Durante el tiempo fui un civil en la ciudad de parís la casa Moreau fue sin lugar a dudas el sitio en el que más horas se me escaparon, después de esa primera visita alentada por la señora dueña de casa me convertí durante un par de semanas en visitante asiduo de la enorme mansión gótica que ocupaba la viejita junto con sus dos criadas, a las que tenía ha bien llamar hijas, esto, aunque a mí la verdad me parecía tan natural como cualquier otra cosa, gracias al papel que ocupaba demandaba cierto conservadurismo de mi parte, conservadurismo según el cual no resultaba muy aceptable ese enaltecimiento sin cuna, esa especie de amor por alguien in lazos sanguíneos con uno, sin embargo, muy en contra de las actitudes que debía tomar conforme a esa logica, la persona que más llamaba mi atención era precisamente Camillie aquella a la que encontaba siempre a la defensiva, desde nuestro primer encuentro declaro con su mirada un odio infranqueable contra mi persona, profesaba tal vez la misma clase de animadversión que yo sentía por los oficiales y sus juegos maniáticos, tal vez en otras circunstancias mas honestas hubiéramos sido buenos amigos, pero acá las apariencias nos mantenían siempre alejados, en la mansión, espaciosa como era, no lo encontraba yo casi nunca aunque hacia ciertos esfuerzos por hallar su compañía, en ocasiones incluso a riesgo de parecer grosero con la señora Moreau que era quien siempre me recibía con renovadísima pasión, como si fuera la primera vez que me viera.
Sin embargo, pese a su tarea de huir como una escurridiza comadreja en algunas ocasiones la situación la atrapaba, tal fue el caso de la que fuera tal vez la tercera o 4 visita que realice. Estaba junto a la señora tomando una taza de café, intentando que de algún modo me develara que decían sus hijos sobre el movimiento de las tropas en el norte, pero al parecer las misivas que de ellos recibía, como ella misma, no estaban cargados más que de buenos sentimientos y lamentaciones, pero yo en ese momento aún no me había convencido totalmente de ello con lo que seguía desgastándome en malabares dramáticos para llegar siempre al tema de cómo se encontraban sus retoños en el campo de batalla, finalmente harto de no poder sonsacarle nada de importancia dije que tal vez podíamos ocupar el resto de la tarde en la lujosa biblioteca de inmensos estantes de madera en la que guardan una copiosa colección de libros los Moreau, según Marion, dejados por el marido que era un estudioso de toda clase de saberes esotéricos, un excéntrico como ninguno. Allí, mientras penetraba en ese cuarto dedicado a los estudios, vi a Camillie agazapada en una silla cual, si fuera una chiquilla, leyendo con profunda concentración a un tal Balzac, autor de que escuché, pero nunca leí nada. Al verme entrar se encontró de inmediato presta a la huida, pero viendo que me seguía muy de cerca la señora se rindió y decidió quedarse allí, pensé que sería tal vez dado el lugar en que nos encontrábamos, una ocasión para sentarnos simplemente en silencio, el uno en compañía del otro, sin embargo, la señora aprovecho el momento para ejecutar una trampa que había tendido en contra de la pobrecita, dijo – Camillie, no tienes algo que decirle al señor Danton- tan contrariada visiblemente ofuscada como puede estar una persona, Camillie se negó a levantar la mirada y durante un instante pareció genuinamente a punto de estallar, las orejas coloradas y la frente lisa y hermosa congestionada como si sufriera un terrible dolor, solo tras superar ese estado de furia logro por fina articular las palabras que la señora le pedía con ese poco sutil mandamiento –Señor, si le he ofendido con mis palabras anteriormente le ruego que me disculpe- fue todo lo que dijo, no pude evitar reírme, eso pareció doblarle la rabia pero divertida como me parecía la escena no pude dejar pasar mi oportunidad para tentar un poco más la suerte- la disculpa queda aceptada, no hay por qué sentir vergüenza y sonrojarse de esa manera- Entonces levanto su mirada llena de fuego y sabiendo que lo que yo decía no era más que una ironía quedó totalmente descolocada ante el guiño que le dirigí, creo que en ese instante no supo ni ella misma si lo que le coloreaba las orejas era la ira o la sincera vergüenza, tal vez una mezcla de ambas cosas.
