Cuando estoy a punto de salir corriendo, algo llama mi atención, en lo alto de la pared. Es una tirolina grande, fruncida, atada cuidadosamente y colgando de un gancho. La había olvidado. Años atrás, papá compró esta tirolina y la ató entre los árboles, pensando en que podríamos divertirnos. La usamos una vez y nunca más, y después la colgó en el garaje. Viéndola ahora, pienso que podría ser valiosa. Subo al banco de herramientas, levanto la mano y la bajo, colgándola sobre mi hombro y con mi saco de yute en el otro.
Salgo rápidamente del garaje y vuelvo a la casa y Bree está ahí parada, sosteniendo a Sasha con ambos brazos, mirándola.
“Estoy lista”, dice ella.
Salimos apresuradamente por la puerta principal y Logan se vuelve y ve a Sasha. Mueve la cabeza negando.
“¿A dónde la llevan?”, pregunta.
“Al río”, digo yo.
Él mueve la cabeza en señal de desaprobación.
“El reloj sigue caminando”, dice. “Quedan 15 minutos, antes de regresar. ¿Dónde está la comida?”
“Aquí no está”, le digo. “Tenemos que ir más arriba, a una cabaña que encontré. Podemos hacerlo en 15 minutos”.
Camino con Bree hacia el camión y meto la tirolina y la bolsa en la parte trasera. Conservo los sacos vacíos, sabiendo que los necesitaré para llevar la comida.
“¿Para qué es esa cuerda?”, pregunta Logan, caminando detrás de nosotras. “No vamos a necesitarla”.
“Nunca se sabe”, le digo.
Volteo, pongo un brazo alrededor de Bree, quien todavía se queda mirando a Sasha, y la parto, mirando hacia la montaña.
“Andando”, le digo a Logan.
De mala gana, se vuelve y camina con nosotras.
Los tres caminamos hacia la montaña, el viento sopla cada vez más fuerte y frío. Miro con preocupación el cielo; está oscureciendo más rápido de lo que pensé. Sé que Logan tiene razón: tenemos que estar de vuelta en el río al caer la noche.
Y ya que tenemos encima la puesta del sol, me siento cada vez más preocupada. Pero también sé que tenemos que conseguir la comida.
Los tres subimos arduamente la ladera de la montaña, y finalmente llegamos al claro de la cima, mientras una fuerte ráfaga me golpea la cara. Está haciendo más frío y oscurece rápidamente.
Rememoro mis pasos a la cabaña, la nieve es más espesa aquí; siento que me perfora las botas a medida que avanzo. La veo, todavía oculta, cubierta de nieve, sigue estando bien oculta y manteniendo el anonimato más que nunca. Me apresuro hacia ella y abro con fuerza la puerta. Logan y Bree están detrás de mí.
“Qué buen descubrimiento”, dice, y por primera vez escucho admiración en su voz. “Está bien escondida. Me gusta. Casi es suficiente para querer quedarme aquí—si los tratantes de esclavos no nos estuvieran persiguiendo y si tuviéramos un suministro de alimentos”.
“Lo sé”, le digo, mientras entro a la pequeña casa.
“Es hermosa”, dice Bree. “¿Esta es la casa a la que nos íbamos a mudar?”.
Volteo a verla, sintiéndome mal. Asiento con la cabeza.
“Será en otra ocasión, ¿de acuerdo?”.
Ella entiende. Tampoco está ansiosa por esperar a los tratantes de esclavos.
Entro apresuradamente y abro la puerta de la trampilla y bajo la escalera empinada. Está oscuro aquí y palpo mi camino. Extiendo la mano y toco una fila de envases, tintineando al tocarlos. Son los tarros. No pierdo tiempo. Saco mis bolsas y las lleno lo más rápidamente posible con los tarros. Apenas puedo descrifrarlos ya que la bolsa se pone pesada, pero recuerdo que había mermelada de frambuesas, de zarzamora, pepinillos, pepinos. Lleno la bolsa lo más que puedo y luego levanto la mano y se lo entrego en la escalera a Logan. Él la sujeta y yo lleno tres más.
Saco todo lo que está en la pared.
“Ya no más”, dice Logan. “No podría cargarla. Y está oscureciendo. Tenemos que irnos”.
Ahora habla con más respeto en su voz. Obviamente, está impresionado con el alijo que encontré, y por fin reconoce lo mucho que necesitábamos que viniera.
Me ofrece la mano pero yo subo sola la escalera, no necesitando su ayuda y todavía ofendida por su actitud anterior.
