Kodi se encontraba mirando las estrellas desde el acantilado, después de tener una de las mejores citas junto Sídney. Con anterioridad, comenzaron un tour por las calles de Oklahoma, observando las luces de la ciudad y los clientes que saludaban a Sídney cuando la veían pasar. Luego comieron comida mexicana en un puesto ambulante. El hombre vendía los mejores tacos que podían comerse fuera de México.
Durante la comida rieron hasta el cansancio, soltando pequeñas porciones de comida por la boca. Esas horas que estuvieron juntos notaron todas las similitudes que compartían y las que podían llegar a compartir en un futuro próximo, si ambos aceptaban la química que estaba en el aire.
Él le contó sobre su familia, cuando su madre lo abandonó y su padre se convirtió en el alcohólico con el que debía lidiar cada día de su triste vida.
Ella le comentó, muy superficial, la enfermedad que asesinó a su madre y lo exitoso que se había convertido su padre a lo largo de los años, llevando esa vida que lo alejaba de ella, pero no se sentía sola porque tenía a su abuela.
Terminaron de comer y subieron a una zona elevada, donde las rocas permitían una espectacular vista de la ciudad nocturna.
Diminutas luces abarcaban todo el espacio como una corona de diamantes en la cabeza de una reina; brillante, hermosa y enarbolada.
Kodi extrajo una manta de franjas azules y negras, arrojándola sobre el árido lugar y, lanzándose sobre ella, invitó a Sídney a observar el despejado y hermoso cielo que los envolvía esa preciosa noche.
Hablaron del futuro, presente, pasado y cómo sus vidas cambiaron tras los años, siendo simples niños que jugaban en las granjas de sus padres, antes de mudarse a la ciudad, dejándose llevar por las tentaciones que ofrecía la buena vida citadina.
Sídney estaba embobada con las maravillas de la naturaleza, las luciérnagas, los sonidos ambientales que circulaban en el ambiente y la forma poco común que tenía Kodi de pensar. Para ella, él era muy maduro, diferente a cualquier perdedor que alguna vez pudo invitarla a salir. Él era serio pero divertido, ambicioso y al mismo tiempo humilde. Nunca fue vanidoso o prepotente, lo que la cautivó aún más, aunque lo estaba desde que tomó la iniciativa y le pidió perdón por dejarla plantada.
Kodi Walker era la personificación de su chico perfecto. Con el que podría planear una vida larga y plena; el problema recaía en que ella no tenía esa vida.
Era muy diferente, siempre lo era.
―¿Crees en la reencarnación? ―le preguntó Sídney.
―¿Te refieres a animales?
―No ―espetó ella, sonriendo estruendosamente―. Me refiero a reencarnar en otro cuerpo, con más energías, y cumplir todos los sueños que no pudiste con el anterior. Algo como lo que sucedió en la película Ghost. ¿La has visto?
Kodi negó.
―Tampoco yo... pero si he oído hablar de ella. Si no me equivoco, el esposo muere o lo asesinan, la verdad no lo sé, y creo que se le aparece a su esposa varias veces, como una especie de fantasma. Al final posee otro cuerpo y se despide de ella... o al menos eso me contaron. En fin, ¿crees o no en que podemos volver del más allá si nos proponemos una meta?
Kodi se apoyó en el codo derecho para mirarla mejor, tocando las hebras de la manta. Ese trozo de tela lo confeccionó su tía algunos años atrás, cuando comenzó la preparatoria. Aun lo conservaba como si fuera la reliquia familiar que pasaría de generación en generación, evitando mirarlo como algo perecedero, que se dañaría con el tiempo o se perdería en una caja cuando se mudara de hogar.
―No sabría decirte, Sídney. Jamás lo había pensado ―soltó con seriedad.
―Yo sí lo he pensado mucho últimamente, retumbándome en la cabeza.
―¿Por qué piensas en eso? ¿No se supone que es mitología?
