placer igual, Kodi... finalmente.
―Sí. Sídney, ¿qué harás mañana en la tarde? ―preguntó.
―Debo trabajar en la cafetería.
―Eso es muy aburrido. ¿Qué tal si faltas y tenemos nuestra cena pendiente?
―¿Estás seguro? ―preguntó Sídney, frunciendo el ceño.
―No sé si lo sabes, pero responder con otra pregunta es de mala educación.
―Tienes razón. Creo que podría hablar con mi jefa para pedir la tarde.
―Perfecto ―farfulló Kodi, sin apartar la mirada de ella.
―Insisto. ¿Estás seguro?
―Tan seguro como vivo.
Sídney destapó el refresco y tomó un sorbo de la soda. Las burbujas del gas viajaron a su estómago, revoloteándole y pegándose de las paredes.
Kodi estaba del otro lado de la barra, como si fueran las únicas personas en la cafetería y el resto del mundo se hubiera esfumado en un chasquido de dedos. Él no sabía con exactitud qué estaba haciendo, pero se sentía genial compartir esos minutos con ella, así fueran interrumpidos por la otra mesera.
Sídney tenía trabajo que hacer, así que terminó de beber la mitad de la soda. Al final, cuando estaba a punto de irse y dejarlo libre de a******s, pensó en la respuesta que le daría a su pregunta. Muy segura de la decisión que había tomado, extendió su mano hacia Kodi, con la intención de ser estrechada.
―¿Es un trato?
―Trato ―espetó Kodi, estrechándola.
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Esa misma noche, Sídney no podía conciliar el sueño en su apacible cama, pensando en algo que creyó perdido desde el instante en que fue diagnosticada con Huntington. Creyó que no podría experimentar las mariposas en su estómago, el nerviosismo en su voz, las palabras entrecortadas que exhalan los labios y las miradas furtivas que excitaban a cometer delitos terrenales.
Pensó que los exámenes, las medicinas, las extensas horas en el trabajo y la universidad, opacaría eso que la hacía diferente; pero se equivocó. Lo que la volvía diferente seguía allí, escondido detrás de las lágrimas en los ojos, los dolores en los músculos, la poca energía y los espontáneos olvidos.
Eso que la hacía feliz estaba a la vuelta de la esquina, con una sudadera de la academia de cine y un aroma a menta en su piel.
Esa noche Sídney comenzó a pensar en el futuro, algo que nunca hizo y que comenzó a gustarle... demasiado. La manera como Kodi la miraba la hacía sentir única en el mundo, aunque existieran cientos de modelos de Victoria Secret paradas detrás de ella. Sabía que sus ojos se enfocaban en ella, en la forma como reía, miraba e incluso atendía las mesas, lo cual era poco habitual, ya que nadie se fijaba en simplezas como esas. Él lo hacía, e irremediablemente Sídney estaba cayendo en las redes del encanto que desbordaban los adolescentes, sobre todo el que desprendía Kodi Walker.
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―¿Vendrás a verme mañana? ―preguntó Denisse a través de la bocina del celular, mientras pintaba sus uñas de un rojo pasión.
Debía estar preparada para lo que saliera, así fuera una fiesta en Alaska.
Necesitaba salir de esas cuatro paredes y sentir la libertad en su cuerpo, pero sabía que Kodi no era así y no podía obligarlo a llevarla donde ella quisiera, aunque anhelara conocer el mundo, con o sin él.
―No puedo, Denisse.
―¿Por qué?
―Veré a una amiga ―respondió Kodi, al tiempo que buscaba una camisa decente para la cena del siguiente día.
Lo habitual que usaba no era adecuado para salir con ella, menos al lugar que planeaba llevarla, donde había reservado con anterioridad. Tenía veinticuatro horas para escoger la ropa, pero entre las horas que gastaría durmiendo, su trabajo de medio turno, las clases y las tareas cotidianas, ese era el único momento libre con el que contaba, no pudiendo desperdiciar ni un segundo.
―¿Una amiga? ¿Desde cuándo tienes amigas?
Kodi cambió el celular de posición y activó el altavoz, lanzándolo a la cama.
―No te pongas celosa, Denisse. Es alguien que acabo de conocer.
―¿Y saldrás con una chica desconocida?
―Solo la llevaré a comer.
―Ja ―sopló―. Lo dices como si fuera lo más normal del mundo.
―Lo es, Denisse. No te estoy diciendo que voy a dormir con ella o hacerla mi esposa de por vida. Lo único que estoy diciendo es que saldré a cenar con ella en alguna parte de la ciudad. ¿Acaso no confías en mí?
