10. NO LO ENTENDERÍAS

1285 Words
Me dedico a bailar en la cocina al ritmo de una salsa que suena en la radio. Por ritmo quiero decir mi idea de ritmo, porque bailarina no soy, pero me muevo con el alma, aunque mis caderas no cooperen. Celebro mi victoria, para los demás, que pude con la plaga. Para mis adentros, que abracé al señor don patrón gran jefe DOS VECES. Termino contagiando el espíritu de fiesta tanto, que Gabriel propone al final del día armar comida al aire libre con música. Los demás ni cortos, ni perezosos aceptan. Por Dios, mi primera fiesta en este lugar, asando carne, con guitarrita, ¡mírame Lupe! estoy triunfando, porque invitada de honor. Pienso si mi hermoso jefecito se unirá, debo ser bruja porque hablando del diablo este se aparece, con una pequeña sonrisa acepta ser parte de mi homenaje. Ok, no es mi homenaje, pero es parecido… para mí. Cuando el sol baja, un nuevo uso horario que conocí aquí igual que el cuando refresque la tarde, nos reunimos a organizar el bailache como dice Carmen. Por organizar hablo de colocar algunos asientos improvisados con troncos y tablas, armar un enorme fogón, preparar la carne y acompañantes. Son tantas manos juntas en esta labor que pronto todo queda listo. Nos dividimos en grupos, mientras unos siguen armando, otros se arreglan porque es día de ponerse guapos. Al final estamos vestiditos, con sonrisa, comida, música y licor, en palabras de Gabriel: como Dios manda y la ley ordena. No sé si Dios mande a bailar, comer y beber entre amigos, pero quien soy yo para dar la contra. Resulta que aquí el ritmo es parte del cuerpo, capaz sea el agua, porque no hay persona sentada, desde ancianos a niños, todos bailan. En medio de mi show bailarín, donde unos me ven con alegría y otros con vergüenza ajena porque es obvio junto a ellos parezco una tabla de lo tiesa, una figura familiar resalta, el autor de mis pesadillas que ahora me provoca sueños que no puedo contar. Me acerco como quien no quiere la cosa hasta terminar frente a él, no solo es guapo, fuerte, con un aura salvaje, resulta que sabe bailar. Finge que no, se hace el que se mueve por compromiso, pero a mí no me engaña, sabe cómo moverse y disfruta de hacerlo. - Hola caballero – le sonrío animada por el ambiente… y quizás por las 3 shot de aguardiente que ya me tomé. - Hola señorita – se toca el sombrero a modo de saludo y me da una media sonrisa, animado quizás por los no sé cuántos shot que lleva él. Es que se ve perfecto. - Veo que baila muy bien. - Y tú… te estás divirtiendo – eso dolió, nada le impedía fingir un poco y decirme que también. - Sí, es que la música no es muy mi estilo, así como que me inspire a sacar mis pasos prohibidos – salvo la poca dignidad que me queda. - ¿Cuál es tu estilo? - El ballet – miento, la verdad solo fui a 1 semana de clases y fracasé como aquí. - Podríamos ir algún día en la ciudad, me gustaría ir a un recital – por qué mentí con eso, con lo aburrido que me parecen esos eventos. - Sí, claro. Pero hemos venido a celebrar. Lo agarro del brazo a bailar, no me importa cómo me vean, quiero disfrutar este momento y si no es cuando el alcohol me da ese empujón, entonces cuándo. No sé cuánto tiempo bailamos, los dos, con otras parejas, en grupo, saltando, riendo. Poco a poco los demás empiezan a irse, unos en mejor estado que otros. - Parece que el baile terminó – me dice. - Así parece, ¿cómo le hará esta gente para trabajar mañana? - Créeme que se encuentra la forma, puedes tomarte el día si quieres, ya nos ayudaste mucho. - Déjeme ver cómo amanezco y si sobrevivo, le cuento – reímos. - ¿Quieres caminar un poco? Digo, para refrescarte un poco antes de ir a dormir – se rasca la cabeza. Me alegra que lo pregunte, quiero aprovechar este momento un poco más. - Me encantaría – avanzamos por el jardín trasero de la casa, todo se siente tan tranquilo, alumbrado por la luna y los pocos focos encendidos. - Ven, tienes que ver esto – se acuesta en medio del pasto, claro, como si no hubiera serpientes o algún bicho que pudiera comerme. - Claro – está comprobado que una enamorada no cuida ni su vida – vaya, son demasiadas estrellas y la luna se ve hermosa. - Sabía que te gustaría – suspira – es lo mejor de este lugar, la vista y la calma. - Mi abuelo decía algo parecido. - ¿Tu abuelo? - Sí, él amaba mirar las estrellas, en realidad amaba ver el cielo a cualquier hora. - Primera vez que me hablas de él. - No lo he pensado en mucho tiempo, supongo para no extrañarlo. - Veía mucho arriba entonces. - Sí, yo solía hacerlo también, bueno un día por andar así casi me atropella un carro, pero no entremos en detalles – ríe ante mi confesión - lo importante es que me enseñó a ver el cielo. - ¿Cómo era él? - Era… hermoso. A pesar de lo difícil de su vida siempre sonreía, amaba el campo, lo amaba tanto – suspiro. - Fue un gran jinete en su época, se arrepentía mucho de no poder enseñarme como quería. Él y mi papá no tenían una buena relación, así que no lo visitábamos mucho y a él no le gustaba ir a la ciudad. - Lamento eso. - Las familias son complicadas. ¿Quién te enseñó a montar tan bien? ¿tu papá? - Mi papá era increíble con los caballos, pero no tan bueno como mi mamá, ella nos enseñó a Valentina y a mí. - ¿Valentina monta? Wow, eso es una novedad. - Lo hacía, antes. Disfrutaba mucho de este lugar, viajaba con mamá a la ciudad, pasaba allá también en algunas clases, pero este era su mundo favorito. Luego de que ellos se fueron, cambió, sueña con mudarse a la ciudad, con alejarse de mí. - No creo que se quiera alejar de ti, a veces el dolor nos hace difícil el disfrutar de sitios que amamos, que está llenos de recuerdos de quienes no están más. Queremos llenar vacíos con lugares más grandes, más gente, más cosas, otro mundo, olvidando quienes somos. - Lo sé, es difícil para todos. Hay días donde tampoco entiendo cómo seguir aquí, llenando un puesto para el que no estoy preparado. - Oye, eres un excelente jefe – se incorpora y me mira, lo veo fijamente. - No lo digo solo porque de ti depende que tenga techo y comida, influye un poquito, no te lo negaré, pero mi opinión es sincera – vuelve a sonreír. - Pues tú eres una gran asistente. - Gracias – respiro profundo y veo la luna – extrañaré tanto este lugar cuando me hagan regresar. - Cierto, tus papás algún momento te querrán de regreso – parece triste, pero se mantiene sereno. - Sí, claro… ellos – he dicho demasiado. - Talvez si ven lo bien que te asienta este lugar, dejen que te quedes. - Lo dudo, hay demasiadas cosas que debo resolver allá. - Si me las cuentas, podemos resolverlas juntos, como lo hemos hecho con el trabajo. - No lo entenderías – me recuesto de nuevo a contemplar la inmensidad y él hace lo mismo, nos quedamos así un largo rato en silencio, porque hay momentos donde las palabras sobran.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD