– Conocí a una persona que prometió ayudarnos, dijo que puede sacarnos de aquí la noche del festival de invierno, todo lo que tenemos que hacer es…
Miau*
Timothy siguió hablando, pero Iris dejó de escuchar cuando el maullido del gato se hizo más persistente y pensó que era un castigo, por creer que era posible escapar de su destino y por desear algo diferente.
– Iris, ¿me estás escuchando?
Bajo la mirada antes de responder – no.
– ¡Iris!
– Dije que no – alzó la voz – no iré contigo y tú tampoco deberías hacerlo, este lugar es nuestro hogar, tenemos tres comidas al día, un lugar donde dormir, un techo sobre nuestras cabezas, es mucho más de lo que teníamos hace tres años y todo lo que tenemos que hacer es presentar un espectáculo, ¡solo un idiota dejaría esto!, nosotros…
Timothy frunció el ceño al mirarla – esa es Charlotte hablando, tú no quieres esto.
– Te equivocas, esto es exactamente lo que quiero – respondió.
Miau*
Pero el gato no desapareció.
– Vendré esta noche por ti.
Su respiración se volvió pesada y las paredes se cerraron sobre ella, quería volver en el tiempo y haber dicho que no desde el comienzo, y quería evitar que él muriera, pensó en esas tardes recargada sobre los barrotes mientras él hablaba sobre el hombre que conoció en Galea, o los aretes de obsidiana que le regaló y tuvo miedo.
Miedo de que su decisión no importará, miedo de que Timothy fuera asesinado por ese hombre que quería ayudarlos y al decir que no, estuviera condenándolo, miedo de que fuera diferente, y que su muerte sí estuviera relacionada con ella, y miedo de que sin importar qué decisión tomará, sería la equivocada.
Porque jamás pudo evitar la muerte, solo anunciarla.
No comió ese día, miró el plato llenarse de moscas durante tres horas mientras imaginaba un espejo en el que pudiera poner su mano para pedir auxilio.
– Luna de octubre, ¿qué debo hacer?
Y sin que la diosa de la tempestad respondiera, el tiempo pasó y del otro lado de su puerta él apareció, junto con un juego de llaves que colgaban de su mano adornada con un brazalete – ¿vienes?
¿Cómo habría sido todo, sí ella hubiera dado una respuesta diferente?
– Sí.
Miau*
Aquella noche del año los habitantes de Lleledomort vestían de blanco y para pasar desapercibidos Timothy llevó dos vestidos de ese color junto con una peluca larga que puso sobre su cabeza.
– La familia Flerin celebra el funeral esta noche, siempre que tú señalas a una persona, Charlotte nos envía a robar la mansión, cosas pequeñas – se encogió de hombros – la familia está tan ocupada con la pena que no notan sí un par de joyas desaparecen.
Iris no lo sabía, pero lo imaginaba.
– Vamos a pretender ser personas comunes, así que actúa normal, esconde tu rostro con el velo y no digas una sola palabra.
Iris asintió y al terminar de vestirse dio la vuelta para mirar a Timothy con la larga cabellera y el abrigo blanco sobre un vestido de fiesta.
– ¡Deja de mirar!
– No miraba.
– Usa el velo para cubrir tu rostro, saldremos por la cocina y nos mezclaremos con los demás, no te alejes.
Miau*
Justo cuando quería creer que todo saldría bien, aparecía ese sonido perforando su oído y se mordió el labio con deseos de decirlo en voz alta.
Los recuerdos de la muerte de su abuela y su padre llegaron a su cabeza al tomar la mano de Timothy y juntos dejaron la habitación para bajar al salón de la mansión como dos jovencitas que se preparaban para el festival de invierno.
La música sonaba en el fondo con notas dulces y agudas que se esparcían por el aire evocando la felicidad que traía el festival para todo el reino y ese ruido de fondo se perdió porque en lo único en lo que Iris podía pensar era en Timothy desapareciendo frente a sus ojos.
