Conociendo a una extraña

3624 Words
Yacob:      Salí corriendo de allí, no podía soportarlo, era demasiado por un día, siempre que pasaba tenía la tendencia de esconderme en mi habitación, con música a todo volumen, tratando de huir de aquella situación, tal vez de mi realidad, alienándome, escapando de mis problema, tomando mi cuarto como único refugio de los gritos e insultos que ellos juraban no se oían.       Hasta ahora habían asumido que pasaba el día entero en mi cuarto debido a mi entrada en la adolescencia, las ventajas de tener doce años, pero francamente era mucho más que eso, era mi santuario, y hoy fue el día en que decidieron corromperlo con su entrada en el, solo para usurpar mi espacio y llenarlo con sus peleas nuevamente.       Ya no tenían filtro, al principio se controlaban, pensando, nuestro hijo es pequeño, el pequeño Yacob no debe saberlo, pero ahora era cada vez más frecuente y casi siempre el inicio de todo eran o los celos de mamá o las aventuras de papá.       Era lo suficientemente adulto para entender que no se llevaban bien, también lo suficientemente adulto como para enfrentar la idea de la separación, lo que no soportaba era la hipocresía, ellos delante de la gente eran dos personas que se adoraban, pero en casa era un verdadero infierno que ni se preocupaban en ocultar de su pequeño Yacob.      Odiaba la idea de que se separaran, quería que volviéramos a ser como cuando era un niño pequeño, una familia feliz y tranquila, con sus problemas pero que siempre hallaban la.ma era, de no haber sido por aquella niñera nunca habría sucedido eso, si mamá hubiese entendido que yo podía cuidarme solo, si papá hubiese sido más fuerte, si tan solo hubiese pensado en nosotros, pero no, solo pensó en él, y eso lo supe desde aquella tarde dónde les vi entregarse apasionadamente en la cama donde él dormía con mi madre.      Le despreciaba, lo había arruinado todo, y lo que es peor, mi madre ya no lo soportaba, no quería que se separaran, pero quería que esta guerra sin fin de poderes, envidias, celos, todo eso se acabara de una vez por todas.       Ellos pensaban que no lo sabía, se suponía que me invitarían a un simple paseo familiar, simulando nuevamente la feliz familia que se supone somos, no acepte, no podía concebir la idea en mi cabeza de fingir que estábamos bien, no lo haría, y cuando me rehúse fue que todo comenzó. –No puedes salir un momento de esta cueva Yacob, –dijo mi padre entrando en mi habitación– queremos pasar tiempo contigo. –Seguro, –respondí– ¿Por qué no pasar tiempo ayer? ¿O antes de ayer? –La familia Larsen nos ha invitado a pasear y luego... –Allí está, –comente en respuesta a mi madre– solo por qué alguien nos haya invitado no tenemos que ir. –Yacob Dahl, –advirtió mi madre a modo de orden– mejor vístete ahora mismo –No voy a ir, –asevere– no puedes obligarme.      Ese comentario le causó gracia a mi padre, pero a mí no me parece gracioso en lo absoluto. –Claro que puedo, –indico el entre risas– eres mi hijo. –Querido calma –empezó a decir mamá, lo que le descolocó más. –¿Ves? –dijo el a ella– Porque lo defiendes es que está cada vez peor, solo es un niño malcriado. –Al menos no soy un mentiroso –dije en un susurro, mi intención no era que lo escuchará, pero por lo visto había fallado en el intento –¿Cómo me has dicho? –respondió mi padre, enojado, molesto, y con razones para ello. –¿Crees que quiero salir a fingir que somos una familia normal? –Reconocí– ¡No! –Yacob mejor... –Déjalo que hable –dijo el amablemente a mi madre.      Bien, allí vamos, está era mi verdad –Estoy harto de que me envuelvan en sus mentiras, –declare– si quieren aparentar ser la familia perfecta pues háganlo, –dije– pero sáquenme de ese paquete.      