Capítulo 1: El concierto

1707 Words
Belinda 3 de noviembre de 2001 Londres Risas. Diversión. Silencio. Las calles de Gran Bretaña se llenaban de personas que caminaban de un lado a otro de la calzada. Algunos se iban a casa; otros, se dirigían a algún lugar especial. En una de las calles más escondidas de Oxford Street, un garito se llenaba de gente. Desde fuera, cualquiera habría pensado que la entrada estaba prohibida a menores. Y era así, los menores no deberían de poder entrar ahí. Sin embargo, aquella era una noche especial. Belinda Black se encontraba entre los espectadores a la espera de un grupo muy especial que tocaba esa noche. The Witched Boys. Un solo de guitarra retumbó en la sala y la gente comenzó a gritar llena de emoción cuando una voz masculina comenzó a cantar suavemente. Belinda miró a su hermano Alexander en lo alto del escenario. Con un corte de pelo bien cuidado y una sonrisa encantadora, la picardía brillaba en sus ojos marrón oscuro. Detrás de él, Connor, su otro hermano tocaba la batería y le metía marcha a aquella canción que habían compuesto apenas dos semanas antes. La gente saltaba y se movía al ritmo de la música cada vez más eufórica. Belinda intercambió una mirada con Daimon —otro más y, a su vez, el último de sus hermanos mayores—, quien le sonreía y tarareaba la canción en voz baja. Daimon pasó un brazo sobre sus hombros y la apretó contra su cuerpo antes de ponerse a saltar al igual que los demás. Belinda soltó una carcajada y empezó a cantar. Al otro lado de Daimon, Jackson (el hermano de Gabriel, el segundo guitarrista del grupo), se apretó contra ellos y los movió a un lado mientras gritaba eufórico. Belinda se separó de ambos, en busca de su propio espacio para saltar y cantar y miró a sus hermanos. Se sentía orgullosa de verlos sobre un escenario, disfrutando y bailando mientras tocaban su música. Ojos azul verdoso se cruzaron con los de ella. El tiempo se detuvo y, con él, la música que había a su alrededor. Belinda detuvo sus movimientos y miró a aquel chico que la observaba fijamente al otro lado de la sala, junto al escenario. Una mata de pelo castaño, ojos que la atravesaban, labios que se entreabrían suavemente. Había algo en él que no era normal. ¿Un brujo? No veía su marca por ningún lado, aunque también estaban demasiado lejos como para averiguarlo. Su boca seguía moviéndose como si no le importara el lugar donde estaban. A lo mejor solo estaba murmurando la canción. Sí, esa era una opción. No obstante, había algo inquietante en todo esto. El chico estaba conjurando un hechizo. Miró a Daimon. Su hermano también lo miraba fijamente. No son imaginaciones mías, pensó. Un fuerte latido retumbó en su pecho. Las normas eran claras: estaba prohibido hacer magia entre los mundanos. Sus ojos se desviaron de nuevo hacia su hermano, ahora Jackson también lo miraba fijamente. Si ellos se habían dado cuenta de que él era un brujo, ¿quién más en aquella sala lo habría hecho? Su mirada se desvió hacia el chico de nuevo. No había apartado sus ojos de ella. Una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro. Una luz y de repente un apagón. El frío se volvió notable en la habitación por algunos segundos. La música no se había detenido, lo que la extrañó ya que aquello no debería ser normal. Una nueva luz surgió envolviendo el lugar en focos de color azul, amarillo y magenta. La gente exclamó emocionada y Connor, golpeó rítmicamente la batería antes de finalizar la canción con un último solo de guitarra. Belinda dirigió su mirada de nuevo hacia el rincón. El chico había desaparecido. Sus ojos buscaron entre la multitud, en vano. Había demasiada gente. Y todos se movían demasiado. Se giró a su hermano, dándose por vencida. Con la respiración entrecortada por el movimiento anterior y el sudor que pegaba su flequillo en la frente, sus ojos verdes brillaban con más vida que nunca en aquel lugar oscuro. —Daimon, ¿tú también lo has visto? Los ojos de su hermano se cruzaron con los de ella antes de inclinarse sobre su cuerpo. Era muy difícil oír y hablar mientras la siguiente canción comenzaba a sonar. —¿Hablas del chico brujo? —Belinda asintió aliviada de no haber sido la única en verlo, ya que eso significaba que no lo había soñado—. Sí, claro que lo he visto. