No tuve que pronunciar palabra alguna para transmitir la desgracia, basto el galopar del caballo sobre la calle frente a la casa Moreau para que la señora, aguda como siempre, se enterara totalmente de su desgracia, cuando penetre en el hogar no hubo saludo, simplemente la pregunta – Cual de ellos-, sabiendo que no tenía preferencias por ninguno, y librada de la carga de contarle los pormenores por la carta con la que había llegado el ataúd dije simplemente –Danton-, mientras miraba al suelo incapaz de observar los destrozos que seguramente tendría en la fisionomía de la adorable viejita semejante noticia.
Yo misma me encontraba tan ajada como nunca había estado, resistiendo a mirar el espejo durante todo el viaje no quise remediarme el aspecto, simplemente hallaba absurdamente irrelevante la vanidad en momentos como este, contrario a toda expectativa mis oídos no percibieron el llanto, sino que experimento mi mejilla el suave tacto de la mano huesuda de esa menuda anciana, que contrario a toda expectativa había encontrado manera de sobreponerse momentáneamente al golpe para preocuparse por mí, dijo – anda, estas hecha un destrozo, vete a tomar un baño y descansa, ya hallaremos luego tiempo de martirizarnos- esta muestra de interminable bondad de estoicismo primordial hizo que fuera yo la que se derrumbara inmediatamente, no halle otro lugar en el que reposar la cabeza que en el hombro que ofrecía la vejita, abrazada a su delgada humanidad estuve buen rato, con cataratas bajo los ojos, la tía Marion que no había salido a mi encuentro por respeto al acontecimiento aciago del que era yo portadora se unio a nosotras rato después, tras estarnos observando atónita desde el pasillo, fracase allí en la tarea que se me había encomendado, pues tanto los hermanos como la madre habían puesto en mi sus esperanzas de consuelo para el otro y finalmente fui yo quien necesito de los abrazos y las caricias, para mantenerme aun en pie.
No fue sino hasta que pasados algunos minutos me asalto la certeza de que la pobre señora seguro apreciaría un momento de soledad, decidí hacer caso a su consejo y entonces camine escaleras arriba hasta el baño de la casa, allí, deje que el agua fluyera durante mucho rato, hasta llenar la bañera completamente, quise evitar de nuevo el espejo pero el agua inevitablemente me devolvió una imagen ondulante de mi propia humanidad desnuda, al estar dentro del ella, sumergida hasta el cuello, estos rizos indomables que siempre me crecieron del pensamiento. Como decía Marion, se movían a su antojo sobre la superficie acuosa, describiendo toda clase de movimientos extraños, ondulando y contrayéndose, flotando a la deriva en una danza que me hizo perderme machismo rato en una observación de mi misma. Experimente durante ese inmerecido baño la sensación de que habia sido iniciada en una parte de la vida de la cual no tenía noticia hasta ahora, en esa en la que los poetas y los literatos son expertos, esa que les dibuja el carácter en el rostro y le imprime solemnidad a las palabras. Al salir de la ducha, y contemplarme en el espejo, por fin sin temor alguno de encontrar a una mujer débil devolviéndome la mirada, me observe cada detalle de la fisionomía. Las piernas largas de potra, como decía Danton cuando jugábamos a las carreras en la niñez, eran los pilares que debían sostener mi mundo, siempre fuertes y ligeramente carnosas, los muslos constituían el voluptuoso camino de entrada al resto de mi cuerpo, allí, cuando empezaba la cadera asomaba a cada esquina el hueso de la pelvis, templando la piel entre ambos extremos como un tambor, haciendo que mi abdomen y mi sexo se encontraran en un inmenso valle de piel morena, pintado aquí por el cráter del ombligo y allí más arriba por las sombras de las costillas, un dedo, curioso hizo aquello que nunca me había atrevido a realizar, sentirse ajeno al resto del cuerpo para conocerlo como si fuera un vecino extraño, empezó por tocar la maraña de bello que crecía en mi entrepierna aun húmeda, luego harto de los enredos se dejó llevar al ombligo y por la mitad de las costillas, como un alpinista que recorre su camino plano para encontrar el premio de las montañas, mis senos fueron su destino, entre ellos aun las gotas caían dando la sensación que serían la cadena de orgullosas montañas que dan nacimiento a la catarata, erguidos y medianamente grandes eran prueba irrefutable de lo que se decía de nuestra gente en el viejo continente, de nuestro vientre insaciable de nuestra lujuria sin límites, el tacto suave y libidinoso