CAPÍTULO 6

1446 Words
POV LIAM BLACK Reflexioné sobre las palabras de Josie, tratando de descifrar lo que había dicho, lo que podría haber querido decir con ellas y cómo diablos iba a convencerla de que Olive seguía estando mejor aquí si ya estaba en el punto en que ella y Micah discutían por eso. Abrí de un tirón las puertas de las instalaciones y el pasillo que conducía al campo de entrenamiento principal estaba decorado con arcos de globos de color verde intenso y azul aguamarina. Olive se contoneó para bajar y recorrimos el pasillo despacio para que pudiera tocar ligeramente con los dedos todos los globos a medida que pasábamos. Era bueno ver la vida así en los pasillos donde había pasado la mayor parte de mis diez años de carrera, porque no siempre había sido así. Los Portland Voyagers eran el equipo más joven de la liga, una expansión de seis años que supuso un riesgo para todos y cada uno de los que estábamos en la plantilla desde aquella temporada inaugural. Nadie te dice lo difícil que será hacerse un hueco entre equipos que tienen décadas de historia y cultura a sus espaldas. Ganarse el respeto en una liga en la que los aficionados se identifican por el equipo al que apoyan, independientemente de los resultados de ese equipo año tras año. Habíamos tenido más temporadas perdedoras que ganadoras, sobre todo los cuatro primeros años, pero nuestro propietario -un hombre con más perspicacia financiera que conocimientos futbolísticos- estaba decidido a convertir a los Voyagers en una potencia de la NFL. Contrató a un Mánager General despiadado y fue por los mejores entrenadores, los que no podían resistirse al reto de estar al timón de un equipo que empezaba a dar guerra. Al principio fueron pequeñas. Pero con cada decisión inteligente, las olas crecían. Añadimos jugadores fuertes con traspasos y selecciones del draft. Fue en la cuarta temporada cuando las cosas empezaron a cambiar. La sensación general en las instalaciones del equipo pasó de una nube de frustración e impotencia a una cautelosa esperanza. Una chispa de optimismo que se correspondía con nuestra pasión por el juego. Ese año obtuvimos la primera elección en el draft tras una pésima temporada de dos victorias. Con esa elección llegó Christian Reyes, un quarterback ganador del Heisman con la capacidad de bajar el hombro y correr para conseguir un primer down y una habilidad natural para dirigir. Ganamos seis partidos en su primera temporada como QB, y el estadio de Portland empezó a llenarse poco a poco por primera vez. Una vez que tuvimos a Christian, fue más fácil empezar a añadir armas a nuestro ataque y construir un equipo en torno a su brazo. Parker Anderson fue uno de esos jugadores cuando recibió una oferta que no pudo rechazar y la oportunidad de jugar más cerca de su familia. Como yo, era un tight end. Congeniamos fácilmente cuando fue traspasado desde Ft. Lauderdale en la quinta temporada, y el entrenador no tardó en darse cuenta de que éramos una combinación letal con Christian en el bolsillo. Renovó nuestro ataque con una alineación de dos extremos apretados en ataque, y una vez que acumulamos nueve victorias en nuestro haber porque las defensas de nuestra división no podían seguirnos el ritmo, las paredes de las instalaciones del equipo apenas podían contener la temblorosa expectación con la que nos dirigíamos a nuestra sexta temporada. Eventos como éste -reuniones de amigos y familiares para jugar y comer de manera informal- se convirtieron en parte integral de la formación de los sólidos cimientos de Portland. Siempre había llevado a Olive porque era una forma de mantenerla involucrada en el lugar donde pasaba gran parte de mi tiempo. A ella no le gustaba ir a los partidos -eran demasiado ruidosos y con demasiada gente-, pero esto era algo que podía soportar. No solo soportar, pensé con una sonrisa de pesar al ver a Parker junto a las puertas que daban al campo. Le encantaba. Se quedó inmóvil, se puso de puntillas y señaló a mi compañero. Le tomé la mano y se la