Papá reía, y mamá temblaba de miedo. Nada bueno podía salir de esa conversación. –Mírenlo, –añadió burlón– tan hombrecito y envalentonado. –Por favor, déjenme solo –pedí con amabilidad. –De ninguna manera –declaro mi padre. –¡Esta es mi habitación! –reclame. –¡Esta es mi casa! –Exclamo– ¡Mientras vivas bajo mi techo harás lo que te ordeno! –Ya basta Elijah –pedía mamá con dulzura. –¡Mira como está tu hijo de rebelde! –le grito. –¿Y qué crees que lo ha provocado? –chillo ella como respuesta      Ya habían empezado a discutir, peleando y gritándose entre ambos, frente a mí, ya ni eso podían evitar. –¡Paren los dos! –Demande– ¿Se dan cuenta de que estoy presente? ¿Se dan cuenta si quiera que soy consciente de lo mucho que discuten? –Interrogue, nadie respondió– ¡Estoy harto!       Mi padre tenía su típica vena saliente de su frente, esa señal de que estaba furioso, pero a menudo no hacía nada, solo era una especie de señal que indicaba su enojo. Sin embargo, mi madre era otra cosa. –Vístete ahora –demando con tono de sargento. –Pero mamá... –Ningún pero, –recalco– vas a hacer lo que te hemos dicho y se acabó. –No quiero fingir que estamos bien, –chille– que somos felices, ustedes no lo son, yo tampoco lo soy, –esto era agorador– ¿Por qué no mejor van a terapia y arreglan sus problemas? –¿Terapia? –dijo mi madre conmocionada. –Lo he visto en.... –¿Te crees que somos unos dementes? –interrogo mi padre reflejando su enojo. –No tiene nada que ver con... –¿Que va a decir la gente? –Soltó mi madre– ¿Terapia? Por Dios Yacob       Claro, se habían logrado poner de acuerdo para gritarme, excelente. –Deberían buscar la forma de resolver sus problemas –dije proponiendo una solución. –¿Tu que sabes de problemas? –Soltó mi padre–  eres un chiquillo malcriado –Elijah, ya basta –demando mi madre. –¡No me refutes delante de nuestro hijo! –grito. –¿Ahora si es nuestro hijo? –le grito ella en respuesta. –¡Ya basta! –Exclame– salgan de aquí por favor –añadí suplicante. –No, –negó con dureza–  ya que eres tan hombrecito y quieres un lugar tuyo, ¿Por qué no vas y lo buscas?       No podía creer lo que insinuaba, me estaba diciendo que me fuera, que no era bienvenido, que debía soportar decir todas las.me tiras si quería un lugar en esta familia. –¿Me estás pidiendo que me vaya de casa? –cuestione incrédulo. –No, –negó mi madre– Elijah, dile que no es cierto. –¿No que es hombre pues? –se quejó mi padre– a ver si así aprende a respetar.      No dije nada, ni siquiera tome un bolso, solo salí, salí corriendo con esperanzas de que si me seguía ya me habría perdido de vista, podría parecer típica rebelión, pero de verdad estaba dolido, dolido porque no dejaban de pelear, dolido por las palabras hirientes de mi padre, dolido porque quería odiarle y no podía, dolido por qué me habían echado de casa, y como siempre, mi madre no se le enfrentaba como debía, a ella también le culpaba por esto, pero más a papá.       Cuando me cansé de correr comencé a caminar hasta notar dónde estaba, en frente del Centro Comercial Paleet, en estas fechas debía haber muchísima gente y conmoción por todos lados, pero por alguna razón me sentí llamado a entrar, y en cuanto lo hice note que estaba en lo cierto, había muchísima gente, y yo quería estar solo, así que en contra de mis deseos de descansar, camine un poco más hasta que llegue a un punto convido, era un lugar donde solían hacer exhibiciones navideñas, una especie de casita de madera, muy tierna, a menudo cuando era pequeño venía aquí con mamá, la exposición de hoy había acabado, por lo que el lugar estaba solo, perfecto para el escapado.       