¡Iris! William casi sufrió un infarto cuando escuchó ese nombre y vio a Nicolás abrazando a una mujer desconocida – alteza – susurró a manera de lamento y se apresuró. – Iris – repitió Nicolás y la mujer subió las manos para liberarse – Iris. – Tres veces – sonrió ella – mi lord, ¡acaso intenta invocar a una diosa! – se burló. – ¡Señor! – lo llamó William al tener un mejor vistazo de aquella mujer y observar los ojos azules – ¡disculpe mucho, señorita! – su lemor había mejorado mucho después de dos años en el norte, pero seguía teniendo un acento muy marcado. Nicolás se aferró al brazo de la mujer de pie frente a sus ojos, la forma de su barbilla, el arco de su nariz, el color de su piel, la forma en que los pequeños cabellos sobre su frente escapaban del peinado, la doble perforación