Los distintos heridos, se multiplicaban no tanto en su número como en sus males y parecía que cada estación del año traía consigo una nueva vejación, si en el invierno era el propio frio el que los postraba en el otoño y en verano eran otras enfermedades, otra cosa extraña es que la guerra misma nos causaba casi tantas bajas como las bacterias, el número de enfermos de disentería aumentaba día tras día y entonces al olor de la carne putrefacta de nuestros muertos de invierno con sus miembros gangrenados había que sumar el de los desechos de esos miles de hombres incapaces de contenerse el estómago.
Para los que se encontraban afectados por los gases dispusimos de un pabellón especial y ante nuestra inexperiencia para tratar quemaduras y heridas del tipo químico creo que infligimos más daños de los que curamos a nuestros primeros pacientes, pobres hombres que tuvieron que padecer en ambos bandos como conejillos de indias. Por las mañanas cuando encontraba uno descanso no hallaba dentro del pecho los sentimientos que hicieran justicia a los horrores que se pasaban por la madrugada y se profetizaban para la noche siguiente, Claudine y la jefa de enfermeras, únicas que me dirigían la palabra para tener conversaciones distintas a las propias de la profesión, me felicitaban constantemente porque mi valentía les parecía doble, no solo era yo de orígenes africanos sino que también la que más se aplicaba a su tarea, y aunque había sido citada un par de veces por algunos oficiales para examinar mi idoneidad como enfermera halle el modo siempre de evadir los obstáculos del r*****o y el elitismo.
Mi dedicación a los pacientes llego a tornarse malsana y me dejaba entonces muy pocas horas de descanso en el día a día, entonces las costillas empezaron a aflorar en los costados y las cuencas de los ojos se hicieron más graves y profundas,. Pese a que no me gustaba para nada el sentimiento que esa visión me sembraba en el pecho al verme en el espejo, no pude encontrar nuca el descanso cuando sabía que aun las fuerzas me bastaban para acompañar a un pobre moribundo en la muerte o para evitarle la muerte a otro. No puedo decir, por supuesto que mis compañeras fueran de algún modo menos entregadas a su tarea que yo misma, pero si he de confesarme secretamente, tantos años después que siempre estime que hacían mucho menos de lo que sus fuerzas permitían y que por lo tanto tal vez en ellas faltaba un poco de la compasión humanísima que siempre primo en la casa Moreau.
Fue por ese entonces, cuando me encontraba yo muy atareada y aborde de la enfermedad según delataba mi palidez que se instaló en las cercanías de nuestro campamento un regimiento destinado a reforzar las líneas del norte que al parecer empezaban a ceder de pocos debido a los constantes ataques de artillería y gas, esos hombres, eran sin lugar a dudas una tropa de nuevos reclutas a juzgar por su apariencia blanda y civilizada, estoy segura que la visión de los veteranos destrozados basto para borrarle a más de uno de ellos la idea errada que tenían de la guerra pero también tengo plena certeza de que para algunos otros ni siquiera eso fue suficiente y tendría yo que encontrarlos entre mis heridos para que dimensionaran el lio en el que se había metido por cuenta de su orgullo patrio. Entre los soldados se movían algunos oficiales, que pese a la solemnidad que envolvía todo nuestro campamenteo no perdían oportunidad alguna para cortejar a las enfermeras, para distraerlas de sus labores o incluso para proponerles falaces escapes a la buena américa o Inglaterra donde la guerra aun no sembraba los cráteres en el suelo.
Pesaba yo que Danton sería el peor de los oficiales pero el contacto con estos otros me lleno de la certeza de que tal vez fuera el mejor, de entre esos hombres que no peleaban nuca la guerra no había uno solo de ellos que resultara la mitad de hombre de aquellos que luchaban en la trinchera codo con codo, hermanados por las mil y una dificultades sufridas y forjándose el carácter a fuerza de esquivar balas, sin privilegios y sin ninguna clase de ventaja, eran todos ellos leones desnudos sin mas armas que rifles y granadas, por el contrario los oficiales refinados discutían de las más variopintas estrategias disponiendo de sus hombres como si de mercancía se tratase. Cuando algunos de ellos intentaron acercarse a mí para comprarme con regalos de pobre, con mercancías baratas o incluso los más descarado de ellos con francos puros y duros la indignación que me embargo me llevo a encerrarme aún más en un frio hermetismo que solo se resquebrajaba al contacto con las cartas de los conocidos o ante la suavidad sumisa de Claudine que pese a que también se quejaba de los oficiales disfrutaba verdaderamente sus zalameras aproximaciones. Como lo hacían la mayoría de las nuestras, cosa que no llegue nunca a reprochar pues para ellas que Vivian y respiraban el romance en cada esquina, como casi todos los franceses ese engaño de amor debía resultar muy consolador, aunque para mí que hasta ese momento creía haber renunciado a toda esa clase de cosas la perspectiva era muy distinta.
Una de esas mañanas, en que mis compañeras se lavaban con rapidez las manos y se ponían sus ropas más decentes para ir a algún paraje extraño a darle rienda suelta a sus amores pasajeros retozando con algún hombre al que posiblemente no volverían a ver, recibí una de las cartas más extrañas que pudo llegar a mis manos, se trataba de un venia directamente desde Calais, de manos de Danton, el odiado oficial, se acompañaba de una carta para la señora Moreau como era esperado, aunque al principio sentí una viva tentación de quemarla, porque me parecía una indiscreción de su parte tomarse semejante libertad conmigo, no tardó mucho en vencerme la curiosidad y entonces la abrí, su contenido era el siguiente.
Camillie
Anticipo desde el momento mismo en que mi lápiz recorre la superficie blanca de este folio que ahora lees, la mirada de incrédula ira que adorna tu rostro mientras lees esta misiva, de seguro porque me encuentras indigno de relacionarme con personas a quien tienes en tan alto estima y aun cuando sin voluntad alguna de ofender fui nombrado con el nombre de quien ahora lloras pido disculpas por la indiscreción del destino, si pudiera elegir otro nombre y otras circunstancias más leales a mi carácter de seguro habría podido evitar ese bache insalvable que son las apariencias, pero ahora mismo circunstancias que no puedo admitir me obligan a ajustarme a un papel que aun por artificioso que pueda parecer a los ojos agudos de una persona inteligente como lo eres tú, me reporta grandes beneficios a la vez que mantiene a salvo mi propia vida. El solo hecho de que confiese a ti todo esto, aunque veladamente, debería ser motivo suficiente como para por lo menos extraerte un poco del profundo odio que advierto en tu mirada cada vez que se detiene en mi ser, el porqué de estas explicaciones enrevesadas y misteriosa tanto más extrañas porque nunca las pediste es también para mí un misterio, simplemente una noche incapaz de encontrar el sueño en medio de esta matanza insensata mientras que pese a los mil riesgos que pululan en nuestras calles era realmente tu recuerdo el que me ocupaba la mente, no pude contener este impulso de explicarme y del cual es probable que luego me arrepienta por pudor y cobardía, en fin, si obtengo de ti una respuesta sabré que supiste ver en estas palabras la honestidad de la cual me priva la fatalidad, sino es el caso y sigo siendo a tus ojos un ser despreciable será tu silencio lo que selle para siempre este delirio que me mantiene despierto por las noches e impaciente durante el día.
Cariñosa y Honestamente.
Danton.