La verdadera Guerra

1471 Words
Debían ser comienzos de octubre cuando fuimos instalados en Trois- Points, yo, Jonas y todos los nuevos nos encontrábamos ansiosos por entrar en combate, aunque el alboroto se nos fue un poco cuando vimos a un soldado que volvía agonizante del  frente, no se le veía herida alguna, pero cuando preguntamos sobre el porqué de sus gritos dijeron los camilleros que la herida la llevaba realmente en la conciencia, había sido el único sobreviviente de un pelotón asesinado por la metralla de una granada. Es extraño como con semejante prueba patente de la horrorosa decisión que habíamos tomado seguíamos resistiéndonos todos nosotros a creer que la guerra no podía consistir más que en ese espectáculo penoso que habíamos visto hasta ahora ¿y el momento de esquivar las balas? Para entrar a fuego y sangre en las trincheras enemigas batiéndonos en combate singular con el enemigo que. Pese a dar buena lucha, debía siempre sucumbir ante nosotros, ante nuestras dos semanas de instrucción y nuestra limitadísima capacidad marcial. Dicho ahora en retrospectiva me doy cuenta de lo ridículo que todo esto sonaba, pero juro que en ese preciso instante no se sentía de aquel modo. El 7 de octubre, apenas un par de días después de nuestra llegada, cuando recién empezábamos a acomodarnos realmente en las casas abandonadas y en los comodísimos catres belgas, fuimos llamados a la acción, partimos con el corazón en la garganta, pensado que aquello constituiría nuestro bautizo de sangre. sin embargo, de lo único que fuimos testigos fue de algunos tiros esporádicos que apenas si dieron alguna vez en el blanco, al parecer los belgas se encontraban acabados del todo y nosotros llegamos simplemente a observar los destrozos causados por la valerosa máquina de guerra que era nuestro ejército. Nuestra tarea fue entonces la de revisar los edificios una vez que la artillería se había encargado de abrir sendos boquetes en los hogares ocupados por los defensores que más que un ejecito había quedado reunidos a un par de guerrilleros elusivos pero en cualquier caso inútiles. 3 Días se nos fueron en la tarea de dejar limpia la ciudad de Lieja, en mi pelotón no hubo una sola baja y apenas si la hubo en toda la compañía, un sentimiento de socarrona superioridad se nos había incrustado en el corazón, pese a que nos proclamábamos valerosos héroes, realmente era esto lo que queríamos, el triunfo sin la batalla, la gloria sin el peligro, muchos de nosotros enviamos a través de nuestro precario sistema postal algunos artefactos robados de las casas más lujosas, cuando aquellos de los nuestros que logrando volver a casa preguntaron a sus familiares que había sido del botín resulto que mucho de el  nunca llego a su destino; tal vez perdido en manos de algún burócrata avaricioso. Al final de ese tercer día nos informaron que los belgas se rendían y que tan solo un pequeño contingente de ellos quedaba en pie cercanos a la ciudad de Ypres, allí fuimos destinados entonces, pensamos que todo sería igual que en aquel lugar, una cuestión de cosechar riquezas y entrar a gritos y patadas en alguna casa de buena pinta. Fue allí en Ypres donde realmente experimentamos por primera vez la guerra, fuimos entregados a un batallón que llevaba ya buen rato cavando una larga trinchera en la cercanía de la frontera con Francia, esos hombres, verdaderos veteranos se encargaron de darnos un acogimiento lleno de bromas y de malas pasadas. La primera vez que callo una granada en la lejanía y nosotros los recién llegados echamos a correr hacia el interior de la trinchera a medio escavar las risas fueron estridentes entre los viejos combatientes. Cuando tras un par de días finalmente logramos la ardua tarea de cavar esa bendita zanja, empezó el verdadero bombardeo, debieron haber sido por lo menos unas 500 granadas las que caían todos los días cerca a nuestra posición, fuimos instruidos de que aun en esas condiciones la vida castrense debía llevarse con naturalidad y que eso sería imposible si nos echábamos a correr ante cualquier signo de peligro. Nos fue asignado entonces a cada pelotón un cuadrante de guardia y a cada persona un horario de vigilia. Nunca olvidare mi primera guardia, estúpido como era en aquel entonces quise descansar el cuerpo cansado contra el talud frontal de la trinchera, aquel que daba de bruces contra