Atrapada en ese pequeña villa ahora que ya no me encontraba acusada por la necesidad de responder la carta del oficial Danaton, encontraba muy difícil llenarme las horas de ocio, pronto se agotaron los libros y también mi concentración, me resultaba totalmente reprobable el hecho de estar durmiendo sobre cómodas plumas mientras que mi servicios como sanadora podían estar siendo necesitados en el momento justo en que yo simplemente me recostaba o pasaba indiferente la página de algún libro hermoso pero inútil en estas circunstancias. Llegue al punto de no lograr ni siquiera ponerme de acuerdo conmigo misma sobre el contenido de mis pensamientos y me ahogaba una ansiedad en la que no sabía diferencias si lo que correspondía a Danton y lo que correspondía a la guerra , quise entonces despejarme un poco la cabeza, con un merecidísimo cambio de aires, para ello me di un largo baño, peine como bien pude mi cabello tan rebelde y me enfunde en un largo vestido floral que adorne con una abrigo n***o y grueso en el que ponía mis esperanzas de no ser mirada lascivamente por los oficiales que iban y venían desde el campo medico hasta las tabernas y posadas del pueblo.
Enfile mi rumbo hacia uno los cafés que había visto apenas de reojo el día en que fui exiliada, según Claudine, por cuestiones de salud. Era un edificio muy bajo, en un pizarrón a la salida ponía el precio del café y el pan, sin lugar a dudas muy inflado aun para las circunstancias de la guerra, ello no fue impedimento para que entrara pues poseía bastos ahorros y además el aspecto hermoso y gracioso de las columnas de madera, de los vidrios lozanos y las sillas puestas en perfecto orden alrededor de mesitas circulares exquisitamente torneadas me resultaba totalmente encantador.
Penetre en comercio y de inmediato las miradas se posaron sobre mí, algunas naturales, como la de las meseras y la encargada, otras no tanto como la de un grupo de soldados que hablaba alegremente en torno a una mesa arrinconada. Tome asiento sin percatarme mucho del lugar y la chica que se acercó a atender mi visita se mostró mucho más cordial de lo que anticipe, un café grande y una hogaza de pan fue todo mi pedido, la chica se marchó rápidamente y entonces tuve tiempo para observar la vida sin la interferencia del vidrio de mi habitación y con la calma de otros tiempos, me percate de lo mucho que había cambiado todo, de que mis manos habían pasado del servilismo, voluntario pero en todo caso antinatural hacia la señora Moreau hasta esta una nueva etapa de independencia, en la que aun en contra de la voluntad de hombres y mujeres poderosos me habría yo camino en una profesión que antes se había tenido por exclusiva de hombres y mujeres blancos. Seria tal vez una precursora de una liberación de las mujeres y en especial de las mujeres negras que se encontraban en una posición aún más desventajosa que la de las mujeres de cualquier otro color o procedencia. Era entonces de algún modo una prócer de la causa femenina. Esto, que nunca me lo había planteado con verdadera calma logro infundirme una sensación del orgullo muy característico de mi naturaleza pero que lograba mantener a raya a fuerza de voluntad. Por primera vez en mí no muy larga existencia me plantee no volver a la casa Moreu, convertirme así en una ciudadana independiente, sin lazos de protección con ninguna gran casa o persona poderosa que se valiera de sus influencias para enaltecerme de una manera odiosa o tramposa para las personas menos afortunadas que habían encontrado su cuna de nacimiento en barrios más empobrecidos y en familias menos dadas al éxito. Mientras estaba perdida en estos pensamientos de idilio, en planes que seguramente no podría concretar hasta el fin de la c********a que es la guerra, uno de los hombres de la mesa en que departían los soldados se acercó hasta mí y con una voz tenue, que creo pretendía ser de mando, me ordeno sin mediar invitación alguna que me uniera a sus camaradas, mi respuesta simple pero tajante fue un no, pronunciado sonoramente. El soldadito, que esperaba cualquier respuesta menos esa se quedó un rato parado, examinándome con la mirada, no tuve problemas, como si los había tenido con Danton, para devolverle la mirada en expresión de desafío, entonces fue el quien tuvo que mirar hacia abajo para encontrar las palabras que parecían habérsele escapado ante mi negativa.
