S I E T E Doy la vuelta en dirección del chasquido y veo movimiento. Me congelo, se me seca la garganta al darme cuenta de lo que es. No puedo creerlo. Ahí, a la vista, ni siquiera a dieciocho metros de distancia, hay dos venados. Se detienen y levantan sus cabezas y me miran fijamente. Mi corazón late de emoción. Eso sería suficiente comida para alimentarnos durante varios días. No puedo creer la suerte que tenemos. Sin pensarlo, sujeto mi cuchillo, doy un paso adelante y lo arrojo, recordando la última vez que funcionó. Pero esta vez, mis manos están muy frías y fallo. Salen corriendo a toda velocidad. Rápidamente saco el arco de mi espalda, coloco una flecha entre mis dedos y disparo al ciervo que huye. Pero soy más torpe con el arco y la fecla cae en un árbol, lejos del cier