ELIZABETH CRANWELL.
Después de encontrar a Arturo en ese estado de shock, quizá por algún recuerdo o alucinación por el accidente de su familia. Pasamos la tarde en un lindo y romántico picnic, a orillas del mar n***o, colocó una manta y de su cesta sacó bocaditos, una botella de vino tinto y otra de vino blanco. Según me haría probar el contraste de sabores dependiendo del tipo de vino y combinación con dulce y salado. La verdad cautivó más mi atención, claro que en todos mis años había aprendido algo de eso. Pero no tanto como lo manejaba Arturo, simplemente una caja de sorpresas. Conversábamos de cosas muy interesantes, como de historia, astronomía, demonología y era sorprender lo mucho que él sabía del tema. ¿Acaso él era consciente de tener un alma demoniaca? No podía ser posible,
