Un amor salvaje

3. TODO MAL

Quien diga que el trabajo de casa es de vagas, jamás en su vida se ha encargado de una. Nunca me había dolido tanto mi cuerpo, ni en la peor sesión de crossfit terminé así de cansada y adolorida. Subir y bajar de una escalera para limpiar ventanas, barrer y trapear pisos, peor, pulir esos pisos para que la madera esté brillante. Cargar baldes de agua, alimentar animales, que un gallo me persiga por todos lados cuando voy a recolectar huevos, ante la risa de otros que disfrutan el show. Lavar platos y recoger hortalizas del huerto, no sé cómo sobreviví a estas 2 semanas.

El 80% de mi trabajo lo hice mal, lo admito. Los pisos quedaron un desastre, al punto de que Dominga tuvo que volver a repetir mi trabajo. Las ventanas empañadas, así que Marisol volvió a limpiarlas. Elegí mal las hortalizas porque aún no estaban listas y el gallo ganó todas las batallas que tuvimos. Todo ante la mala cara de jueces de todos aquí, menos Carmen, Dominga y Gabriel, que me ven con pena.

Hoy me toca limpiar el estudio de Antonio, perdón, el señor don patrón gran jefe Antonio, mi tarea menos favorita junto con recoger los huevos gracias al desgraciado gallo ese. A diferencia del gallo acá me toca soportar la mala vibra todo el tiempo que estoy ahí, tiempo que es bastante por la cantidad de libros y tereques que tiene. Estoy hojeando un libro sobre cultivos que me parece muy interesante cuando alguien llega.

- ¿Qué haces? – pega un grito y yo brinco del susto, pensé me encontraba sola.

- Estaba revisando un libro que tenía unos dibujitos interesantes – le enseño.

- Te dejé quedarte para que ayudes a Carmen, no para que revises mis cosas – me lo quita y lo ubica en el lugar – este libro es muy valioso, no puede tocarse con las manos sucias.

- No se veía caro – murmuro, desviando la mirada y volviendo a sacudir el polvo, me mira enojado.

- Supongo para ti el valor se mide en dinero, no en lo que significa. Este libro era de mi padre, así que es invaluable.

- Lo siento, yo no sabía – se sienta frente a su escritorio a revisar papeles, ignorándome.

Para que este trabajo se haga más llevadero, escucho música con mi celular y audífonos, no hay señal hasta acá, pero no la necesito. Me encargo de sacudir el polvo, limpiar ventanas y al final me pongo a barrer, moviéndome un poco al son de la canción, Dominga me había dicho que existe música para limpiar o planchar y tenía razón. No noto cuando hago caer la pizarra junto a mí y en mi intento de sujetarla borro un par de cosas.

- ¡Cómo puedes ser tan torpe! – me grita – esa información era importante.

- Lo siento… yo… yo… - tartamudeo, verlo tan enojado me pone nerviosa.

- ¿Acaso te tomas con seriedad este trabajo? ¿es un juego?

- No, es que…

- Pasas todo el tiempo con tus audífonos, cantando y bailando por todos los rincones mientras haces mal tu trabajo. ¡Largo! Tengo demasiado trabajo para perder mi tiempo contigo – agarro mi escoba, mi plumero, franela, mi balde y salgo de ahí con ganas de decirle hasta de lo que se va a morir.

Los demás días todo se vuelve peor, entre los regaños de Marisol porque no me explica nada, pero espera todo me salga perfecto, sumado al señor don patrón gran jefe al que parece encantarle gritarme por todo.

Por los menos los domingo descanso. Los demás trabajadores van al pueblo de compras o a divertirse, como no tengo aún amigos nadie me invita. Los anteriores pasé recorriendo parte de los alrededores para ver el movimiento, los horarios y encontrar un sitio tranquilo, necesito hablar con quienes me enviaron a esta tortura.

Camino en medio de los árboles alejándome de la casa principal, subo a una gran rama y enciendo mi otro teléfono, ese que nadie debe encontrar o se arruina todo. Ruego que por favor contesten.

- Hola – hablo ni bien siento su respiración.

- Hasta que al fin llamas – lo escuchó del otro lado de la línea – estábamos muy preocupados sin noticias tuyas.

- No tienes idea lo difícil que fue conseguir un lugar donde poder hablar segura, este lugar es como vivir en la prehistoria, no hay tecnología y siempre hay gente cerca.

- ¿Cómo estás?

- Pésimo, no saben el ridículo que hice en estos días, no sirvo para esto.

- Tienes que soportarlo, es por tu bien.

- ¿Y si regreso?

- ¿Acaso el aire fresco te dañó el cerebro? Sabes lo que pasará en cuanto pongas un pie aquí.

- Lo sé, pero tienes que verlos, la mayoría me detestan.

- Es que eres bastante detestable cuando uno no te conoce.

- ¡Oye! o sea, es verdad, pero ofende.

- Sopórtalo, gana su confianza, no sé, solo necesitas que te tengan ahí el tiempo suficiente.

- ¿Confianza? Antonio no es como Lupe dijo, es un bravucón.

- Es un idiota entonces.

- Bueno… conmigo. Con los demás es muy amable, pero saco lo peor de él.

- Algo bueno debe de tener, yo que sé, algo en común para que te tolere al menos.

- Tiene libros interesantes, además ama a los caballos. Cuando monta sonríe mucho, sus ojos forman una arrugitas muy lindas.

- Oye, oye, oye. Cuidadito con eso, no puedes involucrarte con nadie en plan romance, cabeza fría y calzones amarrados.

- Solo estaba describiendo lo que lo hacía tolerable.

- Sí claro, no pongas en peligro el plan.

- ¿Me están buscando?

- No se han detenido, movilizaron media ciudad, fueron hasta el extranjero, han rastreado todos los sitios donde creen te ayudarían.

- ¿Está muy enojado?

- ¿Tú qué crees? Le puso precio a tu cabeza.

- ¿Por lo menos valgo mucho?

- Ya vas por el millón. Conforme se acerque la fecha se pondrá peor, así que sé fuerte C.

- Sé fuerte, sé fuerte, como no eres tú el que debe mentir.

- Tengo que colgar, pueden rastrear la llamada si la alargamos más.

- Está bien, te quiero – susurro.

- Yo a ti.

Respiro profundo, bajo del árbol y apago el teléfono como me enseñó. Me quedo un momento mirando al cielo, en busca de un helicóptero que venga por mí en caso de haber sido descubierta, no veo ninguno, eso significa que estoy a salvo por ahora. Marco el sitio para no olvidar que ahí es donde puedo comunicarme segura, necesito soportar, por el bien de todos y el mío.