Incertidumbres penosas

1272 Words
La carta que recibí desde Calais, durante esos primeros meses del año 1915, dirigida hacia mí por una de las personas que más sentimientos de aversión me había producido nuca, fue al principio algo que no hizo más que acrecentarme la ira, pero que no pude evitar leer y releer, porque parecía envolver secretos muy profundos y realidades que no habia sido capaz de develar en nuestros encuentros siempre cortos en la casa Moreau, el admitia que mi odio se encontraba fundado y por lo tanto conocía aquello de sí mismo que a mí me resultaba tan odioso, demostraba entonces una agudeza sobre su propio ser que no podía delatar más que una inteligencia que yo nunca le había atribuido y además escribía con tantísima elegancia que no pude evitarme elevarlo a una posición bien distinta a la que había estado ocupando hasta ese momento en mis pensamientos y sentimientos. Desde el día que recibí y leí esa carta, tan llena de misterios no pude sacarme al oficial de la cabeza, ahora mismo no sé si se debiera a una curiosidad infantil a la que el dio nacimiento con una habilidad increíble para el misterio o porque desde ese momento sus contradicciones ya empezaban a parecerme atractivas y enloquecedoras como ocurriría algún tiempo después, en su momento no podía admitir lo segundo porque había decidido conságrame a tareas mucho más enaltecedoras que el amor vulgar y efímero pero aun con tan profundos principios bien fundados sobre mi conciencia me resultaba imposible reprimir el deseo de saber más, hice entonces intentos inverosímiles de mantenerme ocupada prácticamente las 24 horas del día, pero Claudine y algunas otras enfermeras alertadas por el aspecto que empezaba a tomar me hicieron descansar aun contra mi voluntad y fui enviada entonces a una de las pequeñas villas que circundaban el campamento médico, allí no solo me encontraba incomoda por sentirme inútil sino que también me dejaban a la deriva de los lascivos oficiales que no parecían tener intención alguna de marchar a realizar su deber, para evitarlos sin tener que recurrir a otro tipo de actitudes que seguro hubieran resultado más censurables, me decidí simplemente a recluirme en la pequeña casita que me prestaba uno de los habitantes de la villa y entonces lleve allí algunas de mis obras favoritas para pasar entre ellas las horas de descanso que me habían sido impuestas. Entre esos libros que escogí muy desafortunadamente y como lo creo hasta hoy día, con algo de complicidad del destino, se encontraba una copia del cantar de los nibelungos, aquella obra germánica medieval que conforma la mitología del pueblo extinto que eran los bungurdinos, en esa obra monumental encontré fantasías que  siempre me parecieron bastante tontarronas pero que ahora pintadas por mis propias perspectivas parecían mucho más realistas que nunca, por ejemplo me gustaba pensar en mi misma como Crimhilda, la reina más orgullosa de todas, una mujer que desdeña el amor y que por lo tanto no quiere recibir pretendiente alguno, pero que sin embargo encuentra en un valiente guerrero el romanticismo al cual había estado negándose por sus convencimientos morales, ese estado de literatura y sentimientos que solo serán capaces de comprender aquellos que hayan sentido como las palabras se les infiltran en la vida para hacerse parte de sus propias experiencias, me hacía mucho más cercana al misterio de Danton porque era el, de algún modo el único hombre que había conseguido llamar genuinamente mi intención, volví entonces a releer su carta y con muchísima más voracidad que antes me asaltaron los deseos de indagar en sus secretos, pase una noche entera representándome los escenarios que darían sentido a sus palabras, fui entonces desde la suplantación hasta el espionaje mismo, me dije que tal vez sería un soldado raso que en un descuido tomo las insignias de un comándate y ahora se hacía pasar por el o que incluso podría ser un austriaco que se encontraba entre nuestras filas con el único propósito de develar nuestros planes al enemigo. Ambas cosas me resultaron ridículas en su momento, por lo que no tuve más remedio que intentar procurarme las respuestas que mi mente demandaba respondiendo su epístola. Nunca me había encontrado con tantísimas dificultades para escribir cualquier cosa, las palabras no me hacían ningún sentido y no hallaba el modo de parecer a la misma vez sofisticada inteligente y no demasiado interesada, pues el hecho mismo de escribir me comprometía a mucho. Entonces varias horas de cada día se me fueron en llenar y rellenar hojas de papel que terminaban quemadas o en la basura, porque eran insuficientes o excesivas, tras muchas horas en las que me perdí en los recovecos del lenguaje, en sus mil y un posibilidades decidí darme por vencida y me dije a mi misma que haría un último intento y sin importar sus resultados seria aquella la carta que enviaría, lo que nació de ese compromiso con mi misma no fue del todo de mi desagrado, pero ello no evito que me sintiera hasta cierto punto avergonzada y ridícula, que hacia una mujer que había mostrado semejante desprecio respondiendo esa carta apasionada y evidentemente tendenciosa. En fin, el contenido de esa carta fue el siguiente Danton Como lo admite usted también en su carta, no se responderme a mí misma los motivos por los cuales me encuentro ahora mismo realizando la tarea de redactar la presente. En aras de la honestidad he de admitir que probablemente el principal motivo ha sido la curiosidad que ha sabido usted regar sobre su carta, ha dicho mucho y también tan poco, me parece extremadamente cruel que se desenvuelva con tantísima habilidad en la escritura y que sin embargo prefiera hacer uso de su talento en una cosa tan odiosa como lo es confundirme, sepa que soy una mujer orgullosa y no suelo consentir que se me hagan burlas por lo que si estimara que ha escrito usted alguna falacia no tomaría el mas mínimo momento de mi tiempo para responderle, pero creo haber entrevisto entre las letras cierto temblor en su pulso cierta excitación en sus sentimientos que no he podido dejar de lado, ¿es usted verdaderamente otro?, ¿se ha presentado como una persona tan odiosa por una motivación que excede mi entendimiento’? y si es así, ¿cuál es ese motivo?, que lo lleva a realizar una falta tan grande como lo es la de engañar a la buenísima señora Moreau, tenga la dignidad y la piedad de confesarse por completo, si en su corazón existe el más mínimo de los afectos que se desprenden de sus intentos de explicarse conmigo tenga la decencia de sacarme del estado de intriga perpetua en la que me ha sumido, no me torture la conciencia con preguntas sin respuesta porque mi naturaleza curiosa no es capaz de tolerarlas, si es que hay en usted alguna de esas virtudes humildes y valerosas que tanto estimo en las personas, haga gala de las mismas y responda esta carta con una verdadera confesión, tenga por seguro que sea cual sea el contenido de su respuesta no será nunca visto por otros ojos que no sean los míos y si realmente esto pone en peligro su vida, por muy oscura que sea la verdad que se me revele la cuidare con el celo con el que guardo a todos y cada uno de mis pacientes, se convertirá usted en uno de los que yo cuido, no basta esto para tentarlo, no bastan mis cuidados para ablandarle el corazón, si no es así por favor no responda y permítame así el sosiego que me robo. Camillie.
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