Tras abandonar el hogar y apresurarme de nuevo hacia el campo medico a cumplir mis responsabilidades, una discusión con Danton supo ponerme en el tren hacia mi destino de muy mal humor, de todos los hombres sobre el planeta porque elegía precisamente aquel que se comporta de la manera mas misteriosa e incomprensible, uno que me ama con furia por la noche con ternura por la mañana pero que se perturba ante cualquier nimiedad y se hace irascible como si en todo momento grandes cuestiones, mucho mas grandes que yo misma, le ocuparan la mente y agotaran las energías, responder a esta pregunta para mi misma, la gran interrogante de cuales podían ser esas grandes cuestiones que le amargaban el temperamento me mantuvo ocupada muchísimo tiempo, de hecho, casi todo el trayecto que el tren se esforzaba por realizar con muchísima rapidez sobre sus vías medio reconstruidas , llegue a mil conclusiones disparatadas, todas ellas muy artificiosas como para ser ciertas y al final del día cuando cuando finalmente decencia del vagón él había cumplido nuevamente su objetivo de ser el eje central de mi conciencia, aquella cosa sobre la que no podía dejar de reparar un solo instante, lo maldije por trastornarme tantísimo la vida y torcerme todos los propósitos y planes.
Nada mas llegar fui bombardeada con un sinfín de preguntas sobre el juicio y mi estancia en parís con aquel “príncipe azul” como lo denominaban todas las enfermeras, yo no daba abasto para responder apropiadamente y sin ser demasiado honesta todas las preguntas que se me hacían, por lo que opte por cortar el frenético interrogatorio diciendo que él había conseguido su libertad y mi agradecimiento eterno, todas se retiraron muy desilusionadas y creo haber visto en la mirada de algunas de ellas una sombra de celos, como si creyeran que ser victima de todos estos dramas malsanos fuera algún tipo de premio, un enaltecimiento del que yo me sustraería si pudiera, pues no quería volver a experimentar el miedo infinito de aquella tarde en la que estuve apunto de ser ultrajada en algún paraje remoto, pues aun cuando el goce de ser rescatada fue infinito y me valía ahora las delicias de estar enamorada ninguna mujer debería nunca experimentar semejante sentimiento de impotencia y resignación.
Solo a Claudine Conte con todo detalle lo ocurrido, mas que para satisfacer su curiosidad lo hice por que necesitaba poner a buen recaudo mis experiencias y sentimientos, porque me pesaban muchísimo en la conciencia tantísimos acontecimientos extraños y era ella la única lo suficientemente distante de mis relaciones familiares y a la vez cercana a mi corazón como para comprender lo que me pasaba en la vida, todo lo que le contaba ella lo respondía con genuina emoción, como si fuera espectadora de una obra teatral magistral en la que a cada momento se introducían nuevos y apasionantes giros de trama, el juicio la llevo al filo de la excitación y creo que estuvo a punto de desmayarse cuando arribe al momento del veredicto, estuve por ello a punto de finalizar allí mi narración pero ella insistió casi en ruegos y por ello proseguí, al llegar al episodio de la noche y contar mis primeros pasos en la lujuria ella no cabía en si misma de la excitación, me interrogo sobre cosas inverosímiles, el camino de sus manos, la fuerza de sus caricias e incluso la firmeza de su virilidad, totalmente aturdida por lo explicito de sus palabras fue incapaz de contener yo también mi curiosidad y entonces fui yo quien término siendo instruida en los misterios del amor carnal, ese que del que nunca se escribe pero que es a fin de cuentas la culminación de todos los sentimientos bellos, Claudine hablaba de ello con tantísima pasión y desaforo que quise experimentarlo allí mismo, el tacto de su pecho contra el mío, ser convertidos en uno, conectados en una danza de frenesí, de la que solo nos separara el agotamiento o la vida misma con sus mil responsabilidades horrorosas.
Luego me reincorpore a mi vida de enfermera pero ya un poco mas distante, un poco menos de mis pacientes, de esos tristes moribundos y un poco mas dueña de mi misma, esto me hizo sentir inmensamente triste, pues fue la comprobación absoluta de que no era yo la mujer abnegada y dispuesta a la caridad que siempre había creído ser, sino que era por el contrario un ser tan lleno de deseos como cualquier otro, uno que ahora ante las vistas de un primer amor caballeresco y casi fantástico se encontraba muy lejos de los propósitos que se había fijado para toda la vida, que grandísima era mi tristeza cuando empecé a notar que veia a Danton en todas las esquinas y creía escuchar su voz en cada murmullo, mientras que algún pobre hombre padecía indescriptiblemente y hubiera agradecido mi completa atención, por ello y para calmar un poco mi ajada conciencia me aplique a mis tareas como lo habría hecho en otros tiempos en los que mi corazón se movía en una sola dirección y no transitaba por el laberinto inescrutable por el que ahora se perdía a cada instante.
