Había una cosa muy curiosa en esta guerra, una cosa que la diferenciaba con toda seguridad de otras tantas catástrofes mortales que recibieron el mismo apelativo, esto era, su aparente pequeñez a los ojos del los grandes terrenos que se encontraban exentos de ella, pues pese a que casi todas las naciones europeas se encontraban de algún modo inmersas en el conflicto, apenas algunas fracciones del oriente francés y el occidente alemán se encontraban realmente en el estado en que espera encontrarse un suelo al que se le denomina campo de batalla, solo en esa franja pequeña de territorio a las espaldas y justo en frente de la gran trinchera podían observarse esos típicos escenarios desprovistos de vida que la mente puede relacionar bien con la desgracias sin pensar que tal vez le es ajena, era aquello, el conocimiento de que muy probablemente muchos de los hombres sacrificados podía durante un permiso esporádico de un par de días visitar a sus familias aun completas y prosperas en alguna lejana campiña distante del bullicio infinito de ese conflicto insensato lo que apuraba mi viaje, pues sabia que por el contrario eran victimas de las malas decisiones de algún general demasiado dado a su tarea de administrar la muerte pero también demasiado indiferente a los por menores de la verdadera guerra, que a fin de cuentas no se libraba solo con granadas y minas que descendían en estrepito para estrellarse contra el suelo, sino que también en la lucha constante del hombre contra su mente, en la capacidad de cada quien, de cada líder de pelotón y de cada hombre a tu lado para mantenerte los ánimos ocupados con ideas optimistas en las que por improbable que fuera podríamos volver al hogar, para disfrutar allí los halagos apacibles de todos quienes nos admiran por haber pasados nuestros escasos años de juventud entre la mierda y el barro, entre las ratas y la pólvora.
Al llegar a la posición que en el instante de mi partida estaba siendo custodiada por mi compañía no encontré a ninguno de mis conocidos y de hecho el sitio estaba ahora atestado de ingleses, aquellos hombres a los que las cuestiones de la guerra les había puesto el nombre genérico de Tommys tenían algo distinto al francés común y de hecho rememoraban de algún modo el temperamento adusto de los jóvenes sajones, eran todos muy serios y caballerosos poseían esa valentía muy calma y muy seria que los llevaba a experimentar la muerte con los ojos abiertos y un puro en la mano, como si no fuera mas que un desvió en el camino que se sentaban a contemplar en su lecho de muerte, como mi ingles no era demasiado bueno y apenas conocía sus rudimentos tuve que hacer algunos esfuerzos antes de conseguir que uno de aquellos portentosos hombres me señalara el sitio en que encontraría apostada la compañía a la que debía reintegrarme, ese hombre me dijo en un francés muy difícil, pero en cualquier caso entendible, que por no sé qué disparate se había ordenado un ataque a bayoneta calada y el fuego de barrera de la artillería alemana, ahora varios cientos de metros mas adelante que antes, había barrido buena parte de los efectivos de aquella compañía, continuaba diciendo que solo algunos pocos desgraciados, que días antes fueron llamados a parís, habían logrado salvar el pellejo de esa debacle y que hace apenas unos cuantos instantes antes que yo también habían estado revoloteando por los alrededores en una imitación perfecta de las frases y preguntas que yo hacía, supuse que serían aquellos los hombres que testificaron en mi juicio y que ahora por lo tanto se encontraban también prestos a volver a integrarse a sus respectivos pelotones.
Puse rápidamente rumbo hacia el sitio que me fue señalado y llegue a las cercanías de un campo de socorro, tan grave era la situación que la compañía apenas con algunos hombres sanos había decidido que lo mejor en términos prácticos seria pasar la noche en aquel sitio en la cercanía de sus heridos que eran a fin de cuentas el grueso de sus fuerzas, paradójicamente el hacedor de ese enorme crimen, el único verdaderamente responsable había salido ileso de la debacle y se encontraba sentado plácidamente en una silla mientras que muchos valientes tendidos sobre el suelo cerraban los ojos y expiraban su ultimo aliento sin saber ni siquiera que carajos había sucedido para tener tan mala suerte.
Al verme Pierre corrió a mi lado a saludarme con un fuerte apretón de manos, mientras tanto los otros dos soldados, los que estuvieron presentes en mi juicio, me hicieron un saludo con su casco, un saludo en el que creo haber visto una especie de agradecimiento encubierto, pues no había sido otra cosa que mi crimen lo que les había salvado el pellejo, para no enfurecerme mas de lo debido y también para guardar las apariencias opte por simplemente presentarme al que era ahora mi superior y no preguntar lo ocurrido, para enterarme de los detalles de aquello me valía de Pierre que ya había hecho su tarea entrevistando lo mejor que pudo a quienes tenían modo alguno de recordar y relatar lo ocurrido, la historia que me conto fue algo como lo que sigue:
Una noche en que la luna se había ocultado, apenas un par de días después de la partida de los hombres citados en Paris, por algún extraño desvarió el oficial al mando, cuyo nombre no logro recordar aun cuando su despreciable rostro si, había ordenado que se realizase una patrulla ha la alambrada enemiga, al ver que no se presentaba ningún voluntario el mismo eligió al azar a los pobres desgraciados, de entre esos 5 hombres elegidos para la peligrosísima tarea de abandonar la trinchera, 4 lograron volver con vida, pues uno fue alcanzado durante la vuelta a la trinchera por un tiro de fusil, aquellos hombres dijeron haber encontrado numerosas brechas en la alambrada enemiga, casi como si se invitara al ataque, abriendo corredores sobre los cuales los alemanes podrían concentrar el fuego de todo su armamento, por algún extraño motivo, que hasta el día de hoy no comprendo el oficial, contrario a aquello que la lógica y la prudencia señalan estimo que esto se debía a una falta de cuidado por parte de los alemanes y ordeno a todos los hombres calar la bayoneta, dividió en cuatro grupos a los hombres y estando en cabeza los 4 supervivientes de la patrulla les fue ordenado guiar a las masas de hombres a sus espaldas hacia los espacios en los que se encontraba en mal estado la alambrada, la masacre por su puesto no se hizo esperar, tan prontamente como los alemanes observaron el ingenuo movimiento hicieron uso de sus bengalas y como si estas fueran una señal no para la artillería sino para el infierno mismo, del suelo empezaron a surgir grandes torres de tierra que marcaban el sitio en que iban a estrellarse proyectiles de todos los calibres, esto acompañado del traquetear de las ametralladoras y los disparos precisos del enemigo en la trinchera redujeron en cuestión de segundos a la masa atacante a unos escasos 10 hombres que como podían sacaban a rastras algunos de los heridos de menor gravedad mientras que con los ojos llorosos dejaban tendidos en el campo a aquellos que por algún motivo no podían ser movidos, bien por que les faltaba alguna extremidad o por que su estado era tan lastimero que simplemente intentar sacarlos de allí era un modo de arriesgar en vano la propia vida, el saldo de muertos, la suma de 60 hombres muertos, 20 heridos de gravedad tan solo 15 supervivientes en aptitud de lucha, 4 de ellos éramos los hombres de Paris y uno el oficial que se sentaba tan pancho en su silla, aun cuando la conciencia le pesaba ahora con mas de 5 decenas de muertos.