Beth:
En Tromsø siempre hacia frio, no por algo éramos la capital del Ártico, y siempre disfrute del frio y de mi hogar, era lindo y bastante emocionantes, nunca te aburrías aquí, durante todo el año podías hacer cosas entretenidas, sin embargo en mi familia estaba la hermosa tradición de, en temporadas decembrinas, emigrar a la capital, a la casa de mi familia materna, donde sin lugar a dudas también lo pasaba genial, pero lo que más odiaba era el viaje en sí.
La distancia entre Oslo y Tromsø era mucha, extremadamente larga, por lo que los viajes se me hacían eternos, siempre llegaba cansada, pero nunca podía llegar directamente a descansar, porque en lo que llegaba siempre había algo que hacer, o mama salía a ver como estaba mi tía en su tiendita en el Centro Comercial Paleet. donde vendía conservas de frutas.
Ya teníamos más de un día de viaje, constantemente haciendo paradas para poder descansar, Tromsø quedaba en el norte, mientras que Oslo, la capital, quedaba en la costa, cerca de los fiordos, una de las partes atractivas de Oslo.
–¿Cuánto falta mamá? –exclame después de un rato de no preguntar.
–Falta poco –decía ella.
Siempre decía eso, no le creía nada, desde que habíamos salido decía eso cada que le preguntaba, se suponía que «Faltaba poco» hacia un día atrás, también «Faltaba poco» hacia unas dos horas atrás, y aun «Faltaba poco»… ¿Cuántos «Falta poco» realmente faltan para llegar a Oslo?
–No te creo eso de que «Falta poco» –afirme– si faltase poco ya habríamos llegado.
–Beth Nilsen –exclamo mi padre con su típico tono autoritario, indicándome que me calmara– si tu madre dice que falta poco, es porque así es, –me regaño– no discutas.
–No sé por qué se empecinan en mentirme de forma tan descarada –insistía.
–¿Empecinar? ¿Descarada? –Cuestionaba mi madre– Alguien ha estado leyendo mucho últimamente.
–¡Mamá! ¡Ese no es el punto! –asegure.
–Has llegado a los terribles diez años –aseguro– es normal que te enojes tanto.
–No estoy enojada, estoy ofus… Solo estoy fastidiada –dije sin querer expresarme de más, a mamá le gustaba que usara palabras elegantes, pero no solía prestar atención a lo que decía, solo se fijaba en lo bonito que sonaba, lo cual le hinchaba de orgullo, pero no lograba que me tomara en serio.
–Ya vamos a llegar –aseguro mi padre– Lo prometo.
–Bueno, eso suena más alentador –afirme.
–Esa está muy bonita hija –dijo mi madre enorgullecida.
Seguíamos pasando, y yo seguía viendo diversos paisajes, pero no veía la cercanía a Oslo, lo cual me seguía frustrando.
Llegado cierto punto me quede dormida, soñé que me bañaba en el fiordo yo sola, y que las focas jugaban conmigo, mientras en el cielo se pintaba la aurora boreal, con su divinidad de colores, su inmensidad y su maravilloso resplandor que iluminaba todo a su alrededor, un sueño precioso.
Desperté arrepentida de que mi ensoñación finalizara, pero me anime al ver que no solo habíamos por fin llegado a Oslo, sino que además habíamos llegado a la casa de mis abuelos.
No estaba ya en el auto, sino que estaba en mi cuarto de la casa, el cuarto donde siempre me quedaba, aquel bello cuarto pintado y tapizado en Lila, con pisos de madera reluciente, parecía un cuartito de muñecas. Todo estaba en su sitio, justo como lo recordaba, las repisas blancas con muñecas, los libros apilados en la biblioteca, la mesita de noche con la lámpara en forma de pecera, todo exactamente igual.
Encima del mueble pegado a la pared, de cojines bordados por la abuela que hacia juego con la habitación, allí estaba una muda de ropa, un pantalón blanco con una camisa rosada de cuello alto, un lazo a juego para mi cabello amarillo, una chaqueta gris bastante abrigadora y botas a juego con la chaqueta, eso solo significaba algo, íbamos a salir, se había acabado mi descanso.
Como pude alcance a la llave del grifo, dejando salir el agua caliente, la cual me venía de maravilla, aunque disfrutaba del frio, en este momento me apetecía un poco más una ducha caliente, sin duda estaba mucho más alta, hace un año no habría podido soñar si quiera con alcanzar la llave de la ducha, pero este año me había estirado, primero el grifo, luego el espejo y pronto, muy pronto sería una mujer, y mis padres me tomarían en serio cuando hablara.
La ducha fue poco más que vigorizante, otra palabra que había aprendido, pero que debía recordarme no usar delante de mamá. Ese baño reparador de fuerzas y avivador de energía me dio la fortaleza suficiente como para dignarme a vestirme y a peinar mis rizos amarillos pálidos y colocarles aquel lazo, que solo hacia resaltar aún más a mis ojos verdes.
Mi madre siempre me había dicho que era una belleza escandinava, pero yo no lo veía así, mi madre era mucho más guapa, su cabello oscuro y curvas la hacían lucir no solo hermosa sino esbelta y elegante, yo en cambio lucia pequeña e insegura, lucia como una niña, y aunque fuese una niña, no quería lucir como una.
En cuanto baje, mis abuelos me recibieron con gran alegría, su tesorito había llegado, era su única nieta mujer, y todos decían que era la viva imagen de mi abuelita, esperaba que así fuese, mi abuelita era la mujer más linda de este planeta, siempre me hacía dulces y me trataba con mucho amor. Mi abuelito siempre era comprensivo también, era un hombre dulce y bueno, siempre tenía muy buenas historias que contar, había sido un soldado, así que sus anécdotas eran muy emocionantes.
Quería mucho a mi familia materna, con excepción de mi tia, no es que no quería quererle, es que ella nunca me trataba bien, siempre se burlaba de mi cabello, decía que era pálida y sin gracia, y siempre estaba halagando a su hijo molesto que se dedicaba a halar mis rizos, el me molestaba, pero era el único con quien podía jugar, solo éramos nosotros dos, él tenía un hermanito, pero era demasiado pequeño como para si quiera ponerse de pie.
De cualquier forma, después de saludar a mis abuelos y gozar de la compañía de cada uno de mis seres amados en la mesa, reunido como una hermosa familia feliz, disfrute de los platillos preparados por mi abuelita, los cuales eran una delicia, mi abuelita tenía una habilidad, un don, siempre le decía que debía abrir un restaurante, las personas irían a él hasta en navidad por lo rico de su comida, siempre se reían de que lo dijera, pero yo lo decía muy en serio, pero así era mi vida, solo me tomarían en serio cuando fuese mayor.
Cuando hubo finalizado la comida, mi madre se ofreció, como siempre, a llevarle la cena a mi tía, que salía tarde del trabajo y que esperaba poder ir a buscar y platicar con ella por horas sin término donde yo me aburría como ostra.
Lógicamente mi abuela accedió y mi padre se quedó hablando con mi abuelo, mientras que a Beth Nilsen, la niña pequeña, no le dieron más opción que acompañar a su madre al Centro Comercial Paleet, para ir a ver a su no tan apreciada tía.
En el auto mi madre coloco sus molestas músicas mientras expresaba su emoción por volver a casa, afirmando extrañar muchísimo Oslo, no sabía porque extrañaba tanto Oslo, Tromsø estaba bastante bien en mi opinión, era más frio y no había fiordos, pero era muy emocionante y lindo.
Al llegar al enorme centro comercial, lo primero que hizo mi madre, aparte de los detalles obvios como estacionarse, fue ir rumbo al puesto de mi tía, la cual era una tiendita sencilla, con olor a fruta envasada. Mi tía solía vender bastante, sobretodo en esta época del año, pero eso no evitaba que trabajara demasiado, al menos eso era lo que mi madre decía, pero siendo solo ella la encargada de sus dos hijos, imagino que usaba su trabajo para distraerse de la pesadilla que debía ser cuidar de ellos dos, del cual, él bebe era el más agradable.
