El horror

1510 Words
La palabra guerra es tal vez una de las que más he escuchado a lo largo de mi vida, siempre acompañada de las más horrorosas características, nunca he logrado entender como los hombres se entregan con tanta felicidad a la causa de su propia muerte. Por eso cuando me enteré del progresivo avance alemán por el nororiente de la nación lo único que pude experimentar fue la vaga sensación de horror de las premoniciones destinadas a cumplirse. En un estado similar, de asombro y nacionalismo exhalado se encontraba también el resto del hogar, la señora Moreau, dijo en el momento mismo en que leyó el titular “Avance alemán arrasa a los defensores belgas”- se repite nuestra sagrada historia de muerte y tristeza- en ese instante no supe entenderla completamente pero me bastaría un solo vistazo del hospital de campaña al que sería asignada apenas un par de semanas después para entender la magnitud de nuestra desgracia y también para reprocharle a la señora Moreau la ligereza de su enunciado, muerte y tristeza son cosas muy inferiores al infierno de piernas gangrenadas hombres a medio desfallecer y granadas zumbantes en el horizonte que debe experimentar una enfermera en campaña. Los primeros días, un vago aire de incertidumbre se veía en todos los ciudadanos de parís, la catedral de Saint Denis estaba además mucho más llena que de costumbre, la mayoría de las personas allí eran mujeres que parecían haber recobrado la devoción ante la cercanía de la muerte, rezaban por sus hermanos, amigos y maridos. La avenida de la Grande armée. Que recorre la ciudad de oriente a occidente,  Parecía mucho más llena de vida, los hombres se reunían en las esquinas a rumiar como vacas sus mil pensamientos idiotas, una vez en las cercanías del arco del triunfo, un grupo de por lo menos 8 hombres discutía afanosamente como era imposible que el enemigo alemán, precisamente destruido en Austerlitz hace casi un siglo, pudiera atacar a la grandísima y orgullosa nación francesa, parecían olvidar que 100 años de debates internos habían convertido a Alemania en algo muy distinto a la lejana Prusia de sus antepasados, ya no eran los belicosos barbaros de otra epoca y según las noticias que llegaban de boca de los belgas lanzados al exilio en nuestro territorio, poseían ahora cañones tan mortíferos que eran capaces de destruir una casa entera de un tiro bien plantado. Ese era el panorama ominoso con el que debía enfrentarme cada vez que salía a realizar la compra de la mañana para conseguir las pequeñeces que por algún motivo se habían agotado en nuestra inmensa despensa. Al llegar a casa, después de las compras matutinas ya no se respiraba en el hogar Moreau el ambiente de sosiego y tranquilidad en que la señora había educado a sus 3 hijos, el trio, Danton, Guille y Antonie se contentaban con repetir como cotorras aquello que iban recogiendo de sus amigos pendejos que les habían llenado de a poquitos la mente con la idea de que irse a matar otra gente por un motivo que ni siquiera tenían muy claro era de algún modo una de las mejores cosas que puede pasarle a uno en la vida, las mujeres de la casa. Es decir, yo, la señora Moreau, y la vieja tía Marion nos reuníamos en la cocina todas las noches después de la cena a deshacernos en improperios contra la terquedad masculina, una de esas noches la señora conto. Entre lágrimas, que esa misma mañana los tres ingratos que se hacían llamar sus hijos le atestaron la mortal puñalada de ponerla al corriente de sus planes de ir a la guerra tan pronto como -estuviera cercana a parís-. Estoy segura de que, si la señora hubiera tenido la fuerza de su juventud habria encontrado el modo de mover la ciudad del otro lado del Sena, con tal de no ver a sus hijos envueltos en semejante locura, pero ahora, ya anciana y llena de achaques tenía que conformarse con sollozar entre los brazos de las que debería ser sus criadas, pero se habían convertido por causa de su propia bondad en algo similar a sus propias hijas. Marion es mi tía, hermana de la madre que murió dándome a luz, al igual que la mía su piel es oscura, nuestros antepasados debieron de ser de los primeros africanos que se embarcaron hacia el continente. Ambas, salvo por algunas viejas costumbres imposibles de borra completamente somos tan parisinas como