Estando otra vez en la cabaña, sujeto dos de los pesados sacos mientras Logan toma los demás. Los tres nos apresuramos para salir de la cabaña y rápidamente retomamos nuestros pasos para bajar por el sendero empinado. En cuestión de minutos estamos de regreso en el camión y me siento aliviada al ver que todo sigue ahí. Veo al horizonte y no hay señal de actividad en algún lugar de la montaña ni en el valle distante.
Subimos al camión, doy vuelta a la marcha, feliz de que arranque, y despegamos hacia el sendero. Tenemos comida, víveres, a nuestra perrita y pude decir adiós a la casa de mi papá. Me siento satisfecha. Siento que Bree, que está sentada junto a mí, también está satisfecha. Logan mira afuera de la ventanilla, perdido en su propio mundo, pero no puedo evitar sentir que él piensa que tomamos la decisión correcta.
*
El viaje de regreso a la montaña no tuvo incidentes, los frenos de este viejo camión funcionan bien, para mi sorpresa. En algunos lugares, donde está muy empinado, es más un deslizamiento controlado que un frenado, pero en unos minutos habremos salido de lo peor, y volveremos a la estable Ruta 23, rumbo al Este. Tomamos velocidad, y por primera vez en mucho tiempo, me siento optimista. Tenemos algunas herramientas valiosas y suficiente comida para varios días. Me siento bien, realizada, al bajar por la Ruta 23, a unos minutos de distancia de la lancha.
Y entonces, todo cambia.
Freno de golpe cuando una persona aparece de repente, agitando sus brazos histéricamente, bloqueando nuestro camino. Está a escasos cuarenta y cinco metros y tengo que clavar los frenos, haciendo que el camión patine.
“¡NO TE DETENGAS!”, ordena Logan. “¡Sigue conduciendo!” Lo dice usando un tono de voz como de militar.
Pero no puedo escuchar. Hay un hombre ahí, parado, indefenso, vistiendo únicamente unos pantalones vaqueros deshilachados y un chaleco sin mangas, en el frío polar. Él tiene una barba larga, negra, el cabello revuelto y ojos grandes, negros, delirantes. Él es tan delgado, que parece que no ha comido en muchos días. Lleva un arco y una flecha atada a su pecho. Es un ser humano, un sobreviviente, como nosotros, eso es obvio.
Él agita sus brazos frenéticamente y no puedo atropellarlo. Ni puedo soportar dejarlo.
Nos detenemos abruptamente, a unos centímetros de distancia del hombre. Está ahí parado con los ojos abiertos de par en par, como si no esperara que nos detuviéramos realmente.
Logan no pierde el tiempo para salir de un salto, con las dos manos sobre su pistola, apuntando a la cabeza del hombre.
“¡APÁRTATE!”, grita.
Yo también salgo de repente.
El hombre levanta sus brazos, lentamente, aturdido, mientras da varios pasos hacia atrás.
“¡No disparen!”, suplica el hombre. “¡Por favor! ¡Soy como ustedes! Necesito ayuda. Por favor. No pueden dejarme morir aquí. Muero de hambre. No he comido en varios días. Déjenme ir con ustedes. Déjenme ir con ustedes. Por favor. ¡Por favor!”.
Se le quiebra la voz y veo la angustia en su rostro. Entiendo lo que él siente. No hace mucho tiempo, yo estaba igual que él, viviendo de gorra para sobrevivir con cada comida, aquí en las montañas. No estoy mucho mejor ahora.
“¡Tomen esto!”, dice el hombre, quitándose el arco y la carcaza de flechas. “¡Es para ustedes! ¡No es mi intención hacer daño!”.
“Camina despacio”, advierte Logan, sospechando aún.
El hombre extiende la mano con cautela y entrega el arma.
“Brooke, recógelo tú”, dice Logan.
Doy un paso al frente, tomo el arco y las flechas y las pongo en la parte trasera del camión.
“¿Lo ven?”, dice el hombre, sonriendo. “No soy una amenaza. Solamente quiero unirme a ustedes. Por favor. No pueden dejarme morir aquí”.
Lentamente, Logan relaja la guardia y baja un poco su arma. Pero mantiene enfocada la mirada en el hombre.
“Lo siento”, dice Logan. “No podemos tener otra boca que alimentar”.
“¡Espera!”, le grito a Logan. “No eres el único que está aquí. Tú no tomas todas las decisiones”. Me dirijo al hombre. “Cómo te llamas?”, le pregunto. “¿De dónde eres?”.
Me mira con desesperación.
“Me llamo Rupert”, dice él. “He sobrevivido aquí durante dos años. Yo ya te había visto a ti y a tu hermana. Cuando los tratantes de esclavos se la llevaron, intenté ayudar. ¡Soy quien taló ese árbol!”.
Mi corazón se rompe cuando dice esto. Él es la única persona que intentó ayudarnos. No puedo dejarlo aquí. No es correcto.
