Capítulo 26

930 Words
México vaciló un poco luego de carcajearse como cabra loca por mas de una hora debido al comentario de: «¿Si Chile tiembla... pasa esto, esto otro, y todo lo demás?». De repente, se arrepentía fuertemente de la maravillosa idea de hablar con Argentina y el venezolano sobre algo de lo que ni él mismo estaba seguro. Pero ahí estaban sus dos amigos; expectantes, confianzudos y medio ebrios (con Polonia chascando tacos crujientes de fondo; «Cronch, cronch, cronch»). —Júrenme por lo que más quieran que no van a decir nada —pidió el mexicano delante de Venezuela y el argentino con mirada amenazante—, ¡júrenlo, cabrones! —Lo juro por mi... mis álbumes de tarjetitas de jugadores de fútbol —dijo Argentina arrugando la nariz con burla. —Yo lo juro por... por mi canaimita con Windows siete piratea'o —agregó el venezolano con la vista pegada al borde de la botella de vidrio destapada que llevaba en mano. —Juuum, no me fío —gruñó México cruzándose de brazos. —¿Qué? ¿quereí' que te venda el alma o algo así? —preguntó Venezuela rodeando al argentino con un brazo por encima de sus hombros—, esa ya se la vendí a Cuba, bebé. —Óyeme, no —balbuceó Argentina con una mueca de drama—. Uy, uy, uy, no me toques, le vendiste tu alma a Cuba, fuchi, satánico. —Es que estaba meti'o en un verguero, pero ajá, ya no. ¡Hip! —Ya se les olvidó de que estábamos hablando, ¿verdad? —sospechó el mexicano con una expresión poco sorprendida y entre aburrida. —Estábamos hablando de Rusia —aseguró Argentina y luego bebió de su cerveza—. Dijiste que te gustaba Rusia. —¡¿Qué?! ¡yo no dije eso! —se sobresaltó México con ojos bien abiertos—, ¡¿cuándo chingados dije yo eso?! ¡ni siquiera les comencé a contar como es el vato que me atrae! —Vos dijiste que era Rusia, yo te oí, ¿vos lo escuchaste, Venezuela? —cuestionó Argentina con sonrisa picarona. —Sí, sí, lo escuché clarito y perfecto —afirmó el venezolano, ya saben, como un buen mentiroso. México cerró los ojos con paciencia, juntó las palmas de sus manos a la altura de su pecho, inhaló aire llenado sus pulmones hasta que ya no pudo más y luego de eso exhaló el aire con más calma separando las manos. —Mis corazones, yo nunca en la puta vida dije esa mierda —insistió el mexicano abriendo los ojos con un tono de voz que bien podría ser para hablarle a un par de críos—, ¿ya le captan? ¿sí? Chido. —Pero tú dijiste... —comenzó a decir el argentino, pero inmediatamente fue interrumpido por México. —YO NO DIJE UN POROTO —chilló este en defensa propia a la vez que su rostro comenzaba a arder de vergüenza ilógica. —Hey, no te culpamos —Venezuela sonrió y continuó hablando—, Rusia tiene lo suyo. Es bonito. —Y bien altote —agregó el argentino levantando los hombros con inocencia. —Tiene rial. —Simpático por donde lo mirés. —Uff, «daddy». —¡Estoy comenzando a pensar que a ustedes les gusta Rusia! —se quejó el mexicano—. Miren, yo nunca, ¡jamás! ¡nunca me fijaría en Rusia! —dijo sólo a causa de los nervios—. Es muy lindo, eso es verdad, pero yo no creo que me sienta cómodo con alguien tan... —¿Tan...? —preguntó Argentina alzando una ceja. —Tan... no sé, ¿autoritario? —respondió el latinoamericano de un águila con duda. —Vaya, eso es una lástima —se le escuchó decir al chico ruso justo detrás de México, quien se asustó de golpe y se dio la vuelta en pánico total alzando la vista—, no sabía que me veías como una figura «autoritaria». El mexicano frunció el ceño y se giró para mirar a sus 'fieles' amistades; ¡con razón estaban sacando locuras de la nada! ¡Rusia había estado detrás suyo escuchando todo el tiempo! —Hijos de su chingada madr... —Pero bueno —continuó diciendo Rusia a la vez que sujetaba a México por los hombros—, yo tampoco saldría contigo, supongo. A no ser que te salgan pechos. —Ja, ja, sí... ¿qué? —el mexicano se mostró confundido y sintió como sus mejillas cosquilleaban. —So. —¿Una cerveza? —le preguntó Argentina al ruso con una sonrisa agradable. —No, gracias. El alcohol me pone molesto —respondió el chico eslavo—. No quiero fastidiar a nadie, eso sería de mal gusto. —Sí, sí, a mi tampoco me vayas a dar más —bromeó el venezolano a la vez que abría una botella con el borde de su camiseta—. ¿No ves que yo no bebo? —Mmm, vos decís —murmuró el latino con un sol y suéter amarillento. —¡Ah sí! Ya recuerdo a que venía... —comenzó a decir el ruso levantando su dedo índice— ONU ya llegó, quiere hablar con todo el grupo... USA y Canadá están discutiendo con él, no escuché muy bien lo que decían porque recién bajo del segundo piso. Tal vez deberíamos ir todos a ver que pasa. —Ándale, vamos entonces —dijo el mexicano con una mueca preocupada. ¿Cuál sería el problemón que se estaba formando afuera?  
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