Pasé la mano por el borde de la encimera, intentando imaginarnos bailando uno alrededor del otro por las mañanas. Las puertas de cristal de la ducha eran muy, muy claras, y tuve que parpadear. Mis ojos se posaron en el espejo.
Estudié mi reflejo con una mueca.
―Esto ―dije, quitándome virutas de madera de la coleta―, no servirá.
Cinco minutos después, me había lavado la cara, me había puesto una capa de rímel, me había recogido el cabello en un moño bajo y me había atado la camisa de cuadros a la cintura para ocultar las manchas de suciedad del trasero.
Liam no hizo ningún comentario sobre mi aspecto cuando me reuní con él en la cocina, pero sus ojos me recorrieron de un modo que dejó un rastro de calidez sobre mi piel.
Por eso llegué temprano.
Sin avisarle de lo que iba a hacer, dejé que mis ojos vagaran en la misma dirección. Hoy también iba informal, con pantalones de chándal oscuros y una camiseta gris de aspecto suave que le abrazaba los bíceps y el ancho pecho.
―¿Qué? ―preguntó.
―¿Fuiste cariñoso con Josie? ―pregunté, con los ojos fijos en sus brazos. Los movió sobre el pecho, claramente incómodo por mi observación.
―Yo... no. Realmente no. ―Se aclaró la garganta, y dejé que mi mirada se enganchara ahí también. Qué bonita garganta tenía―. Emily, ¿qué estás haciendo?
―¿Comida favorita?
Exhaló un fuerte suspiro.
―Queso a la plancha.
Sonreí.
―¿Queso a la plancha de lujo o normal?
Liam estaba muy alterado. Parpadeó varias veces.
―Ambos.
―¿Cuánto tiempo lo intentaron Josie y tú? ―Hice una pausa―. Después de que se quedara embarazada de Olive.
Se pasó una mano por la mandíbula.
―No lo sé. Un mes. Tal vez dos.
Mis ojos se movieron sobre sus labios. La sombra de la barba incipiente en su mandíbula.
―Emily ―prácticamente gruñó.
―¿Hermanos?
Completamente desconcertado, negó con la cabeza.
―Tengo muchos. Pero eso ya lo sabes. Cuatro hermanos, dos hermanas, una cuñada. ―Me acerqué un poco más y pasé la mano por el borde del mostrador―. ¿Cuál es tu mayor fastidio?
―La gente asume que mi hija es estúpida porque habla poco. Y conductores que no usan las intermitentes.
Por Dios. Luché contra la sonrisa que amenazaba con crecer, no porque lo que dijera fuera gracioso, sino porque era tan serio, tan condenadamente serio, que ya podía imaginármelo enfrentándose a cualquier persona que se interpusiera en el camino de Olive.
―¿Josie y tú tuvieron citas? ¿Cosas así?
Se llevó la barbilla al pecho.
―Supongo.
―¿Color favorito?
Liam no dudó esta vez, parecía un poco más cómodo con el constante bombardeo de preguntas.
―Azul. ―Hizo una pausa―. ¿Debería preguntarte lo mismo?
―No. ―Me acerqué un paso más, estudiando su pecho y sus brazos―. Josie no se preocupará por si sabes estas cosas sobre mí ―dije―. Pero si es mínimamente protectora, querrá confiar en que te conozco.
Eso pareció hacerlo tropezar.
―No sé si lo estará o no. Nunca... no he salido con nadie desde ella.
Mis cejas se alzaron sorprendidas.
―¿En serio?
―Solo me importaba Olive. Y mi trabajo.
Asentí lentamente. La imagen iba tomando forma. Los hombres como Liam, concienzudos, firmes y solemnes, solían pasar desapercibidos. Yo nunca los había buscado, y quizá por eso siempre me había equivocado en mis relaciones anteriores.
Quizá estaba a punto de encontrar un espécimen totalmente nuevo que había pasado desapercibido.
El bueno.
―Y simplemente... no funcionó entre ustedes dos.
Sus ojos se mantuvieron fijos en los míos.
―No.
Solo eso.
No.
No me dio ninguna otra explicación. No más información.
La curiosidad se me metió entre las costillas y la reprimí sin piedad. No era el momento de satisfacerla. Ya tendría tiempo de sobra para eso.
El tiempo corría, acercando cada vez más la llegada de Josie, y solo había otra cosa que me preocupaba de verdad.
Lentamente, asentí.
―De acuerdo.
Respirando hondo, me acerqué a él. Bajó los brazos justo antes de que yo enterrara la cara en su pecho y le rodeara la cintura con los brazos. Liam se quedó inmóvil, con los brazos abiertos.
Oh. Oh, sí. De acuerdo entonces.
Olía tan bien. Y se sentía aún mejor que eso.
Estaba caliente, muy sólido, con todos los músculos y la piel y los músculos.
Quizá aún podía sentir mariposas con un cuerpo bonito, a pesar de lo que siempre había pensado.
―¿Emily? ―Aún no había bajado los brazos, y cuando imaginé el aspecto que debíamos tener, sonreí.
―Pon tus manos sobre mi cuerpo, Liam ―dije con calma―. Porque si lo haces mientras ella está aquí, o si parece que te he electrocutado cuando solo intento recibir un abrazo del hombre del que supuestamente estoy locamente enamorada, estamos en un mundo de problemas.
Tuve que luchar contra el instinto de fundirme con su cuerpo porque teníamos unas proporciones de altura perfectas. Sin tacones, podía apoyar cómodamente la cabeza en su hombro, con la boca apenas más baja que la suya.
Si nos besáramos.
Con el tiempo, lo haríamos, por supuesto. No había falsa boda sin un poco de besos, pero no estábamos listos para eso ahora.
Hubo un momento en que me preocupó que no lo hiciera, pero en el siguiente suspiro, las manos de Liam se extendieron a lo largo de mi espalda, suavizando la longitud de mi columna vertebral.
Una palma se posó en mi nuca y exhalé lentamente para calmar mi acelerado corazón. Sus dedos me rozaron la piel justo por debajo del nacimiento del cabello y pude sentir el martilleo de su pulso donde mi frente se apoyaba en su cuello.
―Bien ―logré decir con dificultad.
Eché la cara hacia atrás para mirar hacia arriba, y el rostro de Liam estaba serio. Lleno de preguntas. Lleno de intenciones.
―No había pensado en esto ―admitió. Su pulgar rozó el borde de mi mandíbula. El movimiento me sorprendió, por inesperado. Como si simplemente quisiera saber qué se siente en mi piel―. Y debería haberlo hecho.
―¿Papá?
Su voz apenas pasaba de un susurro, pero era lo bastante alta en la silenciosa habitación como para que ambos la oyéramos.
Lentamente, me zafé del abrazo de Liam y me volví con una sonrisa tímida hacia Olive.
Llevaba un pincel rojo en la mano y tenía los ojos muy abiertos por la curiosidad.
―Hola, Olive ―le dije.
Los ojos de Liam se clavaron en los míos, con el color subiendo a sus mejillas.
―¿Lista para el cabello? ―preguntó.
Ella asintió y se acercó a un taburete de la isla. Le entregó el cepillo y Liam lo manejó con soltura, pasándoselo con cuidado por el cabello mojado.
―¿Trenzas esta noche, Habichuela? ―preguntó.
Olive asintió con la cabeza, cerrando los ojos, y yo me quedé absolutamente anonadada viendo cómo sus grandes manos le hacían dos trenzas a cada lado de la cabeza. Sacó dos pequeñas gomas del bolsillo delantero y las enrolló hábilmente en las puntas de las trenzas.
Tuve que juntar los labios porque era lo más sexy que había visto hacer a un hombre, y eso que había visto un espectáculo de Magic Mike en Las Vegas, así que ya era mucho decir.
―¿Es eso una mariposa en tu pijama? ―le pregunté.
Los ojos de Olive se dirigieron tímidamente hacia los míos, mientras sus dedos jugaban con las pequeñas alas blancas de gasa que decoraban su vestido de pijama rosa suave.
―¿Has visto alguna vez una mariposa cola de golondrina? ―pregunté―. Tiene unas alas grandes con los bordes negros y unas bonitas marcas amarillas.
Sus ojos se iluminaron, pero no contestó.
Saqué mi teléfono del bolsillo trasero y empecé a desplazarme por el carrete de la cámara.
Liam me observó con ojos atentos mientras terminaba su segunda trenza.
Girando la pantalla hacia Olive, me aseguré de dejarle mucho espacio.
―Hice esta foto hoy cuando estaba en el trabajo. Aterrizó en mi auto mientras almorzaba.
Se resistió a sonreír mientras miraba la foto, con los ojos fijos en los míos y de nuevo en la foto.
―Tal vez podríamos intentar encontrar una ―le dije.
Olive dejó el teléfono sobre la encimera y, sin mantener el contacto visual, asintió con la cabeza.
La mirada de Liam se dirigió a la mía y sonreí.
Fue entonces cuando llamaron a la puerta, unos diez minutos antes de lo esperado.
A través del cristal pude ver a una guapa y menuda morena y a un pelirrojo alto. Ella me miraba con una sonrisa cortés y curiosa, y yo me enderecé, exhalando lentamente.
Olive saltó del taburete y corrió a saludar a su mamá.
―Llegamos un poco pronto ―dijo Josie disculpándose, levantando a Olive mientras rodeaba el cuello de su mamá con los brazos―. Quería darle las buenas noches primero.
Liam sonrió con facilidad.
―No hay problema.
Se unió a mí junto a la isla y su hombro rozó el mío. Nuestros ojos se encontraron y se sostuvieron.
Aquí no pasa nada.
Josie me dedicó una sonrisa cautelosa.
―Lo siento, no sabía que habría alguien más aquí. Soy Josie, y este es mi prometido, Micah.
El hombre que estaba a su lado me dedicó una sonrisa amistosa, y yo se la devolví.
―Emily Anderson ―le dije.
Antes de que Liam pudiera decir nada más, Olive levantó la cabeza y le susurró algo a su mamá, lo suficientemente alto como para que todos pudieran oírlo.
―La señorita Emily y papá estaban abrazados en la cocina ―dijo.
Los ojos de Josie se abrieron de par en par.
Liam exhaló una carcajada silenciosa y sus ojos se clavaron en los míos, incrédulo. Micah ahogó una sonrisa.
―Bueno... supongo que alguien dejó salir el gato de la bolsa primero.
―¿En serio? ―le preguntó Josie a Liam―. ¿Ustedes dos son...?
Liam deslizó su brazo alrededor de mi cintura.
―Iba a decírtelo esta noche.
Su sonrisa fue inmediata y aliviada.
―Oh, Liam, ya era hora ―dijo riendo―. ¿Cómo se conocieron?
―Mi hermano ―le dije―. Juega con Liam. ―Luego le di un codazo a Liam en el estómago―. Me contrató para que le ayudara a arreglar la habitación de niña más aburrida que he visto en mi vida, y simplemente... hizo clic.
La mano de Liam se apretó en mi cintura mientras Josie nos observaba con indisimulado regocijo.
―Oh, gracias a Dios, esa habitación es horrible. ¿Eres diseñadora de interiores?
Asentí con la cabeza.
―He traído algunas muestras por si quieres darme alguna opinión basada en lo que le gusta a Olive. ―Luego le guiñé un ojo a la niña―. Puede que tenga algunas mariposas ahí si quieres ayudar también, Olive.
Olive asintió contra el cuello de su mamá. A Josie se le llenaron los ojos de lágrimas. Se tapó la boca con una mano.
―Lo siento ―dijo detrás de sus dedos―. No esperaba emocionarme tanto con esto.
Liam dejó caer la barbilla sobre el pecho y solo yo estaba lo bastante cerca para oír su suspiro de alivio.
―Gracias ―exhaló.
Corriendo el riesgo, me incliné y le di un ligero beso en la mejilla.
No lo miré a la cara mientras caminaba hacia Josie y Olive, ni tampoco cuando recogí la caja de muestras y tomé asiento en el sofá para mostrarles algunas de mis ideas.
Pero sentí que me miraba todo el tiempo.