Capítulo 3: La Calle Queensway

2641 Words
01 de octubre de 2002 Belinda se apartó un mechón de cabello rubio de la cara. Varios días de miseria habían pasado desde entonces. Abrió su carpeta y revisó sus apuntes mientras esperaba al comienzo de la clase. Luego, una mano se deslizó sobre la hoja en un intento de parecer ocupada mientras su cabeza viajaba a los recuerdos de la última semana. Había llorado, sufrido y había preocupado a los que amaba. A excepción de sus padres, toda su familia había estado al tanto de los últimos acontecimientos. Evans se había ofrecido a hacer un maleficio dirigido a Brais. Aún era menor y no se lo tendrían demasiado en cuenta, había mencionado para afianzar su opinión. Ella no estaba tan segura de ello. No obstante, no dijo nada. No se sentía con ganas de discutir ni de aclarar hechos. Aquel descubrimiento había sido un duro golpe para su orgullo y se negaba a prestarle más atención de la que se merecía. Había bloqueado su número por lo que la única forma que tendría para contactar con ella sería presentarse en el instituto o en su casa, cosa que sabía que no haría. El sonido de unas zapatillas chirriando sobre el suelo de mármol llamó su atención. Axel Bloom había entrado en la clase. El corazón de Belinda comenzó a latir con fuerza cuando lo vio. Había estado tan ocupada armando su corazón roto y su orgullo herido que ni siquiera se había molestado en concienciarse de que su brujo tenía nombre. No sabía cuántas veces había soñado con descubrirlo. En sus fantasías siempre lo había apodado “el chico de los ojos bonitos”. Sonrió. Seguía teniendo unos ojos bonitos, pero ahora venía acompañado de un nombre. Axel. Aquel nombre había hormigueado en su lengua la primera vez que lo pronunció. Aun podía sentir como sus mejillas se ruborizaban al mirarlo y una sensación electrizante vibraba en su cuerpo. Cuando lo veía no se sentía tan mal por lo que había pasado con Brais. Al contrario, se sentía un poco culpable por su obsesión con el chico. Había descubierto en la primera semana que tenía una sonrisa encantadora. Acompañada de una mirada traviesa y una voz ronca que suscitaba a tener pensamientos pecaminosos. Los ojos de Axel se fijaron en los de ella. Aún no habían hablado, pero Belinda habría jurado que no necesitaban palabras entre ellos. Sentía una conexión mágica que los unía y otra mucho más carnal. Belinda se humedeció los labios y no le pasó desapercibida como Axel había seguido el movimiento. Lo saludó. —Hola —su voz había salido algo ronca. Axel sonrió y se acercó sin haber sido invitado a hacerlo. —Hola —se detuvo frente a ella—. ¿Te molesta si me siento a tu lado? Belinda miró el asiento vacío a su izquierda. Normalmente era Emma quien lo ocupaba, pero que le aspen si era capaz de negarse. Dirigió su mirada de nuevo hacia él y asintió. Axel dejó su bolsa a un lado, en el suelo, y dio la vuelta para tomar asiento a su lado. La observó. La respiración de Belinda se volvió entrecortada, no sabía qué decir así que lo contempló de vuelta. Aquello se convirtió en un duelo de miradas. Axel Bloom no parecía tener problemas en permanecer en silencio. A decir verdad, una sonrisa divertida se dibujó en su rostro y Belinda pudo jurar que se estaba burlando de ella. Abrió la boca para preguntar si pasaba algo, pero él la interrumpió. —¿Estás bien? Tengo entendido que las cosas no te han ido muy bien con tu novio. Las cejas de Belinda se arquearon. Estaba sorprendida de que lo supiera. —¿Cómo...? —Las noticias vuelan rápidamente en nuestro mundo. No debería de extrañarte. Sobre todo, en la Red del Mundo Oscuro; es el mejor