―No lo es. Son simples cosas que pasan por mi mente en tiempos de ocio.
Sídney estuvo tentada a contarle de su enfermedad, pero ni siquiera sus compañeras de trabajo lo sabían... menos su padre... Por lo que notó innecesario contrale algo que tal vez no cambiaría nada o lo cambiaría todo. Pero, creyendo que no era tiempo de soltarle sus secretos, decidió guardarse esa parte de su vida.
Ella podía escuchar las respiraciones de Kodi, ver el sube y baja de su pecho sobre la manta. Estaban frente a frente, mirándose a los ojos y susurrando como dos pequeños pájaros que no querían ser escuchados. Kodi suspiró con pesadez, recordando que debía levantarse temprano pero no quería alejarse de ese lugar, de la cálida brisa que chocaba contra su piel o los hermosos ojos de Sídney; unos que no se alejaron de él desde que fue por ella a la cafetería.
―También pienso mucho en mis pocos tiempos libres ―farfulló Kodi.
―¿Si? ¿Sobre qué?
―La vida, la muerte. Creo que tengo cierto respeto hacia el mas allá.
―¿Por qué? ¿Te da miedo morir? ―preguntó Sídney en susurros.
―Mucho, siendo sincero. Sídney, no quisiera que mi vida terminara sin cumplir todas las expectativas, mis metas, los sueños que me impulsan a levantarme de la cama cada día y darle la cara al mundo. Los que me incentivan a no tener miedo y luchar. Sé que en cierto punto lo lograré, quizá no con honores, pero no sin pelear.
―¿Cuáles son tus metas?
―Trivialidades, más que todo. Pero lo que más quiero es hacer mi propia película, y aunque pero sé que no podré cumplirlo, que es prácticamente un sueño imposible, no me detiene a intentarlo y ver que sale. Debo hacer aunque sea un documental sobre mi vida.
A Sídney le fascinaba como Kodi la introducía en la historia, transportándola a lugares de su mente que jamás pensó conocer. Él la impregnaba de esperanza y vida; ambas potencias que necesitaba más que respirar. Sídney había perdido eso mucho tiempo atrás, y en poco menos de dos horas lo recuperó, todo gracias a Kodi Walker.
―Mi abuela siempre dice que nada es imposible, más si confías en que puedes hacerlo ―aseguró Sídney, girando el rostro y preguntando algo que llevaba minutos analizando antes de expresarlo―: ¿Qué opina tu novia sobre eso?
Kodi se sentó sobre la manta, dándole la espalda algunos segundos antes de comenzar a arrancar la grama esparcida sobre la cúspide de la montaña.
Su ser se encontraba debatiéndose sobre lo que quería ser y lo que llegaría a ser, siendo muy diferentes. La mayoría de las personas no conseguían lo que él esperaba u aspiraba, menos se convertirían en un magnate del mundo cinéfilo sin tener experiencia. Aun así, Kodi decidió luchar hasta que sus manos sangraran, porque abandonar antes de pelear una guerra es perder sin intentar ganar.
Kodi pensó que después de comer la llevaría a un lugar hermoso, inexplorado para ella y desde donde se veían todas las luces de la ciudad. Era un lugar mágico, cálido y donde los chicos aparcaban los autos y observaban las estrellas. Lo único que los diferenciaba del resto, era que ambos fueron en taxi y Kodi se quitó la chaqueta para que Sídney recostara su cabeza y observara las constelaciones esparcidas sobre un despajado cielo. Además, no iban por cuestiones románticas; era más una cena entre dos solitarias personas que quisieron compartir algunas horas de su vida.
Él deseaba contarle lo que ocurría en su organismo desde que la conoció, pero no quería arruinar su amistad o lo que eso fuera. Eso que tenían valía mucho más que algunos húmedos besos en los labios.
