CAPÍTULO TRES

2055 Words
CAPÍTULO TRES Reece caminó con Stara, hombro con hombro, sus manos se sacudían y se rozaban mutuamente, pero sin tomarse de la mano. Caminaron a través de interminables campos de flores en la cadena montañosa, rebosantes de color, con una imponente vista de las Islas Superiores. Caminaban en silencio, Reece estaba abrumado por sus emociones encontradas; no sabía qué decir. Reece recordó ese momento fatídico en el que había mirado fijamente a Stara, en el lago de la montaña. Él había alejado a su séquito, ya que necesitaba pasar tiempo a solas con ella. Se habían mostrado reacios a dejarlos solos (especialmente Matus, que conocía muy bien su historia) pero Reece había insistido. Stara era como un imán que atraía a Reece, y él no quería que nadie estuviera alrededor de ellos. Necesitaba tiempo para ponerse al día con ella, para hablar con ella, para entender por qué ella lo miraba con el mismo amor que él sentía por ella. Necesitaba entender si todo esto era real y lo que les estaba pasando. El corazón de Reece latía con fuerza mientras caminaba, sin saber por dónde empezar, ni qué hacer a continuación. Su mente racional le gritaba que se diera vuelta y echara a correr, que se alejara lo más posible de Stara, que tomara el siguiente barco al continente y que nunca más pensara en ella. Que regresara a casa con su futura esposa quien lo estaba esperando lealmente. Después de todo, Selese lo amaba y él amaba a Selese. Y su enlace matrimonial estaba a días de distancia. Reece sabía que era lo más sensato Era lo correcto. Pero su parte lógica estaba siendo abrumada por sus emociones, por las pasiones que no podía controlar, que se negaban a hacerle caso a su mente racional. Eran pasiones que le obligaban a permanecer aquí, junto a Stara, a caminar y acompañarla por estos campos. Era la parte incontrolable de sí mismo que nunca había entendido, que lo había dominado toda su vida para hacer cosas impulsivas, para seguir su corazón. Eso no siempre le había llevado a tomar las mejores decisiones. Pero Reece tenía una fuerte veta apasionada dentro de su ser y no siempre era capaz de controlarla. Mientras Reece caminaba al lado de Stara, se preguntaba si ella sentía lo mismo que él. La palma de su mano rozó la de él mientras caminaba, y creyó detectar una ligera sonrisa en la comisura de sus labios. Pero ella era difícil de leer, siempre lo había sido. La primera vez que se conocieron, cuando eran niños, él recordó haber quedado asombrado, incapaz de moverse, incapaz de pensar en nada más que en ella durante días. Había algo en sus ojos translúcidos, algo en la forma en que se conducía, tan orgullosa y noble, era como si un lobo lo mirara fijamente, eso era lo que lo hipnotizaba. Siendo niños, ellos sabían que una relación entre primos estaba prohibida. Pero nunca pareció perturbarlos. Algo existía entre ellos, algo tan poderoso, algo demasiado fuerte que atraía uno hacia al otro a pesar de lo que pensara del mundo. Jugaron juntos como niños, como si instantáneamente fueran mejores amigos, eligiendo su mutua compañía de inmediato sobre cualquiera de sus otros primos o amigos. Cuando visitaba las Islas Superiores, Reece se encontraba pasando cada momento con ella; ella le había correspondido, corriendo a su lado, esperando en la orilla durante días hasta que llegaba su barco. Al principio, sólo habían sido mejores amigos. Pero entonces crecieron, y una fatídica noche bajo las estrellas, todo había cambiado. A pesar de estar prohibida, su amistad se convirtió en algo más fuerte, más grande que ellos y ninguno fue capaz de resistirse. Reece dejó las islas soñando con ella, distraído hasta el punto de la depresión, enfrentándose a noches de insomnio durante meses. Veía su cara cada noche en la cama y deseaba que ni un océano y ni una ley de familia, se interpusiera entre ellos. Reece sabía que ella sentía lo mismo; había recibido innumerables cartas de ella, transportadas en las alas de un ejército de halcones, expresando su amor por él. Él también le había escrito, aunque no tan elocuentemente como ella. El día de en qué las dos familias MacGil tuvieron una pelea, fue uno de los peores días en la vida de Reece. Fue el día en que el hijo mayor de Tirus murió envenenado por el mismo veneno que Tirus había planeado para el padre de Reece. No obstante, Tirus culpó al rey MacGil. El distanciamiento comenzó allí, y fue el día en el que el corazón de Reece y de Stara, murieron por dentro. Su padre era todopoderoso, al igual que el de Stara, y ambos les habían prohibido comunicarse con cualquiera de los otros MacGil. Nunca viajaron allí otra vez, y Reece había permanecía despierto en sus noches de agonía, pensando, soñando, cómo podía ver a Stara otra vez. Él sabía por sus cartas que ella sentía lo mismo. Un día dejaron de llegar sus cartas. Reece sospechó que fueron interceptadas de alguna manera, pero nunca lo supo con certeza. Sospechaba que las suyas tampoco le llegaban a ella. Con el tiempo, Reece, incapaz de seguir adelante, tuvo que tomar la dolorosa decisión de obligarse a sí mismo a alejar de su corazón los pensamientos que tenía sobre ella, había tenido que aprender a sacarlos de su mente. En los momentos más extraños, la cara de Stara volvía a él, y nunca dejó de preguntarse qué había sido de ella. ¿Aún pensaba en él también? ¿Se había casado con otra persona? Ahora, al verla otra vez, todos los recuerdos regresaron. Reece se dio cuenta de cómo aún ardía todo en su corazón, como si nunca se hubiera ido de su lado. Ahora era una versión mayor, más completa, incluso más hermosa que antes, si eso era posible. Ella era una mujer. Y su mirada era aún más fascinante de lo que alguna vez había sido. En aquella mirada Reece detectó amor y se sintió restaurado al ver que todavía sentía el mismo amor por él que éste sentía por ella. Reece quería pensar en Selese. Se lo debía. Pero aunque lo intentara, era imposible. Reece caminó con Stara a lo largo de la cresta de la montaña, ambos en silencio, sin saber qué decir. ¿Dónde podría empezar uno a llenar el espacio de todos esos años perdidos? ―He oído que te casarás pronto ―dijo finalmente Stara, rompiendo el silencio. Reece sintió un dolor en el estómago. Pensar en casarse con Selese siempre le había traído una oleada de amor y entusiasmo; pero ahora, viniendo de Stara, lo hacía sentirse desolado, como si la hubiese traicionado. ―Lo siento ―respondió Reece. No sabía qué decir. Quería decir: «No la amo. Ahora veo que fue un error. Quiero cambiar todo. Mejor quiero casarme contigo». Pero él sí amaba a Selese. Tenía que reconocérselo a sí mismo. Era un tipo diferente de amor, tal vez no tan intenso como su amor por Stara. Reece estaba confundido. No sabía lo que estaba pensando o sintiendo. ¿Qué amor era más fuerte? ¿Existía incluso tal cosa como un nivel cuando se trata del amor? ¿Cuándo amas a alguien, no significa que lo amas, pase lo que pase? ¿Cómo podría un amor ser más fuerte que otro? ―¿La amas? ―preguntó Stara. Reece respiró hondo, sintiéndose atrapado en una tormenta emocional, sin saber cómo responder. Caminaron por un tiempo, él cavilando, hasta que finalmente fue capaz de responder. ―Sí la amo ―respondió, angustiado―. No puedo mentir. Reece se detuvo y tomó la mano de Stara por primera vez. Ella también se detuvo y se volvió hacia él. ―Pero también te amo a ti―añadió él. Vio que sus ojos se llenaron de esperanza. ―¿Me amas más? ―preguntó suavemente, esperanzada. Reece lo pensó mucho. ―Te he amado toda mi vida ―dijo finalmente―. Tú eres el único rostro de amor que he conocido. Eres lo que el amor significa para mí. Amo a Selese. Pero contigo... es como si fueras parte de mí. Como mi propio ser. Como algo de lo que no puedo prescindir. Stara sonrió. Tomó su mano y siguieron caminando uno al lado del otro, ella se balanceaba ligeramente, con una sonrisa en su rostro. ―No sabes cuántas noches pasé extrañándote ―admitió ella, apartando la mirada―. Mis palabras fueron llevadas en alas de muchos halcones, sólo para ser interceptadas por mi padre. Después de la ruptura, no podía llegar a ti. Incluso intenté una o dos veces a escondidas subirme a un barco para ir al continente y me atraparon. Reece se sentía abrumado al escuchar todo esto. Él no lo sabía. Siempre se había preguntado qué había sentido Stara después de la ruptura. Oyendo esto, sintió un fuerte apego a ella, mayor que nunca. Él sabía ahora que no era sólo él quien se había sentido así. No se sentía tan loco. Lo que tenían, de hecho, era real. ―Yo nunca dejé de soñar contigo ―respondió Reece. Finalmente llegaron a la cima de la montaña, y se detuvieron, se quedaron allí uno al lado del otro, mirando juntos a las Islas Superiores. Desde este punto de vista podían ver todo, la cadena de islas en el océano, la niebla por encima de ella, las olas rompiendo abajo, los cientos de barcos de Gwendolyn alineados a lo largo de las costas rocosas. Allí permanecieron en silencio por un tiempo muy largo, tomados de las manos, saboreando el momento. Saboreando finalmente estar juntos, después de todos estos años y de toda la gente y los sucesos de la vida que trataban de mantenerlos separados. ―Finalmente, estamos aquí, juntos e irónicamente, es ahora cuando estás más prohibido, a unos días de tu boda. Parece como si siempre hubiera algo destinado a interponerse entre nosotros. ―Y sin embargo, estoy aquí hoy ―respondió Reece―. ¿Y si tal vez el destino nos está diciendo otra cosa? Ella apretó su mano con fuerza y Reece también apretó la de ella. Al mirarla, el corazón de Reece se aceleró y se sintió más confundido que nunca en su vida. ¿Todo esto debía suceder? ¿Debía encontrarse con Stara aquí, verla antes de su boda, para evitar que cometiera un error y se casara con otra persona? ¿El destino, después de todos estos años, estaba tratando de reunirlos? Reece no pudo evitar sentir que así era. Sintió que la había encontrado por algún golpe del destino, quizás para darle una última oportunidad antes de su boda. ―Lo que el destino une, ningún hombre puede separarlo ―dijo Stara. Sus palabras se clavaron en Reece mientras ella lo miraba, hipnotizándolo. ―Muchos eventos en nuestra vida han intentado mantenernos separados ―dijo Stara―. Nuestros pueblos. Nuestras patrias. El océano. El tiempo... Sin embargo, nada ha sido capaz de separarnos. Han pasado tantos años y nuestro amor sigue tan fuerte. ¿Es una coincidencia que me vieras antes de casarte? El destino nos está diciendo algo. No es demasiado tarde. Reece la miró, con el corazón palpitando con fuerza. Ella lo miró con sus ojos translúcidos que reflejaban el cielo y el mar, conteniendo tanto amor por él. Él se sentía más confundido que nunca e incapaz de pensar con claridad. ―Tal vez debería cancelar la boda ―dijo él. ―No soy yo quien debe decírtelo ―contestó―. Debes preguntarle a tu corazón. ―En este momento ―dijo él―, mi corazón me dice que eres tú a quien amo. Eres a quien siempre he amado. Ella lo miró con intensidad. ―Nunca he amado a otro hombre ―dijo ella. Reece no pudo evitarlo. Se inclinó y sus labios se encontraron con los de ella. Sintió que el mundo se fundía alrededor de él, se sintió lleno de amor, mientras ella también lo besaba. Mantuvieron el beso hasta que ya no podían respirar, hasta que Reece se dio cuenta, que a pesar de que su interior le dijera otra cosa, nunca podría casarse con otra que no fuera Stara.
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