En cuanto cruzamos la puerta de la tienda, una eufórica tía Grace, ansiosa de ver a su querida hermana, gritaba con su tono resonante y chillón, que solo servía para aturdir a mis oídos. Mi madre corría a abrazarla y a decirle halagos innecesarios. Ella ya debía saber que su cabello estaba bien, o que se había hecho algún corte nuevo.
Mi tía Grace, como de costumbre, empezó siendo amable y decente, pero luego desvió su atención por completo a mi madre y a las cosas que tuviese que decirle, dejándome olvidada. Ni siquiera podía explorar por la tienda, ya que siempre que me asomaba para ver alguna conserva o adorno me gritaba que no tocara nada, que lo podía romper, como si fuese tan torpe como su hijo.
Por desgracia para mí, aunque mi madre afirmaba que era una fortuna, mi primo Sam había aparecido por aquella puerta, trayendo unos encargos que le había mandado a buscar su madre. Mi primo estaba mucho más alto que yo, lo cual era bastante extraño, considerando el hecho de que solo nos llevábamos unos meses y que él, hacia solo unos meses atrás, cuando tía Grace nos visitó en Tromsø junto con mis fastidiosos hijos, estaba mucho más bajito que yo, tal vez era el aire en Oslo, esa podría ser la razón de que mi madre extrañara tanto Oslo, de cualquier manera, no era para tanto, Tromsø era mucho mejor en muchos sentidos.
Mi madre estuvo muy contenta al verlo, comenzó a alagar su estatura y su guapura, la cual yo no lograba ver, solo veía al mismo niño fastidioso de siempre. Luego de un intercambio de palabras con mi tía, nos permitieron a ambos salir en busca de un chocolate caliente o algún dulce que quisiéramos, y como Sam conocía bien el lugar, sabía dónde ir y donde podríamos jugar sin hacer escándalo, como nos habían indicado nuestras madres.
Acompañe a Sam, el cual no tenía temas interesantes de conversación, solo hablaba de futbol y de videojuegos, no sabía nada de muñecas o arte, lo cual era absurdo ¿Qué clase de educación daban aquí en Oslo?
Recorrimos muchos pasillos antes de llegar al puesto que aseguro vendía los mejores víveres y golosinas, pero este me indico que esperara afuera, que no era necesario que le acompañara, y como su compañía no me era grata, accedí a su sugerencia y me quede afuera.
El lugar se veía lindo por fuera, y después de un rato me dio curiosidad ver como seria por dentro, y como Sam tardaba en salir, decidí entrar a explorar para buscarle.
El local era inmenso, lleno de vitrinas y de estantes, con una gran variedad de dulces, botanas, artefactos de cocina, limpieza, bebidas de toda clase, incluso las de color marrón traslucido que solían beber mi padre y mi abuelo, el cual después de unos cuantos vasos de esa bebida se ponían de muy buen humor, aunque solo ellos dos, porque mi abuela y mi madre no solían ponerse muy contentas cuando esos dos se ponían alegres, a mí me parecía gracioso, pero como siempre, los niños no tenemos voz entre adultos, una total injusticia.
Recorrí muchísimos pasillos en busca de mi primo, el cual parecía no aparecer en ningún lado. Después de un rato comencé a llamarlo, recorriendo nuevamente los pasillos que ya había recorrido, pero como no daba con él, decidí preguntar al cajero, dándole una descripción muy específica de mi primo, el cual me afirmo que había salido hacia unos momentos.
Gracias a su respuesta, me decidí a salir del local para buscarle afuera, seguramente había vuelto al local de tía Grace, o con lo despistado que era seguro se había perdido típico de Sam.