Me ubique en uno de los escalones de la entrada del lugar, dónde todo lo que había pasado en casa vino a mi mente a modo de una secuencia completa y rápida, todas aquellas emociones, simplemente no pude contenerme, y como un niño pequeño cedí al berrinche y empecé a llorar      Tenía motivos para llorar, lloraba por mi padre y su dureza, sus engaños y su incomprensión, a mi madre por dejar que mi padre nos tratase de esa manera, y un poco a mí, porque a pesar de todo aquello, y que sabía que la situación no iba a parar a mejor no deseaba que se separaran, es más, me asustaba, enormemente. –Ejem –escuche a alguien decir muy cerca de mí– ¿Hola?      Al notar que podía ser para mí, levanté mi mirada solo para observar a una niña menuda de cabello y tez pálida, que me observaba como extrañada, genial, lo que menos necesitaba en este momento era tratar con una niña pequeña. –Hola –salude cortésmente. –Hola –respondió– ¿Te has perdido? –interrogo. –¿Qué? –pregunte sorprendido ¿Qué más le daba? –¿Qué si te has perdido? –volvió a preguntar– Es que te veo triste, y lo imagine.       Si estaba triste, bastante de hecho, pero no necesitaba explicárselo. –No, –negué– no estoy perdido. –Oh… –¿Ya puedes irte? –pregunte con más dureza de la que esperaba, solo quería estar solo ¿Eso es un pecado? –Pero que grosero, –se quejó– te ofrezco mi ayuda y tu… –No quiero tu ayuda, –dije, ¿Pero quién se creía esta niña?– quiero estar solo ¿No lo ves? –pregunte señalando lo obvio.         Ella.me veía con lastima, no quería su lastima, no quería nada de ella, solo quería que se fuera, pero no lo hacía. ¿A que esperaba? –Mi madre me ha enseñado –explico– que si alguien está triste no debe estar solo. –Que sabía que es tu madre  –añadí con ironía en mi voz. –No seas cruel y deja de llorar  –soltó está con tono imponente, sorprendiéndome y logrando que me pusiera a la defensiva. –No quiero  –dije molesto, aunque perdía potencia debido a mi voz quebrada. –Bueno, no lo hagas pero hazme un espacio –insistió. –¿Qué? –dije. ¿Está no entendía o tenía un retraso mental? –Estoy cansada, –agrego como si eso lo justificara todo– pero no puedo dejarte solo, así que voy a sentarme a tu lado. –No quiero  –dije sin más, pero no pareció importarle en lo absoluto. –No tienes opción  –añadió solo para posterior a decirlo acomodarse a mi lado, yo intentaba establecer nuestra distancia, pero de igual forma eso no la detuvo deposicionarse a mi lado en el escalón.     Quería cortar mis lágrimas, esa molesta niña no me dejaba llorar en paz, pero mis lágrimas no pararon hasta mucho después, justo cuando empezaba a parar la niña volvió a hablar. –¿Quieres contarme por qué lloras? –pregunto con decencia, pero igual me parecía irritante. –No, –negué– eres molesta y una extraña  –asegure con la esperanza de que le ofendiera y se fuera. –Soy de fiar, –dijo– no le diré a nadie, –asevero y luego comenzó a acercarse a mí, lo cual me asustaba, ¿Que pretendía?... Solo se acercó a mí oreja para susurrarme algo al oído– ni siquiera a mis muñecas  –aseguro entre susurros.      Aquello me pareció gracioso, inconscientemente estaba sonriendo, demonios, era muy blando. Ella seguía mirándome, también sonreía, no quería contarle mis problemas, pero en definitiva no quería quedarme con ellos, por mi propia salud mental debía decírselo a alguien, y que mejor que a una extraña. –¿Lo prometes? –dije aun sonriendo. –Claro  –aseguro elevando su mano haciendo un juramento. –Es que…  –añadí, mi voz amenazaba con quebrase de nuevo, que molesto– Mis padres pelean, pelean mucho  –solté, lo cual fue bastante liberador, a pesar de que eran pocas palabras y sin muchos detalles. –¿Por qué pelean? –instigo curiosa mirándome directamente a los ojos, los suyos eran verdes, como las lagunas. –No lo sé, –mentí, claro que lo sabía, por mí, por papá, por todo– pero lo hacen, mucho, y eso me asusta  –reconocí.. –Entiendo –añadió ella comprensiva– ¿Qué te asusta?       Pues la respuesta era obvia. –Que se separen  –dije secando a mi nariz húmeda con el suéter que tenía puesto. –¿Separarse? –Exclamo interrogante– Los padres no se separan  –asevero.       