El año 1915 llego hasta nosotros sin grandes sucesos, aparte de las muertes esporádicas, las enfermedades incurables y las benditas ratas cuya exterminación probo ser imposible nuestra vida transcurría como la de los topos, esa primera semana fui llevado al acantonamiento de la compañía, por un caballo que me fue prestado para la atarea, por el mismísimo Himler. Al llegar y presentarme como aspirante para el trabajo de espía, los instructores que allí me esperaban me repasaron con ojos incrédulos, como si fueran capaces de juzgarme impropio para cualquier sutileza solo de un pequeño vistazo, supe comprenderlos, después de todo no hay hombre en el mundo que parezca buen agente encubierto cuando esta sucio de barro hasta la saciedad, maloliente y además endurecido de sobremanera por los largos meses de privaciones.
Sin embargo, basto con un baño y un cambio de atuendo para que me miraran con mejores ojos, aun con incredulidad, pero por lo menos ya no con decepción, la primera de las habilidades sobre la que fui indagado fue por supuesto sobre mi capacidad para el engaño y la actuación, se preguntaban los oficiales si sería yo capaz de aparentar ser otra cosa distinta a mí mismo, esto lo hicimos mediante una serie de ejercicios interpretativos que me parecieron más bien una pantomima idiota que cualquier otra cosa, los oficiales se inventaban escenarios de inverosímil estupidez que me llevaron a la conclusión del que por qué no se ocupaban ellos mismos de la tarea de espías, era por su evidentísima falta de talento para ello. Yo que siempre fui un amante de las novelas clásicas y por consiguiente del mundo francés, no tuve problemas en desempeñar mi papel de afeminado franchute, sin mucha dilación fui introducido en el arte del té, en las refinaciones del vino y también en la zalamera coquetería con las mujeres. Mi acento no hubo de mejorar mucho, aunque durante la semana que tardo ese juego ridículo de enseñanza no me fue permitido hablar en otro idioma que en el francés.
Estos días, pese a ser tediosos en exceso constituyeron para mí un cambio, a mi modo de ver, bien merecido, encontraba todos los días un desayuno en aquel reciento que hacía de restaurante para los oficiales y además ropa limpia y aun sin usar sobre mi gaveta, Era como una vuelta a la vida común, se me pedía entonces que hiciera como si la guerra no estuviese desangrando el continente entero, mi papel sería el de un oficial que por algún motivo termino recluido tras las líneas enemigas y que ahora se encontraba de vuelta en el país, tomaría entones la identidad de un hombre que habíamos capturado hace algunos meses, y que había probado tener cierto parecido conmigo además de casi ninguna familia y pocos amigos, sus orígenes de la ciudad de Calais y además su reputación de misterioso debían ser suficientes como para mantenerme incognito sin mucha necesidad de recurrir a grandes esfuerzos de ocultación, cuando se me iba revelando esa información yo solo suplicaba que la tortura a la que fue sometido ese hombre para revelar semejante información sobre su propia persona, hubiera sido inmensas porque de otro modo podía estarnos tendiendo una trampa de la cual sería yo la única víctima , decían que lo más probable es que luego de la captura se me permitiese reintegrarme a la vida civil durante buen rato por lo que procedieron a calzarme con toda clase de trajes elegantes, según ellos propios de un Oficial de permiso, Yo sentía que me sentaba fatal tanto recato después de acostumbrarme a las telas gruesas del abrigo de campaña y a la rudeza de nuestras botas, sin embargo, los oficiales solían bromear con que también me quedaba el atuendo que daban ganas de sacar allí mismo su pistola para darme muerte como el frachute que parecía.
El siguiente problema a abordar, agotada las cuestiones de mi supuesta enseñanza actoral, el acento y la vestimenta, fue el del papeleo y mi nuevo nombre, seria yo denominado Danton, que nombre peor que aquel, iba a parecer yo una caricatura de cuento de hadas, pero los oficiales con sus ánimos romanticones creía que entre más sonara inofensivo y acorde a su cultura menor impacto tendría yo en su sociedad, en cualquier caso mi trabajo era de total discreción y no me convenía el nombre de ningún personaje histórico que les hiciera rememorar el más minino acontecimiento traumático, no, no sería yo un Maximiliem, un Napoleon o un Jacques, seria simplemente un simplón Danton.
Se me introdujo también en la arquitectura francesa y especialmente en la distribución urbnistica de parís, tuve que aprender de memoria la ubicación de muchos sitios al parecer de orgullo nacional y que hasta ese momento solo conocía yo de oídas, la ubicación de la bastilla, de versalles y las tullerais, así como el arco del triunfo, un sinfín de monumentos a su agitadísima historia política. Llegado el momento de la partida no había logrado asimilar aun la totalidad de todo lo que me pretendían hacer entrar por las orejas y los ojos, la única tranquilidad que me fue brindada por el obtuso grupo de oficiales que realizaron mi “educación” fue una píldora de cianuro que me empacaron el en bolsillo acompañada de la frase –por si te descubres, no dejes que te atrapen vivo-, supe entonces que transitaba ahora tal vez por un camino tan peligroso como lo era la trinchera, la única diferencia era que antes podía causarme la muerte la impertinencia con el cuerpo, asomarme cuando no debía o estar en el sitio inadecuado, pero ahora podía causármela la sola palabra, cualquier actuación sospechosa haría recaer sobre mi todo el peso de la fatalidad.
Sobre el modo en que transmitiría yo mis averiguaciones, no se dijo nada demasiado concreto, simplemente que un hombre se contactaría conmigo en cuanto pusiera pie en territorio parisino, y que sería a el a quien diera yo mis informes, cualquier pregunta que hice para profundizar sobre ese asunto fue reprimida con mucha animosidad. Pese a todas estas preparaciones aún faltaba hacer lo más importante, la infiltración, el como esos grandísimos genios habían realizado un plan con siquiera las más mínimas posibilidades de funcionar me llenaba de dudas, no acertaban ni siquiera a tener una conversación normal en un idioma que no fuera el suyo, como pretendían hacer para llevarme de un lado al otro de la inmensa pared de zanjas que ahora dividía el continente entero por la mitad, sin embargo para mi asombro el plan no era tan descabellado como yo lo había anticipado, seria yo disfrazado como un prisionero de guerra, me intercambiarían por algunos oficiales tomados prisioneros durante los comienzos de la conflagración.
La fecha fue fijada prontamente pues al parecer urgía bastante a nuestros generales conocer cuál sería el próximo movimiento de los ejércitos enemigos, si intentaría tal vez un avance o se conformarían con la inactividad, era ese el principal tema de sus conversaciones, resultaba gracioso a la vez que odioso que ellos hablaran de aquellos planes que abarcaban miles de kilómetros mientras que el soldado se preocupaba solo de las ratas y de mantener la cabeza baja. El día señalado llego con bastante premura, esa mañana fui enfundado en un largo gabán de oficial francés y mi cabeza probo por primera vez el tacto suave de la tela de sus gorras, que en nada tenía comparación a la dureza de nuestro casquito de punta metálica. Para dar la impresión de haber sido un verdadero prisionero de guerra tuve que se golpeado en cara y cuerpo, los brutos encargados de esta tarea lo hicieron con tata sevicia que llegue incluso a pensar que tenían algo personal en mi contra, llegue entonces cojeando, con la nariz sangrante, un ojo morado y los labios llenos de cortadas hasta la región de Lorena, donde ningún hombre me reconocía y por lo tanto era mirado como si fuera en realidad un enemigo del Kaiser.
En la ciudad de Estrasburgo hice la que sería mi última comida en territorio alemán durante varios años de una ausencia que al principio creí sería muy corta, solo hasta ese momento me asalto una duda que por su tardanza me dejo genuinamente sorprendido, ¿que se le diría a mi familia?, cuando formule esta interrogante a los hombres que me acompañaban y con los cuales compartida yo la mesa en una celda de la que habíamos sido provistos para completar la mi coartada, ambos se miraron y rieron, respondió uno de ellos –creímos que no preguntaría nunca, normalmente es lo primero que preguntan, pero usted tiene algo roto Dominik, mire que acordarse tan tarde de la madre- Yo que nunca fui propenso a las vergüenzas pero si a los enojos me sulfure de puro odio, después de todo que sabían esos pobre idiotas sobre mi carácter, repetí la pregunta. Respondieron al unísono – Usted está muerto Dominik, Eso es todo- la pintura de mi madre llorando profusamente y mi padre intentando consolarla tan torpemente como lo hacía siempre me lleno la mente. Creo que fue la primera vez desde el comienzo de la guerra en la que sentí algo decididamente distinto al miedo y al odio, se me lleno el cuerpo de congoja. Al mirar una última vez la amada patria, cuando aún podía escuchar el rumor de rio Rin en su marcha al mar todo en esa tierra de colinas y bosquecillos me pareció hermoso, tanto como si nunca hubiera visto nada siquiera remotamente bello en toda mi vida.