La calle se llenó de personas, Iris se aferró a la mano de Timothy para no perderse, él miró hacia atrás un momento y descubrió a los hombres que se dividían al final de la calle, su corazón latió con fuerza y siguió avanzando lentamente, sin apresurar el paso y sujetando la mano de Iris como si fueran dos amigas que se dirigían al festival en la noche más ruidosa del año para encontrarse con el hombre de sus sueños, entre tantas jovencitas, era fácil creerlo.
Miau*
Y como si su único propósito fuera devolver los pies de Iris al suelo, el gato maulló.
Timothy tiró de su mano al llegar a una esquina y juntos dejaron el camino principal para llegar a un callejón entre una pescadería y una panadería, el olor en el aire era una mezcla de pescado y tarta, Iris se cubrió la nariz para evitar los aromas y miró la carreta y al hombre que la miró fríamente.
– ¿Quién es ella?
– Una amiga.
Su mirada la barrió de pies a cabeza – no era el trato.
– Sí lo era, ella viene o yo me quedo – dijo Timothy con decisión.
El hombre escupió al suelo – bien, pero que no haga ruido.
Dieron la vuelta y Timothy ayudó a Iris a subir al interior de la carreta llena de cajas, los dos se sentaron con las rodillas recogidas y fueron cubiertos por varias cajas.
Iris tenía la sensación de un gusano retorciéndose en su pecho, no por el olor a pescado, ni por el aire frío que se colaba por los espacios entre la madera de la carreta, lo que provocó esa sensación, fue aquel hombre y la forma en que los miraba.
El desconocido dejó la carreta dando un salto hacia la nieve e Iris miró a su mejor amigo – estaremos bien – dijo Timothy, y ella no lo creyó.
¿Por qué?
Durante varios minutos permanecieron en silencio con temor a ser escuchados por las personas que dejaban Galea y al alejarse lo suficiente, Timothy habló – es un pintor, busca modelos para sus pinturas, va a abrir su propio estudio y quiere pintar la escena de una iglesia rodeada de huérfanos, o víctimas de la guerra en el sur, algo así.
Una lágrima bajo por la mejilla de Iris y deseó haber hablado antes – hay un gato junto a tus pies.
No tuvo que explicarle, en todo el mundo, la única persona con la que Iris compartió todas tus visiones, era él.
Y al saber que moriría, tragó saliva y después sonrió – ¡solo uno!, eso es bueno – se recargó y soltó un suspiro – tal vez me traiga una gran cena y yo me atragante con un hueso de pollo – sonrió y llevó la mano a su cuello para entregarle un collar – véndelo bien, no vayas a dejar que te estafen o volveré del jardín de otoño para atormentarte.
– No.
La carreta pasó encima de una roca e Iris se inclinó hacia el costado y abrazó a Timothy.
– No me iré sin ti.
Él cubrió sus labios para indicarle que guardará silencio – te escuchará.
A medida que los minutos pasaban dejaban la ciudad de Galea en la distancia y se adentraban en la oscuridad del invierno, pronto llegaría el momento en el que estarían apartados y nadie escucharía sus gritos, Iris correría en el bosque dejando atrás lo poco que quedaba de su familia y lo odió.
– No quiero.
Se levantó y de nuevo su cuerpo fue empujado por el movimiento de la carreta, pero su mente no reaccionó, quitó las cajas que los ocultaban y miró en el pequeño espacio de la carreta, no todas las cajas estaban vacías, algunas eran muy pesadas, abrió una con la esperanza que encontrar un arma o cualquier cosa que pudiera sostener y halló telas y marcos para cuadros.
Timothy suspiró – no lo hagas.
Lo sabía desde muchos años atrás, sabía que no nació para detener al destino, solo para observarlo y en medio del pánico el maullido del gato se volvió un recordatorio incesante de lo inútil que era su búsqueda, pero no se detuvo y siguió abriendo cajas hasta que Timothy la abrazó atrapando sus brazos para detenerla.
– ¡Está bien!
No lo estaba y sus labios temblaron al decir las palabras – no quiero que te vayas.
