Realizar todos los arreglos que esa trinchera necesitaba era una tarea titánica que no se bastaría con un par de días de tregua, pero por lo menos durante ese par de lunas que pudimos pasar a la intemperie, sin el temor de la detonación de un fusil pudimos desembarazarnos del barro y también del agua que se había posado en grandes charcos a lao largo de toda la trinchera, aquí y allá realizamos reparaciones menores que por pequeñas que fuesen podían llegar a marcar la diferencia entre una llevable y un infierno pasado entre las ratas y la tierra, los pocos refugios que teníamos, estaban también en pésimas condiciones por lo que algunos de los soldados a mi cargo tuvieron la tarea de ponerlos en condiciones, el que habría de pertenecerme era el más alto de todos y sin embargo no alcazaba más que un metro y medio de altura por lo que había que encorvarse bastante para poder residir allí, a ese lugar que constituiría mi vivienda durante un tiempo le reforzamos los marcos e madera que lo soportaban en la puerta y también añadimos tierra y madera al techo, para que en caso de una bombardeo diera por lo menos tiempo de salir antes de derrumbarse sobre el desgraciado al que encontrara echando la siesta, algunas secciones carecían del escalón de tiro, que era una desnivel tallado sobre la pared de la trinchera para que un hombre pudiera pararse sobre él y dar muerte a algún enemigo desprevenido, también pusimos en condiciones el desagüe y tras esos días de intensísimo trabajo todos nos encontrábamos exhaustos pero por lo menos en condiciones de vida dignas.
Pierre pese a su condicione de intelectual resistió mejor que muchos otros hombres esa tarea interminable y que se echaba a perder con la facilidad con la que cae una gota, fue quien permaneció a mi lado casi todo el tiempo y también quien advirtió que no resultaba muy común que un oficial se entregara a esta tarea igual que lo hacían los hombres de menor rango, creo hasta el día de hoy que fue el, sus comentarios y reflexiones los que me elevaron a cierta posición de status con esos hombres, que después de las tareas inauditas a las que los había sometido para mejor la trinchera empezaron a verme con ojos de verdadera admiración. Cuando por fin se agotó el plazo de la tregua y los dos comandantes junto con algunos hombres nos acercamos al centro del campo para recoger allí las ametralladoras dejadas en garantía, todos me observaban de una manera similar a la que se mira a un camarada y no ya a un superior, a la vista del grandote comandante del bando alemán sentí una inconmensurable tristeza por tener que consentir que entre sus hombres y los míos se realizaran tiros que con toda probabilidad hallarían en algún momento el blanco, ambas delegaciones alcanzamos al mismo tiempo el lugar en que estaban las mortíferas máquinas de matar y el tras unos pequeños saludos protocolarios fue en esta ocasión m contraparte quien ofreció la mano, para realizar un apretón, sabiendo yo perfectamente el significado de este gesto me apresure a recibir en la palma su mensaje, el cual guarde con toda premura en mi uniforme.
Pasaron un par de horas y durante ese día caluroso de principios de año ninguno de los dos bandos realizaba los tiros fortuitos a los que estábamos acostumbrados todos los soldados, como si el hecho de desviarse a la distancia, realizando las mismas tareas, luchando contra la tierra y el barro, el agua y las ratas los hubiese dado conciencia de la condición de seres humanos que también tenían los hombres del otro lado de la tierra de nadie, sin embargo, cuando llego la noche, como si su velo nocturno nos volviera a oscurecer las conciencias, se reanudaron los tiros y el primer caído bajo mi mando fue uno de los novatos que imprudentemente asomo la cabeza durante su primer turno de centinela, el pobre chico con la cabeza destrozada murrio en el acto. Y aunque el espectáculo fue para todos nosotros un vale de agua fría que nos devolvía de golpe a la realidad de la guerra yo tenía la mente ocupada con un problema que no concernía ya a un solo soldado y su imprudencia, sino que a todos los que estaban bajo mi mando.