Sídney esperaba que Kodi respondiera a su pregunta, impacientándose por las turbulencias que se producían en sus ojos. Ella se sentó junto a él, metiendo los brazos entre sus piernas y uniendo su cuerpo lo más que podía, escondiéndose del escaso frío.
Kodi observó el cielo una última vez, antes de girar y enfrentar la realidad.
―A Denisse no le importa lo que sea mientras complazca sus antojos.
Sídney no entendía por qué Kodi, siendo tan especial, estaba con alguien que no valoraba y apreciaba lo que tenía en sus manos y a su completa disposición. Pensó que medio planeta desearía estar en los zapatos de ella, y la persona que tenía su completa atención, simplemente lo despreciaba como una sábana vieja. Pero es ley de vida: lo que deseas es imposible y, lo que tienes, es el deseo de alguien más.
―¿Entonces por qué estás con ella? ―preguntó, enderezándose y cruzando ambas piernas debajo de su pequeño cuerpo. Kodi la imitó y sacudió su codo al incorporarse, quitándose leves residuos de tierra recogida al inclinarse sobre la grama.
―A veces me hago la misma pregunta. Creo que estaba esperando algo que jamás llegó, algo que cambiaría por completo mi vida, pero en lugar de seguir esperando, me aventé a la aventura de tener una chica diferente a mí ―confesó, retorciendo sus dedos―. Sabes, Sídney, me estoy arrepintiendo de cometer ese error.
―No lo hagas ―susurró ella, mirando ojos, tan oscuros como la noche que los abrigaba. Sídney retorció la chaqueta de Kodi entre sus delgados dedos y quiso inhalar su aroma, pero no era un perro olfatorio como para hacer semejante locura, menos frente a él. Aun así, quiso inhalar el aroma que embriagó sus sentidos durante largas y húmedas semanas, llenas de promesas incumplidas y lágrimas secas.
―Lo hago. Creo que esperaba más de lo que conseguí.
―¿Crees que mereces algo mejor?
―¡Lo creo! ―animó.
―¿Sabes dónde buscarlo?
Una reluciente sonrisa se dibujó en su hermoso rostro, iluminándola con ella.
―Al principio no, ahora sí. Y por suerte del destino, creo haberlo encontrado.
―¿Dónde?
―Bajo las estrellas ―murmuró, acercándose a su rostro―, esta noche.
Sus corazones palpitaban tan rápido como el correr de un felino, tan apresurado como el paso de un bebé aprendiendo a caminar, tan romántico como una caminata nocturna por la playa y tan asombroso como millones de galaxias explotando en los confines del universo.
Kodi no sabía si Sídney deseaba ser besada o admirada, pero lo que él deseaba era quererla, como nadie lo intentó ni pudo hacerlo durante toda su existencia, de una manera que erizaba la piel y devolvía un poco de vida.
Sus relucientes miradas se unieron a un par de sonrisas, embriagadoras, enamoradas y cautivadoras con todo el fulgor que brillaba a su alrededor. Luciérnagas brillaron en torno a ellos, junto al canto de los grillos y el ensordecedor silencio de una durmiente ciudad en la planta de sus pies.
Kodi no pensó en las consecuencias de sus actos mientras se acercaba a los relucientes y encarnecidos labios de Sídney; por suerte, ella sí, alejándose de él. Retrocedió un poco, separando sus manos de sus piernas y llevándolas a los hombros de Kodi, alejándolo de su cuerpo.
Sídney mataría por un beso de él, pero no en esas circunstancias en las que no sabían qué eran en realidad. Él tenía una novia y ella estaba desahuciada, así que no serían la pareja más envidiada de todo el planeta.
―Tienes novia ―susurró sobre sus labios entreabiertos, mirándolos fijamente.
Eso no detuvo a Kodi, acercándose un poco más.
Era insistente, demasiado.
―Lo sé, pero quiero hacer esto.
