ARTURO MASTRONARDI.
Seguía armando el rompecabezas que tenía ante mí, las hojas que encontré en la biblia esa que me hizo buscar el sacerdote Albert, solo eran una parte. Había algo más y debía encontrarlo, seguía todas las pistas que encontraba. Pero ninguna parecía llevarme a donde necesitaba. Muchas veces entre en desesperación, pues por más que pudiera controlarlo, muchas veces se salía de control y lo escuchaba. Su maniaca y siniestra voz m torturaba, lograba controlar cada parte de mí. Le temía, aunque no debería lo hacía. Después de que pudiera hacerme matar a mi propia hija, sabía que era capaz de cualquier cosa.
A diario la recordaba, sus gestos de cuando algo no le gustaba. Lo mucho que adoraba ayudar a otras personas, cuando me pedía ayuda para cocinar u hornear galletas. Es