el enemigo, en mi falta de experticia termine dormido, grande fue la bronca que me hecho el sargento de turno al ver que en mi primer día de centinela ya me encontraba holgazaneando. Cuando tras el regaño bien merecido fui finalmente relevado no pasaron apenas 10 minutos y un disparo seco resonó en el aire, proveniente precisamente de la ramificación en la que yo prestaba mi labor de centinela, al llegar allí, tras un pequeño trote, Jonas y yo vimos a mi joven relevo con el cráneo destrozado, una bala belga, francesa o incluso inglesa le había atravesado el puntudo casco, a la mañana siguiente. Un oficial dijo que el tiro no fue hecho desde la trinchera enemiga a más de 100 metros de distancia, sino por algún enemigo aventuraro que se había lanzado a la noche con el único objeto de volarle los sesos a algún centinela distraído. Me percate entonces, no solo de mi suerte, de haber terminado el guardia justo antes de que ese hombre llegara a posición de tiro, sino también de que mi negligencia podía tener que ver en esa muerte, si hubiera yo vigilado bien la línea de los arboles tal vez hubiera logrado localizar al tirador antes que diera muerte a mi remplazo, tal vez hubiera podido salvar la vida de aquel muchacho No volví nunca a descuidar mi labor de guardia. Las dos horas que duraba aquella tarea tan tediosa las permanecía yo. A fuerza de culpa y agradecimiento, bien despierto sin perder el más mínimo detalle de los árboles que se extendían frente a nuestra trinchera. Ese lugar en el que nos encontrábamos, que se había convertido en nuestro hogar los casi 30 días que duraron las hostilidades y el acoso constante de la artillería enemiga se fue llenado de cráteres como un queso y el día que los enemigos lanzaron una andanada particularmente grande de cañonazos a hacia nuestras posiciones y se nos presentaron luego a distancia de tiro, corriendo como salvajes entre los árboles, asesine por primera vez, estoy casi seguro de que era un oficial puesto que corría no con el rifle en la mano sino con una pistola, en el frente de la formación que el mismo había entregado a la muerte, casi todos los de la compañía allí apostada abrimos fuego al tiempo, las ametralladoras de ambos costados lo hicieron también, en ese cono de fuego cruzado los belgas y franceses que se habían lanzado contra nosotros, con la bayoneta bien engastada en la punta del rifle fueron todos batidos sin excepción alguna, cuando salimos a ver los destrozos que habíamos hecho nosotros mismos y ya no la artillería que empezábamos a ver como la verdadera protagonista de la guerra, no sentimos para nada aquello que esperábamos, todo se redujo a la examinación de los c*******s, nos llenamos las bolsillos de municiones, y remplazamos como bien pudimos nuestras botas y algunas prendas que aun manchadas de sangre resultaban mejores que las que llevábamos. Hecho esto fuimos a ocupar la posición enemiga, encontramos que su trinchera era mucho peor que la nuestra y por su altura el único modo de que lograran estar allí todo el rato sin que les quedara expuesto el morro era que hubieran permanecido agachados, como ratas los tantísimos días que duro el enfrentamiento, eso sí que me conmovió, resulta extraño que verlos muertos no tanto, pero saber que tuvieron que aguantar semejante vida de roedores durante tanto rato sin que logro moverme el corazón. Mientras pensaba en lo absurdo e irónico de esa situación, en la una sección de la trinchera a la que recién ingresaban nuestros hombres sonó un estallido fuertísimo que nos hizo pensar que tal vez nuestra propia artillería no enterada de lo que pasaba habría fuego en nuestra contra, pero no era eso, al mirar en dirección al grupo que recién veíamos entrar, observamos el más desgarrador de los paisajes, todos esos hombres se encontraban ahora con la humanidad hecha trizas, ninguno de ellos sobrevivió, allí perecieron otros 3 hombres de mi pelotón, sumando a si a 4 las pérdidas sufridas en tan escaso tiempo de guerra. Luego consultamos con un oficial el motivo de la explosión, dijo que lo más probable era que esos hombres que nos atacaron aquel día supieran desde antes que no volverían a su trinchera por lo que tomaron todo su material explosivo y formaron allí una mina improvisada cuyo objetivo había sido cumplido sobradamente.
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