La hora de realizar aquel plan simple pero meticulosamente articulado con la psicología del soldado, no tardó en llegar todo lo que le hubiera gustado a mi mente aturdida por los acontecimientos recientes y el modo en que ineludiblemente yo había contribuido a su realización, si hubiera decidido no hacer gala de mi posición como espía, manteniendo mi subterfugio fuera del conocimiento del compatriota que ahora me acosaba no tendría que haberme visto en la tarea de inventar esta estratagema que tendría que costar por fuerza de las probabilidades la vida a más de un hombre. La primera señal patente de que se empezaba a preparar la gente en la otra trinchera era precisamente la falta de ruidos provenientes de allí, no había ni bromas ni pitidos ni silbidos ni gritos de los que solían pronunciarse los soldados de bando a bando como una forma de dañarse con la molestia del ruido ya que la tierra los cubría de las balas y las explosiones. Ese silencio mortal y premonitorio, me dio la certeza de que debía encender la bendita mecha, entonces me dirigí con rapidez a las cercanías del refugio abandonado, donde debía encontrar el principio de esa cuerdita inflamable, lo que vi allí fue la constatación de que los hombres inteligentes suelen cometer los errores más estúpidos, Pierre y yo olvidamos la humedad de la tierra y me resulto imposible encender la mecha por muchos intentos vehementes que realice, por fortuna el ataque no comenzó de inmediato, sin embargo, debía encontrar el modo de hacer que sucediera la explosión y estar a tiempo entre mis hombres para ordenar la retirada, cosa realmente imposible si me decidía a realizar la proeza corriendo por la trinchera zigzagueante, mi única opción era entonces la de hallar la espoleta de una granada, auparme fuera de la trinchera y corre en sentido contrario con la esperanza de que el ruido y aturdimiento de la inesperada explosión distrajera suficientemente a los tiradores alemanes.
Sabiendo que la tarea requería de toda mi valentía y no precisaba de mucho tiempo, me dirigí tan rápido como pude al refugio. Allí, sin dar tiempo a mi mente para que introdujera la duda y cobardía en mi corazón hale la espoleta e la granada más cercana, el click metálico que sonó me indicaba que se activaría con toda seguridad por lo que tenía algo mas que 10 segundos para estar fuera del rango de la explosión, aunque no de la metralla y los fragmentos de madera, pues sin lugar a dudas el no ser impactado por cualquier clase de metralla accidental dependía totalmente de mi suerte, espere que transcurrieran 5 segundos para dar así solo 5 de oportunidad para que los tiradores reconocieran mi figura y se decidiera a disparar aun sin dar crédito a lo que veían, entonces transcurridos esos breves instantes, con todas mis fuerzas y con un pie sobre el escalón del tirador salí con una agilidad que aun hoy me sorprende de la trinchera y emprendí en sentido sur un galope de caballo desbocado, el cual fue interrumpido casi de inmediato por el sonido de los tiros que se dirigían contra mi humanidad, por lo menos una docena de ellos debieron fallar su destino antes de que a mis espaldas tronara con la fuerza de un terremoto la enorme explosión que acababa yo de desatar, de inmediato se detuvieron los disparos y entre las dos trincheras se oían voces de estupefacción, gire la cabeza y en medio del humo que corría paralelo a las trincheras producto del estallido los alemanes empezaban asomar su cabeza por las trincheras, las ametralladoras bajo mi mando empezaron su fatal traqueteo de cientos de balas antes de que alcanzara yo una distancia suficiente como para ordenar la retirada. Entonces los hombres desconcertados al verme correr como un desquiciado fuera de la trinchera y también por la orden inaudita se entregaron a un estado de perplejidad idiota en la que no sabían si hacer caso omiso a mis órdenes o correr despavoridos hacia la retaguardia, como me faltaba el aire no fui capaz de explicarme con la fuerza que quise pero entonces Pierre salto en mi ayuda y con una voz de la que no lo creía capaz dijo –Insensatos esa ha sido una mina bajo nuestra posición, han cavado túneles pronto toda la trinchera va a volar por los aires-. Corrió el pánico entre todos los hombres, realizaron en conjunto un par de tiros para prevenir a los alemanes salir a la carga y treparon con agilidad de gato la pared trasera de la trinchera, las ametralladoras alemanas que aún no habían abierto fuego lo hicieron al unísono y de inmediato vi que un par de hombres se desplomaban de vuelta a la trinchera, ya sin vida, atravesados por una ráfaga de tiros, por algo fortuito que hasta el día de hoy agradezco a la providencia una de las ametralladoras pareció encasquillarse y por lo tanto tan pronto como la mayoría de los hombres alcanzo la línea de los arboles donde la madera de los troncos nos cubría de los tiros, solo había entre los nuestros unos 4 faltantes, ordene que se retiraran hasta la villa más cercana, todos aceptaron mi orden no sin extrañarse bastante de que durante nuestra retirada no llegara a escucharse la detonación de esas otras minas que habíamos advertido yo y Pierre, por fortuna el aturdimiento del acontecimiento no hizo que las preguntas sensatas se formularan en ese momento, sino que un tiempo después.
3 de los hombres muertos, eran paradójicamente, los que habían hecho su hogar en el refugio que explotamos para salvarnos de la matanza, Pierre luego diría, con mucha verdad que esas almas estaban destinadas de algún modo a la muerte, ese día, que por más que intentamos sustraerlos de ella igual la muy bastarda los había encontrado, no volví nunca a desconfiar de sus certeras palabras, cuando ese hombre advertía con o sin poesía cualquier acto humano o celestial lo normal era que ocurriera, era así de profundo su conocimiento sobre este mundo de mala gente y caprichos divinos. Con él a mi lado penetre en la villa más cercana a nuestra posición, donde un grupo de campesinos con la cara prendada de horror nos recibieron con gritos de alarma, decían –a las armas los soldados se retiran- me tomo un buen rato hacerles entender que no se trataba de un ataque a gran escala y de que podían estar seguros de que no había que huir entre tanto pudiésemos fortificar nuestra posición de nuevo.
Los campesinos más jóvenes y activos se entregaron entonces a la tarea de reunir costales y provisiones a la espera de que de un momento a otro asomara el regimiento o alemán del cual yo había advertido, sin embargo, para mi fortuna el oficial que me había empujado a este proceder desquiciado había estimado como suficiente la tierra cedida y parecía por lo tanto haberse instalado en nuestra antigua trinchera, feliz de los 40 o 50 metros de tierra que había ganado aquel día, no hubo más ataques ni tiros y aunque pasamos la noche aun alerta en la línea del horizonte no llego a presentarse nuca persona alguna, pude entonces sacar mi conciencia, aunque no así mi credibilidad, entre las bocas de mis hombres corría una frase acusatoria cuyo único contenido era ¿no debimos aguantar la posición?, esa sería la pregunta que pronto pasaría del soldado raso al cabo de este al alférez y de aquel hasta los generales, no mucho después sería yo llamado a juicio por cobardía y desacato, pero hasta tanto no recibí tal noticia prepare a esos hombres para cavar una nueva trinchera, para hacer nueva vida vieja, en la que lo único que cambiaba era la posición del hoyo, pero todo lo demás seguía intacto