con el que se encontró ese dedo explorador confirmo por completo que muy a mi pesar era yo una mujer tan animal como otras, estuve orgullosa de esa anatomía de gacela que había decido prestarme Dios y también de los regalos enloquecedores para el otro sexo que prestaba el demonio, un mezcla de pureza y maldad de fuerza constructora y pasión que todo lo derrumba, entre las clavículas rectas, diáfanas y la pelvis se encontraba un paisaje digno de retrato. Que era coronado por unos labios llenos y sensibles atrapados a medio tono entre el n***o y el rosado, no tan amplios como los de mis antepasados más puros y tampoco delgados como los de las demás enfermeras, la nariz redonda y los pómulos ligeramente pronunciados, era esa la mujer con la que estaba condenada a vivir durante el resto de mis días y a pesar de los acontecimientos, de las perdidas y los imprevistos, estuve por fin feliz en el curso de de muchos dias, feliz de que Danton hubiera encontrado en mi la musa que nunca busco porque estuve siempre a su lado, feliz de que fuera yo y no cualquier otra la poseedora de sus últimos versos y de que fuera mi cabello el que reposaría eternamente junto a su lecho de muerte. Feliz de que tal vez fuera yo el último de sus pensamientos, groseramente orgullosa de mi misma, pero finalmente recompuesta, dispuesta a no permitir que ninguna otra cosa se metiera en el camino de aquello que quería, de aquello que merecía.
Me consto que los ojos se despegaran de su objeto de apreciación, cuando finalmente lo hicieron me envolví afanosamente en la toalla que llevaba conmigo y sin prestar mucha atención a los recatos hice otra cosa que no había hecho nunca, me dirigí a mi habitación sin prestar atención a las miradas, caminando los tantos pasos del baño a la cama sin más prenda que ese pedazo de tela, recostada finalmente sobre la cama, el casación me impidió buscar ropas adecuadas para dormir, me despoje simplemente de la toalla y así sin otra cosa cubriéndome que las ligereas sabanas dormí tan plácidamente como no lo había hecho nunca, en medio de sueños azarosos da paisajes de ensueño encontré por última vez a Danton, que se despidió animosamente y me beso en los labios como lo hacía cuando éramos niños como, lo hizo cuando ya no lo fuimos tanto y como intento hacerlo cuando por testarudez me negué a seguir ese juego privándonos a ambos de lo que tal vez hubiera sido una historia de amor.
Al despertarme la mañana siguiente me sentí niña de nuevo, después de perdonarme a mí misma por la debilidad de los últimos días, hice todo cuanto la casa requería, barrí los escalones, limpie el polvo acumulado en los muebles antiguos y puse en orden milimétrico cada esquina de la casa. Envuelta en ese vestido n***o, de luto por la pérdida sufrida, me encontró la señora Moreau cuando se acercaba el medio día, sin darme tiempo de preguntar sobre su estado dijo alegre- Por eso traes de cabeza a todos mis hijos, Danton no pudo dejar este mundo con otro amor más bello en el corazón-, Marion se unió a nosotras y entonces mientras desayunábamos una modesta pero vigorizante mezcla de chocolate y pan, recordamos las travesuras del antiguo inseparable trio.
Durante el velorio, que se celebró de manera modesta y con una asistencia nada desdeñable teniendo en cuenta la cantidad de bajas sufridas por nuestra ciudad, se presentó gente de lo más variopinta, un par de hombres que se recuperaban de sus heridas y habían compartido escuadrón o regimiento con él y también un alto y blanco oficial que nadie supo reconocer, de nombre también Danton, al llamar la atención sobre su persona por la similitud de los nombres pareció más molesto que halagado, cuando se le interrogo que de donde conocía al fallecido respondió con naturalidad grosera que de ningún lado, pero que todos los franceses eran sus hermanos y como soldado no pudo resistir el entrar a presentar sus respetos al que debió ser un honorable guerrero. Sin invitación y con su mirada de nada me importa fue sin lugar a dudas el más odioso de ente los invitados, al finalizar los ritos la señora Moreau se interesó por él y así fuimos enteradas de que volvía recién del cautiverio y que aquel era realmente su primer día de vuelta en la patria, de no haber sido por tan triste historia lo habría echado de casa para que dejara así de importunar con su airecito de superioridad a todos los que si sufríamos verdaderamente la muerte de un ser amado, para mi infortunio quedo en muy buenos términos con la señora, por lo que fue invitado cenar al día siguiente.