4. ENEMIGOS

1218 Words
ANTONIO Juro no soy una mala persona, lo juro, pero esa chiquilla me saca de quicio. Bueno, no es tan chiquilla, tendrá unos 23, solo que se ve muy joven y su actitud un poco infantil la hace ver más pequeña. Con ese cabello rubio, piel blanca con algo de pecas por lo delicada que es, sus enormes ojos verdes y esa sonrisa que es dulce, hasta que me la dedica a mí y siendo es una forma de mandarme a la mierda con sutileza. Quisiera poder sentirme cómodo a su lado, lo intento, hasta que los recuerdos del pasado regresan. Mis papás me enviaron a la universidad a la ciudad para que me prepare, teníamos grandes planes, no éramos ricos, pero teníamos una buena posición y ganas de crecer. Soñé todos los días con eso, hasta que mi sueño se convirtió en una pesadilla. Mis compañeros me menospreciaban por mi origen de campo, mi acento, mis manos toscas por ayudarle a papá desde niño. No importaba el dinero o mi inteligencia, bastaba los países, restaurantes, lugares que no conocía, los clubs de los que no era m*****o, mi apellido desconocido, insignificante ante los de ellos. La peor de todas fue Inés, una chica tan hermosa como la que hospedo, e igual de delicada. Solíamos estudiar juntos, era la única amable conmigo, con esa enorme sonrisa que me hacía sentir el dueño del mundo, la llenaba de regalos con todo lo que me pedía, le ayudé a pasar cada semestre, hasta nuestra graduación. Una semana antes tomé valor, le compré unas flores, fui a una tienda costosa por primera vez y me llevé el mejor atuendo, llegué a su casa a proponerle sea mi cita en la fiesta, me sentía nervioso, pero feliz. Felicidad que duró poco cuando descubrí estaba con el grupo de los que me molestaban, se burlo de mí, de mi ingenuidad para dejarme utilizar y me cerró la puerta en la cara ante los vitoreos de los demás. No asistí a mi graduación, regresé a mi hacienda, a mi pueblo, con mi gente sencilla, amable, sin prejuicios y juré no volver a confiar en la superficialidad de la ciudad. Me aislé, sin espacio para el amor, viviendo centrado en mi trabajo, nunca perdiendo el control de mis emociones o sentimientos. Gina ha intentado acercarse, solo que mi corazón no reacciona ya, ni para bien, ni para mal, viviendo en modo automático, especialmente desde que mis padres fallecieron. Y aquí estoy, con 30 años, una hacienda a mi cargo, una hermana que no madura y cero interés romántico para que no vuelvan a fallarme. Esa es mi molestia con Carla. Desde el instante que la vi no hay día que no me descontrole, con sus torpezas, con su sonrisa minimizando las cosas, con esa delicadeza como de una reina consentida. Espero que pronto sus padres la pidan de regreso para que al fin deje mi vida como antes, en calma. CARLA Toda una semana recibiendo regaños del señor don patrón gran jefe. El lunes que todo su estudio está sucio, no es mi culpa, entra mucho polvo. El martes que los espejos están con manchas, tampoco mi culpa, se marcan fácil. El miércoles que su café estaba pésimo, igual de inocente yo porque la sal y el azúcar se parecen… para mí. El jueves que llevé de paseo a la basura por toda la casa dejando rastros por doquier, inocente, debo hacerla llegar hasta la puerta de salida para lanzarla. El viernes, que sacudí el tapete sin ver y lo llené de polvo, ok, eso pudo ser mi culpa, pero tampoco va a morir por eso, igual se iba a bañar. Mis manos están llenas de cayos y raspones, mis pies de ampollas por los malditos zapatos, mi piel quemada por el sol y mi tobillo duele de tantas veces que mi enemigo emplumado me hizo caer. Voy a mi último intento de quitarle los huevos a las gallinas, me acerco y ese monstruo ataca de nuevo. Corro sin destino mientras huyo y caigo en medio del lodo, raspo mis rodillas, ensucio mi ropa y lastimo mis manos. Veo a mi alrededor a Marisol, Antonio y Nicolás, intentando aguantar la risa sin éxito. - Es muy divertido burlarse de quien lo está pasando mal – digo con mi voz que anuncia llorar porque me siento cansada y humillada. Intento levantarme, pero el dolor en mi tobillo lo impide. - No es nuestra culpa que la señorita sea tan delicada – habla Antonio, con su arrogancia tan normal, los demás guardan silencio. - ¿Acaso usted nació sabiendo hacer todo? – uso mi voz enojada. - Me enseñaron desde pequeño – responde fastidiado. - ¡Exacto! le enseñaron desde pequeño, a mí no – empiezo a llorar - pero aquí estoy, aprendiendo, porque pueden acusarme de muchas cosas, de que me rinda no. Haré mal todo lo que me piden, cada día, así como cada día vuelvo a intentar hacerlo de nuevo para aprender – seco mis lágrimas con el cuello de mi blusa - y lo hago sonriendo – Nicolás se acerca hasta a mí para ayudar a levantarme, me da una sonrisa de lo siento, pasándome su pañuelo y limpiando un poco mi cara enlodada llorosa. - Si no sabes hacer nada aquí, puedes regresar – habla nuevamente su amigo. - ¿Nada? El que no sé cómo limpiar una casa o cocinar, no significa que no sé hacer nada. - Estaremos esperando entonces que la reina muestre sus talentos ocultos – se ríe, me acerco desafiante, viendo directo a sus ojos, tengo un límite. - Nunca, al final si me tiene en una percepción tan baja, ¿de qué sirve lo que yo tenga de bueno? Total, me verá como quiere verme – termino de secar mis lágrimas y me alejo cojeando, ante la mirada atenta de todos que recién lo notan. Entro al área de la cocina, Carmen me ve, ante su insistencia voy a bañarme y salgo a que revise mis heridas en mi habitación. - Pequeña, ¿desde cuando tienes ese tobillo tan inflamado? Además, ¡cuántas ampollas! - Son esos malditos zapatos, y que desde hace unos días el gallo decendiente de satanás intenta matarme – ríe con ternura. - Debimos notar que cojeabas, lo siento mucho, no somos tan malos – está triste y parece avergonzada. - No creo que sean malos, solo no me quieren aquí – sollozo, entra Marisol con una bandeja, me ve con pena. - Traje un té y medicinas, no creí estabas tan herida – ve los lastimados y moretones de días pasados – lo siento – susurra arrepentida. - Está bien, es fácil juzgarme por como me veo. - No quisimos ser crueles, solo… - No les gustan las consentidas de la ciudad – completo – ya sé. - Tenemos malas experiencias con ellas. Vamos a curarte y descansa este fin de semana, el lunes con el cuerpo recuperado te enseñaré mejor cómo hacer las cosas tal cual le gustan al jefe. - Gracias – sonrío de nuevo sin dejar de llorar mientras la abrazo. - Mañana llega el fin de semana, descansa un poco y el lunes será una nueva semana para volver a empezar – habla Carmen acariciando mi cabeza.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD