Asuntos Prioritarios

1338 Words
En esta tierra, casi provinciana, de antiguos y fieros normandos habían desaparecido casi por completo algunos remilgos que en parís se podían dar por sentado en casi todos sus ciudadanos y aunque echaba en falta algunos de los lujos de la vida de ciudad el verdor constante y la cercanía del mar me resultaban mucho más agradables que cualquier prenda de tela satinada o cualquier superflua comida hecha para apetitos imposibles, aquí en medio de franceses que parecían anclados a otro tiempo, algunos incluso de ánimos realistas me encontraba con caracteres muy similares a los de mis amigos prusianos, eran por lo general personas fuertes y calladas de esas que en la trinchera eran capaces de asomar la cabeza para examinar la situación mientras que los demás observaban la proeza de tamaño valentía, que vivo contraste era el que hacían los soldados del centro del país con estas gentes sencillas de modales simples y costumbres sencillas. En más de una ocasión, me vi tentado a abandonar el tedio e las reuniones con los oficiales, de sus planes metódicos pero infructíferos, para penetrar en alguna cantina humeante en la que algunos normandos de antaño entonaban canciones de otras épocas mucho más felices para ellos, allí donde la guerra se perdía entre relatos heroicos que nunca daban cuenta de la desgracia en que podía una entregarse a la fantasía de ser un héroe sin batallas y un general sin sacrificios, lo único que me detenía era la información que constantemente recibía de los mis inocentes camaradas y de la que sería excluido si sobre mi recaía la sospecha por mínima que afuera de que gustaba de compartir con hombres de “menor calaña” . Entonces me consumía entre el tedio y el temor, cuando finalmente fui desplegado con una unidad a mi cargo sentí una felicidad que no es sana ni normal en un hombre que conoce muy bien los avatares de la lucha pero que sin embargo la estima mucho más que el sinsentido de hablar cuando las balas atraviesan cuerpos en a escasos kilómetros de donde uno se encuentra. Solo un par de cosas me impedían partir hacia la batalla con total tranquilidad y alivio, la primera de ellas la posibilidad de dar órdenes que acabaran con cualquiera de los que eran mis verdaderos camaradas  y la imposibilidad moral de dar órdenes negligentes para causar la muerte de los hombre que me acompañaban, distintos a los mezquinos oficiales se parecían tantísimo a los alemanes del otro lado de la trinchera que simplemente me resultaba imposible volver a verlos con los ojos del enemigo. Y la segunda que, tendría que acrecentar la ansiedad que me embargaba ya desde que envié la carta a Camillie, pues había pocas posibilidades de que aun si ella respondía fuera yo capaz de poner mis manos sobre la misiva hasta tanto no regresara de nuevo al calor de la ciudad. Con eso en mente partimos un día muy temprano a realizar el relevo de una de las compañías más golpeadas de toda la guerra, la marcha hacia la trinchera la emprendimos en absoluto silencio, y muchos de mis hombres, azuzados por el conocimiento de que había sido yo un prisionero entre los alemanes, realizaron las mas variopintas preguntas sobre el cautiverio, sobre los hombres que me retuvieron y también sobre los malévolos planes que tenía el imperio alemán y el austrohúngaro de convertir a toda Europa en su protectorado personal. Yo que me sorprendía genuinamente dela mitología tan absurda que se formaba en una guerra que no podía excusarse de los grandes abismos del tiempo para las fantasías que se le atribuían, como si podía hacerlo la mitología griega, no encontraba nunca palabras suficientemente creíbles como para engañarlos haciéndolos creer que en realidad compartía sus odios y sus miedos y por ello me gane entre ellos la fama de ser un hombre hermético y frio y también, según me entere no mucho tiempo después, traumado por las torturas sufridas que me habían dejado en el ánimo trastocado. Esto no impidió que algunos de los hombres, los más agudos de ellos, entrevieran en mi actitud melancólica algo más que la simpleza de sentimientos que me atribuía el resto, entre esos buenos hombres había uno de especial perspicacia que solía sorprenderme con sus comentarios agudos que me llenaban a la vez de temor y de interés, temor porque debelaban su capacidad para leer la verdad y los hombres e interés por que no podía uno nunca aburrirse con una persona de sus talentos, su nombre era Pierre y debía su talento inusitado para juzgar a las personas a su profesión como escritor de la cual él nunca hablaba pero que llego a mis oídos por cuenta de los chismes que contaban los demás reclutas. Al llegar a la trinchera y percatarme de su mal estado caí en la cuenta de que en realidad los ingleses y franceses debía estar confiando en una vitoria bastante rápida para vivir en semejantes condiciones como si el hecho de que el terreno se ganara palmo por palmo no fuera prueba suficiente de que en realidad la conflagración podía extenderse por muchísimo tiempo y por ello convenía por lo menos procurarse un lugar digno de vida, Pierre, compartía mis opiniones y por ello la segunda noche que estuvimos allí apostados, mientras algunas balas furtivas nos rozaban la cabeza ponderamos las posibilidades que habría de pactar una tregua con los alemanes para que ambos bandos pudiésemos dedicarnos así fuera por tiempo escaso a mejorar las trincheras sacarles el barro y en suma a hacernos más cómodo el peligro de muerte. Para llegar a semejante acuerdo antinatural en las circunstancias de la guerra me ofrecí como voluntario aprovechando asi la oportunidad que se me brindaba para intercambiar con mis verdaderos compatriotas alguna comunicación cifrada o por lo menos un mensaje para aquellos que me creían muerto. La mañana siguiente comunique a los hombres mi plan, los más novatos se mostraron reacios mientras que los veteranos alabaron mi sabiduría, entonces a despecho de los primeros izamos una bandera blanca desde nuestra posición, no mucho rato después se observó otra desde la trinchera del otro lado y entonces nos asomamos los respectivos oficiales para charlar en ese espacio entre las líneas que solía denominarse “tierra de nadie”, el hombre al que debía enfrentarme era un sólido y alto compatriota que por las insignias en su uniforme debía haber estado inmiscuido en el conflicto desde el inicio mismo. La reunión que tuvimos, allí parados ante la mirada atenta de cientos de hombres a ambos lados de las trincheras fue de lo más cordial pues ambos supimos dejar de lado los tramites de la guerra para consultar  nuestras verdaderas preocupaciones, así pues la idea que sugería fue primero recibida con estupefacción e incluso algo de desconfianza pero después de algunas insistencias convencido de mi palabra de honor llegamos a la conclusión de que podía un grupo de hombres alejados de la vista de los altos mandos dejar de matarse entre sí sin que ello llegara los oídos de algún general, por lo que se decretaban 2 días de tregua, en los que podríamos salir de la trinchera sin temor alguno de ser disparados, como previsión para que esto se realizara sin ninguna clase de contratiempo ambos bandos se procedió  al abandono de  las ametralladoras en el centro del campo, para que las mismas fueran recogidas cuando se reanudara la batalla, al despedirme del oficial, con un apretón de manos que debió resultarle extraño por el saludo marcial que él me despedía puse en su palma una pequeña notita en la que rogaba excusara mi indiscreción, comentándole mi tarea como espía y también la necesidad que tenia de que hiciera llegar a algunas personas el mensaje de que me encontraba en buen estado y que extraña profundamente su calor, el oficial con el papelito en su mano, primero me observo con incertidumbre y luego con disimulo guardo la comunicación en su bolsillo.Asuntos prioritarios
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