Belinda
25 de septiembre de 2002
Londres
Belinda observó a una pareja acurrucarse en una esquina desde el otro lado del pasillo. Los chicos se reían abiertamente y vio cómo se besaban con una sonrisa en los labios. Ella tenía muchas ganas de hacer lo mismo con su novio, pero por desgracia eso no sería posible. Hasta esta tarde, se dijo.
Brais había pasado las dos últimas semanas en Escocia visitando a la familia de su madre. Hoy, sería el primer día que lo vería desde entonces y la emoción la llenaba desde dentro como un colibrí volando en primavera. Le había echado mucho de menos. No diría que sufría por verlo, pero había sabido cómo hacerse un hueco en su corazón y ahora deseaba verlo más de lo que lo había deseado en todo el verano.
—Es asqueroso ver tantas muestras de afecto por la mañana —se quejó Emma haciendo una mueca de disgusto—. Y en público. ¿Es que no les da vergüenza?
Belinda esbozó una sonrisa y continuó su camino por el pasillo.
—¿Qué más da? Es lindo ver cómo se quieren.
Emma resopló con desdén.
—Eso solo lo dices porque tienes novio. A las solteras como yo, no nos gusta ver este tipo de cosas.
Belinda negó con la cabeza, divertida. Emma le daba demasiadas vueltas a la situación y era divertido ver cómo se quejaba.
Era cierto que ella tenía pareja, pero no hacia ese tipo de cosas en público. Se sentiría muy avergonzada si alguien llegaba a verla haciendo más que simples besos. También estaba el problema de que todo el mundo la conocía -al menos en el mundo mágico-. Su padre era muy conocido por dedicarse a la seguridad de su mundo. El apellido Black estaba por todas partes y una larga serie de ministros habían salido de su familia.
Belinda dejó escapar un suspiro mientras Emma hablaba sin filtro alguno sobre las consecuencias de no tener cuidado en las relaciones. Sinceramente, no le apetecía escucharlo. Aquello simplemente le bajaba las ganas y ella disfrutaba de su tiempo con Brais.
Una idea cruzó en su mente. Daimon había estado bromeando durante días sobre su relación con Brais. La había estado atormentado durante esas dos semanas diciéndole que su novio conocería a una bonita escocesa y la abandonaría. Se había reído, pero comenzaba a sospechar que aquello podría ser cierto. Había estado muy distante durante el tiempo que no se vieron. Al principio le había cogido las llamadas, luego vinieron las evasivas. El monstruo de la desconfianza había crecido esos últimos días como una montaña.
—Belinda, ¿me estás escuchando?
Belinda se giró hacia Emma, pestañeó delicadamente hacia ella y sonrió.
—¿Me matarías si te dijera que dejé de oírte a partir de “Herpes”?
Emma dejó escapar un bufido y Belinda soltó una carcajada.
—¡No me lo puedo creer! —se quejó, pero aun así sonreía.
—Debes admitir que esto empezaba a parecer más una queja hacia las relaciones que una conversación normal.
Emma la miró.
—Cariño, en tu mundo no hay nada normal.
Belinda dejó escapar un suspiro y se detuvo frente a la clase. Se giró hacia Emma.
—¿Puedes por favor no mencionarlo más? —preguntó—. Podríamos meternos en un lío si alguien descubre que te lo he contado.
Emma arqueó las cejas.
—¿Y perderme la diversión? —inquirió—. Oh, no, amiga. Esto era algo que tenías que decirme sí o sí. Forma parte de nuestro contrato-no-escrito entre amigas.
Belinda hizo una mueca, divertida.
—No sabía que existían contratos en nuestra amistad.
Emma fue la primera en entrar.
—En teoría, no existen. Soy yo queriendo meterle algo de emoción a nuestras vidas, lidia con ello.
Belinda entró después de Emma. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando cruzó el umbral que daba al aula. Los ojos de Belinda se alzaron en busca de la causa, paseándose por toda la habitación hasta detenerse en unos ojos azul intenso que la miraban fijamente.
