Aunque Pierre, el único verdadero cómplice de la artimaña en las trincheras era el único hombre que conocía la verdad sobre lo sucedido, no por ello se cerraba toda posibilidad de que fuera descubierto el objetivo de la treta. Es decir, la necesidad de apartar a mis hombres del frente. Los primeros comentarios que escuche al respecto llegaron a mis oídos el día siguiente a la retirada, un par de soldados rasos hablaban sobre lo inaudito de todo el asunto sin percatarse de que yo me acercaba a inspeccionar el trabajo que venían realizando en el cavado de la nueva trinchera, decían esos hombres que les resultaba de lo más extraño no haber escuchado explosión alguna tras abandonar la trinchera y que incluso alguno de los soldados apostados más hacia enorme me había visto saltar fuera de la trinchera y correr como un loco aun antes de que ocurriera la primera explosión. Cosa que resultaba a todas luces incriminadora y difícil de justificar, por ultimo otro de ellos añadió que le había resultado particularmente extraño que entre oficiales de bandos contrarios nuestros dos encuentros se hubieran sellado con un apretón de manos y no con el clásico saludo militar.
Escuchar estos agudos comentarios me llevo de inmediato al convencimiento de que había subestimado la capacidad de entendimiento de mis hombres, pues la mayoría de ellos era mucho capaces intelectualmente de lo que yo había previsto y sin lugar a dudas disipar esas dudas que ya tenían bien instaladas en la mente era una tarea imposible en la que cualquier intento resultaría con toda probabilidad contraproducente, lo mejor era entonces guardar silencio absoluto sobre la cuestión y esperar a que la duda se encargara de inclinar la balanza a mi favor, pronto me enteraría de que un pensamiento tan benévolo no encontraría nunca un modo de realizarse, por lo que tendría que responder sobre mis actuaciones mucho más temprano de lo que hubiera pensado aun si mi mente acobardada hubiera previsto el futuro que me esperaba.
Una cosa contribuyo también a que yo le prestara menor atención de la requerida al asunto de la trinchera, esto era, que había recibido precisamente el día de nuestra huida al pueblo una carta de Camillie, y su contenido, tan hermoso y honesto me había dejado simplemente maravillado de la vida, tanto que unos días después me di cuenta de que no había dado ningún tiempo verdadero a sufrir el remordimiento de los 4 hombres que murieron única y exclusivamente por mi culpa. Pero ¿Qué podía yo hacer en ese momento? Ya había arriesgado la vida por todos los demás e incluso por los que estaban en el bando Alemán, no podía acaso permitirme como p**o a ese sacrificio el contemplar la deliciosa caligrafía de mi musa y deleitarme con las cosas que me confiaba con tantísima pasión, solo una cosa mala hallaba yo en su respuesta y era esto, por supuesto, la súplica que me dirigía para que confesara todo lo que había sugerido en mi primera carta, pues esto lo hacía con una proposición tan hermosa, sus cuidados, que simplemente yo estaba a cada momento tentado a cumplir su capricho, tanta fue mi ansiedad por revelarme a ella en cuerpo y alma que incluso tome la precaución de deshacerme de todo lápiz y hoja que hubiera en la habitación que ocupaba provisionalmente en el la villa, esto no respondía solo a la desconfianza que aun por muy hermosa que fuera, me provocaba Camillie, sino que también en que el hecho de escuchar murmuraciones en mi contra podía significar que se inspeccionara mi correo y eso sería sin lugar a dudas una condena de muerte para mí.
