En Ypres, al igual que en Marne las cosas no fueron del todo bien para nuestras fuerzas, pues aun cuando habíamos logrado llegar a las cercanías de parís el avance conjunto del enemigo nos había devuelto de nuevo a Bélgica, que sin embargo seguía bajo nuestro poder. La navidad del 1914 fue una navidad atrincherada, que pasamos entre las ratas y el hambre, helado como nunca el invierno solidifico el terreno bajo nuestros pies, algo que encontramos muy reconfortante después de estar meses chapoteando entre el espeso barro, pero que dejo de parecernos tan bueno cuando el frio alcanzo el punto en que ni siquiera los abrigos calados hasta la nuca nos permitían un poco de calor.
Jonas y yo al principio de ese estancamiento de la guerra, empezamos a matar el tiempo en las mas diversas tareas, por ejemplo intentamos curar del mal de las ratas nuestra sección de la trinchera, para ello hacíamos uso de unos cuantos minutos entre nuestros turnos de vigilia, el plan era simple, dejábamos algunas migajas de nuestra comida del día guardadas en los bolsillos o en algún sitio de difícil acceso, quien comenzaba la guardia ponía con todo cuidado el alimento añejo sobre el descampado tras la trinchera, esperando que durante su turno los mezquinos animalitos se reunieran en torno a esa comida mal oliente, entonces cuando el otro se levantaba para la guardia se asomaba y veía la inmensa cantidad de roedores comiendo de la trampa, lanzaba alguna de esas grandes que en su momento no estallaron y de un tiro le hacía saltar el espolón, quedaban así destrozadas varias decenas de esas alimañas todos los días. La tarea era de lo más peligrosa porque implicaba salir de la trinchera durante un breve instante, ¿pero que más podíamos hacer en ese tedio infinito, en ese aburrimiento glacial y duro como el hielo.?
Aun en tan horrorosas condiciones había en ambos bandos quienes se empeñaban en seguir con la guerra a muerte, y muchos de nuestro hombres caían constantemente en cualquier intento por ver por encima del talud la trinchera enemiga, algunos tiros eran directos y otros simplemente de rebote, pero en casi todos los casos mortales, no por que fueran extremadamente precisos los ingleses que teníamos enfrente sino porque en esas condiciones la sangre caliente es un lujo más grande que el oro y perderla significa arriesgarte a la muerte lenta de la hipotermia. Pronto aquel ramal de la trinchera que habíamos destinado al primer muerto de navidad se había llenado de una inmensa cantidad de hombres tiesos como el pan viejo, fue un día de esos en los que muchos tiros dieron en su blanco, mientras cargábamos a un camarada caído durante su guardia que nos reencontramos a Hans, hacia la misma tarea que nosotros junto con un oficial cuya camaradería lo hacía parecer más un soldado que un m*****o de la plana mayor.
Pese a estar sucios de barrio hasta el cogote y olorosos como las ratas con las que debíamos compartir muy a menudo la siesta, nos abrazamos con gran excitación los tres de nosotros, la alegría era suprema, durante muchas noches habíamos conjeturado Jonas y yo que tal vez el pobre Hans no estuviera mas entre nosotros, debido a las noticias terribles que recibíamos contantemente de su pelotón, Hans por su parte pensaba lo mismo de nosotros, el oficial que lo acompañaba de nombre, Himler se desternillaba de la risa viéndonos tan conmovidos. Decidimos mover entonces nuestra conversación al abrigo (construcción con techo al interior de la trinchera) del oficial que nos ofreció allí ponche de huevo y una tenue fogata que en ese hostil paisaje nos pareció, tenía la fuerza del mismísimo sol.
Allí acurrucados los unos al lado de los otros relatamos cada uno algunas anécdotas de guerra, las de Jonas, cargadas de curiosidades históricas fueron de lejos las más apasionantes, contaba que durante la batalla de Ypres, cuando los franceses se lanzaron contra nuestra trinchera en ese último instante s*****a de su vida, él había creído sentirse como aquellos barbaros germanos que en la época de Julio Cesar, habían aniquilado las legiones romanas en la batalla de Teutoburgo, finalizaba siempre sus historias, con alguna frase en latín que hacia las delicias de sus espectadores, yo que había escuchado muchísimas veces todas sus historias, pero que no por ello me hartaba de ellas, sabía que su forma preferida de cerrar el discurso era la frase “Vae Victis” o “ay de los vencidos” según él, era lo que habían pronunciado los barbaros cuando roma fue saqueada por primera vez en su historia, algunos años antes de cristo, comentaba que fue aquello que dijeron los vencedores cuando los derrotados se disponían a pagar en oro el rescate de la ciudad.