Acarició el gélido cuello de Sídney y detuvo sus frías manos sobre las mejillas, deslizándolas por las zonas abiertas que su chaqueta le permitía, recorriendo las pecas de su cuello con la punta de sus dedos. Corrientes recorrieron el cuerpo de ella, en las cuales creyó perder la poca fuerza de voluntad que los primeros toques le dejaron.
Debía ser fuerte. La verdad siempre es más poderosa que la atracción.
―Yo no ―articuló ella, quitando las manos de sus mejillas.
Su piel chilló cuando su toque se alejó, queriendo ser tocada de esa manera por el resto de los días que Dios le permitiría caminar sobre la tierra.
―No sé qué piensas de esto, Kodi, pero no seré la otra chica en tu vida, no mientras exista un ustedes.
―Entiendo ―añadió Kodi, suspirando von pesadez y cerrando los ojos alrededor de unas lúgubres ojeras―. No sé qué me pasa contigo, Sídney. Lo lamento mucho, en serio. Te estoy colocando en una penosa situación.
―No, no te disculpes por querer besarme, porque es peor que lo último.
―Sídney controló sus nervios y llevó las manos hasta su barbilla, sintiendo una incipiente barba saltando al toque.
―Yo también quería... quiero, pero no es correcto.
―Tienes razón, bella. Eso es un impedimento y ahora mismo lo solucionaré.
Cubrió su mano con la suya, abarcándola casi en su totalidad. Sus manos eran muy grandes, pero suaves. La quitó de su mejilla y besó con ligereza, antes de levantarse y extraer el celular del bolsillo del pantalón, marcando con rapidez una serie de números al azar, pero con un destino específico.
―¿Qué haces? ―preguntó Sídney confundida.
Kodi no contestó su pregunta. Al contrario. Esperó que la persona al otro lado contestara. Necesitaba decir lo que quemaba su garganta y ardía en sus labios.
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―¿Sabes qué hora es, Kodi? ―respondió ella al otro lado.
Quiso sonar somnolienta, cuando en realidad estaba más despierta que nunca, contorsionando sus piernas alrededor de unas velludas y fuertes ajenas a las que la cobijaron durante años. Esas piernas tenían nombre y propiedad privada.
―Apenas son las diez de la noche.
―¿Qué quieres, Kodi?
Él respiró profundo, exhalando las cortas pero concisas palabras.
―Sé que jamás me perdonarás el haber cometido ese error, Denisse. Lo sé porque veo tu rostro cada vez que alguien toca el tema. Y es entendible, te engañé... Te engañé, lo admito, pero todos cometemos errores en este universo paralelo que nos deja acertar y errar. Pero aunque no lo creas, el nosotros también fue un grave error... Oye, estábamos enamorados hace años, cuando iniciamos, pero todo fue muriéndose poco a poco, desanimándonos. Ya no queremos vernos o hablar, ni siquiera nos besamos con la misma emoción o nos miramos con pasión...
―¡Que mierda...! ―gruñó ella al tiempo que encendía la luz de su cama.
―Déjame terminar ―añadió él, respirando el descontaminado aire que circulaba en la alta montaña―. Te amé durante años, en silencio rotundo, cuando apenas éramos unos niños. Te quise demasiado... y traté de que lo nuestro funcionara durante muchos meses... pero ya no puedo. Estoy harto de ser el parche en tu vida, de ser tu perrito faldero. No quiero que me odies por lo que estoy a punto de decir, pero es necesario cercenar esta tortura que ambos cargamos a cuestas. Así que quiero terminar la relación ―añadió riendo―. Miento. No quiero... Anhelo terminarla.
Denisse permaneció callada durante eternos segundos, en los cuales visualizó el torso desnudo a su lado, con el rostro de lado y los ojos cerrados. Esa noche se había quedado con ella, compartiendo una amplia cama y un vacío corazón. Ella no quiso dormir, quería ver su rostro hasta que los rayos del amanecer rompieran su iris.