sitio para obtener información rápida si lo necesitas. La boca de Belinda cayó abierta. —¿La Red del Mundo Oscuro? Axel se inclinó sobre el escritorio e invadió su espacio hasta que casi se entrelazaron sus respiraciones. Belinda aprovechó para ver sus ojos con más atención. Eran azules con vetas verdosas. Ahora lo tenía claro. —Eres la hija del ministro de Seguridad. Es imposible que no conozcas su existencia. Belinda tragó saliva e intentó obligarse a respirar. Estaban tan cerca que había comenzado a ponerse nerviosa. Por supuesto que conocía de su existencia. La Red de Información del Mundo Oscuro (para ser más específicos) era un lugar peligroso. Muchos informantes de su padre y de gente peligrosa se reunían allí en busca de intercambios de todo tipo. Desde información hasta un asesino del mundo mágico bien entrenado, incapaz de dejar su rastro en el mundo mortal. Una idea nació en su cabeza. ¿Eso quería decir que Axel Bloom formaba parte de aquel círculo? Eso le pareció espeluznante. —No formo parte de nada peligroso —aclaró. Belinda abrió su boca y Axel sonrió—. Lo tienes escrito en toda la cara. Yo no hago cosas peligrosas, Belinda. Simplemente investigo un poco aquí y allá, pero nada más. Frunció el ceño; le costaba creerle. —¿Cómo que investigas un poco aquí y allá? Axel se encogió de hombros y retrocedió. —De vez en cuando, tengo que hacer algunos trabajos para mi familia. Nada demasiado importante —sonrió—. Pensé que ya sabrías quien era, teniendo en cuenta que me habías estado buscando desde el año pasado. Belinda trató de ignorar como sus mejillas se habían calentado al notar como la había pillado. En su lugar, trató de hacer una lista de todas las personas que conocía en su círculo social y en el de su familia. No conocía a nadie con el apellido Bloom. Y tampoco estaba segura de cómo había sabido que lo había estado buscando. No obstante, se abstuvo de preguntar. Axel pareció notar su confusión porque su sonrisa se amplió y se inclinó más hacia ella. —¿Curiosa? El corazón de Belinda dio un salto. Mentiría si dijera que no tenía muchas preguntas rondando por su cabeza. —¿Sobre qué? —Por saber sobre mi familia, sobre mí. De conocer la Red del Mundo Oscuro. Belinda se mordió el labio. Era cierto que sentía curiosidad sobre Axel, pero no estaba tan segura de querer conocer en persona esa Red. Había escuchado cosas horribles de las personas que se relacionaban con ese sitio. Muchos terminaban desapareciendo y, los que aparecían… Aparecían muertos. No tuvo tiempo de responder. Las personas empezaron a entrar una a una en el aula. Axel se recompuso y se alejó de ella, sin salir de su asiento. Las mejillas de Belinda volvieron a calentarse y se desviaron hacia el frente. Sus ojos se cruzaron con los de Emma cuando entró en el aula y la vio sentada junto a Axel. Podía ver claramente la sorpresa en su rostro; ella se encogió de hombros, tratando de restarle importancia. Al instante, una sonrisa se dibujó en la boca de Emma antes de alejarse. Belinda no pudo dejar de pensar sobre la Red del Mundo Oscuro durante toda la clase. Cuando esta terminó, Axel había desaparecido de su sitio. 