Entonces se sentó en mi mesa sin consultarme al tiempo que la mesera llegaba con expresión de preocupación y una bandeja sobre la cual pendía mi café Y mi pan, la pobrecita se inclinó entre los dos y con voz tenue sugirió que no armáramos ningún alboroto, que de lo contrario seriamos puestos en la calle a si fuera por la fuerza, ante esta advertencia el soldado tomo aire y levanto su mirada para decir.
-Pero bueno, a que se debe la negativa, simplemente buscamos divertirnos, nos hace falta compañía femenina nada más, somos buenas personas, todos nosotros-
-No soy su diversión soldado, y tampoco tienen ustedes sobre mi mando alguno, si me lo pidiera en un tono distinto, tal vez con más delicadeza, me lo hubiera planteado por que también yo me aburro, pero si su idea de invitación es la orden que hace unos momentos pretendió darme prefiero quedarme aquí, en compañía de mi misma-
-Usa palabras muy bonitas para alguien de su calaña-
-¿Calaña?- interrogue presa de una verdadera sorpresa e ira
-Sí, no es más que una criada, traída seguramente en algún barco esclavista, usted y los suyos fueron traídos para servirnos, no para andarse con remilgos de niña mimada, ahora haga caso levántese y venga conmigo.
Lo interrumpí de inmediato para que no consiguiera mortificarme aún más con su pensamiento retrograda- Ni una sola palabra más soldado, levántese de mi mesa y vuelva a la suya, si escucho una sola sandez más salir de su boca tenga por seguro que…-
Llego su turno de interrumpirme- ¿Qué?, me atacara con vendas y sus tijeras para la tela, es una enfermera y nada más que eso, nosotros somos quienes hacen la guerra y quienes la ganan, ahora vaya a la mesa como se lo ordene- levanto la mano en un movimiento con el que pretendía notificarme de que sería golpeada si volvía a oponerme a su voluntad
-Baje su mano, o le juro por Dios, que no volverá a usarla ni siquiera para disparar su patético fusil- dije, pues aunque lo creía capaz de su amenaza y sentía un ligero temor de que se cumpliera mi orgullo e ira superaba ampliamente cualquier recato, si debía clavar mis uñas en sus ojos o desgarrarle la piel con los dientes seria precio poco para defender mi dignidad. Entonces en el momento preciso en que ese hombre parecía dispuesto a realizar su amenaza una mano lo tomo del hombro y lo hizo girar sobre si, era uno de sus compañeros que viendo semejante despliegue de dramatismo había acudido a evitarle el bochorno de golpear a una mujer en plena calle a aquellas horas de la mañana, le susurro algo que no pude comprender y en medio de risas los dos se marcharon no sin antes dedicarme una mirada que me helo los huesos como si planearan en mi contra algo mucho más gravoso que un golpe en la mejilla, apure rápidamente mi alimento, para refugiarme en la seguridad de la casa que me acogía, siempre mirando sobre mi hombro que ningún soldado de los presentes en ese café me siguiera.
Esa misma noche, acosada por el conocimiento de que debía salir con rapidez de ese pueblo porque aun mi valentía no bastaría para frenar a un grupo numeroso de hombres, me escape de nuevo hacia el hospital de campaña un par de días antes de lo planeado, fui recibida con una naturalidad que me revelo que hace mucho esperaban que me presentase, al llegar allí revele a Claudine el motivo de mi escape, ella me miro con temor pues entre las nuestras empezaban a circular rumores de hombres que aprovechaban su posición de mando para someter a pobres mujeres en la soledad de algún campo inhóspito, incluso algunos de esas damas resultaban cargando niños en su vientre sin saber a cuál de los infames pertenecía el pequeño, tras esa mirada de susto e incontables previsiones para que procurara siempre estar en compañía de otra enfermera me entrego un nutrido paquete de cartas, algunas de ellas de Guille y Antonie y otras de la señora Moreau y mi tia, Ninguna de ellas era la que yo más esperaba. Es decir, la de Danton.