El comunicado que había recibido del comándate de las fuerzas alemanas, no podía ser sino fruto de una mente perturbada que veía en la muerta alguna clase de engrandecimiento malsano, me pedía vehementemente y con palabras llenas de nacionalismo exacerbado que ordenara a mis hombres una carga con bayoneta hacia su posición, que entregara la vida de tantos para que así el pudiera avanzar 10 metros en el inmenso territorio de miles de kilómetros que los separaba de su objetivo, parís. Decía que confiaba completamente en mi buen juicio y que por lo tanto estaría a la espera de mi ataque s*****a a primera hora del día siguiente, agregaba que de no realizarse etaria el en condiciones de ser quien ordenara el ataque esperando que de un modo u otro encontrara yo el modo de darle la victoria a la “gran patria alemana”. Ambas cosas me resultaban inconcebibles, como iba yo a hacer eso que tanto odie siempre, el disponer de otras vidas como si fueran mías, el cegar con mis palabras el futuro de tantas mentes prometedoras, aun cuando del otro lado se encontraban mis lealtades nacionales del lado francés seguían estando mis afectos personales, con esa certeza, de que tanto mi actividad como inactividad desembocarían irremediablemente en la muerte de la totalidad de los miembros de un bando u otro me mantuvo toda la noche en vela, solo los instantes en que logra llamar a Camilie a mi mente pude dejar de martillarme la cabeza sobre el que debía se r mi proceder en cuanto saliera el sol la mañana siguiente. Después de darle muchas vueltas al asunto, pude fraguar un plan que de resultar exitoso debía evitarnos las bajas que de un modo u otro pesarían única y exclusivamente sobre mi
El plan, de gran simpleza pero también grandes implicaciones, requería de que junto conmigo participara por lo menos otro hombre, consistía en hacer volar uno de los abrigos vacíos, esto, al ocurrir sin previos disparos de la artillería enemigo, llevaría a los hombres al convencimiento de que si habían cavado bajo nuestros pies túneles para llenar de minas nuestra posición, entonces en el momento justo, cuando la tropa alemana salga al ataque podría yo ordenar la retirada de una manera razonable, evitando al mínimo las bajas de ambos bandos. El hombre al que designe como mi compañero en esta artimaña fue por supuesto Pierre a quien no revele la verdad completa de mi subterfugio. Pero si advertí que de no realizarse lo que yo pedía con toda probabilidad nos veríamos envueltos en una de esas carnicerías de las que ambos teníamos tan mala opinión, el no opuso resistencia alguna y, de hecho, evito incluso la pregunta de cómo había yo llegado a un conocimiento tan exacto del ataque alemán, demostrando así ser uno de los hombres de mayor criterio e inteligencia que podía yo conocer, sin lugar a dudas un aliado no de los bandos sino de la humanidad.
La tarea de juntar el material explosivo con disimulo pero premura inicio por la madrugada, entonces ordene a un grupo de soldados que dormía en el refugio más al norte de nuestra posición que abandonara su lugar descanso y ocupara el mío, valiéndome de la excusa de que se habían recibido noticias de la comandancia de la cercana de barcos en las costas bálticas, lo que aconsejaba mantenernos lo más lejanos que pudiéramos de las costas, no ha muchos metros de nuestra posición más al norte, posteriormente Pierre saqueo, con mi complicidad nuestras reservas de granadas para desplazar muchas de ellas en el refugio abandonado, sujetamos uno de los aparatos explosivos a una larga mecha que debía ser activada por mí en el momento justo en que divisara preparativos de ataque en el bando enemigo. Entonces nos sentamos el uno en la compañía del otro esperar lo inevitable, a sabiendas de que con toda probabilidad algunos hombres serian alcanzados por las balas durante la retirada y que aun desplegar una cortina de humo no lograría más que disminuir las posibilidades de que los alcanzados fueran oficiales o personas de mayor rango que los soldados rasos, aun en esa soledad de criminales, Pierre no realizo la más mínimo pregunta y de hecho se mantuvo incluso más firme que yo en la decisión tomada, cuando el sol asomo finalmente en el horizonte me miro con gran solemnidad, sus bigotes tiesos y menudos las arrugas en su frente y un ligero temblor en sus labios fueron la señal inequívoca de que realizábamos algo de gran peligro, al separarnos para ejecutar el plan me dijo – Por la humanidad, que la guerra se vaya al carajo-