“Tenemos que llevarlo”, le digo a Logan. “Podemos hacer espacio para uno más”.
“No lo conoces”, dice Logan. “Además, no tenemos comida”.
“Puedo cazar”, dice el hombre. “Tengo la flecha y el arco”.
“Te está siendo de mucha ayuda aquí arriba”, dice Logan.
“Por favor”, dice Rupert. “Puedo ayudar. Por favor. No quiero su comida”.
“Lo llevaremos”, le digo a Logan.
“No, no lo llevaremos”, contesta. “No conoces a este hombre. No sabes nada de él”.
“No sé gran cosa de ti”, le digo a Logan, sintiendome más enojada. Odio que sea tan cínico, tan reservado. “Tú no eres la única persona que tiene derecho a vivir”.
“Si lo llevas, nos pondrás en peligro a todos”, dice. “No solamente a ti. También a tu hermana”.
“Somos tres personas, hasta donde sé”, se escucha la voz de Bree.
Volteo a ver que ella salió del camión y está parada detrás de nosotros.
“Y eso significa que somos una democracia. Y mi voto cuenta. Voto por llevarlo. No podemos dejarle aquí para que muera”.
Logan mueve la cabeza, parece enojado. Sin decir otra palabra, su mandíbula se enducrece, vuelve a subir al camión.
El hombre me mira con una gran sonrisa, su cara tiene miles de arrugas.
“Gracias”, dice susurrando. “No sé cómo agradecerte”.
“Sólo date prisa, antes de que él cambie de opinión”, digo, mientras volvemos al camión.
Al acercarse Rupert a la puerta, Logan dice: “No te sentarás adelante. Entra en la parte trasera del camión”.
Antes de que yo pueda discutir, Rupert sube feliz en la parte trasera del camión. Bree entra y yo también y nos vamos.
Es un estresante recordatorio del viaje de regreso al río. Conforme avanzamos, el cielo se oscurece; constantemtne observo la puesta del sol, de un rojo sangriento a través de las nubes. Está haciendo más frío cada segundo, y la nieve se está endureciendo conforme avanzamos, convirtiéndose en hielo en algunos lugares, lo que hace más inestable la conducción. El indicador de gasolina está disminuyendo, parpadea en rojo y aunque nos falta kilómetro y medio para llegar, siento como si estuviéramos luchando por cada centímetro. También siento cómo Logan está desasosegado por nuestro nuevo pasajero. Es un desconocido más. Una boca más que alimentar.
En silencio obligo al camión a seguir adelante, al cielo a mantener la luz, a la nieve a que no se endurezca, mientras piso a fondo el acelerador. Justo cuando creo que nunca vamos a llegar allá, rodeamos la curva, y veo nuestra salida. Giro con fuerza sobre el estrecho camino de tierra, que desciende hacia el río, obligando al camión a lograrlo. Sé que la lancha está a solo ciento ochenta metros de distancia.
Damos vuelta en otra curva, y al hacerlo, mi corazón se llena de alivio cuando veo la lancha. Todavía está ahí, flotando en el agua, y veo a Ben ahí parado, parece nervioso, mirando al horizonte esperando que nos acerquemos.
“¡Nuestra lancha!”, grita Bree emocionada.
Este camino tiene más baches cuando aceleramos cuesta abajo. Pero vamos a lograrlo. Me siento aliviada.
Sin embargo, al ver el horizonte, a lo lejos veo algo que me hace sentir descorazonada. No puedo creerlo. Logan debe estarlo viéndolo al mismo tiempo.
“Maldita sea”, susurra.
A lo lejos, en el Hudson, está la lancha de un tratante de esclavos—una lancha motora grande, brillante, elegante, negra, que se acerca rápidamente hacia nosotros. Es del doble de tamaño de la nuestra, y estoy segura de que está mucho más equipada. Para empeorar las cosas, veo otra lancha detrás de esa, más atrás.
Logan tenía razón. Estaban mucho más cerca de lo que creí.
Oprimo el freno y patinamos hasta detenernos como a nueve metros de la costa. Pongo la palanca de cambios en estacionar, abro la puerta y salgo, preparándome para correr hacia la lancha.
De repente, algo anda muy mal. Siento que no puedo respirar y un brazo rodea mi garganta; después siento que me arrastran hacia atrás. Me estoy sofocando, viendo estrellas, y no entiendo qué está pasando. ¿Los tratantes de esclavos nos tendieron una emboscada?
“No te muevas”, sisea una voz en mi oído.
Siento algo afilado y frío contra mi garganta y me percato de que es un cuchillo.
Es entonces que me doy cuenta de lo que ha sucedido. Rupert. El desconocido. Él me ha tendido una emboscada.