La carreta se detuvo y la cortina que cubría la entrada se abrió.
– Baja – dijo el desconocido y Timothy la soltó – tú espera aquí – agregó al mirarla.
Timothy dio el primer paso y giró la cabeza para mover los labios y entregar un mensaje – corre.
Iris no podía entender por qué Timothy sonreía mientras se alejaba o porque seguía pidiéndole que corriera, y su sonrisa brillante bajo esa peluca larga se volvió una imagen que miraría en sus sueños por años.
– Corre – lo dijo una vez en voz muy baja y bajó de la carreta – ¡CORRE! – lo repitió con la mano en rededor de la muñeca de Timothy y corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron.
Tuvo miedo de mirar atrás y se concentró en los árboles y las flores con forma de campanas que colgaban de las ramas brillando con destellos blancos, siguió corriendo levantando las piernas para pisar la nieve, su pecho ardió por el aire frío, sus piernas se sintieron pesadas por el esfuerzo y después de un tiempo respiró por la boca y sintió que su garganta se quemaba, pero jamás se detuvo, siguió corriendo hasta que una piedra se interpuso en su camino y cayó al suelo.
Había nieve y tierra sobre su vestido blanco y sus dedos se hundieron en la superficie fría, en su mano sintió un objeto extraño, se trataba de una lámpara que no recordaba haber tomado, respiró ruidosamente bajo esa luz blanca que lo cubría todo y escuchó la voz preocupada de Timothy.
– Iris, ¿dónde estamos?
Cuando giró, noto que él ya no estaba usando la peluca y que su mirada apuntaba hacia arriba a las ramas de los árboles con flores que colgaban de ellas con una luz blanca que iluminaba la noche.
– Son las campanas de invierno.
Nunca antes las había visto, pero supo enseguida que eran las flores de la diosa porque solo ellas podían brillar en medio de la noche.
– Iris, ¿de qué dirección venimos?
No pudo responder, ni siquiera sabía por qué había una lámpara en su mano y miro al frente al camino en línea recta que se extendía infinitamente, después miró hacia atrás y observó el mismo escenario, incluso los árboles eran idénticos, como si alguien hubiera puesto un espejo.
No tenía sentido, aunque corrieron con todas sus fuerzas no pudieron alejarse mucho de la carreta y en algún lugar debía estar la cabaña frente a la cual se detuvieron, el cartel viejo, un pozo y un árbol seco, pero no podían verlo, solo estaba ese sendero en medio del inmenso bosque con flores brillantes.
– Se supone que las flores solo brillan en las plazas – dijo Timothy sin dejar ese tono preocupado y volteó a verla – quédate aquí, iré a buscar una salida.
– No puedes, el gato… – comenzó a decir y se detuvo al notarlo – no está – el gato que debía seguirlos desapareció mientras corrían.
Iris lloró al descubrir que finalmente había funcionado, logró evitar la muerte de un ser querido y al mismo tiempo se lamentó por todas las personas a las que no pudo ayudar.
Timothy colocó la mano sobre su cabeza – no me tardaré mucho, si llegamos a la plaza podríamos escondernos, eso es algo bueno.
Iris asintió, emocionada, feliz y con la cabeza llena de sentimientos positivos, miró su espalda, el vestido y esa brillante sonrisa que siempre le mostraba, miró cada segundo mientras se alejaba entre los árboles y se difuminaba, y una hora después comenzó a llamar su nombre.
– ¡Tim!
Pasaron cuatro horas y no pudo dar un paso, no quería que él volviera y no la encontrara, se sentó sobre la nieve con la lámpara de aceite en el suelo y al llegar el amanecer se dio cuenta que él no iba a volver.
– Luna de octubre – musitó con la palma abierta sobre el aire – ¡cuídalo!
Se quedó dormida sobre la fría nieve y despertó en una cama tibia con el aroma del té de manzanilla y mantequilla derretida en una mansión de Galea y al levantarse miró a la mujer que la adoptaría y la convencería de convertirse en la esposa del rey Gideon Edwards.
Abigail Landevon.