POV EMILY ANDERSON
―¿Recuerdas cuando éramos pequeños y mamá y papá nos hacían abrazarnos y decirnos algo bonito el uno del otro?
Parker me miró brevemente de reojo y volvió a tomar la pelota para lanzársela a Olive por debajo de la cabeza.
―Sí.
―He encontrado algo que puedo añadir a tu lista algún día.
Olive dejó caer la pelota, girando en un pequeño círculo mientras su papá la recogía y se la devolvía.
Parker puso las manos en las caderas, decididamente callado.
Odiaba cuando mis hermanos no mordían mi anzuelo.
―¿No vas a preguntar qué es?
―No pensaba hacerlo.
Olive metió la lengua entre los dientes y se la devolvió a Parker. Con un estiramiento exagerado, él la atrapó, asegurándola contra su estómago y dirigiendo una sonrisa asesina en su dirección.
―Buen lanzamiento, señora Black.
Suspiré. Era imposible enojarse con él cuando hacía cosas así.
Todos a nuestro alrededor jugaban, reían, hablaban y se mezclaban. Llevaban así un par de horas. Y yo no había tenido ni un minuto de conversación decente con mi hermanastro.
―Bueno, te lo voy a contar de todas formas ―le dije. Murmuró algo en voz baja, que ignoré―. Tú eres tan bueno en usar a una inocente jovencita como amortiguador para no estar a solas con tu hermana cuando no quieres escuchar lo que tiene que decir.
Sus ojos se clavaron en los míos, y el fuego furioso brillaba tanto en ellos que casi di un paso atrás. Pero si había alguna regla de supervivencia en una familia numerosa, era no mostrar miedo al hermano con el que te estás enfrentando. Parker podía ser quince centímetros más alto que yo, pero maldita sea, yo era mayor y definitivamente más sabia y eso tenía que contar para algo.
―Ooh, no le gusta esa ―dije―. Me pregunto por qué.
Parker se inclinó hacia mí.
―Quizá no me guste que bromees sobre ello cuando sabes que esto no es fácil para mí, Emily.
Detrás de la ira, detrás de la distancia que había puesto entre nosotros y él, había un niño asustado que no quería perder a su papá. La hermana mayor que había en mí quería arrastrarle de la oreja de vuelta a casa, quería darle una bofetada en la cabeza por actuar así.
Pero no era estúpida. Y no quería empeorar las cosas.
Parker intentaba imponer su control en una situación en la que sentía que tenía muy poco.
Algo incómodo me tironeó por debajo de las costillas. ¿No estaba yo intentando hacer lo mismo?
―No es fácil para ninguno de nosotros, Parker ―dije en voz baja―. De eso se trata. Dame diez minutos y me iré.
Olive saltó hacia nosotros y yo suavicé mi expresión de inmediato. Solo me dedicó una breve sonrisa, pero me di cuenta de que me la había ganado a pulso.
Muy parecida, pensé, a su papá. Se mantuvo alejado de Parker y de mí, observando a su hija mientras se acercaba. Cuando ella tiró de la mano de mi hermano, él se agachó y se inclinó hacia él. Olive le puso la mano en la oreja y le susurró algo, sin dejar de mirarme brevemente.
―Me encantaría jugar a lanzar bolsas de judías, Olly-pop ―dijo Parker. Me dedicó una sonrisa de suficiencia―. Ya que aquí no hay ninguna conversación que deba tenerse.
Entrecerré los ojos y le di mi mejor expresión de “te estoy jodiendo en mi cabeza”.
A juzgar por la mirada que me dirigió, me estaba devolviendo la suya.
Mis hombros se hundieron cuando tomó a Olive en brazos y se dirigió al lado opuesto del campo para jugar al siguiente partido que les esperaba.
Los niños corrían en manadas gritando y riendo, los jugadores y los directivos se mezclaban con familias de todos los tamaños y, de repente, me sentí muy sola en aquel gran campo.
No puedes arreglarlo todo, Emily.
Odiaba oír esa voz susurrar en el fondo de mi cabeza porque sí, jodidamente podía.
La determinación me hizo apretar los dientes y, mientras intentaba averiguar cuál sería mi siguiente movimiento en relación con el gran muñeco alto que me ignoraba, una figura silenciosa se unió a mí.
No me sentía empequeñecida por muchos hombres -las ventajas de ser alta-, pero los anchos hombros y los grandes brazos de Liam Black rozaban los míos con bastante facilidad.
Cuando salió del restaurante la noche anterior, intenté imaginarme cómo me habría sentido si se hubiera sentado como candidato a marido.
Además de la inmediata y obvia mierda sagrada, los cielos se han abierto y han sonreído a mi búsqueda.
―¿Tienes un minuto? ―preguntó, interrumpiendo el camino sin sentido de mis pensamientos―. Hay algo de lo que quiero hablarte.