―¿Es lo que en verdad quieres? ―preguntó en un murmuro.
―Más que nada en la vida.
Denisse giró y observó la foto de ambos reposando sobre la cómoda. Recordó todos los bellos momentos que vivieron juntos, cada salida que tuvieron, cada beso que marcó su vida y cada vuelco que la hizo sentirse diferente y amada. El recordar todo eso removió su fibra interna y cristalinas lágrimas se batieron en duelo por salir al exterior. Giró de nuevo y observó el cuerpo a su lado, el cual, inconscientemente, había despertado. Ella le sonrió, acariciando su pecho y tocando con sus dedos la punta de sus pies.
En ese momento, Denisse pensó que para tener algo que deseaba debía dejar ir algo que amaba, en su caso, a su mejor amigo Kodi Walker.
―Esta bien, Kodi, porque aunque pienses que soy una maldita bruja, también quiero tu felicidad ―concluyó, al tiempo que lágrimas descendían por sus mejillas.
Extrañaría a Kodi; sus llamadas, los mensajes matutinos, las extrañas cartas y su simple presencia. Tendría que enterrar todo eso y elevarse como las pirámides. Tendría que dejarlo ir, aunque una parte de su ser lo amaría eternamente.
―Te deseo lo mejor. Solo te pido que no me odies por tomar la difícil decisión.
―No lo hago, Kodi ―acotó con voz quebrantada―. En realidad te lo agradezco. Tarde o temprano sabíamos que esto sucedería, inevitablemente. No quiero hacerte daño, Kodi, porque te amo, siempre lo he hecho... aunque no te lo haya dicho.
―Lo sabía, Denisse, aunque nunca me lo dijeras.
Ella limpió el residuo de lágrimas en su nariz y Curtis acarició sus mejillas, eliminando las que se escapaban de sus manos. Debían despedirse, decirse adiós para siempre y desearse una vida feliz y plena, al lado de alguien más.
―Cuídate, Kodi. Espero de corazón que seas muy feliz.
―Igualmente, Denisse.
Denisse dejó el celular sobre la mesa nocturna y acarició el rostro de Curtis, diciéndole en susurros lo que pronto dejaría de ser verdad, algo que una vez fue y no deseaba volver a ser.
Se acercó sutilmente a sus labios y concluyó:
―Oficialmente soltera.
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―¿Qué acabas de hacer? ―preguntó Sídney al verlo regresar.
―Comprar mi pase a tus labios.
Sin esperas, Kodi la atrajo a su cuerpo y selló sus labios en un beso lleno de significado. Un roce que apagó todas las tensiones y liberó dos almas condenadas a la soledad eterna, donde un simple y cotidiano beso quebró paradigmas y derribó muros invisibles de palabras contenidas y deseos ocultos. Una fricción que ninguno de los dos podría olvidar o borrar de sus carnales y pecaminosos labios.
Fue explosivo, catatónico y más improbable que cruzar el Niagara en bicicleta.
Para Kodi no era un simple beso, era el sello que necesitaba para marcar su alma de por vida, perteneciendo a la causante de sus severas palpitaciones pectorales.
Ese beso hizo que Sídney olvidara todas las decisiones tomadas, su terrible y mortal enfermedad y el tiempo que se escurría como agua entre sus dedos.
Kodi hizo que olvidara el frío que se esparcía por su cuerpo y el palpitar incesante de sus extremidades. Hizo que el dolor menguara y su alma se abriera a conocer nuevas experiencias antes de morir.
Él deslizó sus manos por su espalda, aspirando el olor a naturaleza en su cabello. Kodi la sujetó con más fuerza a medida que el sentimiento se expandía, como la teoría del big bang en un universo lleno de constelaciones multicolores.
Fue algo tan hermoso, que ni la droga más fuerte o la enfermedad más cruel, podría hacerlos olvidar.