pueda serlo alguna de las blanquitas enfermizas que son las hijas de nuestros vecinos. Marion es hoy día una hembra monumental, sus caderas amplísimas son las propias de una matriarca de esas siempre presentes en los cuentos que cuentan los viajeros sobre una patria que nunca conocimos pero que sentimos tan nuestra como la propia Francia. La edad le arrebato ya toda la belleza de otra época, pero algunas veces, cuando se aburre le gusta contarme como en otros tiempos no había un solo hombre en toda la capital, blancos y negros, que no anduviera como bebe pegado a sus enaguas, cuando esa idea le atravesaba la mente se quedaba siempre mirándome, como con nostalgia para luego decirme que era yo la viva imagen de sus épocas de antaño, se empecinaba en ese discurso de anciana sobre la virtud y la necesidad de encontrar un buen hombre, entre sus predilectos estaba siempre el Remi, el criado, también africano de la casa contigua, el no disfrutaba de ningún trato preferencial por parte de sus patrones, y eso lo hacía centro de los amores de mi tía, cada que lo veía me susurraba luego al oído – ese es el que necesitas un hombre trabajador, no un consentido como lo son los hermanos Moreau. Remi era y aún lo es, uno de los hombres más hermosos que he conocido pero hay algo en sus maneras de caballero, en su mirada distante y sobre todo en su calma como de pradera que siempre me hace pensar en el  como un hermano mayor, nada más que eso, aquello sumado a la idea incorruptible de que el amor no constituye sino una pérdida de tiempo y un lujo propio de los malversadores, me mantiene ajena a la idea de cualquier compromiso, habiendo tanto que hacer en este mundo, como por ejemplo ayudar a esos testarudos idiotas que van a la guerra a recomponerse las entrañas luego de que la metralla les desacomodara la humanidad, no alcanza el tipo para esas bobadas, no alcanza el tiempo para una misma. Pasaron así los días y a cada paso del reloj escaseaban mas los hombres en la inmensa urbe, a cada tañido de la campana desaparecía algún jovencito de casa, para reportarse luego en alguno de los paraderos más inverosímiles, algunos decían que se encontraron con los británicos en el canal del mancha y llevaban vives y municiones a nuestras cansadas tropas en el Flandes Belga, otros que  ayudaban a los refugiados y los más impertinentes admitían sin ningún reparo que habían ya empezado a los enfrentamientos con el ejército alemán y que parecía que se verían obligados a retroceder por lo menos hasta verdun. Fue entonces cuando los hermanos Moreau, decidieron dejar la espera, y abandonaron en finos caballos de los establos de la familia la protección de la dueña de casa que quedó destrozada, mientras galopaban con sus brillantes cabelleras al viento como si fueran alguna clase de príncipes medievales seguro que ninguno de ellos habría de contemplar siquiera la idea de que yo también me encontraba ansiosa por partir a la guerra, no a matar gente sino a salvarla, para evitarles a ellos y a otros muchos soldados el sufrimiento innecesario de tener que curarse a sí mismos las heridas. Las tardes siguientes acompasadas por el rumor de unos pocos pasos de gran eco en la mansión vacía y el sollozar constante de la señora, se me pasaron entre la ansiedad de no saber qué hacer y la de no saber cómo expresar mis ideas a la pobre anciana moribunda. Para mi fortuna o desgracia, eso ya no lo sé, lo que la anciana había perdido de fuerzas lo gano en agudeza, y una tarde mientras yo me paseaba como loca de una lado al otro de la gran estancia que es el recibimiento, me miro con ojos de congoja y dijo, - También tu puedes ir Camillie, eres igual que tu madre, no puedes mantenerte al margen de estas cosas, el corazón no te da para tanto- yo creía no poder quererla más, pero, sin embargo sí que pude, en ese momento la señora fue para mí una salvadora similar al mismísimo cristo, hice mis maletas y apenas en unas cuantas horas me presentaba ya en el ayuntamiento como enfermera voluntaria, una tarea que venían a desempeñar otras miles de mujeres como yo, algunas por amor a la humanidad Y otras por el odio a las fábricas de munición en las que de seguro serian destinadas tarde que temprano si la guerra se extendía mucho mas 
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