El aire comenzó a fallar en sus pulmones y el corazón bombeó con fuerza en su pecho. Aquello debía ser una alucinación. Era él. El chico que había aparecido en el concierto un año antes. No tenía pruebas, pero tampoco dudas. Sus ojos la habían perseguido en sueños desde aquella noche como una fotografía a color colgada en su cuarto.
Le molestaba admitir que había deseado volver a verlo. En secreto, lo había buscado entre las calles de Londres, esperando encontrarlo. Cuatro meses después, se había rendido a la idea de que nunca volvería a encontrarlo.
Y, sin embargo, ahí estaba. Sentado en una de las sillas del aula frente a la ventana. Belinda no sabía cómo debía sentirse. Aliviada, asustada, sorprendida... Todos esos adjetivos la describían perfectamente en ese momento. Un hormigueo cruzó sus dedos. Contuvo el aire y se detuvo. Había estado a punto de hacer magia.
Su instinto había tirado de ella para defenderse. Eso no estaba bien. No delante de humanos normales incapaces de defenderse, eso los habría puesto en peligro.
Su chico de ojos azules continuó mirándola hasta que decidió moverse. Belinda no podía apartar la atención de él incluso cuando ya se había sentado al lado de Emma. Estaba desconcertada.
Emma se inclinó hacia ella, su cabello castaño cayendo a ambos lados de su cara.
—Belinda, ¿estás bien? Te has puesto muy pálida —preguntó preocupada.
Dejó escapar un suspiro tembloroso antes de asentir lentamente. Había roto a sudar. Su presencia la desconcertaba y hacía saltar chispas por todas partes de una forma que la inquietaba. Verlo había traído más que recuerdos de aquella noche, le había hecho sentir una extraña sensación que la unía a él de una forma que no sabía cómo explicar.
—Me estás preocupando —insistió Emma. Belinda vio por el rabillo del ojo cómo se inclinaba sobre su escritorio y observaba hacia donde ella estaba mirando con atención—. ¿Quién es ese chico? Es mono.
Los labios de Belinda se abrieron brevemente. No sabía qué decir. Ella también encontraba atractivo al chico. Ahora, en plena luz, podía observar mejor su rostro cuadrado. Sus ojos de un azul intenso, puede que algo verdoso; estaba demasiado lejos como para confirmarlo. Su pelo castaño oscuro y su piel bronceada que la tentaba a tocarlo. Lo encontraba muy atractivo.
Un hormigueo la recorrió de nuevo. Humedeció sus labios y se sintió inquieta. Belinda desvió la mirada hacia otro lado y pasó sus dedos por su cabello rubio. De repente, había empezado a sentir mucho calor. Emma alternaba su mirada del chico a ella y luego de vuelta. Frunció el ceño.
—¿Me he perdido algo?
Belinda se mordió el labio.
—Es... Complicado.
—Tengo tiempo.
Belinda dejó escapar un suspiro cansado. No le apetecía hablar de ello. En realidad, le fastidiaba su obsesión por el chico. Lo había estado buscando como una idiota y su recuerdo la había atormentado unos cientos de veces. Aquella noche había pasado a ser un misterio para todos los que asistieron al concierto.
Sus hermanos habían dejado de buscarlo tras la primera semana y tampoco le habían contado nada a su padre. Su padre. Si se enteraba de eso se pondría furioso. No solo habían perdido su rastro y no habían sido capaz de encontrarlo, sino que no dijeron nada. Cedric Black estaría muy furioso si en algún momento lo descubría.
El honor familiar era lo primero.
Su reputación estaría en juego si se enteraban de que sus propios hijos no solo habían hecho magia para encontrar al misterioso brujo, sino que, además, se lo habían ocultado. Toda una horda de brujos, licántropos y otros seres mágicos se le echarían encima si descubrían que no había sido capaz de controlar a sus hijos. Otra vez.
El mayor de los hermanos Black, Alexander, vivía para su grupo, al igual que Connor. Eso había sido un doble golpe duro para su padre quien tenía esperanzas de que su primogénito siguiera sus pasos. Y en su defecto, el segundo hijo. Ahora aquello recaía sobre Daimon, el tercer hijo de la familia Black.
Los ojos de Belinda buscaron de nuevo a su brujo. Estaba leyendo un libro. Era consciente de que a lo mejor le daba demasiada importancia, sin embargo, no podía dejar de mirarlo. Le maravilló la atención con la que parecía leer el libro. Sus largos dedos pasaban las hojas sutilmente y se tocaba el mentón cuando algo le parecía interesante. Belinda había descubierto algo más sobre su brujo.
****
Brais se echó a reír y Belinda cayó en sus brazos.
—¿Qué tal han ido tus vacaciones?
La mano de Brais se detuvo en su brazo y comenzó a acariciarlo suavemente en un ritmo poco parecido a ser sinuoso, sino todo lo contrario. Belinda se acomodó mejor entre sus brazos y apoyó la cabeza en su pecho mientras se ajustaban en la cama.
—Bien. La familia de mi madre es muy interesante. Muchos brujos, duendes... ¿Sabías que los duendes de Escocia no son verdes?
Belinda rió en voz alta.
—Y me imagino que tampoco pequeños. Eso es una falacia, Brais. Son historias inventadas por los mortales. Ilusiones y bromas que se les gastaba antiguamente para ocultarles la verdad.
Brais resopló.
—¿Y no debería ser esa razón de más para que sepan sobre el mundo que les rodea? Estoy seguro de que todo sería mejor si los mortales no se creyeran el centro del universo.
—La mayoría de ellos no se creen el centro del universo —defendió Belinda—. Y ya sabes lo que sucedió la última vez que supieron sobre nuestro mundo. No todos los humanos aceptan que hay otros seres pisando el mismo suelo que ellos —la imagen de Emma cruzó su mente—. Es difícil encontrar mortales en los que confiar.
—¿Hablas de Emma? ¿La morenita bajita de malas pulgas?
Belinda le dió un puñetazo en el brazo.
—No tiene malas pulgas. Ella solo es... protectora.
Brais resopló.
—Admite que no le caigo bien.
—Ella nunca ha dicho eso.
—No es necesario. Solo hay que ver cómo me habla —respondió tajante—. Cada vez que le dirijo la palabra parece que la estoy mandando a la horca. Tú mejor amiga me odia, es un hecho.
—Solo se preocupa por mí. Teme que me rompas el corazón —rió.
Brais dejó de acariciarla y la abrazó con fuerza. Hubo un silencio incómodo. Belinda alzó su rostro hacia Brais cuando levantó la parte superior de su cuerpo para mirarlo. Estrechó los ojos, con duda.
—¿Brais?
Las facciones de su rostro se endurecieron. Belinda pudo registrar incomodidad, arrepentimiento, vergüenza... Una idea cruzó su cabeza y su rostro se puso pálido mientras se alejaba de él.
Antes de que Brais pudiera abrir la boca, Belinda se levantó y empezó a recoger su ropa del suelo. Comenzó a vestirse.
—Belinda, yo...
—¡Cállate! —gritó—. Cállate o te juro que te lanzo un maleficio.
Belinda terminó de vestirse en silencio. Recogió su bolso y salió sin mirar atrás. Ni siquiera se molestó en despedirse cuando salió de su casa. La humillación se mostraba en su rostro. El corazón se le encogió y no supo a quién llamar. Emma.
Buscó su número entre su lista de contactos y puso el teléfono en su oreja. Un toque. Dos toques. Emma no respondía la llamada.
Belinda se detuvo al final de la calle y buscó un taxi. Algo que la llevara de vuelta a casa lo más pronto posible. Su día se había convertido una mierda.
Quería destrozar a Brais. Hacer de su vida un infierno y hundirlo en el hoyo más profundo.
Sus hermanos habían tenido razón. Emma había tenido razón. Y ella había sido una auténtica idiota al no escucharlos. Dos semanas. Solo había estado fuera dos semanas. Una idea descabellada cruzó su mente. ¿Y si había sido desde antes? ¿Y si aquella no había sido la primera vez desde que comenzaron su relación?
El estómago se le revolvió. Estaba viviendo una pesadilla.