apreté. ―Dale un segundo, Habichuela. Olive me miró con expresión suplicante. ―Por favor ―dijo. Me reí en voz baja. ―Creo que está hablando con alguien. No queremos ser groseros, ¿de acuerdo? Suspiró pesadamente. Parker era alto, unos centímetros más que yo, y no podía ver quién estaba a su lado, pero sentía una curiosidad innegable por saber si era su hermana y qué le estaría contando sobre sus actividades de la noche anterior. Parker se movió y giró la cabeza para que yo viera su perfil. Tenía las manos en las caderas y la mandíbula sorprendentemente enojada cuando vi a Emily de pie frente a él. No parecía muy contenta con los brazos cruzados sobre el pecho. Cuando ella le puso la mano en el brazo, su cuerpo se relajó, pero negó con la cabeza a lo que fuera que ella estuviera diciendo. ―Papi. Miré hacia abajo, con las cejas en alto. Era lo más contundente que mi tranquila y reservada hija había sonado nunca. ―De acuerdo ―concedí―. Adelante. Se quitó las gafas de sol y me las dio, caminando de puntillas por las líneas del suelo mientras se acercaba a Emily y Parker. Emily la vio primero, entrecerró los ojos y se quedó con la boca abierta al reconocerla. Su mirada se desvió hacia mí y aspiró rápidamente. A pesar de lo pulida y profesional que parecía en el restaurante, ésta era una versión más informal de la mujer que había conocido. Hoy no llevaba tacones de diez centímetros, sino unos vaqueros con agujeros en los muslos y las rodillas y unas zapatillas blancas y doradas en los pies. Llevaba el cabello recogido en una trenza y en el cuello lucía una de las insignias VIP de Portland que dan acceso a casi cualquier acto que organice el equipo. Parker notó que la atención de la mujer se desviaba de él y se volvió. La expresión tormentosa de su rostro se aclaró de inmediato al ver a Olive. Le tendió la mano a mi hija, que corrió hacia él, riendo cuando la lanzó al aire y la atrapó con facilidad. ―Olly-pop, no te he visto en mucho tiempo ―dijo―. ¿Mantienes a tu papá a raya? Ella sonrió, tirando de las puntas de su desgreñado cabello castaño dorado. ―Lo sé, lo sé, todo el mundo me dice que necesito un corte de cabello. ―Levantó la barbilla―. ¿Hombros? Olive asintió entusiasmada. Parker la subió con facilidad, y sonreí cuando le agarró el cabello con ambas manos. Hizo una mueca de dolor y le dio unos golpecitos en los nudillos para que aflojara el agarre. ―¿Le enseñaste a hacer eso, Black? ―Trabajé en ello en el camino. ―Le di una palmada en el hombro―. Espero que te ayude a quedarte calvo antes de cumplir los cuarenta. Se rascó la nariz con el dedo corazón. Cuando me reí, los ojos de Emily rebotaban entre su hermano y yo. Parecía... ¿confundida? ¿Aliviada? No sabría decirlo. Había algo en nuestro intercambio que la tenía con los ojos muy abiertos y la boca abierta. Se aclaró la garganta cuando se dio cuenta de que la estaba mirando. ―Liam ―dijo con una pequeña sonrisa. Parker miró en su dirección. ―Ah, claro. Se conocieron hace poco. ―Gracias de nuevo por ponernos en contacto ―le dije. ―Por eso estás aquí ―le dijo Parker a su hermana. Sonó acusador. ―Una de las razones ―respondió ella. Exhalé un suspiro lento y ella me dirigió una mirada larga y firme. Mantén la boca cerrada, proclamó esa mirada. ―Me alegro de que Liam mencionara este evento hoy ―continuó Emily―. No me gustaría perder la oportunidad de ver a mi hermano. Cuando la mandíbula de Parker se tensó, el subtexto de su declaración me hizo mirar al suelo. ―No creía que nadie fuera a conducir hasta Portland para esto ―dijo Parker. ―Bueno, tal vez puedas dejar que lo decidamos por nosotros mismos la próxima vez. Sabía que Parker tenía una familia numerosa: un par de hermanos y al menos otras tantas hermanas, pero no había hablado de ellos en los últimos meses. Olive palmeó la cabeza de Parker. Con fuerza. Ahogué una sonrisa. ―Perdona, Olly-pop, ¿te aburre la conversación de adultos? ―Le apretó la pierna y ella soltó una risita―. ¿Lista para ir a jugar?
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