Visiones de Paraíso

1619 Words
Aquella noche que pasé en la casa Moreau ha sido una de las veladas más impresionantes de mi existencia, las cosas que vi mientras se alzaba la luna, al resguardo de las sombras y con una ligerísima traición de la confianza de la familia habrían de arrebatarme el ultimo dejo de calma que me quedaba en la vida luego del embrollo inmenso en el que había aceptado entrar engatusado por palabras que difícilmente llegarían algún día a cumplirse. Me encontraba yo en la habitación de invitados, incapaz de dormir después de todo el reposo acumulado que me facilito Camillie con sus manos de ángel, por la cabeza solo me transitaban pensamientos aciagos, volví de nuevo a la melancolía de la patria que realmente nunca había estimado todo lo que merecía, sus paisajes ahora pintados por nuevos colores que le imprimía mi memoria caprichosa parecían el mismísimo reino de los cielos. Extrañe también esa noche como nunca la compañía de algún conocido, uno con el que por lo menos pudiera comunicarme en el fuerte y digno idioma bárbaro de nuestros antepasados germanos, y no en esta amalgamaba de latín galo, tan lleno de complejidades y sensibilidades de la vida mediterránea, un idioma que parecía echo para cualquier otra cosa antes que para la guerra, sin lugar a dudas algo propio de los cortesanos perezosos que constituían de alguna manera la casta dirigente del pueblo francés. Recordé entonces, algunas historias de Jonas, y pensé que no debían estar lejos de ese punto en el que me encontraba, las tumbas en las que reposara un caudillo bárbaro de nombre Vercingetorix que siglos antes fue derrotado por las legiones romanas que marchaban al mando del mismísimo Julio cesar, el más grande de los emperadores, aunque esa aseveración no le hubiera gustado a su ánimo enciclopédico y habría tenido yo que aguantar su explicación de por qué Julio Cesar no puede considerarse realmente el primer emperador, a mí personalmente solo me gustaba la parte bélica de sus relatos, la sangre derramada en todos los campos y las frasecitas que lograban envolver con simplicidad asombrosa la valentía la cobardía o incluso las dos cosas al tiempo, esa noche en particular recordaba la frase que pronunciaba Julio al cruzar el Rubicon para enfrentarse a Pompeyo y tomar roma por asalto, “Alea iacta est”, o la como se ha traducido a nuestros idiomas modernos “la suerte esta echada”, los dados sobre la mesa y debemos por lo tanto entregarnos a la fatalidad de nuestro destino, pues a fin de cuentas nada se encuentra realmente en nuestras manos y mucho menos en esta guerra insensata en la que un trozo de metal impulsado por la pólvora asesina puede diseccionarnos el cuello en cualquier instante, en ese conflicto en el que el hecho mismo de caminar es una sentencia de muerte y en que los hombres más grandes sufren las penas más bajas, las enfermedades más denigrantes y las penurias más dolorosas. Realmente mi suerte ya estaba echada y de nada me servía intentar contrariarla o llenarme la cabeza de consuelos idiotas o sustos de cobarde, con esto en la mente y sintiéndome renovado tras tanto desgatar la sesera, Salí de mi cuarto, con el único animo de encontrar en el espacio abierto y vacío de esa casa el aire renovador que necesitaba la nueva vida a la que me empezaba a entregar con resignación de emperador. Entonces fui sorprendido por unos pasos descalzos que se aproximaban desde el pasillo hacia el baño de la planta superior de la casa, por su gracia y su ligereza supe que no podían ser de otra persona que de Camillie, lo que me llevo del sitio en el que me encontraba. Es decir, de los escalones medio recorridos que conducían hacia el primer piso, hacia la puerta del baño, aun no logro decifrar lo, no sé si fue acaso la pura lujuria, la curiosidad o la admiración y adoración que dé a poquitos me crecía en el pecho como el fuego de una cerilla que empieza débil pero que se hace imparable al tomar la fuerza de una incendio que lo arrasa todo y solo deja en pie esas emociones humanos que nos hacen dignos de tal nombre, el amor, la felicidad, el temor y la pasión. Lo único que tengo por seguro es que el sonido de la ropa que se deslizaba contra su piel morena, el del agua que llenaba la bañera y finalmente el de su cuerpo introduciéndose en el cristalino liquido es algo que me causo la ansiedad que ni siquiera el primer disparo cercano logro hacer, me encontraba yo tiritando de excitación e incertidumbre sobre mi propio proceder cuando mis ojos guiados por algo que no se ahora si fue la providencia o el diablo en persona se encontraron con que la