Un día en que me encontraba en esa especie de tarea purificadora, arribo al campamento un hombre de cuya existencia me había olvidado, desde el primer momento en que estuve a 10 pasos lejos de él, era ni más ni menos que Remi, el criado de la casa de al lado, se encontraba ataviado con las prendas del soldado y al parecer se dirigía a un acantonamiento apenas a unos kilómetros de la posición del hospital, su incorporación según me conto instantes luego de que nos saludáramos con un caluroso abrazo había sido posible gracias a su propia rebeldía, pues cansado de observar por la ventana el mundo que discurría ajeno a si mismo se había escapado del hogar para hacer algo “productivo para la patria” como el gustaba denominarlo, ese primer día permaneció a mi lado toda la jornada, aun cuando mi guardia era extensa y las desgracias que debíamos observarse eran múltiples, ni los huesos rotos ni las heridas sin piel supieron distraerlo de sus atenciones hacia mí, iba y venía constantemente con cuencos de agua con vendas nuevas y cuanta cosa grande o pequeña fuera yo requiriendo, era como si inconscientemente volviera a su posición de criado, tal vez porque las inercias de la mente no le permitían, por lo menos de momento, otro modo de relacionarse con la gente, cuando finalmente arribo la noche y ambos nos encontrábamos totalmente exhaustos, el por sus correrías asistenciales y yo por que en el campamento encontré a lo largo y ancho de sus cientos de camas y camastros a muchos hombres en horrorosas condiciones, el se dispuso a marcharse del mismo modo en que había llegado, en solitario, pero no se lo permití pues la guerra había hecho muy peligrosos los caminos y su casi nula experiencia fuera del hogar hubiera sigo una condena segura para que se perdiera en cualquier recoveco del camino, entones le dispuse una pequeña cama de paja en la tienda de campaña que ahora compartía con Claudine ya que ella había decido ceder la suya a unas cuantas nuevas reclutas que se habían integrado muy apasionadas pero que habían estado a punto de cesar en su empeño al ver que no había espacio para sus copiosos equipajes.
Allí entre nosotras dos, recostado sobre la paja, sin su camisa, era un hombre sin lugar a dudas monumental, su cuerpo forjado por las larguísimas horas de trabajo exhibía músculos que yo no conocía, pero ni aun ello bastaba para que dejara de contemplarlo como aquello que había sido toda la vida, una bestia fuerte y amable que suspira con melancolía y reposa como las piedras, como si estuviera siempre rodeado por un sopor de la imaginación, el solo hecho de que tardara un año entero desde el principio de la guerra para hacer algo al respecto era para mi la señal de que en el solo había cambiado un poco su tolerancia hacia el tedio y la sumisión, pero aun así en el fondo era el mismo hombre manso y dispuesto que había sido siempre, tan distinto a Danton siempre altivo y lleno de planes inverosímiles, rodeado de mil peligros, a el nunca le permitiría dormir en medio de dos damas, porque seguro la luz de la luna lo hallaría metido en el lecho de alguna de ellas. Con Remi no tenia que pasar por aquellos temores, pues tan educada era su charla como sus modales y respondía a todas las preguntas que le iba haciendo Claudine con toda curiosidad de un modo tiernísimo, al estar ya muy alta la luna el sueño empezó a apoderarse de todos nosotros, de inmediato el enmudeció, pero toda la noche pude escuchar el murmullo de su respiración, una especie de jadeo interminable, como si estuviera conteniéndose de hacer algo que el cuerpo le demandaba.
Cuando llego la mañana fui despertada por el suave y tímido toque de sus manos en mi hombro, con la cara demacrada por una evidente falta de sueño, se despidió, diciéndome que pronto volvería a visitarme siempre que su compañía se mantuviera acantonada en el sitio en que se encontraba ahora, Claudine que ya se encontraba despierta y espiaba con los ojos entrecerrados la escena, salto de su cama en cuanto el desapareció tras la tela que constituía la entrada y dijo- a ese también lo traes loquito, toda la noche jadeo como perro mientras miraba tu cama-, durante el resto de ese día aquella sentencia me produjo muchas contradicciones pues no creía que fuera esa clase de hombre, al final Danton volvió a ocuparme la conciencia y simplemente deseche como se hace con algo molesto, mis preocupaciones por Remi