Un día en el que me encontraba yo esperando, que se produjera la visita reglamentaria del molesto oficial, que no había hecho más que mancharme el luto de su egocéntria y de su afán por ser querido, se presentó en un estado en el que nunca lo había visto antes, la cara especialmente blanca revelaba no solo sus orígenes de la Europa del norte sino que también una especie de palidez de enfermedad, tenía también impregnado en el rostro esa seña característica de los moribundos al borde de la muerte, seña que a este punto ya tenía yo más que gravada en la mente. Los parpados caídos las mejillas sin vida y sus labios sin ningún color más que el que le resultaba imposible perder estando aun en vida. Al principio quise no fijarme en su estado, pero la señora Moreau y la tía Marion se dieron tan prontamente a la tarea de dispensarle cuidados que no pude evitar el acercarme a consultarlo sobre su salud. Mi pregunta la respondió finalmente con algo de naturalidad como si de algún modo la enfermedad lo hiciese mas el mismo y menos el oficial abigarrado que venía todos los días a interpretar a mi morada. Por vergonzoso que pueda parecer en este momento, realmente eso basto para que se me conmoviera un poco el corazón por lo que aleje a la dueña de casa y a mi tía de esa labor que no se les daba para nada bien y desde ese momento me ocupe yo de cuidar al pobre soldadito.
A todas mis preguntas respondía negativamente y pasada una media hora no sabía yo que era lo que podía estarle ocurriendo, le revisé la frente un par de veces y al sentirlo algo más caliente de lo que era usual, me decidí algo arbitrariamente por la fiebre, tal vez algo causado por una mal adquirido durante el cautiverio. En nada resultaría extraño que aquellas condiciones en las que fue encerrado y que es describía a la señora Moreau con tanto ahínco le hubieran estropeado algo dentro del cuerpo. Con ese diagnóstico me apresure a preparar compresas de agua fría, que aplique sobre su cabeza, mientras él se encontraba sumido en un trance de paz que en ese momento adjudique al delirio, pero que semanas después me confeso había sido causado por mí, por mis labios y mis ojos, según decía en esa carta ridícula pero que por algún motivo supo crearme una vaga ilusión que sería el comienzo de una historia de casi amor que en este momento no me atrevo a describir completamente.
De vuelta en el día de la enfermedad, he de decir que estuve buen rato en mi tarea de enfermera y dada la cercanía y confianza que proporciona esa profesión encontré momentos para apreciar algo más que la enfermedad, note por ejemplo que sus cejas pobladas y casi rubias como el mismo se extendían hacia arriba en una expresión de inocencia que en nada parecía ser la que siempre llevaba en el rostro, el conjunto de sus rasgos daban una impresión de desamparo, similar a la que tienen los niños que se han perdido en la plaza cuando su madre descuidada se dio a la tarea de pelear por las verduras, como si se encontrara también perdido y lejos de casa, amenazado por el mal indiscreto e intangible de la incertidumbre. En esos instantes, no llego nunca a importunarme con su conversación siempre demasiado cargada de preguntas y tampoco con los clichés de su temperamento que lo hacían la más perfecta expresión de lo que es un oficial elitista, sino que se quedó sumido en un silencio de monje del cual no quise sacarlo porque pese a dotar a la situación de un carácter más solemne de lo que me hubiera gustado, me daba la oportunidad de valorarlo de una manera distinta, mas próxima a la humanidad y lejana a lo mecánico, finalmente como un hombre de carne y hueso y no un intruso de frio metal. Dicho todo esto, diré en aras de la verdad que me pareció bastante guapo allí tendido con su cuerpo enorme sobre la cama de invitados, de algún modo distinto a los flaquitos enfermos que solían popular por mi hospital de campaña.
Esa tarea, de intentar recomponerle el ánimo y el cuerpo a fuerza de remedios de curandero barato, me tomo toda la tarde y luego de ese tiempo aparentemente interminable, la señora lo invito a pasar la noche en casa “en vista de su condición de salud”, ya totalmente recuperado y aun cuando lo veía yo en perfectas condiciones decidió aceptar la invitación y por lo tanto ocupo después de la cena la habitación de invitados, en la cual se recluyo tan pronto como se lo permitieron los recatos de la amabilidad y la cortesía. Yo me retire entonces también a mi cuarto, a reflexionar sobre el día en que debería partir de nuevo a cumplir con ese deber que me demandaba con tanta pasión el corazón, concluir que debía ser muy pronto y entonces tras una breve charla con la señora Moreau quedo fijada como fecha de partida un el dia de pasado mañana. Con esta certeza en la cabeza quise tomar una largo baño, que me dejara impregnada en la piel la sensación de la limpieza, esa sensación que con tanta dificultad puede hallarse en el campo de batalla, estando allí sumergida hasta el cuello en la enorme tina cuando me disponía de nuevo a dejarme llevar los pensamientos y la suciedad la interacción graciosa de mis cabellos con el agua, note que la puerta no se encontraba totalmente cerrada, sino que se filtraba por una pequeña abertura una luz tan tenue que no resultaba evidente sino para quien se encuentra con los reflejos bien afilados, el pensamiento de que no era nada más que una ataque de paranoia fruto de la coincidencia de que justo cuando dormía bajo nuestro techo un desconocido la ducha dejara de parecerme el lugar infranqueable y seguro que siempre fue, me arranco a fuerza de pudor conmigo misma la idea de que pudiera estar siendo espiada, de hecho me resultaba casi imposible que semejante esperpento de cordialidades y palabras fabricadas como lo era el enfermizo oficial tuviera la valentía de levantarse de cama para dedicarse a un tarea tan anodina como lo es la de espiarle la desnudez a un casi desconocida. Entonces sí que deje que se me escapara la conciencia y durante largo rato, deje que las pasiones ocultas y los deseos no confesados me guiaran por los caminos de mi ser desconocido, no tardo mucho tiempo mi mente en ir de nuevo hacia el oficial, me preguntaba yo si sería el odio que me inspiraba o alguna otra cualidad extraña lo que lo hacía tan propenso a infiltrárseme en la mente. No lograba descifrar ese nudo intrincadísimo y por ello la campanada que anunciaba que llevaba ya más de una hora en ese remojo de las ideas, me tomo totalmente por sorpresa, Salí de allí y tuve de nuevo la sensación de ser observada, pero para mi sorpresa y contrario a todo lo que hubiera anticipado de mi misma, no sentí necesidad alguna de cubrirme y de hecho una sensación de orgullo y de vanidad se me apodero lentamente de los sentidos, me preguntaba que sería el oficial y si en realidad fuera el quien furtivo se escapa de su cuarto simplemente para ir a husmear en esa puerta a escasos metros de mi humanidad despojada de toda vestimenta, que clase de ideas pasarían por su mente, y si sería víctima de otro tipo de calores cuando se diera cuenta de que aquella mujer que lo cuido toda la tarde no estaba solo bien equipada para la sensibilidad sino que también para la pasión, estando en ese estado de excitación del que nunca me creí capaz seque mi cuerpo con la maldad de un súcubo, esperando que cada gota recogida por la tela fuera también una mirada que se le cristalizara en la mente mi hipotético observador