puerta no se encontraba realmente cerrada, el picaporte no se había trabado. No me hizo falta un solo momento de meditación para llegar a la conclusión de que mi deber era empujar imperceptiblemente la puerta para que la luz, la imagen y el olor canela de ese baño de diosa me llegara a la humanidad. Lo primero que sorprendieron mis ojos fue su rostro sereno con los ojos cerrados y las facciones tenuemente desfiguradas por el vapor que subía apenas perceptible desde el agua que llenaba la bañera, el resto de su humanidad perdida entre esa enorme loza de cerámica daba lugar a toda clase de delirios deliciosos en mi mente inexperta, ponderaba el ángulo perfecto en el que debía inclinarse sus muslos de potra indómita, la turgencia de sus senos y en general cada centímetro voluptuoso de su desnudez, creo que mi mente estuvo a punto de inventarse nuevos rincones de la piel e incluso nuevas curvas inexistentes en que el espacio era capaz de infiltrarse como si la mujer que se bañaba enfrente mío destruyera con su belleza las leyes que rigen este mundo, sometido a esa tortura imaginaria de tener que figurarme con la mente lo único que había deseado contemplar con verdadero deseo en toda mi vida estuve un tiempo que me pareció cercano a los eones, el único consuelo que me proporcionaba la mirada era el de sus rizos agrupados como la maleza tras la cual se escondían los enemigos en mis cercanas épocas de soldado, resguardando su mente capaz de lanzar con agudeza aunque también con singular ternura e inocencia frases tanto hirientes como divertida, un rostro que mientras se encontraba ausente del fuego del que lo dotaban sus ojos oscuros se trasformaba en una máscara de ébano pálido. En una ocasión, sacada de su trance por no sé qué y por lo tanto también sacándome a mi del mío, abrió los ojos y tuve entonces que esconderme tras la puerta que durante ya un rato me había servido de parapeto en esa observación febril, no fue sino hasta unos momentos después que pude volver a entregarme mi indecorosa tarea. Finalmente salió del agua como una ninfa de la mitología griega, ese fue un espectáculo digno de ser descrito en páginas mucho más nutridas que las que podrán componer este relato que ahora cuento, los huesos se me transformaron en gelatina y las piernas en frio hierro, la sangre helada me enfrió el cuerpo entero y entonces con la idea de estar observando algo tan perfecto que debería estar vedado para los ojos humanos los dientes me castañearon en un ruido imperceptible que conjugaba todos los sentimientos que se me entrecruzaban en la mente, la pura lujuria, el desenfreno apasionado y el amor desmedido, todo hecho comprimido en un solo punto de mi ser, todo concentrado en no perder detalle del paisaje. Creo que aun hoy en día la mente me presenta con inaudita fidelidad la posición y el recorrido de cada una de las briznas de agua que le descendían por el cuerpo, dejando tras de sí un camino húmedo que recorría sus nalgas bien proporcionadas y sus piernas enormes, esa misma agua que tenía dificultades para girar a tiempo en la curva que hacían sus caderas con la cintura, era la misma agua que había tenido dificultades para bajar por los costados de su torso. Ella se movía como quien desea ser observado, evitando siempre a mi parecer, a propósito fijar la mirada en el recoveco a través del cual me había infiltrado yo en su baño, giraba poniéndose en ocasiones y por tiempos iguales de espaldas y de frente hacia mí, a veces inclinaba su cuerpo para secar una parte de el en el que no había ya humedad alguna y otras extendía los brazos hacia lo alto en una posición que daba a sus pezones oscuros una relevancia de pura lujuria en su figura preciosa, después de ese rato, de ese tiempo pequeñito pero valioso que pase en el museo de la belleza, empezó por fin a envolverse el cuerpo en la toalla que hasta antes le había servido para dirigirme la mirada y tentarme los deseos y supe que era momento de retirarme, alcance la habitación de la que había salido no demasiado tiempo  atrás en un estado de alelado y de desamparo del cual no me pudo salvar más que la experiencia de la guerra y el recrudecimiento de mis sentimientos demasiado estrujados. Sin embargo, esa noche no pude encontrar el sueño un solo instante aun tembloroso y con el cuerpo hecho de un material distinto al de la carne y los huesos, espere a que la luna encontrara descanso del otro lado del mundo, mientras repasaba con el juicio de un estudiante aplicadísimo todo lo que contemple e imagine en la bañera de la casa Moreau  
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD