Con el pasar de los días, mis preocupaciones no hacían más que multiplicarse, pues todo en el mundo parecía haberse trastocado de algún modo, los hombres se mostraban demasiado inclinados siempre a la maldad, los principios se ponían cada vez con más frecuencia en tela de juicio y en general todo se veía tergiversado por una corrupción que al día de hoy solo he sabido a atribuirle al estado animalesco al que nos rebaja la guerra, de entre todas esas preocupaciones eran 2 las que me acosaban con mayor fuerza, la primera de ellas, el convencimiento de que el episodio de la cafetería tenía que tener tarde que temprano un desenlace, en el cual de seguro yo era quien tenía mayores posibilidades de salir derrotada y segundo el hecho de que las misivas del frente, las de los hermanos, revelaban que la guerra parecía haberse estancado, al parecer estaríamos durante muchísimo tiempo suspendidos en esa incertidumbre de no saber si habría un ganador para esta obra ridícula que veníamos desempeñando.
El primero de esos dos problemas se agravo demasiado, cuando una mañana no mucho tiempo después de incorporarme a mis labores vi entre los soldados que rondaban el campo medico a aquel que se dirigió tan groseramente contra mí el día de la cafetería, el tambien se percato de mi presencia y con una mueca sardónica y asquerosa se lamio los labios como si fuera ese gesto el preludio de algo horroroso, como si creyera que nisiquiera dándome semejante aviso seria yo capaz de realizar cualquier intento de defensa, entonces me plantee varias posibles vías para impedir que me ultrajaran de cualquier manera, podría por un lado escribir a la señora Moreau, seguro bastarían pocas palabras de su parte para que un oficial de buen rango se encargara del problema, pero ello implicaría abandonar esa independencia que recién empezaba a conquistar, depender nuevamente de algo que no tenía dentro de si el más mínimo mérito de mi parte, además de que había que sortear la barrera del tiempo que tarda una carta en ir y venir, pues podia haber ya ocurrido la desgracia para ese entonces. Los soldados heridos tampoco dejaban de llegar, pero fue precisamente en ellos en quienes halle una solución definitiva a mis penurias. Uno de los heridos, de los más recientes, venia cargado con una pistola Mauser, esa pequeña pieza de ingeniería alemanda que se hizo luego tan famosa entre todos sus enemigos, ese hombre auguraba su propia muerte me había observando mientras espiaba con curiosidad su pequeño tesoro me dijo con la voz propia de alguien que genuinamente se encuentra al borde de abandonar este mundo- Es toda tuya, que de la guerra quede algún otro recuerdo que los cuerpos medio muertos-, al principio no supe si aceptar su dadiva y las manos me temblaron al poner al posarse sobre ella, pero el, ya moribundo, puso sus manos sobre las mías y las guio hasta el bolsillo de mi delantal, como si supiera que pronto me haría falta, un par de horas después murió, como si al darme ese medio de defensa hubiera realizado el único objetivo pendiente en su vida y pudiera descansar en paz.
El peso del arma en mi bolsillo me distrajo todo el día y aun cuando seguía aplicándome con el juicio de un perfeccionista a mi tarea de sanar, de vez en cuando llevaba una mano al bolsillo para acariciar su frio acero y entonces me asaltaba un escalofrió de temor, no tanto por el miedo de la detonación sino por que llegara a ser necesario que ocurriera, si tuviera yo que apuntar esa arma contra otra humanidad, y apretar el gatillo con la esperanza de causarle daño ¿Qué me haría diferente de esos a quienes tanto había reprobado?, seria yo nada más que una pieza adicional en el engranaje de la violencia, otra conciencia vendida a su propio egoísmo, me dije entonces que el arma serviría como medio de disuasión y que procuraría al máximo no hacer uso de ella, salvo que las circunstancias lo justificaran irremediablemente.