Tan bien la pasamos todos nosotros que una renovada amistad surgió de todo esto, y a lo largo del que sería mi último mes en las trincheras, estuvimos reuniéndonos siempre en horas de la mañana a reír un poco a pesar de que aquello nos dejaba poco dispuestos para la larga guardia nocturna. Himler, el oficial que nos prestaba su techo, aunque participaba igual que nosotros en las burlas y el ambiente de abandono, no dejaba de mirarnos a todos interrogativamente, una noche, en la que la conversación termino no sé por cuenta de que en intentos nuestros de imitar los acentos de todos los bandos en la guerra, Himler dio un salto que le dejo el puntudo casco clavado contra el techo del abrigo mientras decía- Ya lo tengo, vas a ser tu-, al tiempo que su dedo apuntaba en mi dirección, entonces seguro impulsado por la mirada de confusión que le dedicaba, aclaro su aseveración- Si, tu Dominik, el francés te sale incluso mejor que a los franceses-, no bastando esto para aclarar las dudas que me dejaba todo esto, lo interrogue mas a profundidad sobre lo que trataba de decir- Cálmese oficial, no le entiendo un comino, que necesita que se haga, si esta en mis manos se hará-, entonces respondió sin ninguna dilación- te vas para Francia, serás nuestro espía, partes en cuento se despeje este maldito clima de locos-
Esa sentencia, no me dejo al principio muy contento, apenas había participado yo en un par de batallas importantes y aun no había cumplido ni siquiera una vez con él deber de realizar la valerosa carga con bayoneta que se ha representado siempre en los cuadros renacentistas como el pináculo de la batalla, pero tan hondo y profunda era la esperanza con la que me observaba el oficial y tantas las promesas de una grandísima paga y otras mil ventajas que allí tuve que aceptar ese peligrosísimo encargo que se me hacía, de inmediato partió Himler con las noticias de que tenía un candidato el candidato que habían estado buscando, 2 días después recibí orden directa de mi superior para que al finalizar el mes de diciembre me presentara a la retaguardia para una instrucción final sobre mis nuevas labores.
Se redoblaron entonces nuestras reuniones, nos veíamos casi a diario en el abrigo del oficial que pese a que ya no tenía ningún motivo para desperdiciar su tiempo con nosotros lo seguía haciendo gustosamente, durante ese periodo, que sería el último en que estuviéramos juntos los tres de nosotros, Hans completo su transformación en aquello que sería el resto de su vida, un hombre encerrado en sí mismo, lleno de melancolías y sabiduría de viejo, recuerdo particularmente lo que dijo la víspera de navidad el 24 de diciembre de 1914, después de que el alcohol enviado desde la retaguardia le aflojara las inhibiciones “saben, yo desde el momento mismo en que sentí el rifle en la mano ya no quise más esta cosa que es la guerra, me di cuenta ahí mismo que no es como la pintan. El uniforme pesa y se ensucia, el enemigo pelea de vuelta y los tiros no tiene preferencias de ningún tipo, he visto tantísimos hombres desmembrados y miembros sin hombre que ya no puedo ni siquiera provocarme de ningún modo la compasión o la tristeza, esta guerra de locos no lo eleva a uno a ningún lado, no lo hace más digno ni más fuerte, creo que es de hecho todo lo contrario, te hace más carne y más mundano, nuestras preocupaciones pasaron del estudio y de lo trascendental al alimento diario y el calor del cuerpo, ellos dicen que luchamos por la patria pero a medida que se extiende la batalla nos vamos convirtiendo más y más en una nación de cerdos, cerdos que se revuelcan en este lodo maldito, junto a las ratas malsanas. Si yo tuviera la oportunidad de parar esta idiotez no dudaría un solo instante en hacerlo, tal vez el Kaiser necesite un par de meses en la trinchera para darse cuenta de que esto que ha iniciado no es lo que quería para su pueblo, para sus hombres…. Para sus guerreros”. Unos meses después cuando estaba ya en parís, instalándome en uno de los hoteles de allí, al revisar una revista llena de propaganda anti alemana, me pareció increíble lo que se decía de nosotros, si acaso supieran que entre los nuestros existen hombres de la sensibilidad de Hans, con su cordura y su buena voluntad, no dirían de nosotros las salvajadas que en ese momento redactaban con tantísima saña