Aunque las cosas se arreglaron, Sídney era la piedra de tropiezo.
―No es eso y lo sabes muy bien, Kodi. Pero no es posible que dejes de ver a tu novia, la que hace semanas no ves, para salir con una completa extraña.
―No es una completa extraña ―espetó.
―Me dijiste que la acabas de conocer.
Denisse comenzaba a exasperarse, sobre todo cuando por accidente volcó el esmalte sobre su blusa de seda; una que sus padres le regalaron por su cumpleaños.
―¡Mierda! ―exclamó.
―¿Qué pasa?
―No es nada.
Kodi no sabía por qué después de reconciliarse algunos meses atrás, ya no sentía la misma química violenta que experimentó los primeros años que estuvo con ella. Denisse se portaba distante, pero nunca mencionó querer separarse de él, aunque Kodi sabía que si lo proponía ella no diría que no. Inclusive, para confirmar lo anteriormente expuesto, no habían vuelto a intimidar desde el día que se reconciliaron.
Ninguno buscaba la atención del otro, convirtiéndose en dos completos extraños que se llamaban una vez a la semana y se enviaban mensajes una vez al día.
Denisse, por otra parte, vivía ocupada con el nuevo trabajo que acababa de conseguir, con el apuesto y joven jefe. Ella no quería mirarlo más de lo necesario, pero el hombre se ganó su atención, cosa que Kodi no hacía los últimos días.
Además, por algo dicen que la llama del amor se debe avivar, si no se apaga, e indudablemente lo de ellos estaba roto desde lo sucedido en la fiesta. De allí en adelante Denisse prometió no confiar en Kodi, considerando que la había engañado con anterioridad, más en ese entonces cuando estaban separados por muchos semáforos y moteles de carretera.
―Denisse, sé que no podré ir hoy, pero prometo ir a tu casa pasado mañana.
―Ni creas que vendrás y te perdonaré ―exhaló en un sarcástico bufido.
―Denisse...
Sin esperas colgó, dejándolo hablar con el aire que chocaba contra su ventana. Lanzó el celular sobre la cama y se cambió de ropa, colocándose algo más cómodo y relajante que la costosa ropa de sus padres. Cuando estuvo acostada sobre las sábanas púrpuras, llamó a un número diferente al anterior.
―Hola ―contestó la áspera voz.
―No vendrá mañana. Soy toda tuya.
Al colgar, Denisse comenzó a pensar en cómo sucedió todo un par de semanas atrás. En ese momento se encontraba sumida en la miseria, cuando su novio, que durante años fue su mejor amigo, la engañó de una cruel manera con una de las chicas de su grupo. Y como estaba científicamente comprobado que el alcohol y el dolor es una terrible pareja, ella terminó durmiendo con un barista de la discoteca local, que al despertar y ver su ID, notó que se trataba del hijo de un socio mayoritario, dueño de la compañía donde ella trabajaba.
Sucedió rápido, sin premeditarlo, oscureciendo esa hermosa mañana.
Lo que en un principio fue algo penoso e incluso vergonzoso, pronto se convirtió en algo diferente, un sentimiento que floreció en un inhóspito lugar, considerando que él tenía novia y ella estaba reconciliada con Kodi. Pero no les importó. Ambos querían conocerse, verse por más tiempo y pasear por la ciudad nocturna que los abrigó la noche que se conocieron. Ambos sabían el juego que estaban llevando a cabo, olvidándose de las reglas y de las parejas que los esperaban en alguna parte, despiertos, deseando recibir ese anhelado mensaje que jamás llegaría.
Denisse, en varias oportunidades, quiso contarle a Kodi lo sucedido, pero creyó que no entendería si le contaba la verdad y los motivos que la llevaron a engañarlo la noche que todo se descubrió. En ese momento que cometió el pecado era vulnerable, una persona muy diferente a la racional que meditó y visualizó el futuro que prometía una persona que engañaba a su novia.
Pero, a pesar que se habían reconciliado semanas después de lo sucedido, ella aún no olvidaba la mancha del delito reposando en su reluciente piel aceitunada. Porque cada vez que besaba sus labios recordaba donde estuvieron, lo que sus manos tocaron, lo que sus ojos vieron, el aroma a alcohol y Channel #5 de su amiga. Todo unido, no le permitía arrancarse ese dolor del pecho.
En ese momento todo era perfecto con Curtis, el nuevo amigo con derecho que escondía en su habitación por las noches. Él era todo lo contrario a Kodi: era alguien pasional, alegre, vivas, no temía sentir o decir lo que pensaba. Él era lo que siempre esperó de un chico en una sola envoltura y eso volvía su relación aún más perfecta.