Capítulo 17

934 Words
USA giró la manilla de la puerta del baño y volvió a ponerse sus lentes de sol mientras se arrimaba a un lado para darle paso al ruso. Habían pasado tal vez unos 5 o 6 minutos cuando Rusia reaccionó, levantó la mirada y le preguntó al gringo: «¿Por qué sigues aquí viéndome llorar?». USA respondió con un simple: «Tal vez lo estoy disfrutando». Pero para qué negarlo, la verdad era que el estadounidense no se había movido de ahí porque se sintió hipnotizado con el llanto de Rusia; se había quedado estático observando como luego de cada sollozo este recuperaba el aire apretando los párpados y negaba con la cabeza perdido en su propio mundo. Como si estuviese llorando, no por el medicamento que le obligaba, sino por todas aquellas cosas de las que nunca se desahogó. Rusia pasó por la puerta limpiándose el rostro con el interior del cuello de su camiseta y suspiró pesadamente antes de girarse a ver al norteamericano. Le sonrió como lo hacía de costumbre, con burla, mientras mantenía su aire de ojos relajados a pesar de que estos estaban enrojecidos e hinchados. —¿Qué me ves? ¿te debo? —preguntó USA desviando la mirada para luego cerrar la puerta tras él. —No lo sé, tú dime. Estuviste un buen rato viendo como hacía el papel de magdalena —dijo el eslavo a modo de respuesta mientras metía ambas manos en los bolsillos de sus jeans. —El efecto de esas pastillas es bastante corto. —No me cambies el tema, USA —pidió Rusia y mantuvo la cabeza gacha mientras llevaba la vista hacia sus zapatos—. Te portaste amable conmigo. —¿Qué dices? —Dije que fuiste amable conmigo. —Oye, quiero darme un buen baño y no puedo hacerlo si tú estás ahí llenando la bañera con tus lágrimas de cocodrilo —dijo el estadounidense extrañamente molesto. El ruso asintió con la cabeza divertido. —Entiendo. Apestas a zorrillos remojado en refresco de uva. Se nota que el ejercicio no es algo que haces muy seguido —dijo el de gorrito peludito tímidamente y luego alzó la mirada manteniendo la cabeza abajo—, pero está dando sus frutos, supongo. USA frunció el ceño confundido y chasqueó la lengua ante aquella acción. Y no, no nos referimos al comentario de «zorrillo», sino a la forma extraña en la que le miró. —Sí, supongo —acordó el gringo con un tono odioso en su voz. Luego de esa pequeña e incómoda conversación, ninguno dijo nada más mientras caminaban a través del pequeño pasillo hasta llegar a la sala de estar. USA se sorprendió al ver a Canadá controlando la situación... con galletas de coco y palabras dulces. Estaban todos sentados en el suelo sobre los cojines del sillón, con muecas agotadas de tanto lloriquear mientras se limpiaban la cara e intentaban fingir que no había pasado nada. —Ea, ea, no lloren —dijo el canadiense delante de los latinos y el alemán—, ¡piensen en el lindo día que hace hoy! —exclamó satisfecho de ver como todos comían buscando consuelo. —Canadá, ¡no son bebés! —vociferó USA en su dirección mientras se le acercaba. El canadiense miró a Estados Unidos por un segundo y luego vio al ruso detrás de él con las claras señales de que acababa de pasar un mal rato al igual que el resto del grupo; sacó otra galleta de su mochila e ignoro a USA extendiéndola en dirección a Rusia preguntándole: —Hey, ¿tú también quieres una? Rusia observó fijamente la galleta y luego de pensarlo mucho la tomó lentamente dando las gracias y se la metió a la boca mientras se sentaba a un lado del venezolano y apoyaba la cabeza sobre su hombro. México se encontraba acostado con la cabeza sobre una de las piernas del argentino, ambos comiendo galletas como si fuesen tranquilizantes. Alemania estaba algo alejado comiendo su galleta con mordiscos muy pequeños mientras abrazaba un cojín; parecía una ardilla. Todo parecían estar analizando lo que acababa de pasar y lo muy peligroso que era tomarse algo desconocido (¿quién no sabe eso después de todo?). —¿Se sienten mejor? —preguntó Canadá sonriente. El grupo hizo un coro de: «Sí» «Gracias» «Mejor» «Cómete un 'snickers'» «Puta madre, qué ricas» «Chévere cambur» «¿Tienen canela?» «Che, muchas gracias eh» «Ñam, ñam, ñam» «¿Me das la receta?» «Wow, saben a cielo» «¿Eres real?» «Uhum». —Me alegra ayudar —confesó Canadá cruzando los brazos con su camisa a cuadros arremangada hasta los codos. Estados Unidos bufó en su idioma de nacimiento. —USA, ¿dónde está tu auto? —cuestionó el chico con gorro de piel de mapache—, no entiendo porqué fuimos y vinimos en taxi. —Huh... se lo dejé a Olivia mientras estaba fuera. —¿Olivia? —Sí, la chaparrita rubia con corte de Dora la exploradora —dijo el estadounidense inclinando sus caderas a la derecha—; debería llamarla, tenía cita con ella. Además extraño a mi bebé Nissan. Canadá entreabrió sus labios a punto de decir algo, pero un toque poco insistente en la puerta le interrumpió. USA dio media vuelta sobre su lugar y con mucha naturalidad caminó hacia las escaleras, se sujetó de la baranda bajando con tranquilidad y se acercó a la puerta principal arrastrando los pies con algo de pereza. Abrió la puerta y se chocó con el rostro ojeroso y preocupado de ONU.  
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