03 de octubre de 2002 Las horas pasaron tranquilamente mientras los hermanos Black leían manuscritos de magia. Ambos distintos, pero con un mismo tema en común: la historia de su pueblo y de su Aquelarre. Belinda observó a Evans en silencio mientras su hermano menor se veía muy concentrado en el libro. Parecía estar pasando un buen momento. —¿Qué pasa? —preguntó el joven sin apartar los ojos del libro—. Noto cómo me miras, Bel. Belinda se mordió el labio inferior. Había algo que no salía de su cabeza. —¿Qué sabes sobre la Red del Mundo Oscuro? El cuerpo de Evans se tensó. Belinda observó cómo el muchacho de ojos azules levantaba la cabeza con una expresión sorprendida y las cejas muy alzadas. Casi le hizo gracia su reacción. Casi. —Alexander dice que no nos acerquemos a ese lugar. Ella asintió. —Lo sé. Es por eso mismo que quiero investigar todo lo que pueda sobre ese sitio por mi cuenta. Evans frunció el ceño. —¿Para qué quieres saberlo? ¿Planeas ir a ese sitio? —se levantó de su asiento con el libro en una mano—. ¡No puedes ir allí, Bel! Es demasiado peligroso. Belinda suspiró e intentó parecer tranquila, aunque no lo estaba. Tenía miedo de meterse en un lío. Sin embargo, no podía sacarse las palabras de Axel de la cabeza. —No voy a ir a ningún sitio, Evans. No te preocupes. El cuerpo de su hermano se relajó notablemente. Belinda apreció su preocupación, pero no la creyó necesaria. En su lugar, le divirtió ver como el chico de quince años se preocupaba por ella. Evans aún tenía rasgos de su niñez, a pesar de encontrarse ya en la adolescencia. Sus ojos azules brillaban con fuerza y contrastaban con esa maraña de pelo rubio que ambos habían heredado de su padre. Todo en él era un niño a ojos de Belinda, pero no lo diría en voz alta. Sabía que su hermano podría ofenderse por su apariencia demasiado juvenil para su edad. —¿Esto tiene algo que ver con tu ruptura con Brais? Belinda apretó los labios. —No. ¿Por qué lo piensas? Evans se encogió de hombros. Incluso en eso parecía demasiado niño con su cuerpo delgaducho. —No lo sé, Bel. Has estado muy rara desde aquel día —respondió—. Y todos sabemos que te ha hecho daño. El corazón de Belinda se encogió de dolor. No iba a negar que le dolía su traición, pero esa no era la razón por la que le había estado dando vueltas a aquello. Había algo en lo que le dijo Axel que le causó interés y temor a la vez. Aquella noche en el concierto había estado dando vueltas repetidamente en su cabeza. Belinda había vislumbrado una y otra vez lo que sucedió y su repentina desaparición. Ni siquiera sus hermanos mayores habían sido capaces de descubrir cómo había desaparecido. La Red del Mundo Oscuro. Una sensación de aleteos se asentó en su estómago. Había estado muy aburrida todos estos años y aquello prometía aventura. El sonido de una puerta abriéndose distrajo a ambos de su conversación. Una niña de once años entró en la habitación con una gran sonrisa. Su cabello castaño recogido en una trenza amenazaba con soltarse y la niña se abrazó a su hermana cuando llegó a ella. —Bel, ¿juegas conmigo? Belinda sonrió. —Ahora no tengo tiempo, Sam —Belinda besó su cabeza—. ¿Y Lauren? La niña frunció el ceño. —¡No quiero ver a Lauren! Estoy enfadada con ella. Sus cejas se alzaron. —¿Y eso? Estabais jugando con la casa de muñecas hasta hace unas horas. La niña se alejó de ella y dio una patada en el suelo con evidente enfado. —¡Eso fue antes de que viniera Gabriel! —se quejó—. ¡Lauren está loca por él y me ha dejado para seguirlo hasta la habitación de Daimon! Belinda se mordió el labio, conteniendo una carcajada. Su pequeña hermana era más espabilada de lo que habría pensado. Evans, en cambio, abrió mucho los ojos. —¿A Lauren le gusta Gabriel? Samantha se giró hacia él con el ceño fruncido. —¿Estás sordo? Evans hizo una mueca, dejó el libro que sostenía en el sofá y corrió hacia la puerta. —¡Esto tengo que verlo! Samantha salió disparada detrás de él sin despedirse y Belinda soltó un suspiro antes de dejarse caer sobre el sillón. Cuando el silencio envolvió la estancia, su teléfono comenzó a