Desde entonces no me separe nunca del arma y vigilaba siempre por el rabillo de ojo cualquier clase de movimiento furtivo en mis alrededores, muchas veces me pareció percatarme de comportamientos extraños en algunos ojos a la distancia o cuchicheos maliciosos que venían acompañados de ligeros señalamientos hacia mi posición, siempre al lado de un árbol había cosas que me inquietaban y llego un punto en que me plantee con bastante miedo el hecho de que esta situación podría reducirme perpetuamente a un estado de paranoia que parecía casi más detestable que la muerte misma, una inseguridad que siempre nos acompaña a las mujeres en este mundo machista pero que se convierte en algo insoportable cuando tenemos señas claras de que algo puede ocurrirnos. Compartía yo todos esos pensamientos con la buena de Claudine, ella al igual que yo se impacientaba y de hecho había conseguido que uno de sus amates examinara la situación, el veredicto que nos dio ese hombre fue la gota que rebaso el vaso de mi paciencia, dijo textualmente –Algo tendrá que ocurrir, parece que de alguna manera se ensañaron con usted Camillie, caprichos de gente mezquina, nada que yo pueda hacer, cuídese-, ya ni siquiera a la hora del baño podía adentrarme demasiado en el rio y atenía que hacerlo siempre en compañía de otras mujeres que si bien no me hablaban mucho sí que parecían sentir mi constante desconfianza, por lo que consentían en permanecer cerca de mío. Ver que teníamos que recurrir a semejantes estrategias de gallinas, amontonarnos con la esperanza de disuadir a nuestros atacantes me hacía odiar un poco a todos los hombres del mundo a sus costumbres tan absurdas y en general a sus modos de proceder siempre directos y groseros, eran pocos los que podían librarse de ese queja y de seguro también pocas las mujeres de mi época que compartieran mi pensamiento, pues la mayoría de ellas se conformaba con el primer macho de alto rango y ordenes fuertes que se decidiera a adquirirla como si se tratara de alguna clase de posesión apenas ligeramente más valiosa que el mobiliario de su casa.
La primera tentativa, que realizo el grupo de canallas, para hacer algo en mi contra fue de los más ruin, sucedió una noche en que tras acabar de prepararme para mi turno de guardia escuche a lo lejos, del lado contrario del campamento gritos que pedían auxilio, como si realmente algo grave hubiera ocurrido, como no era la primera vez que un soldado descuidado detonaba alguna arma en su propia contra causándose así un daño ridículo pero mortal, acudí rápidamente a la fuente de los quejidos, algunos metros dentro de un pequeño bosquecillo que se alzaba en las cercanías del campamento, mientras entraba allí me plantee que todo ello resultaba muy conveniente para los planes de una jauría hambrienta de lobos, por lo que sin querer ser una presa demasiado débil eche mano de la pistola, acariciando su gatillo con el dedo índice, sopesando cuanta fuerza sería necesaria aplicar en el para que hiciera su trabajo.
Tan solo algunos metros dentro del bosque, unas 4 sombras surgieron de entre los arboles, la oscuridad no me dejaba percibir muy bien sus rostros pero en un último esfuerzo por ejercer la buena fe pregunte con inocencia –y bien donde está el herido- la risa uniforme que se extendió entre los 4 hombres enfrente mío basto para darme total certeza de lo que ocurría, uno de ellos avanzo hacia mí, con lentitud, pretendiendo saborear un momento que creía se extendería por mucho rato, grande debió haber sido la sorpresa en su rostro cuando temblorosa saque de mi delantal el arma, y la apunte a su pecho, dijo de inmediato –Enfermera, que hace usted con eso, bájelo no vaya a ser que se haga daño -, respondí con la voz hecha un hilo penas audible –el daño se lo hare a usted, retroceda –alentado por la timidez de mi parlamento dio un paso más hacia adelante, totalmente sin querer y mientras pretendía acomodar mejor mis manos sudorosas un disparo se me escapó, rozo el hombro del hombre que se acercaba, de inmediato los demás quisieron echárseme encima pero aun sin tiempo de reponerme me las arregle para disparar nuevamente un par de salvas sin ningún objetivo, pero que bastaron para darles la certeza de que si se acercaban un poco más, seria eso todo lo necesario para arreglarme la puntería, uno de los de más atrás se acercó a socorrer a aquel al que había rosado la bala y mientras se alejaban a lo lejos pude escuchar que otras enfermeras venían haciendo una gran algarabía alertadas por los tiros tan cercanos, antes de abandonar mi escaso campo de visión uno de los hombres que se retiraba dijo con ponzoña –Esto no se va a quedar así perra-.
Entre las mujeres que habían venido a examinar la situación se encontraba la enfermera en jefe, al verme esa maciza mujer de principios incorruptibles con el arma aun humeante entre las manos supo de inmediato todo lo que había ocurrido, me arrebato el instrumento mortal de las manos y me cubrió con una manta que traía sobre si misma, fui llevada de nuevo a mi catre y allí me expliqué con gran detalle, aun presa del shock lo dije todo como una máquina, en un tono monótono y sin modulaciones, me ordenaron que volviera a dormir y entonces me eche sobre la cama, no pude hallar el sueño en lo absoluto, aunque Claudine no se apartó de mi un solo instante y me acariciaba constantemente los cabellos con verdadero amor, simplemente estaba en un estado de estupefacción absoluta, estuve a punto, no de causar la muerte a un hombre. sino que tal vez a los cuatro de ellos, si no hubiera sido por que el pulso me tembló demasiado de seguro algún de ellos hubiera encontrado allí la tumba