POV LIAM
Llamaron a la puerta y solté una fuerte bocanada de aire. Con una leve mirada a mi regazo, hice un breve esfuerzo concertado para pensar en el álgebra antes de ponerme en pie para saludar a Josie y Olive.
La puerta se abrió y apareció la cara sonriente de Josie.
―¿Podemos entrar?
Fruncí el ceño.
―Por supuesto.
Dirigió una mirada cargada a Emily.
―Solo comprobaba.
Emily se aclaró la garganta con delicadeza, con las mejillas sonrosadas.
―Estás a salvo ―dijo.
Olive entró en la casa dando saltitos y yo me agaché para recibirla. Se me derritió el corazón cuando saltó directamente a mis brazos.
―Hola, cielo ―le dije, dejándole caer un beso sobre el cabello―. ¿Has pasado una buena semana con mamá y Micah?
Asintió con la cabeza, señalando una diadema nueva cubierta de brillantes y pequeñas mariposas estampadas.
―Mira lo que tengo ―susurró.
―Es preciosa ―le dije.
Olive sonrió. Sus ojos se deslizaron hacia Emily, y yo contuve un poco la respiración para ver cómo iba esto.
―¿Quieres ir a enseñársela? ―pregunté en voz baja.
Olive clavó su mirada en la mía y asintió tímidamente.
Josie y yo observamos en silencio cómo Olive se dirigía de puntillas hacia la cocina, con pasos ligeros sobre sus pies. Emily mantuvo una expresión neutra y dejó la bebida mientras Olive se acercaba, luego se agachó del mismo modo que yo.
Olive se detuvo a un par de metros de distancia, girando hacia delante y hacia atrás, y luego se dio unos golpecitos en la diadema con una pequeña sonrisa.
―¿Te la eligió tu mamá? ―preguntó Emily, con las manos metidas entre las rodillas. Tenía los ojos cálidos y fijos en el rostro de mi hija.
Olive asintió.
―¿Puedo verla? ―preguntó.
Olive asintió de nuevo, acercándose unos pasos e inclinando la cabeza hacia abajo.
―Me encanta ―dijo Emily―. Ojalá hicieran una que me quedara bien a mí también.
Olive sonrió y alargó tímidamente la mano para tocar las puntas del cabello de Emily, justo donde la pintura rosa manchaba las puntas.
Los ojos de Emily se cruzaron con los míos y sonrió.
―¿Te gusta el rosa? ―le preguntó a Olive.
Mi hija volvió a asentir, un poco más enérgicamente.
―Me alegra mucho oír eso ―continuó Emily―. ¿Te parece bien que ponga un poco de ese color en tu habitación de arriba? ―preguntó en voz baja, dándose ligeros golpecitos con un dedo en el cabello, donde los dedos de Olive todavía rozaban la pintura seca.
Los ojos de Olive se abrieron de par en par y un rápido jadeo salió de su boca.
―Sí ―exhaló―. ¿Puedo ir a ver?
―Adelante ―le dije―. Pero no abras la puerta hasta que estemos arriba contigo.
Olive subió corriendo las escaleras, con el cabello alborotado, y los tres nos echamos a reír.
―Estoy deseando verlo ―le dijo Josie a Emily.
―Yo también ―añadí.
Josie arqueó las cejas, sorprendida.
―¿No ayudaste?
Incliné la cabeza hacia Emily.
―No me dejó.
Emily sonrió.
―Soy un poco cabezota.
Josie enlazó su brazo con el de Emily mientras me precedían escaleras arriba.
―Creo que tendrías que serlo si estás casada con él ―dijo.
Emily se echó a reír.
En lo alto de la escalera, Olive prácticamente rebotaba en su sitio, con la mano en el pomo de la puerta mientras nos esperaba.
―Adelante ―le dijo Emily.
Olive respiró hondo y abrió la puerta de un empujón.
Josie jadeó y se tapó la boca con la mano.
―Emily ―exhaló en voz baja.
Olive entró despacio en la habitación, con los ojos más abiertos que nunca y la boca abierta.
Tres de las paredes eran de un suave color rosa, y la que cubría la pared de detrás de la cama era un atrevido estampado de flores rosas y blancas y coral.
La cama estaba cubierta por una mullida ropa de cama blanca y unos cojines peludos de color rosa pastel más claro que la pared. Había un gran sillón de lectura en forma de cuchara con una mesita circular y una lámpara dorada alta al lado.
En la pared opuesta a la cama había un escritorio blanco, largo y elegante, con cubos transparentes perfectamente organizados y llenos de lápices de colores, ceras y rotuladores. Y como si saliera de la pared, había un elegante arco de grandes mariposas blancas con alas de encaje que volaban hacia las ventanas que daban al patio trasero. Justo en medio de la trayectoria de vuelo de todas las alas blancas había una impresión en lienzo de la foto que le enseñé a Emily, de modo que parecía que todas las delicadas criaturas voladoras rodeaban a Olive.
Mis ojos se desviaron hacia Emily, que se retorcía las manos ante nuestro atónito silencio colectivo.
―Es increíble ―le dije, con la voz ronca por la emoción.
Exhaló un suspiro de alivio, pero luego volvió a mirar a mi hija, que seguía girando lentamente como si apenas pudiera asimilarlo todo.
―¿Cómo hiciste todo esto? ―preguntó Josie.
Emily miró alrededor de la habitación con una sonrisa de satisfacción.
―Algunos grandes vendedores que me debían favores y un montón de envíos prioritarios.
―¿Esto es mío? ―dijo Olive. Le temblaba la voz y tenía los ojos brillantes de lágrimas.
―Sí, Habichuela ―le dije. Mi pecho estaba apretado, pesado por el inesperado muro de emociones―. Emily hizo esto para ti. Ha estado trabajando en ello toda la semana.
Josie rodeó mi brazo con el suyo y la oí emitir un leve resoplido.
Emily se agachó junto a Olive y, por el movimiento de sus manos, me di cuenta de que quería poner la mano en la espalda de mi hija, pero no lo hizo.
―¿Te gusta? ―le preguntó.
Olive no contestó. Exhaló un suspiro tembloroso y se volvió hacia Emily, rodeándole el cuello con los brazos en un fuerte abrazo. Luego asintió con la cabeza en el cuello de Emily.
―Me diste mariposas ―dijo.
Me ardieron los ojos cuando una lágrima se deslizó sin control por el rostro de Emily. Le devolvió el abrazo con cuidado y soltó una enorme exhalación cuando dejó caer los hombros.
―Lo hice.
Un nuevo tipo de conciencia se deslizó bajo el espacio de mi pecho, desplegándose cálida y lentamente.
Era mucho más peligroso que la lujuria.
Mucho más explosivo que los pensamientos sobre piernas y espaldas arqueadas y pantalones cortos.
Elegí bien, me recordé a mi mismo.
Pero un paso en falso, con esta nueva conciencia, estos nuevos pensamientos, y todo lo que estábamos construyendo se vendría abajo.