POV EMILY
―Ya te lo dije, así no es como quiero que se vea.
Mi hermano -no el que jugaba al fútbol, pero igual de testarudo- cruzó los brazos sobre el pecho y me miró fijamente.
―Emily, tienes que decidirte.
―Ya me decidí. Solo que no quieres hacerlo a mi manera.
―Tu manera está mal ―dijo Cameron.
El equipo que estaba detrás de mi hermano no se inmutó ante nuestras discusiones. Habían trabajado con nosotros el tiempo suficiente para saber que en Anderson Homes había un proceso muy específico para la finalización de cada hermosa casa personalizada en la que trabajamos.
Cameron era el contratista general. Era la cabeza nivelada y el organizador del caos que nos llevaría de principio a fin.
Pero yo era la imaginación. Supervisé los planos de construcción con el arquitecto. Estuve a cargo del diseño de cada centímetro cuadrado y reuní la visión de nuestro cliente a través de muchas, muchas conversaciones y llamadas y textos y tableros de Pinterest.
―Mi manera no está mal ―dije apretando los dientes―. Solo tienes la creatividad de una patata, Cameron.
Suspiró, frotándose la nuca.
―Bueno. Explícamelo otra vez.
Mientras el trabajo continuaba a nuestro alrededor, desenrollé los planos y nos pusimos uno al lado del otro en la mesa improvisada en medio de lo que acabaría siendo una cocina. Llevábamos ya más de un año trabajando con Marcia y Bill en una de las casas más grandes que habíamos construido nunca.
Como aún estábamos en la fase inicial -los cables, la fontanería y el sistema de calefacción, ventilación y aire acondicionado se introducían en la estructura antes de empezar con los paneles de yeso-, la casa seguía siendo un esqueleto de lo que acabaría siendo.
Y lo que es más importante, era cuando los planes aún podían cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Como cuando Marcia encontró algo en Pinterest y me llamó la noche anterior para preguntarme si podíamos añadir estanterías ocultas con electricidad incorporada alrededor de su enorme chimenea.
Señalé los planos.
―Si colocas los cables aquí y aquí, podemos dejar los conductos de la chimenea donde están. Solo tenemos que desplazar esto unos diez centímetros a cada lado para acomodar los estantes ajustables. ―Le di un codazo en el hombro―. Pero es factible. Encontraré unos herrajes planos que encajen en la parte superior y podrán fijar los paneles con esas bisagras invisibles que usamos en el trabajo de Marcos el año pasado.
Cameron suspiró.
―Bien. ―Él empujó un lápiz detrás de la oreja y le gritó al capataz de este sitio―. Wade, Emily tiene algo elegante que añadir.
Wade se acercó deambulando, con su destartalado sombrero calado sobre la cara y un cigarrillo apagado colgando de sus labios. Nunca supe con certeza cuántos años tenía Wade. Podía tener cuarenta y cinco o sesenta, pero trabajaba muy bien y se quejaba como una mula cuando le proponía cambios de diseño de última hora.
―Claro que sí, mierda ―refunfuñó―. ¿Y ahora qué?
Me reí y le puse una mano en el brazo.
―Te traeré galletas mañana para compensarte.
Gruñó.
―Espero que no seas tú quien las hornee porque la última vez que lo intentaste sabían a goma de neumático.
Cameron soltó una risita y yo lo fulminé con la mirada.
Mientras mi hermano empezaba a explicarme los cambios, mi teléfono zumbó en el bolsillo trasero de mis vaqueros. Lo saqué y el estómago se me revolvió brevemente cuando llamada de Liam apareció en la pantalla. En la habitación se oía el ruido de las pistolas de clavos, las sierras y las palabrotas de los trabajadores, así que rodeé un caballete y salté por encima de un compresor de aire que había junto a la puerta principal.
―Hey.
―¿Tienes un minuto?
Justo detrás de mí, alguien gritó que necesitaba un par de manos más, y lo fulminé con la mirada.
Hizo una mueca de dolor.
―Lo siento, Emily. No te vi ahí.
Suspiré, volviendo al teléfono.
―Sí, tengo un minuto con muy poca privacidad, dependiendo de la naturaleza de lo que haya que discutir.
―¿Estás en una obra? ―preguntó.
―Sí, tenemos una casa en Detroit Lake en la que hemos estado trabajando durante meses. He estado aquí la mayor parte de la semana. ―Caminé más lejos de la casa, exhalando lentamente a medida que el ruido y el caos disminuían cuanto más me acercaba al agua.
Liam se quedó callado.
―¿Estarás ahí todo el día? ¿O tienes que volver a Sisters?
―Planeaba estar aquí todo el día, ¿por qué?
―Detroit está solo a unos cuarenta y cinco minutos de mi casa ―dijo―. Estoy al este de Salem.
Tragué saliva. La logística de cómo planeábamos llevar esto a cabo estaba muy arriba en mi lista de cosas que necesitábamos discutir.
―Me di cuenta, cuando me enviaste tu dirección.
Liam soltó un suspiro audible.
―Josie planea venir aquí esta noche después de que Olive esté en la cama. Creo que quiere discutir algunas opciones, considerando que tiene dudas.
Con la punta de mis botas de trabajo, pateé una piedra suelta que había en el suelo delante de mí. ¿Qué diría una buena esposa?
―¿Quieres hablar de ello? ―le pregunté.
―No ―dijo inmediatamente―. Me preguntaba si podrías... venir.
Levanté la cabeza.
―¿Qué?
―Sé que es de última hora. Pero estaba pensando en lo que dijiste. Que no lo sabremos a menos que lo intentemos. Y quizá si Josie nos ve, vea que no estoy solo. ―Su voz se detuvo―. Y más importante, si ve cómo estás con Olive, creo que seguirá con su plan de ir con Micah.
Volví la vista hacia la casa y expulsé un poco de aire por las mejillas hinchadas. Me mordí la uña del pulgar durante un segundo mientras mis pensamientos corrían a una velocidad vertiginosa.
―¿Cuándo llegará? ―le pregunté.
―Alrededor de las ocho. Sé que es tarde y que es mucho pedir, pero… ―Liam hizo una pausa―. Creo que es el mejor lugar para empezar. Si ella no se lo cree, o si esta noche fracasa, entonces no tendremos ninguna razón para involucrar a tu familia.
―Oh, ella nos creerá ―dije―. Me niego a considerar cualquier otra opción.
Convenceríamos a la mamá del bebé. Convenceríamos a mi familia. Convenceríamos a todos.
―Está bien. Pero... si no lo hacemos, entonces las consecuencias son mínimas en este momento.
Mi casi marido no iba a salirse con la suya creyendo a medias en nosotros. Todo el mundo nos creería porque maldita sea, yo lo decía.
―Si ese es el tipo de charla que le das a tu equipo, no me gustaría estar en ese vestuario en el descanso ―le dije.
Murmuró algo, pero no pude entenderlo. Pero el tono malhumorado y molesto me hizo sonreír.
―Estaré ahí antes de las ocho ―dije―. Y Liam, será mejor que pongas tu cara de juego porque no voy a fallar en nada.
Miré hacia abajo, porque unos vaqueros rotos, mis botas con puntera de acero y una camisa de cuadros rojos y negros sobre una camiseta blanca lisa no eran exactamente lo que habría elegido para conocer a la simpática ex de mi falso marido, pero yo era flexible.
Si mis brazos no hubieran estado cargados de muestras en una gran caja de cartón, me habría tomado unos minutos más para admirar la casa de Liam nada más llegar. Su porche era grande, con espacio suficiente para sillas y un columpio, y algunas macetas grandes. Y el terreno era precioso:
árboles maduros junto a la casa, césped verde y grandes arbustos en flor.
Pero el peso de la caja era incómodo y tenía la sensación de que los hombros se me iban a salir de lugar, así que mi única opción para anunciar mi llegada a la puerta de Liam era dar una buena patada a la superficie de madera maciza con mis botas con punta de acero.
Abrió la puerta y me miró con ojos muy abiertos.
―Pareces...
―Un desastre, lo sé. ―Dejé que me quitara la caja de las manos y exhalé un rápido suspiro mientras estudiaba la habitación que tenía delante―. Pero dame diez minutos y un cepillo, y te prometo que no asustaré a Josie.
Se aclaró la garganta.
―Iba a decir otra cosa. Cada vez que te veo, es como una nueva versión de Emily Anderson.
Eso me hizo sonreír.
―Sí, hay unas cuantas, dependiendo del sombrero que lleve ese día.
―¿Y el sombrero de hoy? ―preguntó, dejando la caja en el suelo junto a la puerta principal.
―Dictadora de obra ―dije distraídamente, estudiando los huesos de la habitación―. Haciendo cambios y rompiendo los corazones de cada hombre en la habitación que pensaba que los planes estaban finalizados.
Había una gran cocina abierta, una enorme isla con un fregadero en el centro. Unas vigas de madera teñidas de un marrón cálido se extendían a lo largo del tejado en pico. Los armarios estaban un poco anticuados, al igual que los suelos, pero todo estaba limpio y era luminoso y cómodo. Los muebles eran grandes y sólidos, todo en un cuero oscuro de aspecto suave.
―Bonito ―le dije.
La chimenea del centro de la habitación estaba hecha de grandes rocas con bordes dentados de distintos tonos de gris.
Necesitaba algunas alfombras y mantas, tal vez alguna obra de arte en la pared para suavizarlo, pero no era terrible. Simplemente parecía -para bien o para mal- como si lo hubiera montado un hombre al que no le importaba mucho la decoración.
Tarareé.
―¿Te plantearías alguna vez pintar tus molduras?
Parpadeó.
―¿Qué tiene de malo cómo está ahora?
―Nada ―dije honestamente―. Pero una vez que termine con la habitación de Olive, créeme, el resto de este lugar necesitará una refrescada. ―Le di una palmadita en el brazo―. Confía en mí. Soy muy buena en mi trabajo.
―Hablando de la habitación de Olive. ―Se pasó una mano por el cabello―. Está arriba poniéndose el pijama después del baño. ¿Quieres ver el espacio?
Con las manos en las caderas, me giré para estudiarlo.
―Todavía no. Primero tengo que...
Señalé vagamente mi cara y mi cabello.
―Bien. ―Me mostró un pasillo pasando la cocina―. Mi habitación está ahí. Hay un cepillo en el cajón debajo del fregadero.
Su dormitorio estaba inmaculado. La cama, grande y centrada en la habitación, estaba cubierta de sábanas blancas y nítidas, tendidas con precisión militar. En su mesilla de noche había un cable de carga, una lámpara y una foto de Olive, el único toque personal de todo el espacio.
No se me escapaba que estaba haciendo mucho para que Olive tuviera un espacio que le encantara, pero Liam no parecía poner el mismo proceso de pensamiento en su propio dormitorio.
¿Nuestro dormitorio? Me pregunté.
¿Era ahí donde dormiría?
Se me revolvió el estómago al pensar en él, en mí, en camas y en cómo funcionaría todo esto, pero, como cualquier otra pregunta sin respuesta, la coloqué en algún lugar en medio de la lista que no dejaba de crecer.
Su cuarto de baño era muy parecido. Una gran ducha acristalada a la que no le vendrían mal unos herrajes actualizados y un tocador doble que necesitaba desesperadamente unos apliques de luz nuevos. Pero el suelo estaba bien, al igual que las encimeras y los armarios.