Un amor salvaje

7. ALGO MÁS

Pasamos un largo tiempo competiendo sin hablar, hasta que noto hemos empezado a vernos sin buscar pelea. Salgo porque mi estómago pide comida, tomo un sánduche y le hago señas de si quiere uno, sale del agua y se acerca, lo toma con su cara seria de siempre.

- ¿Tú lo preparaste? – lo ve con desconfianza.

- Oiga, puedo cocinar todo mal, pero sé hacer sánduches.

- Y robar frutas, por lo que veo vaciaste todos mis árboles en el camino – lo veo mal y sonríe – gracias – me muestra la comida.

- Creo que nunca lo había visto sonreírme sin odio.

- Lo mismo digo. Eres buena nadando.

- Tomé clases.

- Fuiste muy mimada entonces.

- Podría decirse, ¿usted?

- ¿Yo?

- ¿Fue mimado? Tiene cara de que sí, aunque diga que no.

- Mi mamá lo hacía, papá era más duro, pero me tenía paciencia. ¿Tus padres?

- Ambos me consienten mucho, especialmente mi papá, le gusta la idea de que sea una delicada flor, pero al mismo tiempo quiere que sea obediente y responsable con todo lo que me pide, aunque eso no sea lo que quiero.

- Vaya combinación, con razón terminaste aquí.

- Sí.

- Supongo tu novio debe extrañarte – lo veo algo extrañada, por qué sacar ese tema de la nada, parece no socializa con otras mujeres hace mucho.

- Es una de las razones por las que decidí aceptar venir.

- Tienes entonces – me ve intrigado, es confuso.

- Es… complicado – lo es, más de lo que podría explicar.

- Pensé las relaciones se trataban de querer o no.

- No quiero a nadie allá, acá en cambio…

- ¿En cambio?

- Nada, olvídelo, será mejor regresar, hace frío – me pongo de pie sacudiendo mis manos.

- Sí, además pueden pensar mal, adelántate, yo seguiré en mi ejercicio – se va hacia el río y yo en la dirección contraria.

- Gracias por la charla – regreso a verlo y le sonrío.

- Gracias por la comida – me devuelve la sonrisa, o lo más parecido a una.

Después de ser compañeros de entrenamiento náutico, mi relación con el señor don patrón gran jefe mejoró bastante. No me sonríe a diario, pero ya no me ve con odio. Una vez a la semana coincidimos en nuestra piscina natural, donde seguimos compitiendo en clavados, en quién llega antes al otro extremo, cuál soporta más tiempo bajo el agua, comemos y cada uno vuelve por su lado.

Al principio no hablamos mucho, solo trivialidades, desde qué comida nos gusta, por qué su amor por los caballos, cuál es mi pelea con el gallo y así. Hasta descubrí que sabe bromear y reírse, no se ve tan natural al hacerlo, pero al igual que con mi relación con el gallo, va mejorando.

El sábado en la tarde, antes de que todos los trabajadores lleguen del pueblo o terminen su descanso es mi tiempo favorito, porque es el único día donde no nos ignoramos, donde nadie más está y podemos reír de todo, mientras poco a poco me comparte los grandes sueños que tiene para la hacienda, entre ellos, distribuir con sus cultivos a una gran cadena que los haga ser reconocidos en el país y a futuro en el mundo. Una pasión que hace sus ojos brillen al igual que los míos al verlo.

ANTONIO

Si me hubieran dicho antes que la reina de los caprichos y yo podíamos llevarnos bien, no lo hubiera creído, pero es así. Resulta muy divertida e ingeniosa, con ganas de aprender más de cómo funciona este, mi lugar en el mundo. Me he descubierto contándole la historia de mi familia, de cómo construimos todo, de mis padres a quienes no había podido recordar así desde que partieron, las metas que quedaron pendientes y busco cumplir por ellos.

Ella habla poco de su vida, me cuenta lo que ama, lo que imagina, pero sus días antes de llegar aquí son aún un misterio para mí, como si estuviera huyendo de algo. Decidí no presionar para no dañar esta especie de amistad que está surgiendo, quizás solo siente vergüenza de lo que hizo para molestar tanto a sus padres.

En el día a día también he sido testigo de su mejoría, intenta más, mejora más, ganándose el cariño de todos, menos el de mi hermana y de Gina. Trato de ignorarla a veces para que nadie piense mal, no me gusta, no me atrae, solo disfruto su compañía, el por un momento de la semana ser yo, sin tener que cargar con el peso de todo.

Mi parte divertida de esta nueva casi amistad es verla a caballo después de pedirme el primer día una escalera para subirse, es muy torpe, un poco adorable con su forma… digamos que peculiar de andar en ellos. Gabriel eligió para ella a Flor, una yegua castaña bastante dócil y tranquila, perfecta para alguien sin experiencia. Carla, le habla primero, le explica que va a montarla, que sea amable.

- Florcita no, no es de damas relinchar así – le dice – Florcita despacito que tu montura no es acolchada – le habla – Florcita, así no se tratan las amigas – la regaña cuando la quiere llevar por la izquierda y la yegua va por la derecha.

La primera vez que la vi pensé era una demente, yo también le hablo a mi caballo, admito, pero no así y peor en público. Con los días empecé a disfrutarlo, suelo inventar tareas cerca para escucharla, para disfrutar de verla ir despacito, haciendo gestos chistosos mientras avanza, en un animal que ahora tiene trenzas con flores en su crin y cola.

Estoy viendo el espectáculo mientras hablo con Gabriel cuando noto algo pasa, Flor ve algo que la asusta, se para sobre sus patas traseras y empieza a corcovear. Carla grita, todos gritan y el animal se desespera más. Corro hasta ellas y la veo caer al suelo, donde casi es aplastada por las patas delanteras de Flor que golpea el suelo enloquecida. Tomo la rienda y la sostengo con fuerza tratando de tomar el control, de alejarla de Carla que está en el suelo, le hablo para calmarla hasta que lo consigo y me deja acariciar su cabeza.

- ¿Estás bien? – grito, pero no recibo respuesta.

Gabriel se acerca y me releva, voy por Carla que está en el suelo viéndome con los ojos muy abiertos, se encuentra en shock.

- ¿Estás bien? – me agacho a revisarla, solo parpadea sin perderme de vista – tranquila, no dejaré que nada te pase – la tomo en brazos y camino cargándola, su cuerpo tiembla, solo espero no tenga ninguna herida grave.