El primer golpe

1557 Words
Durante las semanas siguiente y en especial durante la navidad de 1914 las acciones de ambos ejércitos así como el tiempo mismo parecían haberse quedado tan helados como la nieve que empezaba a cubrir todos los paisajes, ese caudal infinito de medio muertos y medio heridos que parecía no tener final aflojo por fin un poco, y entonces las enfermeras empezamos a encontrar momentos de ocio que antes nos habían sido negados por el ritmo frenético de la guerra, también esto vino acompasado del cambio progresivo de los males de los pocos que llegaban hasta nuestro campamento. Los combatientes habían pasado de ser víctimas de las balas para serlo de la nieve, en una ocasión, Claudine, otra de las enfermeras dijo – no sé qué es mejor la bala que es rápida o esta gangrena horrorosa que da el frio-, en efecto resultaba difícil decidirse, pues aun cuando la bala no daba muchas oportunidades de supervivencia no hacia lo que si el frio, causar prolongados e indescriptibles dolores. Cuando el invierno empezó a arreciar con verdadera fuerza, hacia mediados del mes, la mayoría de nuestros pacientes acudían al hospital de campaña acompañados por otros hombres, decían haber contraído un mal del que yo nunca había escuchado, pero que hasta el día de hoy me causa escalofríos, le llamaban pies de trinchera, una afección causada por el frio y los calcetines húmedos, consistía de la gangrena de los pies, los hombres llegaban prácticamente caminado sobre carne muerta, sus pies azulados eran de un espectáculo nauseabundo, si alguno se quedaba con los pies descubiertos durante la noche, era normal que las moscas se le posaran entre los dedos augurando la repentina y total muerte del resto del cuerpo, tratar a estos hombres era también muy complicado, dependía todo del nivel de la aflicción y de cuanto estuvieran dispuestos el soldado a colaborar con su propia sanación, si era por ejemplo incapaz de tolerar los masajes para estimular las vías sanguíneas o de poner a secar constantemente una buena cantidad de calcetines la amputación era la única solución viable. Nunca tuve que tener entre mis manos la sierra, no por cuestión de suerte sino porque siempre me negué a la tarea aun cuando sabía bien que podía realizarla como cualquiera de las otras enfermeras, lo que me detenía no era el asco o cualquier tipo de recato extraño sino la conciencia de que ese menos cabo del cuerpo sería una mancha indeleble en el ser de otra persona que siempre me recordaría mi como el artífice de su desgracia. Cuando surgía la necesidad de llevar a cabo esa tarea me conformaba con suplicar a Claudine o a alguna otra que lo hiciera, a cambio concedía en ocasiones el favor de una noche de guardia o una ración de comida, cualquier cosa con tal de evitarme cargar en la mente la tarea de cercenar. Llego así el día de navidad y por supuesto no faltaron los regalos que arribaban desde todas las partes de nuestra geografía, desde Calais hasta Tolouse, recibíamos tanto las enfermeras como nuestros valientes soldados todo tipo de juguetes y recordatorios tiernos de nuestros seres queridos, casi siempre acompañados de una carta amorosa. Pero aun esto a lo que parece no se le puede encontrar drama alguno, termina desdibujado en la guerra, algunos de los regalos nunca encontraban a su dueño o lo hacían en la tumba. No tardo mucho tiempo en hacerse una pila grandísima de presentes junto a nuestros catres, nos eran encargados a nosotras bajo la previsión de que de un modo u otro casi todos los hombres terminaban por recibir nuestros cuidados, aunque esto no resultaba del todo cierto pues tal era la descoordinación y el desorden de nuestra tropas que un regalo bien podia estar destinado al frente norte y terminar por alguna circunstancia en Lorena, por fortuna la correspondencia entre mi persona, la señora Moreau y mi tía, nunca tuvo ese tipo de inconvenientes, como presente recibi aquella navidad una hermosa pañoleta azul que poco después termino usándose de venda y un reloj precioso de oro, del que luego tuve que deshacerme para comprar insumos médicos, aunque a la señora Moreau dije haberlo perdido durante una revuelta en la que creímos ser alcanzados por el enemigo alemán. Fue más o menos por esas fechas que me entere de aquello que constituiría el primer golpe de una larga serie de infortunios que me cambiarían la vida para siempre, ese día aciago empezó como cualquier otro y me dio la confirmación de que las premoniciones místicas no existen y que realmente no nos une a quienes amamos sino la cercanía, pues cuando estamos