Tome asiento muy cerca a ella y con fingida curiosidad pregunte sobre el autor que leía, fue tal la sorpresa que durante un instante se olvidó de que estaba en guerra permanente conmigo, me dijo que era inaudito que cualquier hombre en Francia entera no supiera del nombre de ese autor tan proligo y virtuoso en el arte de la palabra, yo viendo un poco en peligro mi coartada apele a los conocimientos que de una manera u otra había logrado Jonas meterme en la cabeza y dije en interrogación y con timidez- es aquel que escribió todo un catálogo de los distintos caracteres franceses- ella suspiro en alivio como si realmente fuera esto algo imperdonable para cualquiera para responder luego de unos segundos en los que supuse estuvo meditando sus palabras – La comedia Humana, es el nombre que le fue otorgado a esa compilación de cuentos a la que usted se refiere, es una especie de taxonomía humana, usted encuentra en esas páginas perfectamente retratada la sociedad que pisaba esta misma tierra hace no mucho más de 100 años, se da uno cuenta de que las cosas no cambian mucho y de que en realidad aun arrastramos muchas de nuestras antiguas costumbres, y de que la mayoría de ellas parecen querer seguirnos a la tumba, debería usted leerla no puede ser un verdadero parisino sin haber leído esta obra monumental- paro para tomar aire, supe que su pasión literaria, seria de algún modo una manera de aproximarme sin llamar la atención sobre todo lo que en mi odiaba, pero como no podía olvidar a la viejita que seguía estando allí, a pesar de ser ignorada, aproveche la ocasión para halagarla nuevamente – Entonces la leeré, no puede ser una mala apreciación la suya si adquirió los gustos de la señora- Perdí de esta manera las pocas gracias que me había granjeado con Camillie que de inmediato me miro con una expresión de hartazgo que me dejo genuinamente dolido.
El resto de la tarde fui incapaz de volverla a interesar en mi persona y tuve entonces que intercambiar palabras de nuevo con la viejecita. Camillie, en cuanto encontró la oportunidad huyo, dejándome de nuevo y para mi aburrimiento, en la tarea de espía, fue un día totalmente improductivo.
Un par de días después obtuve la visita de aquel al que debía yo presentar mis informes era un hombre bajito y vestido de una manera muy poco conveniente a nuestras pretensiones de disimulo, parecía el vivo retrato de un espía de novela policiaca, el gabán largo y n***o, la gorra siempre calada casi hasta los ojos y las manos en los bolsillos como si meditara todo el rato sobre algo, le di mis primeras impresiones sobre lo que era Francia en ese momento y se vio sinceramente disgustado de que no pudiera relatar algo con mayor detalle, me dijo entonces que si no era de ayuda no habría lugar al que volver, que se olvidarían de mi aquí en este lugar y si la guerra me hallaba entre los vencidos tendría que padecer las consecuencias de ello, concluyo con la frase – Poganse entonces en cintura y valla a seducir señora, viejitas, jóvenes o incluso machos pero la próxima vez que nos veamos espero encontrarlo mejor preparado- Esa sentencia me dejo aterrado por lo que al llegar ese día a la casa Moreau las tres mujeres se alertaron ante mi palidez, queriendo aprovechar la oportunidad para llamar sobre mi algún tipo de cuidado que les hiciera bajar la guardia a las dos criadas fingí estar realmente descompuesto, entonces Camillie que parcia haber aprendido de buena manera los oficios de la enfermería me incito a recostarme sobre una de las camas de invitados, y allí me brindo unos cuidados que me hicieron desear estar enfermo realmente para poder prolongarlos mucho más tiempo. Sus mano, de dedos largos y delgados, esbeltas como las perlas, ligeramente moduladas por los callos de sus trabajos manuales no eran pese a su fuerza en nada distintas a las que le hubiera yo adjudicado a un ángel, tomaba con una delicadeza infinita los trapos remojados que preparo luego de deducir, algo imprudentemente, que debía estar yo sufriendo de alguna fiebre y los ponía con mucho cuidado de no regar nada en mis ojos, era tal la concentración que ponía en ese simplísima tarea que parecía no notar que yo le destripaba cada facción con la mirada, estando acostado pude recorrerle los labios con la imaginación y representarme la suavidad de sus mejillas, sumergirme en sus ojos oscuros como el océano profundo, colmados de los mismas maravillas y terrores primigenios de los que creemos son poseedores los ermitaños y los estudiosos, me di cuenta por primera vez en mi vida de la distinción que un carácter fuerte imprime en el rostro y era ella la mejor expresión de esto, su semblante orgulloso y su cuello siempre erguido asustaban de seguro hasta a los más osados pretendientes, estando yo en esa posición me sentía como un niño, un niño enamorado de su maestra o de aquella señora que su madre invito a comer, tan profundamente abstraído estuve que todo ese día, a pesar del gran susto que me empujo a la farsa de la enfermedad no hice un solo progreso en mi investigación y cuando llego la hora de dormir, y pude por la gentileza de la dueña de casa quedarme allí, en la casa Moreau, no encontré otro sentimiento en el pecho que la alegría, la alegría de compartir el techo con esa hermosa dama