Al llegar a Constanza percibí una extraña sensación, era un sentimiento de familiaridad que me envolvió por completo. No entendía a que se debía, ni porque lo sentía. Sin embargo, aquellos paisajes lograron envolverme de una manera tan eficaz y hogareña que podía fácilmente acostumbrarme al particular pueblo. Tenía una fuerte energía, una vibra tenebrosa y bastante siniestra, me gustaba. Luego de haber llegado al departamento que había rentado por internet, la verdad es que las fotografías que me habían pasado no le hacían honor al lugar. Era mucho más bonito en persona, tenía un precioso balcón que daba con el edificio de en frente, un parque y la iglesia del pueblo. Me gustaba mucho su estilo colonial, pero moderno.
Me instale con mis pocas pertenencias, coloque cada cosa en su lugar, para mi suerte el departamento traía las cosas, como cama, cocina, refrigerador, etc. Estaba cocinando mi almuerzo cuando un ángel apareció en mi campo de visión, era tan preciosa y delicada como una flor. En el edificio de enfrente, estaba duchándose y pude detallar su cuerpo esbelto y pálido. Una punzada se posó en mi intimidad, estaba excitado de solo mirarla. Seguí disfrutando mi vista, claro que lo hacía. No podía estar más agradecido con el señor del departamento, nunca mencionó la hermosa vista que tiene. La chica rubia de tez muy blanca y pecosa, no se percató que mis ojos la escudriñaban de pies a cabeza, cada espacio y movimiento de su precioso y delgado cuerpo. Sentí una ola de placer al verla pasar sus manos por su cuerpo, comencé a tocarme sin darme cuenta.
Después de toda aquella burbuja de placer, tome una ducha para terminar la comida que había dejado a mitad. Debía ir de compras y necesitaba una buena excusa para conocer a aquella chica de piel clara, me había cautivado. ¿Cómo lo haría? Era muy extraño si solo me acercaba a ella, por lo que tendría que idear un plan. Salí del pórtico guardando las llaves en mi chaqueta, caminé hasta el supermarket que google maps me indicó como cercano. Mi mente seguía invadida por la imagen de aquella guapa chica, guarde todo lo que apunte en mi lista en la canasta. Me faltaban solo los enlatados, amaba con locura los pepinillos recortados en salsa vinagreta. Los visualice en un estante, solo quedaban dos latas, me las llevaría sin dudarlo. Cuando tome una lata, una delgada y muy pálida mano tomó la otra. Me giré para decirle que me llevaría las dos, pero me congele en mi postura, era el ángel. Mi ángel.
—Disculpa, ¿Ibas a tomarla?—preguntó apenada, guardando un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Sí, me encantan. ¿Acaso te gustan?—pregunté con timidez, no podía creer que hace horas la vi ducharse y ahora la tenía cara a cara. El destino la colocó en mi camino, sin yo siquiera diseñar mi plan.
—¡Me fascinan! A nadie en casa le gusta, pero a mí me deleitan—respondió.—, ¿Eres nuevo en el pueblo, verdad?—preguntó.
—Primera cosa en común, supongo. También me parecen deliciosos.—contesté—, Sí, soy nuevo. Me mude hace poco, vivo a solo unas cuadras.
—Es un gusto, soy Charlotte Wildor—dijo entonces presentándose.—, Perdona mi mala educación antes, no me había presentado.
—El gusto es todo mío, créeme.—respondí sonriendo—, Que nombre tan encantador, el mío es Arturo, Arturo Mastronardi.
—Que apellido tan peculiar, me gusta—respondió devolviéndome la sonrisa—, Suena a realeza.—opinó.
—Ya quisiera yo ser de la realeza—divertí un poco y se carcajeo, inundando mis oídos con tal melodía que me hizo estremecer.
—Ha sido muy grato conocerte, Arturo—dijo—, Debo irme, espero verte de nuevo.
—Claro que sí, quizá podríamos ir por un café—respondí.
—Me encantaría, seguro.—respondió—, Préstame tu móvil.—pidió.
Se lo tendí y tecleo en él, una sonrisa traviesa se plasmó en sus labios. Lo que hizo que mi cuerpo nuevamente se estremeciera de tan solo pensar en besarla. La suavidad y brillo de ellos, daba mucho para que mi imaginación me jugara en contra.
—Esperaré tú llamada—dijo finalmente y sin darme tiempo a decir nada se perdió entre las personas.
Mire su nombre grabado en mi teléfono, estaba justamente por escribirle y decirle que guardará mi numero cuando vi que en su contacto faltaba un número. En “notas” del contacto, había escrito lo siguiente: “Arturo, quiero creer que eres mucho más que una cara bonita, así que para comprobar tu inteligencia te he dejado el siguiente problema Y matemático, si logras resolverlo tendrás el digito que falta para completar mi número”. Sonreí en grande al ver que Charlotte era una caja de sorpresas totalmente, me había cautivado aún más. No solo era hermosa, un ángel encarnado, era brillante y carismática. Toda una obra de arte, salí del supermarket llevando todo con prisa. Necesitaba sentarme a descifrar el número de aquella risueña chica, al mirar por mi ventana, la vi nuevamente. Sentada en su ventana leyendo un libro, el sol le daba por el costado. Iluminando su esbelta figura, toda una obra de arte. No me cansaría de repetirlo.
Durante horas intente descifrar el problema matemático que me había dejado, pero no parecía tener solución. Intente todo, cada mecanismo que conocía, cada formula y cada tabla. Pero nada, parecía ser más complicado de lo que creía. ¿Y si el problema no tenía solución? ¿Acaso me había engañado para no dármelo? Muchas inseguridades y preguntas abordaban mi mente, hasta que finalmente entendí el verdadero problema. Me había saltado la ley principal de los signos, (+)x(+) es (+) y yo había puesto (-), ¡Pero, que tonto! Termine por resolverlo y el digito final era “12”. Marque su número y después del tercer pitido contesto, estaba parado en frente de mi ventana para ver su expresión.
—¿Hola?—respondió.
—Ha sido todo un reto, pero me ha encantado descifrarlo—dije, su risa me hizo sentir satisfacción. La veía desde aquí, sonriendo mientras se apoyaba en el balcón de enfrente.
—¡Vaya, que me has sorprendido!—exclamó—, No creí que fueses a llamarme, pensé que te aburrió “mi reto”—respondió.
—Nunca, me encantan los enigmas.—respondí.
—Entonces te encantaré, porque soy todo un enigma.—dijo de manera coqueta. Haciéndome sonreír con travesura.
—¿Ah sí, que clase de enigma?—pregunté.
—Uno peligroso, muy letal…—anunció con diversión y tensión.—, ¿Seguro que no le temes?
—Temería si no fuera lo que soy, lindura—respondí.
—¿Y qué es lo que eres?—preguntó con curiosidad.
—Un demonio—contesté.
Su melódica risa volvió a inundar mis oídos, si ella supiera que no mentía. Que lo que le estaba diciendo era la verdad, quizá solo de esa forma se hubiese salvado de mí. Se hubiese enamorado de alguien más y no estaría ahora leyendo su lapida mientras deposito rosas rojas, sus favoritas.