Si supieras. –Ya lo he visto antes, –admití, en algunos de mis amigos lo había visto, sus padres se dejaban y ellos sufrían mucho–  es muy feo, no quiero que eso nos pase a nosotros.     Ella volvía a verme con lastima, pero esta vez no me molestó tanto como en la primera oportunidad. –Entiendo, –dijo con amabilidad– lo lamento mucho, espero que no se separen –indico.      Por alguna razón, le creía, y me pareció un lindo deseo, yo también lo deseaba, sin querer sonreía, parecía que esa niña tenía una habilidad natural para hacerme sonreír. –Gracias, –agradecí– por cierto, soy Yacob, Yacob Dahl  –dije a modo de presentación, mostrando mi mano como un buen caballero, la cual acepto en un apretón de manos. –Un placer, –dijo y se presentó–mi nombre es Beth Nilsen –¿Beth? –cuestione curioso. –Es por mi abuelita, –explico– ella es escocesa, se llama Elizabeth.      Ese nombre si era particular, pero era lindo, le quedaba. –Es lindo Beth  –agrego sonriente.      Si, en definitiva era mejor verle sonreír. –Gracias  –dije a modo de agradecimiento y cortesía.      Su sonrisa me hacía sentir cómodo, más tranquilo, era confuso que hablar con una extraña fuese más cómodo que hablar con tu familia, pero así me pasó con Beth, la cual chillo de repente, asustándome. –¿Qué es eso? –dijo señalando su cabeza, al parecer había caído algo encima de ella, una especie de adorno. –Ammm… Es una especie de… –era raro, tendría que verlo mejor, pero por ahora no sabía que era– No sé –afirme. –¿Es un bicho? –cuestiono.       No parecía un insecto, era de color verde y podría jurar que era algo natural. Observándole bien de cerca note que era parecido a una especie de arbusto. –No, – negué– es una planta  –asegure.      De alguna forma eso la tranquilizo sobremanera. –Ahh…  –exhalo– ¿Me ayudas? –solicito.      Yo cómo buen caballero, le ayude a desenredar de su cabello aquel objeto, resultó ser algo que era conocido para mí, lo había visto antes, cada año en varios lugares –Es un acebo  –afirme. –¿Qué es eso? –pregunto ella confusa, era obvio que nunca había visto uno. –Le dicen «Falso Muérdago» –explique señalándole la planta. –¿Para qué es? –interrogo.    Por lo general solo lo usaban como decoración navideña, lugar de los muérdagos que por alguna razón la gente solía asociar con las parejas, que asco. Sin embargo, más allá de ello, no sabía qué sentido tenía o lo que representaba. –Francamente no sé, –respondí con franqueza–sé que es un adorno navideño.      No pareció muy complacida con mi explicación, pero no se molestó, solo miró hacia reina, en dirección donde debía de estar guindado el acebo. –Bueno, creo que debemos guindarlo –dijo señalando hacía arriba.       Podía observar lo que ella veía, podía verse el lugar perfecto dónde esté adorno podría ir guindado, aunque no iba a ser posible que entre ambos lo hiciéramos, yo era solo un poco más alto que ella, y eso no era mucho decir, ninguno de los dos podría llegar. –No soy tan alto –reconocí apenado. –Tienes razón, –dijo tras observarme con detenimiento– yo tampoco –admitió– pero algún día lo seremos –sonrió.      Esperaba otro comentario, no ese, pero me causo gracia, así que le devolví el gesto.       Durante aquel rato estuvimos conversando sobre el lugar guardando en medio de ambos el Acebo caído. Resultaba que Beth tenía diez años y era de Trømso, bastante lejos por cierto, y que venía aquí para la temporada navideña a pasar vacaciones decembrinas con su familia, adoraba la navidad pero se había perdido en su visita con su tía, por lo visto su primo se había asegurado de perderla.       Yo por otro lado, le conté que había huido de mi casa, lo que le sorprendió muchísimo, nunca había conocido a un escapado, o al menos eso me dijo, y le creía, su cara no dejaba ver la mentira en ningún lado.       No sé cuánto tiempo estuvimos conversando, pero en algún punto un par de mujeres aparecieron, con cara de angustia, preocupadísimas hasta que vieron la cara de Beth.      La primera en abrazarla, una mujer de cabello oscuro, le abrazo con fuerza y podía ver la angustia en su mirada, obviamente era su madre, y ella le quería muchísimo. Beth no tardó en presentarme como «Yacob el Escapado», no estaba mal, pero no parecía dar una buena impresión.      De cualquier forma, la señora Nilsen se aseguró de darme un buen traro en compensación por cuidar de su niña, aunque en realidad no la estaba cuidando, insistí en que no llamara a mis padres, sin embargo cuando está insistió no quise ser grosero así que le dejé llamarles.      Con Beth y su familia esperamos hasta que mi madre pasó a recogerme, ella parecía bastante preocupada, yo solo le abrace y trate de calmarla, ella agradecía a las Nilsen mientras yo solo pensaba como reaccionaria papá cuando volviendo a casa.      En cierto punto Beth se acercó a mí, ella sabía que me había ido, pero no le había explicado el por qué, sin embargo le había dicho que mis padres discutían y que me sentía mal por ello, así que cuando mi madre comenzó a agradecerle a la suya, ella se acercó para abrazarme.      Era extraño un gesto así, pero era una niña, los niños son más confiados, y yo no le haría daño, pero su abrazo me reconfortaba, lo cual era extraño, no me gustaban las muestras de afecto en lo absoluto, en mi familia cualquier muestra de afecto era falsa pero ¿Cómo es que este abrazo podría ser falso? –Yacob –susurro ella solo para que yo pudiese escucharle– por favor no llores más –pidió– tu madre está muy triste, es hora de que seas fuerte. –Beth, no lo entiendes –asegure– es más... –Imagino que lo es –continuo susurrando– pero ahora mismo debes ser fuerte, y mañana –indico– vendrás aquí de nuevo y harás lo que tengas que hacer.      Eso me sorprendió. –¿Qué? –Yo estaré aquí contigo –dijo– no frente a ella, sino frente a mí. –¿Por qué? –pregunte confuso. –Porque tal vez si tú madre deja de estar triste y sonríe más –explico– tu padre podría dejar de pelear tanto y tal vez las cosas se arreglen.      Esa era la magia de la inocencia, ella pensaba que mis padres peleaban porque mi madre no sonreía, lo que no sabía es que el no sonreír era consecuencia del problema en sí, no la causa. –Beth... –Hazme caso –exigió– no pierdes nada, además en el peor de los casos la dejarías de ver angustiada por ti –aseguro.      La verdad si era una solución simple, yo necesitaba un lugar para sentirme tranquilo, y aquí al lado de Beth me sentía tranquilo y cómodo. Mientras no estuviese en casa ellos podrían discutir o no, pero yo no sería parte del asunto ni el motivo por el cual discutan, una solución simple, un escape, una salida rápida. –Bien –acepte– pero debes estar aquí. –¿Quién te consolara si no estoy aquí Yacob? –Cuestiono– no seas tonto. –Se ve sospechoso que sigas abrazándome Beth –asegure, a lo que ella se separó. –Te veré mañana entonces –insistió. –Mañana, a la misma ahora –señale arriba– en el mismo lugar. –Bajo el mismo Acebo ¿Eh? –Dijo ella señalando al adorno de arriba, guindado por su madre cuando pregunto por él– Es una promesa.       Era gracioso que me diera órdenes una niña de diez años, pequeña y menuda, parecía no romper un plato, pero tenía carácter. –Tendrás que cumplir –le insté, ella me miró con reproche. –Los Nilsen siempre cumplimos nuestra palabra Yacob –aseguro. –Entonces Bajo el mismo Acebo –dije mostrando mi mano, en señal de juramento. –Así será –dijo aceptándola, sellando la promesa, una que nos uniría por muchos años, y que sin saber, sería el inicio de un todo para mí.
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