Me preocupe de que se hubiese perdido y ahora mismo estuviese llorando, por lo que opte por buscarle, así que comencé a recorrer el largo pasillo y alguna que otra tienda que pudiese captar la atención de Sam en búsqueda del mismo, repetía su nombre constantemente, sin muchos buenos resultados.
Luego de un rato de caminata, me canse, así que decidí ir en dirección contraria, volviendo es mis pasos atrás, el problema era que había caminado más de lo esperado, por lo cual todo iba de mal en peor, me había perdido.
Bien, no era momento de enloquecer, eso no es propio de un adulto, la mejor opción que tenía era volver mis pasos atrás, o solo caminar en línea recta a hasta reconocer algún local, eso, eso era exactamente lo que iba a hacer.
Camine y camina, camine mucho rato, tanto que empezaron a dolerme los pies, y como ya estaba cansada, opte por descansar en una especie de chocita que estaba en una parte bastante linda del centro comercial, no sabía si era una especie de decoración, pero era linda, echa de madera, como mi casa en Tromsø. En definitiva era un lugar bueno para descansar.
Me senté en uno de los escalones de madera de la chocita de madera, los cual solo tenían dirección hacia el interior y el otro extremo de la chocita de madera. Gozaba de mi descanso y la paz, y pensaba en como podías conseguir cosas que te recordaran a casa en Oslo, había muchos locales, pero solo en esta chocita podía sentirme realmente cómoda, tal vez era el local de alguien proveniente de Tromsø.
Seguía disfrutando de mi descanso hasta que un sonido en particular altero mi paz y tranquilidad, sonaba a un llanto, un llanto desconsolado. Mi curiosidad me gano al notar que el llanto no se detenía, así que voltee mi cuerpo en dirección al otro extremo de la chocita de madera, donde podía verse a un niño con un gorro, un niño joven que lloraba, perturbando mi paz.
Estuve a punto de quejarme con él, pero lo vi tan triste que sentí pena por él, así que me acerque para ofrecerle consuelo. Pero ¿Cómo empezar una conversación con un niño entristecido? ¿Preguntándole como esta? Es lógico que este mal. ¿Preguntándole que le pasa? Es lógico que algo malo le pasa, si no fuese el caso no estaría llorando… ¿Entonces qué hago?
Ya estaba en frente de él, este no me miraba, estaba demasiado distraído emanando lágrimas y mocos, que asco.
–Ejem –dije– ¿Hola?
El niño en frente de mi capto que estaba allí, así que levanto la mirada, dando a ver sus ojos marrón oscuro, lindos ojos, a mi tía le encantarías, por eso a mí no debían gustarme.
–Hola –saludo.
–Hola –respondí a su saludo– ¿Te has perdido?
–¿Qué? –pregunto sorprendido.
–¿Qué si te has perdido? –volví a preguntar– Es que te veo triste, y lo imagine.
–No, –negó– no estoy perdido.
–Oh… –dije, solo eso.
–¿Ya puedes irte? –pregunto rudamente.
–Pero que grosero, te ofrezco mi ayuda y tu…
–No quiero tu ayuda, –exclamo– quiero estar solo ¿No lo ves?
Parecía muy triste, tanto que ignore por completo lo grosero que había sido.
–Mi madre me ha enseñado que si alguien está triste no debe estar solo –explique.
–Que sabía que es tu madre –dijo el niño con obviamente un tono irrespetuoso.
–No seas cruel y deja de llorar –exigí.
–No quiero –dijo molesto, insinuando que seguiría llorando.
Pero que molesto.
–Bueno, no lo hagas pero hazme un espacio –pedí con amabilidad, pero dejando clara mi posición.
–¿Qué? –dijo el niño mirándome con desagrado.
–Estoy cansada, –explique – pero no puedo dejarte solo, – asegure– así que voy a sentarme a tu lado.
–No quiero –soltó rotundamente.
–No tienes opción –dije acomodándome como podía en el escalón, el cual era bastante amplio, como para que cuatro niños entraran allí, pero tan solo dos adultos, una pena, otra ventaja de ser un niño.
Continúe al lado del niño, el cual seguía llorando, aunque en cierto momento paro y luego solo se dedicó a mirarme. Note que ya parecía estar listo para hablar, por lo que empecé a sacarle conversación.
–¿Quieres contarme por qué lloras? –pregunte decentemente.
–No, –negó – eres molesta y una extraña –asevero. Todo aquello era cierto, pero yo no me rendía tan fácil.
–Soy de fiar, –insistí– no le diré a nadie, –me acerque para susurrarle algo al oído– ni siquiera a mis muñecas –asegure entre susurros.
Aquello le saco una sonrisa, tenía una sonrisa tierna, en definitiva era mejor verle reír que llorar.
–¿Lo prometes? –dijo esbozando una sonrisa.
–Claro –asegure y eleve mi mano en señal de juramento para que viese que era genuina,
–Es que… –dijo con la voz triste, amenazando con volver a llorar – Mis padres pelean, pelean mucho –admitió.
–¿Por qué pelean? –pregunte curiosa sin dejar de mirarle.
–No lo sé, –aseguro – pero lo hacen, mucho, y eso me asusta –dijo, y le creía, eso no debía ser agradable.
–Entiendo –admití– ¿Qué te asusta?
–Que se separen –dijo limpiando su nariz con la manga de su suéter azul.
–¿Separarse? –Exclame – Los padres no se separan –asevere.
–Ya lo he visto antes, –reconoció – es muy feo, no quiero que eso nos pase a nosotros.
Pobre, estaba en un dilema, eso sí que era triste.
–Entiendo, –añadí comprensiva– lo lamento mucho, espero que no se separen –dije y fue verdad.
El niño sonreía, parecía estar más calmado y que no volvería a llorar, buena señal.
–Gracias, –dijo añadiendo una sonrisa como gesto– por cierto, soy Yacob, Yacob Dahl –se presentó mostrando su mano como saludo, la cual acepte y apreté en la señal típica.
–Un placer, –dije como mis padres me habían enseñado–mi nombre es Beth Nilsen
–¿Beth? –añadió curioso.
–Es por mi abuelita, –explique– ella es escocesa, se llama Elizabeth.
–Es lindo Beth –agrego sonriente.
Si, en definitiva era mejor verle sonreír.
–Gracias –dije a modo de agradecimiento y cortesía.
Sentí el impacto de una cosa cayendo encima de mi cabello, lo que me hizo gritar.
–¿Qué es eso? –exclame sorprendida y asustada.
–Ammm… Es una especie de… –dudo– No sé.
–¿Es un bicho? –pregunte aterrándome aún más ante la idea.
–No, – negó Yacob– es una planta –aseguro.
–Ahh… –solte, eso era un alivio– ¿Me ayudas? –pedi, y el niño me ayuda a desenredarlo de mi cabello, revelando una figura de tronco marrón, hojas verdes con frutos rojos.
–Es un acebo –aseguro Yacob a mi lado.
–¿Qué es eso? –pregunte ya que no lo sabía.
–Le dicen «Falso Muérdago» –explico señalándole.
–¿Para qué es? –interrogue, a lo que el pareció dudar antes de responder.
–Francamente no sé, –respondió con franqueza–sé que es un adorno navideño.
–Bueno, creo que debemos guindarlo –dije señalando al lugar de donde había caído, una especie de rejilla de madera muy alta para los dos.
–No soy tan alto –aseguro.
–Tienes razón, –afirme– yo tampoco –reconocí– pero algún día lo seremos –sonreí y el me devolvió el mismo gesto.
Al final dejamos el Acebo en el escalón junto a nosotros, una perdida, un escapado y un Acebo, sin duda era una combinación interesante, hoy la de las historias entretenidas era yo, aunque claro, cuando la contara tendría que omitir la parte de las peleas de Yacob, después de todo se lo había prometido, y una Nilsen no rompe sus promesas.