Me encontraba entonces entre la espada y la pared pues no podía responder la misiva pero tampoco entregarme completamente a mi tarea de soldado por que el alma me pedía que lo hiciera, que no sometiera a ninguna espera inadecuada, porque corría el riesgo de aburrirla y debía actuar mientras el influjo del misterio aun tuviera algún poder sobre ella, el modo de hacer esto sin tener que recurrir a la intermediación de las cartas llego prontamente, aunque en una forma en que yo no lo había previsto a través de orden proveniente desde parís, en la que se me instaba a volver a la capital pues algunos de mis subordinados había redactado conjuntamente un informe en el que yo pintaba muy mal y parecía incluso sospechoso del despreciable crimen de fingir una derrota para favorecer a la enemigo, los folios en los que venía inscrita esa orden tenían escrita la palabra PERENTORIO en soberbia negrilla, lo que indicaba que mi tiempo era corto y debía acudir con toda rapidez allí donde se me ordenaba. Lejos del miedo que debía ser natural a esa situación sentí verdadero alborozo, por la constatación de que tendría que pasar por lo menos brevemente por el campamento médico de Camillie, que se alzaba a mitad de camino entre el frente norte y la capital del país.
El largo trayecto lo emprendí tan pronto como pude delegar todas mis funciones en un sargento que aunque no me caía para nada bien era a fin de cuentas el segundo en orden jerárquico y por lo tanto el llamado a mandar en mi ausencia, le indique que resultaba importantísimo no abandonar la posición ni intentar recuperar el terreno perdido puesto que sería una tarea ridícula e imposible, mucho más si resultaba que nuestra propia trinchera había resultado verdaderamente destruida, en cuyo caso no habría ni siquiera hoyo en el que meter la cabeza y quedaría expuesto al fuego cruzado que aniquilaría entera a la compañía, procure poner especial énfasis en esto último y como precaución final puse en Pierre la responsabilidad de hacer entrar en razón al oficial tan novato y irascible si es que en algún momento lo invadía un acceso de valentía u orgullo patrio.
Aunque en realidad partía felizmente por que no veían en la situación ningún verdadero peligro insalvable, ello no impidió que durante un instante me planteara que si esos hombres resultaban muertos o heridos por las malas decisiones que otro tomara en mi ausencia eso sería tanto culpa mía como del que diera las ordenes en ese momento. Penetre de ese modo en una de las verdades más dolorosas e incomodas de la existencia, que nunca se está verdadera y completamente a salvo de las preocupaciones y los problemas porque aun cuando haya un brillante porvenir en nuestro futuro cercano la vida se arregla para teñirlo de su fatalidad negra y ponzoñosa
Durante el trayecto que se hizo a partes iguales, a lomos de caballo y dentro de un tren traqueteante, importune a los que estaban cerca de mí con un sinfín de suspiros, la mayoría de ellos realizados mientras releía la carta de Camillie e imaginaba cuál sería su expresión al verme desembarcar en las cercanías de su hogar, dejaría acaso que la embargara la ilusión de pensar que me había tomado la molestia de dejar a mis hombres solo para entrevistarme cara a cara con ella o al contrario me reprocharía el hecho de estar lejos del peligro, del mismo modo en que se reprochaba a los soldados no aptos la imposibilidad para jugar a los héroes, lo sorpresivo es que ninguna de las dos reacciones que me imaginaba me llegaba a importunar verdaderamente, tanto su cara de expectación y alegría como la de decepción y odio me parecían ridículamente hermosas, como si fueran partes disimiles pero de igual valor de una misma preciosa moneda, imposible de disminuir su grandeza aun cuando era observada de 1000 ángulos distintos, entre todas estas ensoñaciones que delataban muy penosamente mi inexperiencia en cuestiones de mujeres estuve todo el transcurso del viaje
el trozo de camino que debía realizar antes del campamento lo hice a caballo, tras un par de horas sobre mi montura observé desde el horizonte las tiendas de campaña blancas y las pequeñas figuritas de muchas enfermeras corriendo de un lado a otro entre sus pálidas construcciones de tela, nunca había estado en las cercanías de uno de estos campos de sanación e incluso en Alemania no me había acercado nunca a los hospitales de sangre, pero ahora ya como un hombre que había pasado casi un año entero en el ajetreo de la muerte no me sorprendió demasiado la cantidad de heridos, al contrario, me parecido del todo natural que fueran en cantidad muchísimos más de los que se podían hallar defendiendo algunas secciones de la larguísima trinchera, a fin de cuentas era más probable que un hombre muriera a que regresara a casa y creo que poco a poco el país entero iba acostumbrándose a esa nueva realidad.
Nada más arribar al campo pregunté sin cesar por Camillie, fui así informado de que se encontraba prestando su guardia, pero por más que repase el campamento de un lado a otro no logre dar con ella, una tal Claudine, que me acompaño en esa búsqueda empezó a preocuparse genuinamente cuando tras la segunda pasada no pudimos dar con ella, entonces tras vacilar un poco me conto la más tétrica de las historias, una que me lleno de temores que no conocía antes, dijo que por cuenta de su orgullo se había metido en ciertos líos con algunos soldados de mala calaña y que no hace mucho algunos de ellos intentaron someterla, defendiéndose ella con una pistola de cuya procedencia nunca pudieron sacar nada en claro, añadió que desde aquel momento todas las demás enfermeras habían redoblado su guardia sobre ella pero que aun así su actividad era tan febril que resultaba imposible cuidarla todo el rato, dijo que apenas un par de minutos antes de mi llegada había estado en su compañía y por lo tanto aun si había sucedido el rapto no podía encontrarse muy lejos, de inmediato me embargo una sensación de premura similar la que había sentido cuando hice la jugada de la trinchera, pregunte indicaciones y me comento Claudine que debía cubrir una amplia área para descubrir donde podrían estar los agresores, señalo por lo pronto el camino a una alta colina desde la que, con alguna suerte, debería poder observar con vista de águila a todos las personas que se movían por los alrededores del campamento.
Tome mi montura y rápidamente fui a donde se me indicaba, el galopar del caballo, frenético y asustado se acompasaba perfectamente con el ritmo de mi corazón, no podía yo permitirme que algo le sucediera, aun si me costaba la vida, había de hallarla, al arribar a la cima, mire en todas las direcciones, hacia el norte el riachuelo corría hasta el horizonte sin perturbaciones, al occidente el campamento medico empezaba a tener ciertos cambios y algunas enfermeras partían hacia diversas direcciones tal vez acompañándome en mi búsqueda, al sur se entreveía en la lejanía una villa de casas de madera y estilo antiguo, al oriente nada más que la devastación de las batallas de hace no mucho. Estime que si los malhechores querían evitar cualquier tipo de interrupción se dirigirían hacia donde las granadas habían barrido los árboles y la vegetación a realizar culequera que fuera su propósito entre las ruinas de alguna casa abandonada.
Espolee mi caballo y entonces bajamos en dirección oriente, , hacia un campo cubierto de cráteres de los impactos de las granadas y casquillos de balas, por fortuna el clima de los últimos días había favorecido el endurecimiento del suelo y mi caballo pudo correr a pleno galope, no mucho tiempo después de emprender esa carrera frenética, observe en la distancia un grupo de 4 hombres que avanzaba hacia la lejanía, entre ellos había un caballo del que pendía lo que asemejaba una figura femenina, supe de inmediato que eran mi objetivo por lo que desenfunde mi revolver lebel, que no había usado ni una sola ocasión desde que me fue entregado como parte de mi armamento de dotación, ajuste también el cinto de mi sable y me embarque en una carga de caballería en solitario, pronto el galope alerto a los hombres hacia los que me dirigía, parlotearon algo con rapidez y dos de ellos se quitaron el rifle de las espaldas para hacer así una demostración de su capacidad para reducirme, viendo que mis posibilidades disminuían muchísimo en la distancia ordene a mi caballo avanzar con menos premura, nos acercamos al grupo en un trote ligero, la que antes era un silueta femenina se había convertido decididamente en Camillie, pues aunque tenía el rostro cubierto por una manta podía yo distinguir su cuerpo bajo cualquier circunstancia, fue increíble el esfuerzo que hice para no vaciar mi arma en contra de esos hijos de puta, mordiéndome la lengua para no cometer ninguna impertinencia los interrogue sobre su carga y su paradero, zalameros y mentirosos respondieron que simplemente se dirigían a depositar el c*****r de su madre difunta en una cementerio cercano, ante la pregunta sobre el nombre de la difunta las miradas de alarma que intercambiaron sin disimulo fueron todo lo que necesite para confirmar más allá de toda duda que eran los hombres a quienes buscaba, tome entonces ventaja de la posición de oficial que poseía aunque fuera temporalmente y les ordene que descubrieran a la mujer, no sin antes advertirles que cualquier movimiento extraño seria respondido a los disparos. Uno de ellos removió la manta y pude ver entonces a Camillie, allí inconsciente con un hilo de sangre que subía desde su labio hasta su nariz por efecto de la gravedad, pues se encontraba cruzada sobre los lomos del caballo, pedí una explicación inmediata y fue entonces cuando ocurrió lo que me temía, el hombre más a mi izquierda, presa del pánico, intento usar su rifle en mi contra, por fortuna reaccione a tiempo y logre dar un certero tiro en su pecho antes de que el apretara su gatillo, no tuve tanta suerte con el que se encontraba a la derecha, ese logro disparar una vez, y recibí el impacto del disparo en la parte posterior del hombro, ignorando el dolor y con una destreza que aun hoy en día no sé de donde salió logre girar sobre mí mismo y dar otro tiro certero, con lo cual quedaron desplomados sobre el campo 2 de los 4 hombres con los que charlaba no mucho tiempo antes, los dos restantes, al parecer los más curtidos de ellos, habían aprovechado la oportunidad para desenfundar sus propios revólveres, uno de ellos apuntaba a Camillie y el otro a mi humanidad, era imposible que pudiera defenderme de ese ataque por lo que suplique piedad para con la dama y dije que podía ser yo su rehén y garantizar su escape si le perdonaban a ella la vida, se platicaron al oído sin dejar de observarme y dijeron que no convenía para nada hacerse con un oficial, puesto que crearía mucha mayor atención sobre sí mismos, accedieron a liberar a la prisionera si yo daba mi palabra de caballero para cooperar con ellos en un ruin engaño que limpiaría sobre todos nosotros cualquier mancha de sospecha, era muy simple, diríamos que los dos soldados muertos raptaron a Camillie, que había yo pedido la ayuda de los dos que apuntaban contra mí y nos habíamos batido en el campo para salvar la vida de la doncella en peligro, como resultado murieron los dos supuestos captores y seriamos los 3 sobrevivientes los héroes de la aventura.
La pérdida de sangre que empezaba a acosarme, el nerviosismo de mi caballo y la necesidad imperiosa de poner a salvo a Camillie, me llevaron a aceptar tan horroroso trato, le dije que para que resultara creíble la treta debía ellos también dispara en contra de los hombres a los que había impactado yo, sin dudarlo hicieron la horrorosa tarea, aun cuando eran esos hombres sus camaradas hace no más de un par de minutos, posteriormente, ordene que Camillie fuera trasladada a mi caballo. Dijeron que la pantomima debía realizarse lejos del campo medico porque allí sabrían la verdad del asunto, con lo que quedó fijado el encuentro en parís, donde rendiríamos cuentas directas a los oficiales de su acantonamiento, por lo pronto yo debía retirarme hacia el cuidado médico para que examinaran mi herida, como últimas palabras que intercambiaron aseguraron no haber dañado a la “perra negra” más de lo necesario. Mi pobre caballo ahora bajo el peso de dos cuerpos volvía a un paso cansado sobre nuestros pasos, mientras que los otros dos hombres con su propia montura daban un gran rodeo para no tener que transitar por caminos cercanos a los sitios en que eran conocidos, los 2 c*******s quedaron allí tendidos como si no hubieran sido nunca nadie.
En ese lento avance me detuve un instante para remover las ataduras de Camillie e intentar que recobrara la conciencia pues era yo quien estaba a punto de perderla, para mi fortuna, a medida que mi visión se oscurecía la suya empezaba a aclararse, segundos antes de desplomarme, el blanco de sus ojos por fin apareció, no recuerdo nada más en absoluto por que los siguiente que conocí fue la dureza del suelo sobre mi hombro herido y el retumbar de un grito de alarma que provenía de la mujer sobre mi caballo