Finalmente, en enero del año 1915 me reincorporé a las filas de sanitarios, allí en el hospital de campaña me esperaban muchas miradas de desaprobación que tuve que aceptar con mucha resignación, después de todo, todas esas mujeres hechas valientes a fuerza de sufrir perdían tanto como yo a sus seres queridos y sin embargo era yo la única que dadas las influencias de su protectora. Es decir, la señora Moreau, podía darme el lujo de volver a casa para disfrutar de la tristeza, que por cierto no acababa de abandonarme el pecho, en el momento de partir lleve el cuaderno de versos del hermano Danton, porque aun cuando sufría un temor inmenso de perderlo por algún azar de esos tan propios de la vida militar, no quería privarme de la dulce melancolía que me llenaba el cuerpo al recordar a tan precioso hombre como lo era él. Es curioso como la mente parece mudar sus ropajes con los eventos importantes, antes no lo hubiera considerado más que lo que era para mí, una especie de hermano, compañero de crianza, pero ahora con la muerte pesando sobre su nombre se me había transmutado en una especie de ángel de la guarda, un ser divino cuya valía nunca súper estimar adecuadamente.
En cuanto llegue al campamento Claudine, que había sido la única persona que me extraño genuinamente, me recibió con algunas cartas selladas que habían sido dirigidas para mi y que habían acabado en sus manos en mi ausencia, todas ellas eran de los otros dos hermanos, algunas debía reenviarlas a la señora, cosa que hice de inmediato, las otras las abrí apresuradamente, no fuera a ser que de nuevo la fatalidad hubiera alcanzado a los hermanos recién nos empezábamos a librar de la sombra que ya nos había dejado, por fortuna por muy descorazonadoras que fueran las palabras de esas cartas, por la falta más que evidente que hacia el hermano muerto a sus otros dos compañeros de vida, están no tenían más que detalles sobre la guerra, algunas escritos en un lenguaje que yo descifraba a duras penas, un par de ellas narraban con todo detalle un carga de caballería en la que participaron y según pude deducir del tono les causaba mucho orgullo a la vez que una sensación de alivio producto de la venganza, al parecer pasar por su sable el cuello de algún alemán tan inocente como ellos mismos de todo lo que acontecía, les daba una especie de consuelo diabólico, supongo que me remitieron esas notas con el objetivo de hacerme participes de la mezquina felicidad que les daba la muerte del enemigo pero a mi realmente solo me llenaba el corazón de pesares verlos transformarse gradualmente en esa especie de demonios montados, unidos a su caballo por la sangre derramada y las ganas de seguir cometiendo toda clase de fechorías contrarias a la providencia. Una de esas cartas, la más impactante por que relata el uso de armas químicas, aun la llevo conmigo, y su contenido lo pongo aquí, para que el lector juzgue si me exagero o no en todos los juicios que acabo de presentarle:
Camillie
Espero que te encuentres mejor que nosotros, aunque ya lo hemos escrito tantas veces que a nuestros ojos empieza a parecer una cuestión de queja infantil, hemos acá de prometer que el golpe que nos ha dado el enemigo es en realidad incurable, Danton se nos aparece en cada sombra en cada bala y en cada estallido, se encuentra más presente en nuestras vidas que cuando se encontraba realmente aquí, a nuestro lado, importunándonos con sus cuentos extraños sobre los mío y un poetas que le habían hecho casa en la mente. Sin embargo, no se cansan esos alemanes mezquinos de seguir importunándonos con su guerra cobarde, y ahora no solo debemos cuidarnos los pasos y hasta el sueño sino que incluso la respiración, hace poco en Ypres, aquella ciudad belga al occidente del conquistado país se ha reportado que desde la línea enemiga vuelan toneles cargados de un extraño gas que ha hecho enormes daños a todos nuestros soldados atrincherados en las cercanías de la ciudad, algunos dicen que los efectos van desde la molestia hasta la muerte misma dependiendo de la concentración a la que sea uno expuesto, todo es confuso y de lo único que podemos dar verdadera cuenta es de las quemaduras horrorosas que causa en el cuerpo, pues las hemos visto en algunos hombres que vuelven prácticamente en la carne viva de sus posiciones, uno de nuestros compañeros, experto en química ha dicho que probablemente se trate de cloro, si, ese mismo que se usa para limpiar el fuerte acero, ahora puesto a disposición de un enemigo que nos quiere blanquear la carne y dejarnos el hueso expuesto, por fortuna nuestra posición es siempre alta y el gas no suele alcanzarnos, y de hecho a la distancia hemos logrado ver a algunos de los centinelas enemigos que marcaban la posición de nuestras tropas para la posterior descarga de los obuses, hemos seguido su recorrido en la lejanía y nos han conducido a una batería de cañones ubicada en la plaza de un pueblo belga cuyo nombre no recordamos porque nunca lo supimos, allí nuestra regimiento entero dio muerte a esos cerdos asquerosos, no mentimos si te decimos que fuimos nosotros quienes más tuvieron la oportunidad de dignificar con la sangre del enemigo sus sables, nunca hubo un ataque de húsares tan exitoso. Ni uno solo de los nuestros pereció pero el pueblo si quedo totalmente librado de la plaga que los acosaba, esa noche encontramos de nuevo un plácido sueño, producto del conocimiento de haber vengado en algo la muerte de nuestro querido hermano.
Siempre tuyos
Guille y Antonie
Eran de esta calaña casi todas sus misivas y a mi casi me extrañaba que no viniesen corruptas de la sangre que tanto les manchaba ya las manos, que había convertido a los que otrora fueron hombres sensibles y cariñosos en máquinas de cegar vidas como si cegaran la mala hierba frente nuestra casa, esta comprobación de que podía no solo perderlos por fuerza de la muerte sino que también porque eran ahora hombres muy distintos a los que había querido estuvo a punto de volverme al estado de depresión en el que solo había salido a partir de las distracciones del luto pasado en la casa Moreau, junto a los cuidados de Marion y las visitas inoportunas pero en cualquier caso aliviadoras del oficial, que el día antes que yo, había partido también al frente, a cumplir sus deberes. Por lo pronto, encontré manera de sobreponerme en el sentimiento de que nada serbia la congoja y la autocompasión y debía prepararme para recibir a esos nuevos heridos que según los relatos que pululaban entre nosotras venían cargados de laceraciones muy distintas a las que veníamos tratando, muchos de ellos con la piel hecha añicos o los pulmones achicharrados como uvas pasas al contacto con ese gas horroroso, que no podía ser otra cosa que un producto de alguna mente diabólica, en medio de estas preparaciones pasaron varios días, tras los cuales arribo finalmente el primer destacamento de hombres provenientes de Ypres, el espectáculo del que fuimos testigos fue una cosa penosísima.