sonar y ella alzó una mano a ciegas en busca de él. Lo descolgó sin mirar el teléfono y se lo puso en la oreja. —¿Hola? Escuchó una respiración pausada al otro lado y frunció el ceño. Abrió la boca para hablar. —¿Te gustaría ver conmigo la Red? —la interrumpió una voz ronca al otro lado de la línea. Un escalofrío recorrió la espalda de Belinda y alejó el teléfono de su oreja, no conocía el número de teléfono, pero sí la voz que había oído. La boca de Belinda se abrió sorprendida y pestañeó varias veces, incrédula. —Tomaré eso como un sí. Te espero esta noche a las diez en Queensway —hubo un breve silencio—. Lo tomaré como un no, si no apareces —colgó. Estaba sorprendida. ¿De dónde había sacado su número? Ni siquiera estaba segura de querer saberlo. Él había dicho que la esperaría. Aquellas palabras se quedaron en su cabeza. Quería saber más sobre la Red Oscura y, probablemente, ir sería la forma más rápida de satisfacer su curiosidad. Sin embargo, algo le decía que debía mantenerse alejada de Axel. No necesitó demasiado tiempo para decidirse. Definitivamente no iba a ir. **** La lluvia caía como una cortina gris sobre la acera, salpicando con sus gotas frías y brillantes. Belinda sujetó con fuerza el paraguas, mientras el frescor de la noche enfriaba sus mejillas. Habían pasado quince minutos desde la hora acordada y Axel no había aparecido. Una sensación de disgusto se asentó en su cuerpo, junto con la vergüenza. Se había marchado a escondidas de su casa, con la excusa de acostarse temprano cuando él ni siquiera había aparecido. Si descubrían que se había marchado, todo aquello habría sido para nada. Alzó los ojos para mirar la calle, una vez más. Si en cinco minutos no aparecía, se marcharía. No tenía que haber ido. Una mano agarró su hombro con fuerza y ella pegó un bote. Belinda se giró preparada para golpear con el paraguas. —¿Sorprendida? —preguntó Axel con una sonrisa. La respiración de Belinda se relajó y apretó el paraguas con más fuerza. Estaba molesta. —¿Por qué has tardado tanto? Te llevo esperando un rato. Su sonrisa disminuyó. —Lo siento por eso —se disculpó—. Te estaba poniendo a prueba. Belinda alzó una ceja. —Quería ver si venías en serio o si solo te marcharías y lo olvidarías —continuó. —¿Y no te parece suficiente con que me haya escapado de casa para venir aquí en plena noche? La sonrisa de Axel regresó con más fuerza, sus ojos brillaron, divertidos. —¿Te has escapado de casa? Belinda guardó silencio y, en su lugar, miró alrededor de la calle. Estaba completamente vacía. —¿Para qué me has citado aquí? ¿Qué planeas hacer? Axel tomó la mano libre de Belinda y tiró de ella hacia un callejón. Belinda miró la mano que tiraba de ella, pero no se quejó. Había algo extrañamente agradable en su tacto y el calor que emitía su palma. —Tenemos que ir al casino que hay al final del callejón. Es uno de los caminos más rápidos y seguros para llegar a la Red sin ser descubiertos por los ministros de defensa y seguridad. Belinda se sorprendió de que Axel supiera todo eso, pero tampoco le extrañó. En su lugar, se limitó a seguirlo en silencio con abierta curiosidad. Belinda sabía que se estaba metiendo en un juego peligroso, pero ni todo el oro del mundo podría alejarla en aquel momento de aquel sitio. Posiblemente estuviera jugando con fuego. Era evidente que se metería en un lío si la descubría alguien de su círculo o si alguien la reconocía como un m*****o de la familia Black. Los Black podían tener enemigos en los sitios menos pensados. No obstante, eso no hizo que quisiera volver a casa.
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