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Daimon se giró hacia Jackson y le dijo unas palabras que no alcanzó a oír. Minutos más tarde, los tres se encontraban detrás del escenario, esperando a la banda. —¿Por qué los estamos esperando aquí? ¿No podríamos esperar para hablar de esto en casa? —preguntó Belinda extrañada. —No sabemos si el chico volverá a aparecer en el concierto. No podemos arriesgarnos a que alguien más se dé cuenta de lo que está sucediendo —explicó Daimon, molesto. —Tú también has debido de notarlo, Belinda. El chico ha dejado un rastro mágico —siguió Jackson. Belinda se concentró, entonces, en su alrededor. Una leve sensación fría que le encogía el cuerpo se instaló antes de sentir un breve rastro de calor apenas unos metros a la derecha. Era débil, pero notable. Era una evidencia de que un brujo había estado ahí, aunque hubiera sido por poco tiempo. Eso era peligroso. Los mortales no debían darse cuenta de lo que sucedía. Su mundo era un secreto para ellos por una razón. Era demasiado peligroso para ellos, demasiado peligroso para sí mismos. Los humanos habían demostrado a lo largo de los años, que no aceptaban de forma natural a otros seres “distintos a ellos”. La caza de brujas de Salem había sido un claro ejemplo de ello y ahora alguien había sido imprudente en un concierto atestado de gente. Belinda miró hacia el escenario. Ninguno de los chicos parecía haber notado lo que había sucedido, y si lo habían hecho, lo ocultaban perfectamente. —Bel —la llamó Daimon—. Jackson y yo vamos a rastrear al brujo, ¿vienes? Belinda no dudó demasiado. Sentía curiosidad por descubrir al brujo que habían visto desde las filas, frente al escenario. Una parte de ella se sentía nerviosa y entusiasmada al mismo tiempo. Se suponía que Londres era un lugar lleno de magia, pero nunca ocurría nada emocionante donde ella residía. Sus hermanos mayores nunca la integraban en sus aventuras; y los menores eran demasiado pequeños para hacer alguna locura con ella. Solo el siguiente más pequeño que ella era dos años menor, lo que le hacía tener catorce. Sus padres los matarían si se metían en algún lío sin nadie que los vigilara. Como decía su hermano Alexander, eran un par de mocosos que no durarían ni dos minutos ante el peligro. Belinda siguió a su hermano mayor hacia la habitación que hacía de camerino para el grupo. Aquel lugar no era gran cosa, pero era lo suficientemente agradable como para sentirse cómodo allí. Por suerte para ella, había un sofá nada más entrar en la estancia. Belinda se tiró alegremente sobre él, agradecida de poder descansar las piernas tras varias horas de pie frente al escenario. Daimon empezó a buscar una tiza mientras Jackson se aseguraba de que nadie entraría en la estancia mientras ellos hacían su magia. Observó cómo su hermano se arrodillaba en el suelo y comenzaba a dibujar un símbolo para rastrear cualquier ápice de magia que se hubiera generado en el local. Por desgracia, no tenían ningún objeto personal o alguna parte de aquel brujo, como un mechón de cabello o una uña, que les ayudara a rastrearlo por todo Londres. Aquello habría sido perfecto para saber dónde se encontraba, en caso de que se hubiera marchado ya. Belinda se agachó frente a su hermano, Jackson tomó lugar a su derecha. Cuando Daimon terminó el dibujo, los tres alzaron las manos sobre la tiza. Belinda miró el rostro de su hermano, quien le devolvió la mirada. El corazón golpeaba con fuerza una vez más. Lentamente los tres empezaron a recitar el conjuro de rastreo. Un hormigueo subió por sus dedos. Una visión en su cabeza. Una calle de Londres, el local; otra calle y el final de un callejón. Luego todo se volvió oscuro. Habían perdido el rastro. Belinda se dejó caer hacia atrás y soltó el aire que había estado reteniendo. Aquello debía de ser una broma. Miró a los chicos. Ambos lucían sorprendidos. —¿Cómo lo ha hecho? —preguntó—. Ocultar su rastro, digo. Es evidente que ha desaparecido de golpe y eso es casi imposible en nuestro mundo. Daimon se pasó la mano por el pelo y la miró. —No lo sé. Es la primera vez que ocurre. —Tal vez deberíamos de hablar con tu padre. Él se ocupa de llevar un seguimiento de los infractores de nuestro mundo. Estoy seguro de que conocerá una forma de encontrarlo. —Aún si lo hiciera, no nos diría nada —Daimon se levantó—. Es casi preferible dejarlo estar si solo ha hecho un pequeño hechizo. Belinda arqueó una ceja. No estaba muy convencida de que aquello fuera una buena idea. Se sentía tentada a decir una larga lista de los problemas que desencadenaría su negativa a contarlo a la justicia de su mundo. Si se lo decían, ellos lo atraparían rápido y lo someterían a un juicio en función de los daños que hubiera provocado. Pero él no ha hecho daño a nadie. Solo ha hecho un hechizo sencillo. Jackson se levantó del suelo y caminó hacia el mostrador. Cogió una de las botellas de agua que tenían para el grupo y una toalla. Luego, vertió el contenido sobre el dibujo antes de comenzar a limpiarlo con la toalla. Ella se alejó antes de que le salpicara el agua y se pasó las manos por los muslos. La banda no tardó en entrar a la habitación, igual de sombríos que ellos. Belinda contuvo un suspiro. Aquella iba a ser una larga noche.
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