Fue en el mes de enero, la mañana siguiente al festival de invierno, Iris despertó con una sensación de zozobra y miró en su mente la espalda de Timothy alejándose, estiró la mano queriendo alcanzarlo y apretó el aire como si fuera una masa pesada que se ceñía alrededor.
Porque ella era la más pequeña, por eso Timothy tomó el papel de hermano mayor y ella se adentró en esa cálida cobija sin el menor esfuerzo, pero cuando él la necesitó, no pudo ayudarlo.
– Dijiste que no tardarías mucho – musitó y derramó lágrimas que bajaron por los costados de sus ojos y se alojaron en sus oídos.
Alguien acomodó el paño sobre su frente tomándola por sorpresa, y descubrió que su piel estaba fría, su aliento quemaba y todo su cuerpo dolía.
– No puedes levantarte todavía – dijo Abigail Landevon y tomó el paño húmedo para limpiarlo.
– ¿Quién?, ¿dónde?, ¿qué? – balbuceó sin poder terminar una sola pregunta, ¿quién era esa mujer?, ¿dónde estaba?, ¿qué fue lo que pasó?, y, ¿dónde estaba Timothy?
– Soy Abigail Landevon, estás en la mansión del duque Landevon, lord de Galea y lo que pasó fue que te encontraron desmayada sobre la nieve a las afueras de la plaza después del festival de invierno.
Iris miró por la ventana recordando aquella noche, sabía que no estaba cerca de la plaza porque no había ruido, ni música, solo árboles, flores y la oscuridad donde la espalda de Timothy se fue difuminando hasta desaparecer.
– ¿Cómo te llamas?
– Iris – se aferró a las sábanas – aparte de mí, ¿encontraron a otra persona?
– No, estabas sola.
La roca que se instaló en su pecho se sintió más pesada y se dejó caer sobre la cama, no quería saber por qué esa mujer la recogió de la calle ni porque la llevó a su casa en lugar de dejarla tirada, todo lo que podía hacer era mirar por la ventana a los copos de nieve que caían e imaginar mil veces el cuerpo de Timothy enterrado bajo esa misma nieve.
Perdió la cuenta de los días que pasaron y se sumergió entre las sábanas por temor a salir de esa habitación o el precio que tendría que pagar después de la amabilidad tomada, porque su vida se sentía como un vaivén sin sentido y deseaba haber sido ella quien desapareciera.
Tres días después se levantó de la cama y caminó hacia la puerta para abrirla y mirar la mansión con un barandal de bordes lijados, techos altos y pinturas que cubrían las paredes.
La señora Landevon subió los escalones acompañada de una mucama que mantuvo la cabeza baja e Iris soltó el barandal por temor a ser regañada – yo…
Una mano tocó su frente – ya no tienes fiebre, pero es mejor que descanses un poco más.
Iris sujetó la tela de su vestido con fuerza – ¿qué es lo que quiere? – y lo preguntó directamente.
– Quiero que te recuperes.
Sonaba honesta e Iris necesitaba creer que existían personas amables que no esperaban recompensas, pero el mundo que ella conocía, no tenía esa clase de personas.
Junto con la señora Abigail, conoció al duque Adrián Landevon, a su esposa Belinda White y a su hija de quince años Aurora Landevon.
– Buenos días señorita.
La luz se volvió más brillante, los inviernos más cálidos, las mesas se llenaron de comida, y sin una razón que Iris pudiera entender, se convirtió en Iris Landevon, la hija adoptiva de la señora Abigail, una señorita de la nobleza que no necesitaba mendigar para tener zapatos.
Era algo bueno y la hizo desear cobijarse en esa nueva seguridad que el mundo le ofrecía, pero era mejor no acostumbrarse.
– ¿Por qué?
Aurora era brillante, con el cabello castaño, la piel bronceada y grandes ojos marrón – la tía Abi no pudo casarse – le dijo mientras elegía los colores que llevaría su bordado – mamá me contó que estuvo comprometida, pero el compromiso se rompió y ella se dedicó a su trabajo, es la nodriza del rey Gideon Edwards – su rostro se iluminó al decir ese nombre – él se convirtió en rey a los ocho años cuando el rey regente Henry Edwards falleció y desde entonces es considerado el mejor rey que hemos tenido, el más honesto, justo y con un gran corazón – soltó un largo suspiro.
La boca de Aurora se llenaba cada vez que alguien mencionaba el nombre del rey Gideon y sus dedos se movían prolijamente en tanto la imagen sobre el mantel iba apareciendo, e Iris se quedaba callada y escuchaba.
Así supo que a los trece años el rey tuvo un accidente y sufrió una quemadura en el rostro, desde entonces usaba una máscara que cubría la parte superior de su rostro, también descubrió sus gustos, pasatiempos y la comida que más disfrutaba.
– Él es maravilloso – suspiraba Aurora en cada ocasión – y un día yo seré su esposa.
Iris dejó de hacer preguntas y aceptó la amabilidad a sabiendas de que un día desaparecería, porque la felicidad no era duradera, se esfumaba en cuestión de segundos de la misma forma en que la espalda de Timothy desapareció frente a sus ojos.
La felicidad era corta y vaga.
Su cumpleaños número catorce pasó desapercibido, Abigail Landevon se dio cuenta del papeleo un mes después y lo festejaron tardíamente, en consideración a ese pequeño olvido, para su cumpleaños número quince se organizó una gran fiesta.
– No hace falta – insistió.
– Tonterías – respondió la señora Abigail y tomó el siguiente vestido para ponerlo sobre sus hombros – no todos los días cumples quince años, tenemos que festejarlo en grande.
Todos los vestidos sobre la mesa eran verdes y la joyería era de diamantes, el maquillaje fue leve y los zapatos cómodos, Iris no sabía mucho sobre colores y desconocía la modas o tendencias, pero cuando se miró en el espejo, tuvo que retroceder y mirar hacia atrás porque no pudo creer que se tratara de ella.
¡Hermosa!
Una palabra que nunca pondría junto a su nombre debía ser usada y se sintió brevemente feliz.
Abajo el duque Landevon recibía a los invitados junto a su esposa y la señora Abigail la esperaba en el salón previo a su presentación, pero entre más buscaba con la mirada, más consciente era de una ausencia.
– Beatriz, ¿has visto a Aurora?
– La señorita se disculpa, no podrá ir a la fiesta.
Se sorprendió – pero el rey Edwards estará presente, Aurora lleva meses preparándose para este día, no ha hablado de otra cosa.
Beatriz desvió la mirada – la señorita le desea un feliz cumpleaños.
En toda la mansión, no había una sola persona que no hubiera escuchado las palabras de Aurora sobre ese día, Iris fingió olvidar una pieza de joyería para regresar a las habitaciones y buscarla.
Aurora llevaba un hermoso vestido amarillo y tenía los ojos cubiertos de lágrimas, pero al mirarla, toda su tristeza se convirtió en rabia – ¿qué quieres?
– Beatriz dijo que no irías.
– ¿Y viniste a regodearte?
– Yo no.
– Lárgate – le gritó al tomar una lámpara y lanzarla contra la pared.
Iris volvió al salón sin saber lo que sucedía y en el fondo de su corazón sintió miedo, bajó los escalones, escuchó las presentaciones de las familias adineradas de Galea desfilaron y miró los rostros desconocidos mientras seguía preguntándose por Aurora y el motivo detrás de su llanto.
Y con el ocaso él llegó.
El rey Gideon Edwards de veinticinco años acompañado de su guardaespaldas Frederick Landevon, sobrino del duque y un hombre de rasgos nativos, piel bronceada y ojos verdes.
Las dos personas que marcarían su vida llegaron al mismo tiempo frente a una gran caravana y los invitados bajaron la cabeza, Iris se sumó y miró el suelo, porque ese hombre y su gran poder entrarían a su vida durante una noche y saldrían a la mañana siguiente sin que tuviera que volver a preocuparse, el rey Edwards, jamás pensó en él más allá de las palabras que Aurora repetía durante sus recreos y sus clases de bordado, él era su sueño, no el de Iris y a la mañana siguiente cuando el sol saliera, no volvería a pensar en él.
Era así cuando levantó la mirada y sus ojos se cruzaron con los del gran monarca o cuando notó su mano extendida y por cortesía la tomó, porque sin importar su estatura media, sus labios delgados o la apariencia escondida bajo la máscara, Iris sabía que no quería cruzarse con él más de lo necesario.
La música llenó el salón y las personas susurrando y miraron con envidia, no era un sentimiento agradable, Iris presionó los parpados deseando que el baile terminara pronto y ella pudiera alejarse y quedarse escondida en un rincón, pero entre más tiempo pasaba, más lejano se sentía el final de ese baile y antes de que lo notará, se completaron tres piezas haciendo que los murmullos se volvieran más escandalosos.
Y durante la madrugada, cuando se suponía que todo terminaría, Iris se encontró en una habitación sellada junto al rey Edwards, su guardaespaldas, el duque Adrián Landevon y su madre adoptiva.
– Es linda – dijo el rey Gideon mirando a Iris de arriba abajo – ¿qué tan pronto podemos casarnos?
El mundo se cerró a su alrededor, su piel se sintió fría y su corazón latió apresuradamente como si fuera a salirse de su pecho.
– Acaba de cumplir quince años, deberíamos esperar por lo menos dos años, majestad.
– Hagan los preparativos para el compromiso, lo anunciaremos en el festival de las flores, nos casaremos el año entrante, no esperaré más – sentenció el rey.
– ¡Cómo ordene majestad!
Los labios de Iris se movieron repitiendo las frases en la habitación, pero ninguna fue escuchada, porque se quedó callada sin poder creerlo.
– Buen trabajo – dijo el rey Gideon para finalizar la conversación y al verlo dar la vuelta Iris corrió.
– Espere – alzó la voz – yo no quiero casarme – lloró – yo no quiero.
El duque la miró con enfado y la señora Abigail lo detuvo – Iris – le habló amablemente – queríamos hablarlo contigo antes, no pensamos que sería tan apresurado, te casarás con el rey Edwards, será por un tiempo muy corto, solo cinco años y te prometo que tendrás el resto de tu vida para vivirla – tomó sus manos al ver que Iris tenía problemas para respirar – te pagaremos una compensación por este sacrificio.
Iris negó con la cabeza con temor y se sintió como una estúpida por pensar que en verdad existían las buenas acciones.
– Cariño, te prometo que nada malo te pasará.
– Yo no quiero casarme, es Aurora, ella aceptará ser su esposa.
– Aurora no puede ser.
Se escuchó una risa todos voltearon a ver al rey – pensé que te lo habían dicho – resopló y tomó la máscara que cubría su rostro.
Iris pensó que vería las quemaduras, pero en lugar de eso miro un hermoso rostro de rasgos estéticos, el rey caminó hacia ella y acomodó su cabello para sonreír – te prometo que tu virtud estará protegida, todo lo que necesito es una reina temporal, verás tengo veinticinco años, me estoy quedando sin tiempo para tener hijos.
Su voz suave y aguda, y el rostro pequeño le ayudaron a entender por qué Aurora no podía casarse y ella sí, porque la reina de Gideon Edwards no sería esposa, tampoco madre, sería una nodriza.
El rey Alfin Edwards, padre de Gideon, nunca cumplió su sueño de tener un heredero varón, en lugar de eso tuvo cinco hijas.