lejos aun su muerte puede encontrarnos impávidos y hasta sonrientes, era precisamente esa la condición en la que me encontraba yo, cuando Claudine me tomo del hombro y haciéndome girar sobre mi misma extendió ante mi mirada todavía risueña una carta que venia del frente. En su momento no le di importancia y creí que sería otro de los delirios extraños del trio de hermanos que durante toda la campaña se habían desecho en vacíos halagos de amor apasionado. Pero al llegar la noche, abrí la carta, lo que allí se decía me robo el sueño varias noches, tanto por su contenido como por la carga inmensa que me ponía sobre los hombros. “Queridisima Camillie. Hasta el día de hoy nos habíamos sentido inútiles pero invencible, esa ilusión ha quedado borrada de la faz de la tierra por una despreciable granada alemana. Nos encontrábamos los tres de nosotros patrullando las cercanías de la línea, desde las colinas por que la planicie no es lugar para la caballería ahora que el campo se encuentra plagado de esos odiosos nidos de ametralladora, discutíamos como siempre, tu bien lo sabes. Danton se molestó más que de costumbre y entonces emprendió rápido galope para librarse de nosotros, nunca habíamos creído en mama cuando decía que esas peleas triviales nos costarían en algún momento la felicidad, pero esta fue la comprobación exacta de la sabiduría de la sabiduría de sus palabras, mientras nosotros dos permanecíamos riéndonos de la debilidad de Danton y su irascibilidad sonó mas adelante justo desde el sitio hacia el que cabalgo. una sonora explosión. Presintiendo lo peor fuimos junto con todo el escuadrón a inspeccionar lo ocurrido, lo que vinos allí fue horroroso en todo sentido, aun no conseguimos reponernos de ello, ocurrió el 23 de diciembre, no sabemos en qué momento llegará a tus manos, pero podemos asegurarte que no será nunca tiempo suficiente para curarnos de esta gran herida. Danton se encontraba allí, bajo su caballo, aplastado totalmente por el peso del grandote animal, la granada le lleno le pecho de esquirlas y metralla, no podía ni siquiera articular una palabra con sentido, pues la sangre que le fluía de la boca se lo impedía, murió ante nuestra mirada de impotencia, observando al cielo y luchando penosamente por respirar, aferrándose a esta vida ingrata que se le escapo sin oportunidad de lucha. Tan sorprendidos nos dejó el suceso que no fuimos capaces de ser nosotros quienes mismos quienes e ocuparan de los ritos fúnebres, lo hicieron algunos otros compañeros de escuadrón. Hemos usado lo que nos quedaba de los francos que nos puso mama en el bolsillo para conseguir que un carpintero nos fabricara un diáfano y solemne ataúd que hemos enviado en una carreta hasta el hospital de campaña en el que esperamos te encuentres aún. Reconocerás ese cajón que hace de recinto para el descanso final de nuestro querido hermano y de un fragmento de nuestra alma, porque en el hemos grabado aquel poema que el tanto gustaba, te suplicamos que hagas llegar a madre el ataúd, junto con la carta que hemos dejado en su interior, reposando sobre los labios de Danton, en el bolsillo lleva también el mechon de pelo que enviaste en tu ultima misiva, esperamos le halla brindado en la oscuridad de la muerte el consuelo que todos creímos encontrar en él, desde el instante mismo en que lo vimos acompañado de tus hermosas palabras   “Animula, vagula, blandula  Hospes comesque corporis  Quae nunc abibis in loca  Pallidula, rigida, nudula  Nec, ut soles, dabis iocos” “Pequeña alma pequeña abandonada pequeña vagabunda dónde te quedarás ahora toda pálida y solitaria después del modo en que solías burlarte de las cosas” (en español) Siempre tuyos, Guille y Antonie Esa misma noche, contra las ordenes de mis superiores y también del consejo de mis compañeras y la misma prudencia, partí hacia casa, Paris no se encontraba muy lejos y debía llevar la noticia junto con el ataúd a toda prisa, la extensa cabalgada y luego el ajetreado viaje en tren se me pasaron en un abrir y cerrar de ojos, en mi mente no no pasaban más que todos aquellos momentos en los que Danton jugo conmigo de niña rio conmigo de joven y hallo finalmente también en mí el escape para sus extraños arrebatos poéticos, al llegar a casa y dar la terrible noticia a la señora Moreau lo primero que manche de las lágrimas amargas de la tristeza fue el librito blanco pequeñito en el que el había escrito por lo menos un veintena de poemas sobre mí, aún conservo lo conservo, es para mí un tesoro de lo más preciado.
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