Dejé escapar un suspiro lento, apartando los ojos de Parker.
―Sí, ¿qué pasa?
Extendió una mano, señalando hacia las puertas.
―En privado, si te parece bien.
Mi mirada se dirigió a su rostro, pero no pude leer nada en él. El hombre tenía muy buena cara de póquer.
Asentí con la cabeza.
―Hay una sala de conferencias justo al otro lado del pasillo. Voy a decirle a Parker que se quede con Olive, pero nos vemos ahí.
Qué misterioso.
No esperó a que aceptara, no me dedicó una sonrisa ni me dio una pista de por qué no podía ser ahí mismo. Nuestro pequeño cuarteto se había mantenido alejado de la mayoría de la multitud durante todo el tiempo que estuve ahí.
En lugar de abandonar el campo en dirección a la sala de conferencias, me volví junto a las puertas y esperé a que Liam se reuniera conmigo. Estaba agachado junto a Olive, con su gran mano extendida sobre su espalda. Ella asintió mientras él le hablaba, junto a su oído.
Verlo con ella era como pinchar un moretón especialmente feo, por múltiples razones.
Yo era más joven que Olive cuando mi mamá se casó con Tim. Era el único papá que recordaba.
Mi hermano mayor, Erik, recordaba a nuestro papá, solo retazos antes de dejar a mamá. Pero mi hermana Adaline y yo tuvimos suerte en ese sentido. Yo no tenía ningún recuerdo del donante de esperma.
Lo único que conocía era al hombre que nos limpiaba las rodillas raspadas y nos ayudaba a recogernos el cabello para los recitales de ballet y que nos enseñaba a disparar una 22 y a dar puñetazos.
Aparté los ojos de Liam cuando se enderezó, me miró de frente y dio unas zancadas fáciles y largas en mi dirección. Tenía la misma fuerza de piernas largas que Parker: alto y ancho de hombros, manos grandes y brazos fuertes.
Y aún así, no pude leer su cara mientras se acercaba a donde yo estaba.
Lo único que pude ver fue precaución.
Eso, en sí mismo, era interesante.
Liam abrió la puerta y me hizo un gesto para que entrara primero.
El pasillo estaba vacío, el sonido se silenció cuando las puertas se cerraron al campo.
―Esta está bien ―dijo, deteniéndose en la primera sala de conferencias. Cuando entré, había una pizarra blanca cubierta de equis y os, con las flechas dobladas garabateadas desordenadamente a su alrededor para denotar una jugada.
Golpeé la superficie con la punta del dedo.
―Intento decidir si esta necesidad de secreto me intriga o me pone de los nervios.
Cuando miré por encima del hombro, tenía las cejas fruncidas y la boca ligeramente fruncida.
―¿Por qué estarías nerviosa? ―preguntó.
Me encogí de hombros.
―Solo intentaba averiguar por qué no podíamos hablar ahí fuera.
Los ojos de Liam nunca se apartaron de los míos.
―No quiero a Olive cerca, y estoy bastante seguro de que tu hermano iría a por mi cabeza si oyera lo que estoy a punto de decirte.
Al oír eso, me giré, apoyé una cadera en un taburete frente a la pizarra y crucé los brazos sobre el estómago.
―¿En serio?
El pecho de Liam se expandió en una profunda inhalación.
―Principalmente, es para que Olive no escuche.
―Ella es dulce. Me alegro de haber podido conocerla antes de empezar a trabajar en su habitación.
Sus ojos se mantuvieron fijos en mi rostro, y traté de descifrar por qué aquello me producía el más leve de los temblores en todo el cuerpo, de la punta de los dedos de las manos a los pies.
Fue su silencio lo que me puso nerviosa.
Cuando habló, su voz se había calentado ligeramente.
―Estuviste bien con ella. No todo el mundo sabe cómo tratar a una niña tímida.
―Oh. ―Me encogí de hombros cohibida―. Sé lo que se siente cuando no quiero hablar con la gente. Lo último que quiero es que alguien me eche en cara que tengo que ser amable y sonreír más. Eso normalmente solo me da ganas de darles un puñetazo en la garganta.
Su mirada se agudizó.
―Eso es lo que dijo su terapeuta en nuestra primera reunión. Que imagináramos cómo nos sentiríamos si alguien tratara de forzarnos a algo para lo que no estuviéramos preparados.
―¿Olive siempre ha sido tímida?
Asintió con la cabeza, apoyándose en el borde de la larga mesa de conferencias.
―No habló hasta casi los tres años. Empezamos con la logopedia cuando nos dimos cuenta de que no podíamos convencerla. Cuando empezó a hablar tan rápido, Josie -la mamá de Olive- y yo nos dimos cuenta de que quizá su timidez era la causa de que no hablara, no un retraso real en el habla.
―¿Josie es tu...? ―Dejé que mi voz se entrecortaba.